domingo, 31 de octubre de 2010

¿Cuál es la probabilidad matemática de morir debido a ...?

¿Qué provoca más muertes, las serpientes venenosas o las picaduras de avispas? ¿Qué es más peligroso, viajar en bus o en avión? ¿Cuántas posibilidades hay de que un rayo impacte sobre mí? ¿Cuál es la probabilidad real de morir debido a una causa X?

Debido al funcionamiento de nuestro cerebro, es realmente difícil para nosotros detectar qué hecho es un hecho raro y qué hecho es común, y esto tiene muchas más implicaciones en la vida diaria de lo que pensamos.

          



Por ejemplo, provoca que muchos tengan un miedo atroz a un avión. O que un grupo terrorista cualquiera amenace de algún modo tu integridad física. Y es que sucesos raros y poco corrientes, como los secuestros terroristas, reciben una cobertura mediática excepcional, ello incrementa el peso sentimental del hecho, convirtiendo una anécdota en una amenaza omnipresente.

El número de muertos por el tabaco equivale aproximadamente a tres aviones Jumbo estrellándose cada día. Más de 300.000 mil norteamericanos al año. Pero la gente no tiembla de terror al encender un cigarrillo. Ni tampoco cuando Phillip Morris invierte cien millones de dólares en publicidad. El Sida, por muy trágico que sea, palidece si lo comparamos con la más prosaica malaria, y otras enfermedades por el estilo.

Si vives en España tienes una posibilidad entre 150 de morir en un accidente doméstico a lo largo de tu vida, y sólo una entre 120.000 de fallecer en un atentado terrorista. Sin embargo, es muy posible que tengas más miedo a morir por las bombas de Al Qaeda que abrasado por una sartén de aceite hirviendo. Así somos: generalmente asustados de los peligros más improbables y casi siempre desprevenidos hacia los riesgos potencialmente más amenazantes. De hecho es más fácil morir atragantado por un hueso de pollo que asesinado por un terrorista.

Muchas personas que se suben a un coche sin pensárselo dos veces sienten una aversión enorme a montar en avión. No obstante, es 100 veces más probable que sus días acaben en un accidente de tránsito que en uno de aviación: los 2.000 muertos en accidentes aéreos entre 1950 y 2005 en España igualan la cifra de los que murieron en carretera durante 2009, y eso que el año pasado fue el de menor mortandad vial desde que se tienen datos.

¿Por qué sucede esto? Por un lado, por nuestra impericia matemática. Somos muy malos a la hora de calcular probabilidades, especialmente cuando se trata de fenómenos poco frecuentes (somos mucho mejores, en cambio, cuando se trata de sucesos cotidianos: si veo nubes grises en el cielo deduzco que hay un alto porcentaje de que llueva, así que cojo el paraguas). Nos cuesta creer que sea más peligroso tener piscina en el jardín que una pistola en el cajón de la mesilla pero es así: mueren muchos más niños ahogados en la piscina de su chalet que jugando con el arma de sus padres, en EEUU.

El otro gran motivo es la repercusión mediática que tienen ciertos sucesos. Los muertos por atentado terrorista, por accidente de aviación o devorados por un tiburón tienen un eco desmesurado, mientras de las víctimas de caídas, infartos o asfixia sólo se enteran sus familiares y los médicos que los atienden.

Ahora veamos un listado detallado de las probabilidades matemáticas de morir debido a una serie de sucesos

                       

(Nota: Cuando se dice que hay una probabilidad entre 119 morir por suicidio, significa que el 0,84% (1/119) de la población morirá por esa causa).

La misma información en forma de gráfico:

   

Aviones y coches
Ahora volvamos a tratar el caso de los aviones y los coches, el miedo a volar es muy natural. Aunque se nos diga que el riesgo es bajo, si un avión se estrella, tenemos la percepción de que todos moriremos, y que las normas de seguridad que nos imparten antes de partir son sólo monsergas que la compañía aérea está obligada a pronunciar para evitarse futuras demandas. Pero nada más lejos de la verdad.

Por ejemplo uno de los datos más importantes para sobrevivir en un vuelo aéreo consiste en prestar atención básicamente a 11 minutos de ese vuelvo. A los 3 primeros minutos de vuelo y a los 8 últimos. En el lenguaje de aviación, este concepto se conoce como Más tres/Menos ocho. El 80 % de todos los accidentes de avión tienen lugar en estos 11 minutos. Así pues, es importante mantener la alerta en los primeros minutos de vuelo, antes de ponerse a leer. Y hay que despertarse y quitarse las legañas en los últimos 8, y también permanecer alerta en todo momento.

Profesores del MIT como Arnold Barnett, especializado en el estudio de operaciones (un campo de la matemática aplicada que emplea los números para mejorar algunos sistemas complejos, como el control del tráfico aéreo), tiene miedo a volar. Por ello Barnett creó una nueva unidad de medida que calculaba de forma precisa lo que la gente quería saber. “¿Qué probabilidades tengo de sufrir un accidente mortal en mi próximo vuelo?”. En el campo de la seguridad aeronáutica se conoce como Q: riesgo de morir en un vuelo elegido de manera aleatoria. Analizando todos los datos de los últimos diez años, ésta es la conclusión final de Barnett: cuando se suba al próximo vuelo nacional, sus probabilidades de morir (su Q) son de una entre 60 millones. Eso significa que podría volar cada día durante los próximos 164.000 años antes de perecer en un accidente de aviación. Para ver con más perspectiva estas cifras, el Q en un viaje en coche es alrededor de 1 entre 9 millones, casi 7 veces que el riesgo de morir en un vuelo nacional.

