sábado, 29 de enero de 2011

La distribución de la riqueza en el mundo



Desde que el hombre apareció en su forma actual, hará medio millón de años, prácticamente todo su esfuerzo y su tiempo lo ha dedicado a procurarse alimentos, vestidos y un refugio donde vivir, y sólo muy recientemente, hace apenas cien o doscientos años, y en pocos países al principio, una parte de la población empezó a salir al fin de la extrema pobreza y miseria en la que el hombre ha vivido durante 5.000 siglos. Si a principios del siglo XIX había unos 100 millones de personas que vivían dignamente (el 10 por ciento de la población mundial, que ya es mucho suponer), actualmente entre 3.000 y 4.000 millones tienen cubiertas todas sus necesidades básicas.


El último informe del Banco Mundial calcula que casi 1.200 millones de personas viven actualmente con una renta máxima de un dólar diario, lo que supone que cerca de la cuarta parte de la humanidad se encuentra en una situación de extrema pobreza, sin poder cubrir siquiera sus necesidades nutritivas. El mismo informe estima que, si pobreza es "tener hambre, carecer de cobijo y ropa, estar enfermo y no ser atendido, y ser iletrado y no recibir formación", el 46 por ciento de la población mundial padecería estas condiciones ya que 2.800 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios.

Se ha calculado la diferencia de rentas per capita a mediados del siglo XVIII y se estima que la de Europa occidental era sólo un 30 por ciento superior a la de la China y la India, la misma desigualdad que existe ahora entre España y Bélgica. Al comenzar el siglo XIX, la diferencia entre los países más ricos y más pobres del mundo era ya de tres a uno; en 1900, de diez a uno y, en la actualidad, la desigualdad de rentas llega a ser de 60 a uno. Pero la experiencia enseña también que es posible abandonar el pelotón de rezagados y unirse a los que van en cabeza, como recientemente han hecho algunos países del Sudeste asiático e Irlanda.



Actualmente los países con mayor PIB nominal total son los que podemos observar en la siguiente imagen, puede apreciarse el dominio ejercido por Estados Unidos, así como la progresiva importancia que está tomando China en la economía global (y que es esperable que se incremente en el futuro)



¿Cuáles son los países con mayor PIB per cápita del mundo?

Si evaluamos el PIB global de todas las naciones y tenemos en cuenta además su población y la paridad de poder de compra, de forma que logramos eliminar las distorsiones creadas por los diferentes niveles de precios en cada país, obtenemos un valor que se ajusta mucho más a la riqueza relativa de las naciones del planeta, siguiendo ese criterio tendemos la situación que reflejan las tablas que se mostrarán posteriormente. Destacar como los países emergentes pese a destacar en los valores absolutos, se pierden en la clasificación cuando se analiza la renta por habitante (China se queda en el puesto 83, India en el 112), lo que evidencia que su empujón económico se basa en la incorporación masiva de población al mercado laboral; y que aún persisten en ellos amplias bolsas de pobreza.


A grandes rasgos, lo que observamos es el resultado de la evolución de la historia económica del planeta durante los dos últimos siglos, y es que la eliminación de la pobreza hasta entonces crónica de la humanidad, comienza su andadura en la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra gracias a la Revolución Industrial, y se va extendiendo rápidamente a los países del Norte, tanto los europeos como los americanos, durante el siguiente siglo. Los países europeos del Sur se suben mucho más tarde al tren de la industrialización; unos, como Italia, en la posguerra, y otros, como España y Portugal, ya en los años sesenta y setenta. Irlanda es un caso atípico de un país septentrional que consigue una tardía, aunque espectacular, expansión. Y también recientemente varios países asiáticos están alcanzando rentas por habitante cercanas a las de los países desarrollados, como Taiwan, Singapur, Malasia y Corea del Sur, emulando el espectacular crecimiento de Japón en la segunda mitad del siglo pasado. Corea del Sur por ejemplo era hace 30 años más pobre que Marruecos y hoy tiene una renta diez veces superior a la de esta nación norteafricana, y un nivel similar a Portugal.




El resto de las regiones del mundo salvo contadas excepciones se mantienen, por el contrario, con economías agrarias y con niveles de vida cercanos a la mera subsistencia, es decir, sólo algo mejor de como vivían todos los habitantes de la Tierra hace 200 o 300 años. Lo que ha ocurrido en el mundo durante los dos últimos siglos es algo parecido a una carrera donde unos corren mucho y otros muy poco, por ello, la ventaja del grupo de cabeza sobre el resto es cada vez mayor, lo que en términos económicos se traduce en una creciente desigualdad. 



Igualmente es necesario desmontar otra falsa opinión, no es cierto como se suele decir, que las regiones más pobres hayan empeorado sus condiciones absolutas, aunque sí su pobreza relativa con relación al desarrollo medio mundial. Sin embargo, es verdad que en periodos coyunturales la situación económica de algunas zonas puede llegar a empeorar, como ha sucedido durante la década pasada en el Africa subsahariana y en Latinoamérica. Según el informe del Banco Mundial donde sí se ha producido un terrorífico retroceso es en la Europa del Este, donde la población que vive en condiciones de extrema pobreza ha pasado de 1,1 millones en 1987 a 24 en 1998.

Distribución de la riqueza global por deciles.


Igualmente, hay que destacar un hecho significativo, en 1989, un 41% de la población mundial vivía en condiciones de pobreza extrema (ingresos por debajo de $1,25 al día). El año pasado, este porcentaje rondaba el 15% de la población mundial. Si en vez de mirar porcentajes observamos cifras absolutas, los resultados son aún más espectaculares: en los últimos cinco años 500 millones de seres humanos han abandonado la pobreza más absoluta, y empiezan a ver los beneficios de esto que llamamos “civilización”.

El aumento más grande tuvo lugar alrededor de la media: un aumento del 80% en la media y un 70% alrededor de ella. Es precisamente en este grupo (entre el percentil 50 y 60) en el que se encuentran 200 millones de chinos, 90 millones de indios y unos 30 millones de indonesios, brasileños y egipcios. Dicho de otro modo, el 1% superior y las clases medias de los países emergentes son los auténticos ganadores de la globalización.

Imagen vía @eldiarioes

Por contra los perdedores son aquellos situados entre el percentil 75 y el 90 de la distribución global, cuyos ingresos se han mantenido estables o se han reducido alrededor de un 5%. Este grupo sería el de la “clase media-alta global”, y está formado por países de la antigua Unión Soviética, América Latina y aquellos ciudadanos de países ricos cuyos ingresos se han estancado.




