Mediante la memoria el hombre teje el material del que se nutre para aprender y para enfrentar el futuro. Pero la memoria no es un registro veraz, sino un mecanismo con fallas que llegan a crear hechos inexistentes.
En Blade Runner, la película de Ridley Scott basada en la novela de ciencia ficción de Philip K. Dick, los replicantes, androides fabricados para servir al hombre, no tienen memoria. Su creador les implantó recuerdos para que pudieran cumplir con sus tareas. Estos humanoides, que se asemejan casi a la perfección a los seres humanos, no tuvieron experiencia alguna de vida. Todo lo que creen saber sobre ellos mismos se debe a implantes de memoria, y, sin embargo, tocan el piano y pueden emocionarse al recordar su infancia.
Esto en cuanto a los replicantes cinematográficos. En la literatura, Jorge Luis Borges insiste en el tema de la sustitución de recuerdos propios por los de otro. La manipulación de la memoria y la identidad son aspectos recurrentes, como en el cuento La memoria de Shakespeare. ¿Y qué pasa con nosotros en la vida cotidiana? ¿Son verdaderos nuestros recuerdos y nuestra biografía o somos víctimas de los caprichos del complejo proceso cerebral que es la memoria?
Expertos de Alemania y EE UU confirman que lo normal e inherente a la vida humana es recordar erróneamente, comenta Harald Welzer, psicólogo social y director del grupo Recuerdo y Memoria, del Instituto Científico de Cultura de la ciudad de Essen. Según Welzer, quien habla de la memoria comunicativa, la memoria forma el yo, pero los recuerdos se forman en comunidad con otros, por medio de la comunicación. Un suceso no es lo que pasó, sino lo que se cuenta sobre lo que pasó. Esto se vería a las claras en los relatos de guerra, que de ser individuales pasan a parecerse hasta formar un gran recuerdo colectivo.
Se han demostrado que tenemos recuerdos cuyos espacios en blanco nuestra memoria ha rellenado con momentos inventados, es decir con productos de nuestra imaginación. No es una investigación cualquiera sobre la base de supuestos o una hipótesis sin base sólida. En un reciente experimento se presentaron fotografías a varias personas, que no tenían conocimiento previo de la naturaleza de la investigación, de sitios donde habían estado, pidiéndoles que expresaran lo que recordaran de ese momento. A la vez que se les enseñó otras fotos donde jamás habían estado y en todas las fotografías, tanto reales como apócrifas, contaron recuerdos, unos reales, otros, sencillamente inventados. Para sustentar la hipótesis de trabajo sobre una base biológica, se hizo un estudio de las zonas del cerebro donde se identificaron aquellas neuronas que se activan cuando los recuerdos son verdaderos y las que lo hacen cuando somos conscientes que inventamos. Lo interesante es que en durante la recreación de los falsos recuerdos se activaron zonas del cerebro que aparente nos hacen creer que lo hemos vivido en realidad. Es decir hasta el cerebro, nuestro centro de mando, se termina creyendo nuestros falsos recuerdos.
El descubrimiento de dicha anomalía, si es que se le puede llamar así, ha llegado más lejos al implantar falsos recuerdos en la mente de los participantes en posteriores estudios al hacerlos “recordar” con bastante fidelidad el día que Bugs Bunny les abrazó en un parque de Disney. Todos dieron detalles de ese momento: la pelusa de las orejas del personaje, la sonrisa de sus padres, la cara del actor que estaba dentro del muñeco. Pues bien, esto simplemente no sucedió, es imposible porque Bugs Bunny no es, y nunca ha sido, de la factoría Disney.
El problema de la sugestibilidad es aún mayor en los niños, sobre todo, en los niños de edad preescolar. En un estudio típico, un hombre calvo visitó a un grupo de preescolares en el aula, les leyó un cuento, jugó con ellos durante un breve espacio de tiempo y luego se fue. Al día siguiente, se hizo a estos niños una serie de preguntas no lineales del tipo “¿Qué sucedió cuando vino aquel hombre a visitaros?”, y los niños respondieron contando una serie de recuerdos que, si bien no eran completos, resultaban bastante precisos. Pero cuando se les hacían preguntas que de algún modo sugerían la respuesta que se quería obtener, como “¿De qué color tenía el pelo?”, entonces un gran número de niños escogían un color. Aun aquellos niños que al principio respondían que aquel hombre no tenía pelo en la cabeza, empezaron, sobre todo desde que la pregunta fue repetida varias veces en diferentes sesiones, a fabular y a ampliar más aún el falso recuerdo.
¿Hasta qué punto los recuerdos que tenemos fijos en nuestra memoria no están adornados, mejorados y rellenados por nuestros anhelos, sueños o vivencias posteriores?