País por país, y centrándonos en los países que mejor han evolucionado hay algunos casos increíbles. En China el porcentaje de habitantes que viven por debajo del umbral de pobreza ha caído del 85% en 1981 al 15% el 2005. India ha caído del 60 al 40%. Brasil del 17 al 8%, con una redistribución substancial de la renta y una caída notable del nivel de desigualdad. Si excluímos estos tres países, por cierto, los datos siguen siendo sorprendentemente buenos. En los últimos cinco años la pobreza en la África subsahariana ha caído del 54 al 46%, un descenso considerable – y lo más notable, la continuación de una mejora sostenida en los últimos veinte años. En el sudeste asiático el porcentaje ha caído a la mitad, del 40 al 20%. America Latina (que tenía menos pobreza extrema que otras regiones) ha sacado diez millones de personas del hoyo en cinco años y ha pasado de unos niveles de pobreza del 48,4% en 1990 al 30,4% en 2011. Sigue siendo un nivel dramáticamente elevado, pero la mejora, al menos estadística, es significativa y marca mínimos históricos en la región. Las cifras son realmente increíbles, nunca vistas en la historia de la humanidad

Evolución tasa pobreza en Latinoamérica

Si comparásemos la evolución de la renta per cápita entre 1950 y la actualidad veríamos una serie de aspectos bastante destacables. Hace 60 años teníamos un escenario en el que Estados Unidos era sin ninguna discusión el país más rico del planeta, seguido de otra serie de países occidentales que no habían sido especialmente afectados por la Segunda Guerra Mundial, es el caso de Suiza, Nueva Zelanda, Australia o Canadá. Posteriormente encontrábamos a los países escandinavos y del norte de Europa. Países como España, Grecia, Irlanda, Portugal o incluso Italia, sin embargo se encontraban a años luz de los países más ricos del planeta y su evolución ha sido espectacular en este periodo, en el caso español nos encontrábamos con una economía poco industrializada y la gran mayoría de la población gastaba toda su renta en alimentación, vestidos y vivienda, lo que quiere decir que estabamos cerca o no llegabamos al límite de la subsistencia. La renta per cápita de España hace 60 años se equiparaba con la de países como Polonia, Sudáfrica, México o Perú.


En el polo opuesto vemos países que en cambio no han seguido una senda equilibrada ni estable de desarrollo económico, el caso de Sudamérica es el más paradójico pero especialmente lo acontecido en Venezuela y Argentina. Argentina por ejemplo doblaba el PIB de España en 1950 y se codeaba con los países más ricos del planeta, superando en renta per cápita a Francia, Noruega o Alemania. Sesenta años después ha visto como su crecimiento se ha visto muy ralentizado perdiendo el tren respecto a otras regiones del planeta, a modo de ejemplo actualmente España dobla el PIB per cápita de Argentina. Veámoslo en la siguiente gráfica interactiva...





Estados Unidos visto en perspectiva

Como hemos podido ver con anterioridad en esta entrada la economía de Estados Unidos es enorme, tanto que cuesta hacerse una idea de su envergadura. Es, por ejemplo, equivalente a la suma de China, Japón e India. La revista The Economist ha realizado un interesante ejercicio de contextualización de las economías de los distintos Estados de EEUU, comparándolos con países. Es bien sabido que, por ejemplo, si California fuera un país independiente tendría derecho a pertenecer al G-7. Concretamente, desplazaría a Italia de tan selecto club.

El estado de Texas con las ciudades de Houston y Dallas a la cabeza genera una actividad económica equivalente a la de Rusia (cuyo territorio es 24 veces mayor), mientras que el PIB del Estado de Nueva York es parecido al de Australia, decimotercera economía mundial, un puesto por debajo de España. El Estado menos pujante de la Confederación es Vermont, en Nueva Inglaterra, con unos 23.000 millones de dólares anuales de PIB, poco más o menos el equivalente a Yemen, la economía número 87 de los 181 países listados por el FMI (y que tiene una población 30 veces mayor).



De igual forma la economía de Florida es comparable en volumen con la de Holanda, la del estado de Illinois (Chicago) con Turquía o la de Pennsylvania (Philadelphia) con la de un país de las dimensiones de Indonesia.

En otras palabras: si los 50 Estados que conforman EEUU se inscribieran en la ONU como otros tantos países coparían la mitad superior de la tabla de las mayores economías del planeta. Otro cantar sería el medallero olímpico, en el que China o Alemania harían papilla a las selecciones de Nevada y Oregón...

España y Europa

Actualmente y centrándonos en la situación española y según datos de Eurostat, el PIB por habitante español se situa en el 101% de la media de la Unión Europea en paridad de poder de compra. Eso permite a España mantenerse por delante de Italia (la diferencia es mínima 101% frente a 100% y casi insignificante estadísticamente), la crisis ha alejado el sueño de superar al país vecino, Francia, el país que le precede, con un 107% de la media de la UE.

             




En la lista, además de Luxemburgo, los países con un mayor PIB por habitante son Holanda (134%), Irlanda (125% de la media comunitaria pese a la dureza de su crisis), Austria (125%) y Suecia (123%). Los últimos son Bulgaria (43%), Rumanía (45%), Letonia (52%) y Lituania (58%). En términos generales, las diferencias entre los países más ricos y los más pobres se han agrandado durante la crisis.



Extremadura es la única región española con una renta per cápita inferior al 75% de la media europea, concretamente, la comunidad extremeña alcanzó un PIB del 72,4%. Mientras tanto, el País Vasco (137%), Madrid (136%) y Navarra (132%) son los tres territorios del Estado español más prósperos. La evolución de su renta les permite, además, situarse entre las 40 regiones más ricas de la UE, según los últimos datos de la oficina europea de estadística Eurostat.

Otras seis autonomías registraron rentas superiores a la media europea. Este fue el caso de Cataluña (123%, Aragón (114%), Baleares (113%), La Rioja (112%), Cantabria (105%) y Castilla y León (101%). Siguen con una renta inferior a la media europea ocho comunidades: Asturias (97%), Comunidad Valenciana (95%), Melilla (94%), Canarias (93%), Galicia (89%), Murcia (87%), Castilla-La Mancha (81%) y Andalucía (81%).




 Ingresos familiares medios por municipios

¿Qué sucedería si comparamos las comunidades autónomas españolas con otras regiones del planeta?

Si comparamos el PIB per cápita tendremos la siguiente situación



Fuentes: Elaboración propia, Wikipedia, graficos.lainformacion, cookingideas, economist, liberalismo.org, politikon

domingo, 23 de enero de 2011

¿Por qué la vida se acelera a medida que nos hacemos mayores?

"Juzgamos el tiempo según el número de recuerdos que tenemos y su intensidad"
[Douwe Draaisma]

Siempre nos ha fascinado la memoria. La idea de recordar o no las cosas que nos pasan en la vida. ¿Por qué no recordamos nada de lo que pasó antes de cumplir los tres años? ¿Por qué nos cuesta tanto recordar una fecha? ¿Por qué los olores nos traen tantos recuerdos?

Cuantas veces hemos dicho: ¿Lo habremos soñado? El déjá vu muchas veces nos desconcierta. A veces nos pasan cosas por nuestra cabeza que quizá nunca sucedieron, pero que sin embargo estamos convencidos que han pasado. ¿Por qué la vida se acelera cuando nos hacemos mayores? Generalmente tenemos la sensación de que cada vez la vida pasa más rápido, los días parecen más cortos y los años pasan como un suspiro al hacernos mayores. ¿Hay una relación entre la edad, la memoria y la velocidad del tiempo?



Nuestra memoria tiene una voluntad propia. Nos decimos a nosotros mismos: "Tengo que recordar esto, quiero retener este momento, esta mirada, este sentimiento, esta caricia", y al cabo de pocos meses o incluso después de unos días notamos que ya no conseguimos evocar el recuerdo con el color, el olor, el sabor que esperábamos. Y es que el recuerdo es como un perro que se tumba donde le place... La memoria también hace caso omiso de la orden de no guardar algo, de nada nos sirve pensar: "Ojalá no lo hubiese visto, vivido, oído, ojalá lo hubiese olvidado", pues todo permanece almacenado y reaparece de forma espontánea e involuntaria de noche, cuando estamos despiertos en la cama. También, entonces, la memoria es un perro que, meneando la cola, nos trae lo que acabábamos de tirar porque queríamos quitárnoslo de encima.

Desde hace unos veinte años, la psicología denomina "memoria autobiográfica" a la parte de nuestra memoria donde almacenamos las vicisitudes de nuestra vida. Se trata de la crónica de nuestra vida, un largo registro que consultamos cuando alguien nos pregunta cuál es nuestro primer recuerdo, cómo era la casa donde pasamos nuestra infancia o cuál es el último libro que hemos leído. La memoria autobiográfica es al mismo tiempo un libro de los recuerdos y un libro del olvido. Es como si dejáramos los apuntes de nuestra vida a cargo de un secretario díscolo con intereses propios, que registra minuciosamente lo que preferiríamos olvidar. ¿Por qué no hay casi nada anotado sobre lo sucedido antes de nuestro tercer o cuarto año de vida? ¿Por qué las humillaciones quedan registradas por los siglos de los siglos? ¿Por qué en lo momentos sombríos se abre siempre la página de sucesos sombríos?





Cuando sufrimos depresión o insomnio, nuestra memoria autobiográfica se convierte en un registro lúgubre: todos los recuerdos desagradables nos llevan, a través de una deprimente red de referencias cruzadas, a otros recuerdos desagradables. De vez en cuando, nuestra memoria nos sorprende. De pronto, un olor nos recuerda algo en lo que no habíamos pensado durante treinta años. Una calle en la que estuvimos por ultima vez cuando teniamos seite anos parece haberse encogido hasta el punto de resultar irreconocible. Uno querría comprender cómo es posible que el tiempo pase mas deprisa a medida que envejecemos.


El tiempo no es constante en nuestra memoria

Cada uno de nosotros medimos el tiempo según unos parámetros individuales y propios que vienen marcados por nuestro entorno. Algo que es muy fácil de experimentar, ya que es habitual que en los momentos de mayor disfrute el tiempo se nos escape casi entre los dedos, mientras que en los peores instantes sea cuando éste se estira hasta convertirse prácticamente en eterno. Una experiencia que se debe a que el tiempo no se mide en nuestro cerebro por segundos, sino por los impulsos eléctricos que rigen nuestra percepción. Por eso este fenómeno no es sólo cuestión de física, sino también de biología.

Dentro de este reloj interno se hace importante remarcar las tres sensaciones distintas que se pueden vivir en relación al tiempo:
  • La duración prolongada: Propio de situaciones que no nos son habituales ni rutinarias, más característico de momentos de gran tensión y atención.
  • La sincronía con el tiempo real: La más común, se mide el tiempo en consonancia al real u objetivo.
  • El tiempo comprimido: Sensación de que éste pasa de manera más rápido a lo habitual, estando relacionado con las labores automáticas que realizamos o aquellas que no exigen nuestra atención. El caso extremo de esta situación se vive cuando nos encontramos en un estado de inconsciencia, como cuando dormimos.



En este punto es donde encontramos lo que muchos científicos han decidido llamar como el efecto reminiscencia. Un recurso de nuestro cerebro para concentrar los recuerdos en períodos concretos de nuestra vida y que se empieza a manifestar a partir de los cincuenta años de edad. Es en este momento cuando en nuestra memoria se acumulan y rememoran aquellos instantes vividos cuando teníamos en torno a los veinte años, en la época inicial de nuestra vida adulta. Exactamente el periodo caracterizado por las primeras experiencias, donde las sensaciones se vuelven más intensas que en sucesivas ocasiones: es, en definitiva, cuando se configura nuestra forma de ser y lo que vamos a ser el resto de nuestros días.

Lo que el efecto reminiscencia nos viene a decir es que la base de la vida son las emociones y las nuevas experiencias y sensaciones, pues éstas son las que crean puntos de referencia en el tiempo. El tiempo en la mente es subjetivo, y se percibe mediante la localización de esos puntos de referencia que se han creado. Por eso mismo nos aclara que es posible expandir el tiempo siempre y cuando nuestra vida no se vuelva rutinaria, pues ésta siempre debe estar llena de nuevos sentimientos.

Hace unos años se preguntó a 1.400 americanos de más de 18 años qué acontecimiento histórico consideraban más importante, nacional o internacionalmente. Los resultados fueron sorprendentes: para la gran mayoría de participantes, el hecho destacado había sucedido cuando tenían más o menos 20 años...


Efecto reminiscencia: Subjetividad de la memoria

De esto se deriva esa sensación de que la vida se acelera según se van cumpliendo años, de que el tiempo cada vez pasa más rápido. Lo que se debe, según palabras de Douwe Draaisma, catedrático de Historia de la Psicología en la Universidad de Groningen, a que "juzgamos el tiempo según el número de recuerdos que tenemos y su intensidad". Es decir, cuanto más recuerdos iguales tenemos, más deprisa pasa el tiempo, porque nos instalamos en esa rutina que tan poco nos aporta.

Al parecer, todo está relacionado con la forma en que asimilamos emociones, conocimientos y sensaciones. Cuanto más intensos son los momentos, estos parecen llenarnos y durar más. Cuando somos jóvenes y tenemos 20 años, estamos experimentando un nuevo mundo de experiencias en el paso a la vida adulta: nuestro primer trabajo, nuestro primer amor, nuestro primer hijo, nuestra primera vivienda, etc… Es en esos años, cuando hay más probabilidades de estar viviendo momentos intensos que distorsionen nuestra memoria temporal.

Toda esta amalgama de emociones nuevas, se van perdiendo por regla general a lo largo de los años. Es por eso que, cuando alcanzamos los 40, las sensaciones y vivencias no suelen ser tan novicias, sino más rutinarias o conocidas. Esta sensación, se acrecenta si hablamos de alguien que ronda los 60 años. Es un hecho constatado que, cuando las personas se acercan a los 60 o los 70, parece que tengan menos recuerdos de su edad adulta y más recuerdos de cuando tenían 15 ó 20 años.

Se trata de un efecto que no existe cuando tienes 40 años. Y puede que se deba al hecho de que cuanta más repetición y más rutina hay en tu vida, más difícil es tener recuerdos de ello. Cuando tienes 60, gran parte de tu vida ha estado llena de repetición y de cosas que pasan diez veces, cientos de veces quizá; mientras que con 20 años, hay muchos recuerdos de cosas que suceden por primera vez. Tienes tus primeras experiencias sexuales, tus primeras vacaciones sin los padres, tu primer día en un trabajo, tu primera vez en un nuevo contexto educativo, etcétera. La vida con 20 años está llena de primeras veces, y tenemos muy buena memoria para las cosas que pasan por primera vez, y muy mala memoria para las cosas que se repiten cientos de veces.

Con todo esto, obtenemos que el efecto reminiscencia pone en evidencia el modo errático en que nuestra mente fluctua su particular reloj biológico y sensación de paso del tiempo, según los recuerdos que guarda en la memoria. La mayoría de la gente, cuando llega a los 40, tiene la impresión de que los años son más cortos cada año, que los meses se encogen, y que las Navidades cada vez llegan más rápido… Y esto sigue acelerándose, cuando tienes 60 parece que la vida vaya incluso más rápido que cuando tenías 40. Cabe recordar que la velocidad subjetiva del tiempo se genera, de hecho, en la memoria. Juzgamos el tiempo en función del número de recuerdos que tenemos y su intensidad... así juzgamos el tiempo. Y esto es así incluso para períodos cortos de tiempo. Mientras vamos dejando de ser jóvenes el tiempo se condensa, se acelera, nos elude. Recordamos mejor las cosas lejanas y más remotas, las de la infancia más temprana, por ejemplo, que las que sucedieron ayer, en una suerte de presbicia de la memoria. Y así va palpitando nuestra memoria autobiográfica, pintando y despintando nuestras figuras más queridas.