Recuerdos implantados
La psicóloga forense Elizabeth Loftus, de la Universidad de Washington, ha dedicado su vida al estudio de la fragilidad y maleabilidad de la memoria. Realizó estudios en más de 20.000 sujetos pudiendo demostrar, para su sorpresa, que en un 25 por ciento de ellos se podía provocar recuerdos artificiales, como, por ejemplo, sobre viajes en globo que nunca tuvieron lugar en la vida de los pacientes. También comprobó que la memoria se altera y deforma si se agregan informaciones posteriores al recuerdo de un evento.
Quince años atrás se creía que la memoria era una especie de archivo infalible de lo vivido. Hoy esa tesis está descartada. En el terreno legal, por ejemplo, especialistas alemanes piensan hoy en anular la figura del testigo, ya que, según Thomas Rönnaum, de una conocida escuela de abogados en Hamburgo, “como testigo el ser humano es una maquinaria defectuosa”. En los EE UU un 90 por ciento de los casos de veredictos incorrectos se debe a testimonios falsos.
¿Error o truco evolutivo?
Para el cerebro es tan importante tener la información del entorno en el que se mueve, que incluso llega a rellenar los huecos de información que le faltan con datos falsos inventados. El cerebro adultera y falsifica. Al fin y al cabo el cerebro es un dispositivo fruto de la selección natural dedicado al organismo vivo. Y como todo organismo vivo su meta es sobrevivir. Si tiene que inventar para completar la información que le falta lo hará. La realidad siempre se debe presentar como algo coherente y con sentido. Que nuestras acciones estén bajo control, que la memoria sea un reflejo de lo ocurrido, todo ello es necesario para sobrevivir. El mundo real es menos importante que el mundo que necesitamos. Los objetos que tocamos, olemos, degustamos existen realmente pero lo que se experimenta como realidad es una ilusión construida en el cerebro
Las fallas tienen un por qué, y parece que, por fortuna, nos benefician. Investigadores alemanes como Hans Markowitsch, profesor de psicología fisiológica de la Universidad de Bielefeld afirman que “la memoria autobiográfica tiene poco que ver con el pasado. Existe más bien para que podamos orientarnos en el presente y en el futuro”. Los recuerdos acerca de las experiencias vividas forman la identidad de una persona. Los sucesos pasan de la memoria de corto alcance al sistema límbico, en donde son clasificados según su carga emotiva. Son los sentimientos los que transforman un dato en un engrama o huella asociativa. Uno no recuerda lo que sucedió, sino lo que sintió cuando algo sucedió. Esta es la respuesta a por qué algunos recuerdos permanecen y otros son fugaces.
Markowitsch lo demuestra en un grupo de pacientes enfermos del síndrome Urbach-Wiethe, que no pueden valorar lo que sienten debido a un mal funcionamiento metabólico de la amígdala y, por tanto, del centro cerebral de los sentimientos. A dichos pacientes se les muestran escenas de un crimen en el que la asesinada lleva un vestido amarillo, y ellos recuerdan el color del vestido, pero no el crimen. Lo banal se conserva y lo importante se desecha.
Son muchas las preguntas que se abren ante la certeza de que nuestro cerebro manipula información para hacernos recordar episodios que no existieron nunca. ¿Hasta qué punto podemos seguir confiando en nuestra percepción, en lo que llamamos elaboración de la realidad? ¿Cuándo es real lo recordado? ¿Aquella bofetada de mamá, o el perfume de nuestro primer amor?, ¿Quién nos puede asegurar que algunos de nuestros recuerdos completos no sean quizás, simplemente, un sueño, un trozo de película que nos quedó grabado durante el sueño u otra invención más de nuestro cerebro?
Así que recordad la primera norma de la buena ciencia: si alguien os dice que ha visto un marciano, un fantasma o cualquier otro fenómeno sobrenatural, no le deis ningún valor a priori. Y si se celebra un juicio, nunca aceptéis el simple testimonio de una o de mil personas: hasta que el hecho no esté probado más allá de una duda razonable, el acusado es inocente.
Estos falsos recuerdos, ¿se pueden aplicar también a unos supuestos abusos, cuando éstos se recuerdan más de 30 años después y a consecuencia de una crisis personal? ¿Qué credibilidad le podemos dar a estos recuerdos?
ResponderEliminarLos falsos recuerdos pueden ser un serio problema. Y cuando son implantados mucho más, sobre todo a nivel penal. Puede dar lugar a muchas injusticias. Pueden favorecer injustamente a unos y, también injustamente, arruinarle la vida a otros.
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