Por eso, quizás el secreto resida en llenar nuestros días de nuevas experiencias y sensaciones que permitan a nuestro cerebro paladear los contecimientos que estamos viviendo. Viajar, variar las aficiones, aprender nuevas cosas... son algunas de las recomendaciones para aprovechar al máximo los días de nuestra vida y convertirla en algo mas que una mera y simple rápida rutina. Lo importante es tener nuevas impresiones, porque eso generará nuevos recuerdos, nuevas experiencias, y ralentizará la velocidad subjetiva del tiempo.

Fuentes: rtve, douwedraaisma, elcentineladelapalabra, norvidge


viernes, 14 de enero de 2011

La felicidad está escondida en la sala de espera de la felicidad

Robert M. Sapolsky es profesor de Neurología en la Universidad de Stanford y sus investigaciones se centran en el estudio del estrés y la degeneración neuronal. Es autor de innumerables artículos y algunos libros sobre las relaciones entre biología, individuo y sociedad.

En una de sus más sorprendentes investigaciones nos indica que cuando los seres humanos nos encontramos ante situaciones que suponen una oportunidad de alcanzar algo que nos gustaría conseguir como el ascenso que estábamos esperando o la cita con la persona que nos gusta, parece ser que estamos ante una de las satisfacciones más evidentes que podemos alcanzar: saborear una expectativa positiva. Sapolsky ha encontrado en sus estudios que lo que pone en marcha los circuitos neuronales implicados en la felicidad (por ejemplo, secreción de dopamina) es la expectativa previa (la anticipación) de la recompensa esperada, y no tanto la consecución de la misma.

Cuando se aspira a algo con ilusión, se sueña con su logro y se ponen los medios para alcanzarlo se consigue un estado emocional tan gratificante que bien pudiera considerarse felicidad. Por el contrario, cuando ese deseo se ha hecho realidad, la sensación que provoca es considerablemente menos placentera que la imaginada o soñada. Y esa misma tendencia parece observarse tanto en aspectos materiales fuera del alcance de la mano, proyectos estimulantes y hasta en afectos anhelados... Todo es cuestión de expectativas... y parece resultar que justamente en la anticipación del placer donde reside el placer. Quizás debido a ello la mayoría de premios Nobel coinciden en declarar que su periodo más feliz fue el que precedió a la concesión del premio, cuando estaban inmersos en la búsqueda de las nuevas claves científicas, y es que como dicen los orientales "lo importante no es el fin del camino, sino el camino"

Dopamina y anticipacion del placer (R. Sapolsky)

La explicación de este fenómeno está en la dopamina, comúnmente asociada con el sistema del placer del cerebro, y principal causante de los sentimientos de gozo y refuerzo para motivar una persona proactivamente para realizar ciertas actividades. La dopamina tiene que ver con el placer. Anteriormente se creía que, cuando consigues una recompensa, esta parte del cerebro segregaba dopamina pero los estudios de Sapolsky nos demuestran que esto es un error. No se trata de la recompensa, sino de la anticipación de la recompensa.

Cómo ejemplifica Eduard Punset en su entrevista al citado científico en el siguiente fragmento de Redes que he enlazado anteriormente "Robert, tengo un perro, bueno, una perra: se llama Pastora. Y el verano pasado, mientras escribía un libro sobre la felicidad, sobre lo que la ciencia puede aportar sobre la felicidad, ¿sabes? Me percaté de que Pastora, mi perra, era peculiar en un aspecto… su plato está fuera, en una pequeña terraza. Y cada vez que voy a buscar su plato a la terraza, empieza a saltar por todas partes, ¡yo casi no puedo caminar! Hasta que yo recojo el plato, y voy a la cocina con él, y Pastora empieza a corretear como loca y tengo que decirle: «vamos, Pastora, cálmate, ¡que ni siquiera puedo llegar a la cocina!» Bueno, una vez en la cocina, le lleno el plato con cereales o un poco de jamón, y ella se queda esperándome, ¿sabes? Si tardo un poco más de lo habitual empieza a ladrar, y luego vuelta a empezar mientras saco el plato a la terraza donde come…. Durante años me he preguntado: ¿pero qué pasa? Porque cuando le doy el plato, ¡a veces ni siquiera se lo come! Pero antes el animal cambia totalmente, es decir, rebosa felicidad. Así que me dije: «¡Caramba!» estaba escribiendo el libro Viaje a la Felicidad, Las últimas claves de la ciencia y me dije: «¡oye! ¡La mayor felicidad parece estar en la sala de espera de la felicidad!» Todo es cuestión de expectativas... es decir, cuando la perra obtiene la comida, se ha acabado ya el momento en el que la he visto realmente feliz. Y en tus libros, he encontrado el mismo tipo de razonamiento… también dices que es justamente en la anticipación del placer donde reside el placer"



Puedes entrenar a una rata de laboratorio para que, cuando se encienda una luz en la jaula, deba presionar cinco veces la palanca para conseguir comida. La primera vez que la rata obtiene la comida, sube la dopamina. Pero al cabo de un tiempo, ¿cuándo sube la dopamina? No cuando la rata consigue la comida sino cuando se enciende la luz.

La rata está ahí pensando: «¡Esto es genial! ¡Genial! Conozco esa luz, sé dónde está la palanca, puedo alzarla, esto será fabuloso, puedo hacerlo, ¡todo está controlado!» Todo reside en la capacidad de anticipación, ahí es cuando sube la dopamina. Pero hay algo incluso más interesante, si la rata presiona la palanca y ahora obtiene la recompensa sólo un 50% de las veces, se introduce cierta incertidumbre. Y lo que se observa es que justo después de presionar la palanca, hay un aumento de dopamina como nunca antes se había visto, en la química cerebral, justo hasta el momento en el que la rata descubre si consigue o no la comida. Es decir: cuando se incorpora la dosis justa de «quizás», es incluso mejor que cuando se trata de «ahí viene sin duda».

Estos experimentos son extrapolables también a nosotros los humanos, lo que querría decir que según demuestran estos estudios, el nivel de incertidumbre ideal para nuestro cerebro y para disfrutar del efecto de anitipación está sobre el 50%. Con un 25% ó 75% no se consigue un aumento tan grande de dopamina. Si se llega justo a este punto de incertidumbre, el cerebro dice: «¡esto será genial! ¡Ahí viene! No, ¡tal vez no venga! No lo sé; ¡pero hoy me siento afortunado...!» Es mera anticipación. La gente que estudia el estrés, la psicología del estrés, siempre recalca que si sientes que no tienes control, te sientes muy estresado. Pero hay un contexto, sin embargo, en el que tener poco control, las máximas leyes de la imprevisibilidad, sienta genial ¿Cuál es la diferencia? Porque en este contexto te sientes optimista. Lo percibes como un entorno benévolo. «Posiblemente todo saldrá bien, y si no es esta vez será la próxima…» y ese «quizá» es tal vez lo más increíble que te puedas imaginar. Cuando se introduce cierta incertidumbre, hay un aumento espectacular de dopamina justo hasta que descubres si consigues o no la recompensa. Es decir: cuando el objetivo es suficientemente retador pero alcanzable, se incorpora la dosis justa de «quizás», que es mejor que la certeza.



Miedo a la Expectativa Positiva

Podría pensarse, por tanto que soñar y fantasear con que alcanzamos aquello que deseamos es una forma de anticipar la recompensa que está por llegar, pero también supone la oportunidad de imaginar cómo sería nuestra vida al alcanzar ese momento y planificar una estrategia en la consecución de dichos objetivos.

La doctora Barbara Fredrickson, autora del Modelo de Ampliación y Construcción, postula en sus estudios que la experimentación de emociones positivas tiene como consecuencia la ampliación y construcción de repertorios cognitivos que podrían, en un segundo momento, facilitar las acciones que nos lleven a la consecución de nuestros objetivos. Es decir, que sentir emociones positivas como la alegría, la satisfacción, la tranquilidad, el optimismo, etc., puede hacer que seamos más creativos en la búsqueda de soluciones y en la creación de planes orientados a metas.

Siguiendo la lógica de ambas líneas de estudio, la estrategia de coartar las emociones positivas para no decepcionarnos, para evitar sentir la frustración, también evita la posibilidad de, primero, sentir una serie de emociones positivas derivadas de la expectativa previa de lograr algo que deseamos y, segundo, de ser creativos en esa situación, de intentar soluciones diferentes, de pensar en las consecuencias positivas que tendría haber alcanzado ese objetivo, meta personal o logro. Soñar, visualizar y saborear la expectativa, en este sentido, es como un ensayo general de lo que puede ocurrir si persevero, porque todo este asunto de la expectativa positiva no sirve de mucho si no incluyo en el proceso la acción orientada a metas. La expectativa del éxito, al iniciar un proceso emocional positivo que incluye el aumento de los repertorios cognitivos, facilita una ampliación de los posibles planes de acción a llevar a cabo.

Fuentes: rtve, crecimientopositivo

domingo, 9 de enero de 2011

La soledad elegida y la que nos elige

"Ningún hombre es una isla, completo en sí mismo. Todo hombre es un pedazo del continente, una parte de la totalidad" [John Donne]

Mejor solo que mal acompañado dice el dicho, pero la soledad es una actitud muy mal vista, los seres humanos son ante todo seres sociales y primitivamente no se puede comprender el deseo de otro miembro del clán de estar lejos del grupo.

Como bien se dice, hay dos tipos de soledad, el estar aislado de otras personas y el sentirse solo. Pero hay un mundo de diferencias entre ambas, la soledad no elegida es un estado negativo, duro, caracterizado por una desagradable sensación de aislamiento, uno siente que algo falta. La soledad elegida es el estado de estar solo sin sentirse solo. Es un estado positivo y constructivo. Es un momento que se puede utilizar para la reflexión, el crecimiento o el goce de algún tipo. Así por ejemplo la lectura requiere soledad profunda, el pensamiento y la creatividad por lo general también. Es un medio de disfrutar de la tranquilidad, es algo que cultivamos, una oportunidad para renovarnos. Cultivar una sana soledad, es más que estar solo, es estar con uno mismo, algo para lo cuál no nos damos tiempo. Algo que se llama habitualmente introspección.



Todos necesitamos momentos de soledad, aunque según nuestro temperamento esa cantidad de tiempo “para nosotros” difiere. En nuestra sociedad, donde los extrovertidos constituyen las tres cuartas partes de la población, ser solitario está catalogado de forma negativa. Contrariamente a la creencia popular, no todos los solitarios tienen un miedo patológico a las relaciones sociales. "Algunas personas simplemente tienen una baja necesidad de afiliación," dice Jonathan Cheek, psicólogo en el Wellesley College. "Hay una división muy grande entre el solitario por preferencias y el solitario forzado." Una tendencia a la soledad podría reflejar una mezcla de tendencias innatas y experiencias, tales como no tener muchos amigos en la infancia o crecer en una familia que valora la privacidad.


Amanda Guyer, psicólogo de los Institutos Nacionales de Salud en Bethesda, Maryland, ha encontrado que las personas con más tendencia a estar solas resultan ser más sensibles a todo tipo de interacciones emocionales y estímulos sensoriales, lo que significa que suelen encontrar placer donde otros no lo hacen. Los resultados Guyer sugieren que los introvertidos pueden ser más sensibles a todo tipo de experiencias positivas. Las investigaciones realizadas por psicoterapeuta Elaine Aron (ver entrada del blog "¿eres altamente sensible? ") confirman la corazonada de Guyer, demostrando que las personas solitarias suelen tener una agudeza sensorial muy alta. Debido a que los solitarios son buenos en captar las sutilezas, están bien adaptados para las carreras que requieren una estrecha observación, como la escritura y la investigación científica. No es de extrañar que famosos solitarios de nuestra historia incluyan a personajes como Emily Dickinson, Stanley Kubrick, o Isaac Newton.

Al contrario que la impuesta, la soledad deseada proporciona una sensación cercana a la libertad que, a su vez, puede inspirar el sosiego necesario para sobrellevar el estrés de la vida diaria.

Y es que el sentimiento de soledad es uno de los más difíciles de sobrellevar. El ser humano es, por naturaleza, social, necesita de los otros para establecer relaciones personales y vivir de forma satisfactoria. Aunque algunas personas sean muy autónomas e independientes, necesitan de una u otra forma la calidad de sus relaciones sociales para gozar de un estado de ánimo sano.

El bienestar general de una persona depende en gran medida de la calidad de sus vínculos con los demás. De ahí que incluso los médicos definan la salud como el bienestar físico, psicológico y social. Por tanto, la soledad es un factor perjudicial para la salud social, que provoca consecuencias negativas en la psicológica, como la tristeza. La salud de una persona está expuesta a sufrir daños según las relaciones sociales que establezca; si éstas no son satisfactorias, los sentimientos de soledad no tardan en aparecer.

Actualmente, en nuestra sociedad existe un caldo de cultivo con los ingredientes necesarios para que los vínculos personales sean algo débiles, lo que desemboca en un sentimiento de soledad sutil pero constante para algunas personas que, aunque compartan tiempo con los demás, pueden sentirse solas por no tener excesiva confianza en sus relaciones.

La soledad deseada (o sentirse bien en soledad)

El sentimiento de soledad no siempre es dañino. En algunos casos se puede elegir destinar parte del tiempo a realizar tareas en solitario como opción personal. En este caso se trata de una soledad buscada que nada tiene que ver con sentimientos de tristeza, sino que puede ser muy gratificante porque fomenta el bienestar emocional. En definitiva, se trata más bien de gozar de momentos de intimidad más que de soledad.

Cuando una persona decide disponer de tiempo para sí se trata de alguien que goza de estar sin la compañía de los demás durante un tiempo limitado. Se trata de momentos dedicados a uno mismo que pueden ser necesarios e imprescindibles para fomentar el bienestar personal, lo que indica que se es capaz de estar sin otras personas, señal de autonomía e independencia.

La soledad deseada o autonomía no es sólo una opción, resulta recomendable para cualquiera. Gozando de esta libertad personal se puede elegir qué es lo que más apetece en ese momento sin necesidad de dar explicaciones a nadie, que es lo mismo que quitarse todas las obligaciones de encima, aunque sea sólo por unas horas. Todo el mundo debería reservar ciertos momentos de intimidad para uno mismo. Incluso existen personas que han hecho de la soledad deseada un estilo de vida: es el caso los “singles” que han elegido llevar una vida más independiente, o las personas que gozan viajando solas o, incluso, los que prefieren realizar tareas en solitario en su tiempo libre.



A pesar todo, y de la importancia que tiene saber y poder gozar de tiempo para uno mismo, no debe caerse en el aislamiento. Disfrutar de tiempo personal para sentirse bien puede beneficiar a la salud psicológica siempre que no suponga un abuso y se descuiden los vínculos que unen a las personas cercanas. La autonomía no debe ser sinónimo de aislamiento. Cuidar y mantener las relaciones existentes siempre es una buena inversión.

Cuando la soledad afecta

Sin embargo, la soledad no deseada suele estar relacionada con emociones negativas que vienen motivadas por circunstancias que la persona no ha elegido.

Cuando no se tienen vínculos con los demás o éstos son superficiales, suelen aparecer sentimientos de tristeza que afectan al estado de ánimo y que disminuyen la motivación para relacionarse. Aislarse socialmente no es, normalmente, un deseo. Hay personas que optan por no relacionarse en exceso pero desearían tener vínculos sociales satisfactorios, aunque algo les impide relacionarse con normalidad.

Otro tipo de soledad, aunque pueda parecer algo contradictoria, es la de estar con otras personas pero con la sensación de no sentirse parte del grupo. Suele ocurrir cuando alguien se guarda para sí la información que le gustaría compartir con los demás, pero que de algún modo no encuentra la forma de hacerlo. Este es un tipo de soledad bastante frustrante porque no permite el goce de una relación íntima que aporte seguridad. Es habitual en personas que se guardan sus problemas para sí mismas, bien porque no tienen la suficiente confianza para compartirlos o porque les falta asertividad para hacer respetar sus puntos de vista.

Compartir las emociones y los sentimientos y hacer partícipes a los demás de una parte de la intimidad personal fomenta los vínculos con los demás. Cuando se comparte con los demás algo más que compañía, el sentimiento de soledad disminuye en beneficio del bienestar social y psicológico.

Los psicólogos consideran que alguien está solo cuando no mantiene comunicación con otras personas o cuando percibe que sus relaciones sociales no son satisfactorias. Tres características definen la soledad: es el resultado de relaciones sociales deficientes, constituye una experiencia subjetiva ya que uno puede estar solo sin sentirse solo o sentirse solo cuando se halla en grupo; y, por último, resulta desagradable y puede llegar a generar angustia.


Se puede definir la soledad como la diferencia entre el nivel de contacto social que deseamos y el que realmente alcanzamos. Por eso, resulta difícil establecer lo que es una persona “solitaria”, porque de hecho este perfil depende en gran parte de lo que cada individuo considera como “estar solo”.

Sin embargo, sí existe un factor decisivo que determina la soledad real: la calidad de las relaciones personales, y no su cantidad. La ausencia de familiares y amigos cercanos es, por eso, un hecho grave que puede afectar a la salud advierten los investigadores.

El tema ha cobrado enorme importancia, ya que tiene una alta incidencia. El 35% de la población de entre 25 y 40 años vive sola. La soledad también se considera como uno de los posibles factores que causan otros desórdenes. Entre ellos depresión, suicidio y graves problemas médicos, como las enfermedades cardiovasculares.Tambien según los últimos estudios el sistema inmunologico se ve afectado por situaciones prolongadas de soledad. En las encuestas para determinar los factores que más contribuyen a la felicidad humana, los encuestados siempre citan la conexión con los amigos y el amor familiar, la intimidad, la riqueza social-la afiliación por encima o por la fama,incluso por encima de la salud física.

La soledad refleja una percepción del individuo respecto a su red de relaciones sociales, bien porque esta red es escasa o porque la relación es insatisfactoria o demasiado superficial. Se distingue dos tipos de soledad: la emocional, o ausencia de una relación intensa con otra persona que nos produzca satisfacción y seguridad, y la social, que supone la no pertenencia a un grupo que ayude al individuo a compartir intereses y preocupaciones. La definición más común de soledad es la de carencia de compañía y se tiende a vincularla con estados de tristeza, desamor y negatividad, obviando los beneficios que una soledad ocasional y deseada puede reportar.

Sufren de soledad los individuos que tienen carencia de:
  • Oportunidad de expresar sentimientos íntimos a otra persona
  • Un grupo de amigos del cual sentirse parte
  • Alguien que necesite de su amor
  • Alguien que lo desee físicamente
  • Personas con quienes compartir valores e intereses
  • Amigos para compartir actividades recreativas
  • Relaciones en el trabajo
  • Un sentido de confianza en los amigos íntimos
  • Intimidad física en forma regular

Es importante destacar que existe la soledad crónica en aquellas personas que no han sido capaces de establecer relaciones satisfactorias por un período de varios años y por lo menos a través de dos etapas de su vida, como podrían ser la adolescencia y la adultez joven; o la adultez joven y la edad madura. También existe la soledad temporal, que incluye un estado de ánimo breve y ocasional de soledad, por ejemplo después del trabajo, o durante los fines de semana.



Somos seres sociales que necesitamos de los demás para hacernos a nosotros mismos. Y no sólo para cubrir nuestras necesidades de afecto y desarrollo personal, sino también para afianzar y revalidar nuestra autoestima, ya que ésta se genera cada día en la interrelación con las personas que nos rodean. Para que la vida tenga sentido todos necesitamos una estabilidad afectiva, lo que no significa que haya que tener pareja o vivir según modelos establecidos. Estar solo es bueno, y disfrutar de la propia soledad está muy bien, pero llega un punto en el que también necesitamos proyectar nuestra energía y proyectos para un bien común porque somos seres relacionales. La estabilidad afectiva nos permite confiar que somos aceptados por el grupo, que lo que somos y lo que hacemos está bien recibido, y eso nos da mucha libertad y tranquilidad.

Es paradójico el hecho de que vivimos en sociedades masificadas y sin embargo a veces nos sentimos tremendamente solos. Te puedes sentir solo en medio de la Plaza Catalunya, o comiendo en familia el día de Navidad. Pero este sentimiento no tiene que ver con el estar solo o no, sino con la proximidad que tienes con las personas. Una persona puede estar aislada, en un refugio de montaña, pero sentirse acompañada porque sabe que alguien piensa en ella, se preocupa, la quiere, y está pendiente de si las cosas le van bien o no. Hay que diferenciar entre la soledad física y la emocional.

La soledad sociales la de quien apenas habla más que con su familia, sus compañeros de trabajo y sus vecinos es una soledad muy común en este mundo nuestro. Nos sentimos incapaces de contactar con un mínimo de confianza con quienes nos rodean. Plantamos un muro a nuestro alrededor y vivimos el vacío que nosotros mismos creamos y que justificamos con planteamientos como "no me entienden", "cada vez que confías en alguien, te llevas una puñalada". Si la soledad es deseada nada hay que objetar, aunque la situación entraña peligro: el ser humano es social por naturaleza y una red de amigos con la que compartir aficiones, preocupaciones y anhelos es un cimiento difícilmente sustituible para asentar una vida feliz.

Por naturaleza, somos criaturas sociales, y si bien, uno puede llegar a negarse a esta demanda en determinadas ocasiones, no puede vivir sin un contacto significativo con otras personas, por lo menos, con una sola persona. Esa soledad no deseada puede convertirse en angustia, si bien algunos se acostumbran a vivir solos.

Fuentes: elblogdeffuentes, todoensalud, ayudapsicologica

martes, 4 de enero de 2011

La razón, la emoción y el cerebro humano



En el imaginario colectivo se encuentra la idea de que las decisiones hay que tomarlas con “la cabeza fría”, no dejándose llevar por las emociones ya que, en este supuesto, nuestra decisión se verá teñida de subjetividad y, en consecuencia, corre un riesgo elevado de no ser una buena decisión. Estudios recientes, como los hechos por el Dr. Antonio Damasio niegan esta afirmación. Dichos estudios ponen sobre la mesa la idea contraria: una decisión tomada sin emoción es altamente probable que sea equivocada. Claro que eso no garantiza que la que tomemos con la emoción presente vaya a ser necesariamente buena.

En palabras del propio Damasio: “Determinados aspectos del proceso de la emoción y del sentimiento son indispensables para la racionalidad. En el mejor de los casos, los sentimientos nos encaminan en la dirección adecuada, nos llevan al lugar apropiado en un espacio de toma de decisiones donde podemos dar un buen uso a los instrumentos de la lógica. Nos enfrentamos a la incerteza cuando hemos de efectuar un juicio moral, decidir sobre el futuro de una relación personal, elegir algunos mecanismos para evitar quedarnos sin un céntimo cuando seamos viejos o planificar la vida que tenemos delante. La emoción y el sentimiento, junto con la maquinaria fisiológica oculta tras ellos, nos ayudan en la tarea de predecir un futuro incierto y de planificar nuestras acciones en consecuencia”.



Hay una anécdota excelente relacionada con Charles Darwin que sirve para ilustrar esta idea. Darwin tenía una mente tan analítica que incluso llegó a plantearse el amor como una cuestión científica. En 1838, dos años después de haber regresado a Inglaterra tras su épico viaje a bordo del Beagle por el Cono Sur, durante el cual realizó las observaciones que le permitirían sentar las bases de la teoría de la evolución, Darwin se planteó qué hacer con su vida: ¿buscaba una mujer y se casaba? ¿O mejor se consagraba a la investigación científica? Entonces este naturalista tenía 28 años y para tomar una elección cogió una hoja de papel que todavía se conserva, trazó dos columnas y en la de la izquierda escribió la palabra "casarse" y anotó todos los argumentos que se le ocurrieron a favor del matrimonio. En la de la derecha, listó todas las ventajas de la soltería.

Las razones que el padre de la evolución arguyó eran curiosas. Por ejemplo, para desestimar casarse apuntó cosas como "quizás discutir", "menos tiempo para conversar con hombres inteligentes", "tener que hablar con la familia de ella", "no poder leer por las tardes" o "menos dinero para libros". Y a favor, "hijos" o "compañía constante y amistad en la vejez". Tras revisar la lista, acabó concluyendo que si bien una boda supondría "cosas buenas para la salud de uno", era también "una pérdida terrible de tiempo". Así es que decidió que lo mejor sería... comprarse un perro.


Sin embargo, lo que no podía sospechar Darwin era que poco le iba a durar aquel convencimiento. Semanas después su cerebro le iba a jugar una mala pasada. Al cruzarse, quizás por fortuna, quizás por poca fortuna, con su prima hermana Emma Wedgewood, Darwin se enamoró perdidamente, a pesar de haber decidido concienzudamente que el matrimonio no iba con él. Emma se convirtió en el gran amor de su vida y con ella tuvo nada menos que 10 hijos. Al cabo de los años, incluso escribió un libro en el que trató de explicar con ojos de científico tal misterio, el misterio del amor.

Lo que Darwin no estimó es que su cerebro tomaba decisiones por él sin que él pudiera remediarlo. En el caso de Emma, había escogido ya mucho antes de que el naturalista inglés pudiera ni tan siquiera plantearse si su prima Emma le agradaba o no. La frialdad con la que Darwin colocó los argumentos en una balanza era más superficial que real. Y es que las decisiones, a diferencia de lo que se solía pensar hasta hace poco, no se rigen exclusivamente por las leyes de la razón y la lógica. Muchas, la mayoría, son intuiciones que, sorprendentemente, se toman desde la subjetividad. Sí, lo han leído bien: buena parte de nuestras decisiones por mucho que pensemos que son fruto de valoraciones concienzudas son en realidad intuiciones irracionales. De hecho, todo acto consciente, por paradójico que nos resulte, es, en verdad, inconsciente. Aunque raramente se las asocia con nuestra inteligencia, las intuiciones son atajos del cerebro para tomar decisiones rápidas. Se basan en capacidades evolucionadas a lo largo de miles de años y están detrás de la mayoría de nuestras elecciones.

El concepto de emoción a lo largo de la historia

Dada la magnitud de los temas vinculados con la emoción y los sentimientos, sería lógico esperar que tanto la filosofía como las ciencias de la mente y el cerebro hubieran acometido su estudio.

Hacia fines del siglo XIX Charles Darwin, William James y Sigmund Freud plasmaron extensos escritos acerca de diferentes aspectos de la emoción, otorgándole un lugar privilegiado en el discurso científico. Durante la mayor parte del siglo XX el laboratorio desconfió de la emoción. Se decía que era demasiado subjetiva, esquiva y vaga. Se la juzgó antípoda de la razón, considerada la habilidad humana por antonomasia e independiente de la emoción. La ciencia del siglo XX esquivó el cuerpo y mudó la emoción al cerebro, pero la relegó a los estratos neurales más bajos, asociados con ancestros que nadie respetaba. En último término, no sólo ella era irracional: incluso estudiarla tal vez fuera irracional.

Sólo ahora las ciencias cognoscitivas y la neurociencia aceptan la emoción. Para bien o para mal, la emoción es inherente al proceso racional y decisorio. Aunque esto parece contrariar nuestro instinto, hay evidencias que lo confirman.



Los hallazgos sugieren que la reducción selectiva de la emoción es por lo menos tan perjudicial para la racionalidad como la sobreabundancia de emoción. Ya no parece veraz que la razón gane al operar sin el influjo de la emoción. Por el contrario, quizá la emoción ayude a razonar, sobre todo cuando se trata de asuntos personales o sociales que presentan riesgos y conflicto. Es obvio que los trastornos emocionales pueden desaguar en decisiones irracionales. La evidencia neurológica simplemente sugiere que la ausencia de emociones es un problema. Emociones bien dirigidas y bien desplegadas parecen ser un soporte sin el cual el edificio de la razón no puede operar adecuadamente.

Hasta hace una década, la psicología social consideraba que la toma de decisiones tenía que ser consciente y guiarse por las leyes de la lógica. Que ante cualquier elección lo más acertado era elaborar listas con los pros y los contras, analizarlos minuciosamente, sopesarlos concienzudamente y sólo entonces, después, éramos capaces de elegir bien, como hizo Darwin. Las ciencias cognitivas solían menospreciar el papel de la intuición y de la irracionalidad. Y, sin embargo, ahora sabemos que esos impulsos no tienen por qué fallar y que, en ocasiones, son mucho más eficaces que una elección racional.

El cerebro sabe más de lo que la mente consciente revela

Buena parte de nuestra vida mental es inconsciente y se basa en procesos ajenos a la lógica, reacciones instintivas. Tenemos intuiciones sobre casi todo, suelen ser decisiones rápidas, casi viscerales, que aparecen en nuestra consciencia sin que sepamos de dónde vienen, pero que son tan fuertes que nos impulsan a actuar. Por eso nos enamoramos. Y si eso tiene o no que ver con toda una serie de deliberaciones en nuestro inconsciente, no lo sabemos. A nosotros sólo nos llega el sentimiento de "quiero estar con esta persona" y obramos en función de eso. En la mayoría de las ocasiones, esos impulsos o intuiciones nos conducen a la respuesta adecuada. Y es que no se trata de otra cosa que de atajos que tiene el cerebro, estrategias que ha desarollado durante miles de años para ser más eficaz.

Porque, si realmente tuviéramos que decidir cosa por cosa, punto por punto, poner sobre una balanza pros y contra de cada caso, seguramente, hoy no estaríamos aquí. Nos hubiéramos extinguido hace mucho tiempo. ¿Se imaginan si nuestros antepasados, ante la presencia de un depredador, se hubieran parado a sopesar qué camino tomar, o si era mejor intentar matar al animal o salir corriendo?. La razón permite analizar una situación y todas sus posibles opciones hasta el más mínimo detalle, pero es la emoción quien toma la decisión. El ser puramente racional se quedaría ahí parado sin capacidad para reaccionar. La razón sin emoción no sirve de nada.





"¿Me suicido o me tomo una taza de café?", se preguntaba el escritor francés Albert Camus. Y con esto quería decir que todo en la vida es elección. A cada segundo estamos escogiendo entre diversas alternativas. Y, de hecho, la existencia, al menos la humana, se define por las elecciones que hacemos. La intuición nos ayuda a resolver muchos de los dilemas cotidianos, desde si debemos o no casarnos hasta cosas mucho más triviales como qué pasta de dientes compramos, o atrapar las llaves que nos lanzan al vuelo o detectar si nuestra pareja nos miente cuando nos dice que ha salido tarde de trabajar. La neurociencia ha descubierto que la inteligencia funciona a menudo sin pensamiento consciente; de hecho, la corteza cerebral, donde reside la consciencia, está llena de procesos inconscientes, al igual que las partes más antiguas del cerebro. Así, lo que sucede ante una información es que nuestro cerebro decide o bien dejarla pasar, o bien expresarla o anularla, procesa continuamente información y lo hace por debajo del consciente; es como el cerebro anulase o vetase todos los actos conscientes que pudieran traer consecuencias negativas o peligrosas. De otra forma, nos volveríamos locos; viviríamos en el caos debido al incesante tráfico de señales que nuestras neuronas captan, analizan y evalúan.

La memoria recurre a experiencias acumuladas y las coteja con la información que ha recogido el cerebro quien, como si fuera un juez, delibera y sentencia. Se ha visto que los sentimientos, nuestro estado emocional, influyen en esa deliberación. La neurociencia cree que el proceso de elección se basa en una serie de reglas generales que nuestro cerebro ha ido aprendiendo y que conforman una especie de libro de instrucciones al que nuestro inconsciente recurre ante cada situación. Allí encuentra respuestas rápidas y precisas. Lo único que debe hacer es escoger la regla adecuada para cada momento. Este procedimiento es indispensable para tomar muchas decisiones importantes, puesto que nos enseña a confiar, a imitar y a experimentar emociones como el amor, sin las cuales la supervivencia sería imposible. El investigador de psicología de la conducta del instituto Max Planck, Gerd Gigerenzer, cuenta que eso es lo que ocurre, por ejemplo, con padres e hijos. Si cada mañana los progenitores tuvieran que decidir si van a seguir invirtiendo sus recursos en los niños, tras noches en blanco, berrinches, trastadas, podría ponerse en peligro la supervivencia de la especie. Por eso, el cerebro bloquea esa posibilidad de decisión, de valorar si vale o no la pena aguantar.


            
             Cerebro inconsciente: La intuicion por raulespert

Las intuiciones basadas en una sola buena razón son eficaces y también pueden ser muy precisas. Estas reglas se benefician de algunas facultades del cerebro, como la memoria de reconocimiento, la habilidad para localizar objetos móviles, el lenguaje o emociones como el amor. La heurística acelera la toma de decisiones y se posibilita la acción rápida, muy útil si caminamos por la selva, por ejemplo, y aparece un tigre. No nos es deseable pararnos a pensar, sino que haya un sistema que nos active y nos haga salir pitando. Una buena razón puede ser: escoge lo que conozcas. Nos fiamos de lo que conocemos y, en cambio, sentimos aversión por lo desconocido. Tenemos una capacidad extraordinaria para reconocer caras, voces e imágenes, que está adaptada a la estructura del entorno. Reconocer hace posible que reaccionemos rápidamente y también que compremos una marca de leche u otra.


Se ha observado en personas con lesiones en la corteza frontal, que aún siendo personas con inteligencia normal, creencias normales, habilidades normales, con capacidad para imaginar el futuro y las consecuencias de sus actos… son personas que razonan mal y toman decisiones no correctas. Si no es la razón, ¿Qué es lo que hace entonces que razonemos correctamente para tomar la decisión más beneficiosa?

Podemos afirmar que las emociones son necesarias para razonar y tomar decisiones. Son necesarias, al igual que la razón, para ser lo más eficaces posibles. Razón y emoción van juntas en los principales procesos cerebrales. La realidad de este nuevo paradigma se está confirmando día a día con las investigaciones que se están realizando sobre el cerebro a través de la resonancia magnética funcional cerebral. Somos razón y emoción y ambas se complementan en procesos tales como la toma de decisiones o la planificación. Para una buena toma de decisiones en esencial utilizar equilibradamente y armoniosamente los dos cerebros: el emocional y el racional. Por eso cuando nos dejamos llevar exclusivamente por uno de los cerebros, podemos tener más riesgo de equivocación. Las emociones intensas pueden socavar la capacidad de una persona a la hora de tomar decisiones racionales, aún cuando el individuo sea consciente de la necesidad de tomarlas de forma cuidadosa.

El comportamiento humano no está únicamente controlado por la deliberación o bien por la emoción, sino por los resultados de la interacción de estos dos procesos. El control emotivo es rápido, pero sólo puede responder ante una cantidad limitada de situaciones, mientras que la deliberación es mucho más flexible, aunque relativamente lenta y laboriosa. El cerebro humano vive un conflicto perpetuo consigo mismo: por un lado está su centro de emoción, que busca la satisfacción inmediata; y por el otro está el de la razón, que privilegia los objetivos a largo plazo.



Cuando nos preguntamos por el sentido de nuestra existencia es casi imposible que no surjan respuestas de alto contenido emocional que impliquen la motivación de las satisfacciones más primarias, el amor de nuestra familia y amigos, la ilusión de alcanzar metas, el ver ganar a tu equipo, etc. Es difícil imaginar una vida sin emociones, sin sentimientos, sería presidida por la apatía, la monotonía y el tedio. Los humanos somos seres racionales, pero seguimos siendo también seres emotivos, dependientes de motivaciones e instintos primarios.

Si queremos conseguir la atención de una persona o de un auditorio nada mejor que tratar de emocionales, aquello que nos emociona captura y aprisiona nuestra atención. Al gobernar la atención, las emociones y los sentimientos establecen prioridades en el pensamiento. Como lo que nos emociona suele ser importante, las emociones son un modo de llamar la atención y dirigir el pensamiento y la conducta hacia aquello que nos interesa. Los sucesos altamente emocionales se recuerdan como muy reales y con gran detalle. En general cuanto más se activa la amígdala durante una situación emocional mejor es el recuerdo que tenemos más adelante del mismo.

Aunque la deliberación consciente resulta adecuada para situaciones simples, no parecer favorecer demasiado la toma de decisiones en situaciones complejas. Las emociones son críticas y hacen que la toma de decisiones no sea un proceso puramente racional. Para él las emociones son un componente imprescindible añadido a la maquinaria de la razón.

Se equivocaban quienes argumentaban que razón y sentimiento eran materiales incompatibles, que no se podía alcanzar un buen razonamiento si estaba contaminado por las emociones. El cerebro racional se apoya sobre el cerebro emocional, el razonamiento está siempre tamizado por los sentimientos y éstos a su vez pueden ser modulados por la razón. Y sin emociones no hay inteligencia que valga.

Fuentes: lavanguardia, connmed, alcione