                           


Los accidentes de tráfico son noticia regularmente en los medios de masas, sobre todo en las grandes operaciones salida de las vacaciones. A principios de los años 1950, cuando el automóvil se hizo inmensamente popular en Estados Unidos y por sus carreteras circulaban unos 40 millones de vehículos, la tasa de mortalidad en accidentes de tráfico aumentaba de manera alarmante. Y es que en 1950 murieron en EEUU casi 40.000 personas en accidentes de tráfico. Es una tasa de mortalidad similar a la actual en el mismo país. Pero hay algo diferente: entonces se recorrían muchos menos kilómetros que ahora. O dicho de otro modo más justo: la tasa de mortalidad por kilómetro era 5 veces mayor en 1950 que ahora. La simple invención del cinturón de seguridad fue la causa principal del "milagro". Los cinturones de seguridad han acabado reduciendo el peligro de muerte hasta en un 70 %. Antes de eso, al mínimo choque, el conductor y el resto de los ocupantes salían despedidos de los coches o simplemente eran aplastados contra el chasis. Desde 1975, pues, este pequeño añadido, junto con otros, han salvado la vida aproximadamente a cientos de miles de personas.

Pero aún hay 40.000 muertos anuales en Estados Unidos, ¿verdad? ¿No es demasiado pronto para cantar victoria? Pues lo es relativamente. Los norteamericanos se pasan mucho tiempo de su vida dentro de sus coches, recorriendo hasta 5 billones de kilómetros al año. Es decir, que hay una muerte por cada 120 millones de kilómetros. O dicho de otra manera: si una persona conduce 24 horas al día a 50 kilómetros por hora… puede esperar morir en un accidente de tráfico después de conducir durante 237 años seguidos. Y dicho de una manera más chocante: conducir por Estados Unidos no es mucho más peligroso que quedarse sentado en el sofá.

Fuentes: Genciencia, javimoya, cookingideas, livescience

sábado, 30 de octubre de 2010

¿Por qué las mujeres viven más que los hombres?

Si en la mente de algunos aún permanece la idea de que las mujeres constituyen el “sexo débil”, su mayor esperanza de vida (o longevidad) ofrece aún una razón más para cambiar de opinión. Pero empecemos aclarando términos: la esperanza de vida es la media de años que podemos esperar (“esperar” en términos estadísticos) vivir en función de los datos conocidos en ese momento del número de fallecimientos y las edades de los fallecidos en una población. Habitualmente se hace referencia a la “esperanza de vida al nacer”, pero bien podemos expresar también cuál es el número de años que podemos esperar vivir una vez cumplida una cierta edad.

Las mujeres tienen una esperanza de vida, a cualquier edad, más elevada que los hombres. Las diferencias se manifiestan incluso desde el útero, en donde un feto masculino tiene mayores probabilidades de no llegar a término. Se calcula que se conciben 124 fetos masculinos por cada 100 fetos femeninos.




Esta diferencia queda reducida al nacer en 105 recién nacidos niño, frente a 100 niñas. En el caso de los partos prematuros, los bebés de tamaño extremadamente pequeño (aquellos que nacen por debajo de los 900 gramos) tienen mayor probabilidad de supervivencia si son niña que si son niño.

Si nos situamos en el otro extremo del periodo de vida, hasta un 90% de aquellas personas que alcanzan los 110 años de edad (los denominados “supercentenarios”) son mujeres. Y si nos vamos por encima de los 120 años, sólo una persona (de manera verificable) logró alcanzar los 122 años y, como no podía ser de otra manera, fue una mujer, la francesa Jeanne Calment (sobre la cual puedes encontrar más información en esta otra entrada del blog Fuente de la Eterna Juventud).

En cualquier caso, es un hecho que los hombres lideran la clasificación de las principales causas de muerte en todos los apartados, lo que implica que no estamos ante un efecto distorsionador producido por una mayor prevalencia de una causa de muerte en particular entre los hombres.

Desde que existen los registros de población, allá por el año 1500, las cifras indican que las mujeres viven entre cinco y 10 años más que los hombres. Incluso cuando dar a luz suponía todo un riesgo por las malas condiciones higiénicas y sanitarias, la longevidad femenina era superior, como demuestran los registros de 1751 que se conservan en Suecia.

Hoy día, sólo allí donde la discriminación sexual es algo rutinario, como en Bangladesh, India o Pakistán, ellas viven menos tiempo. Y no sólo sucede en los seres humanos; también en la mayoría de las especies de mamíferos son las hembras las que tienen una longevidad superior a los hombres. La naturaleza es feminista. Los hombres tienen más probabilidades que las mujeres de sufrir una muerte prematura, y de hecho su esperanza de vida es menor. Existe una diferencia persistente en la longevidad que se ha reducido, pero que todavía priva a los hombres de cinco años de vida respecto a las mujeres.

"Tenemos unos índices más elevados de mortalidad masculina en todas las enfermedades, y no sabemos por qué", afirma Demetrius J. Porche, decano adjunto de la Health Sciences Center School of Nursing de Nueva Orleans. "El estilo de vida todavía sirve de explicación para las diferencias en la longevidad, y se dice que los hombres acuden tarde en busca de atención y que tienen conductas insalubres, pero no estoy seguro de que realmente conozcamos la causa", afirma Porche. "Y no hemos respondido a la pregunta de si existe un determinante biológico que explique por qué los hombres mueren antes que las mujeres".




Los hombres mueren de todas las causas principales de mortalidad a una edad más temprana que las mujeres, desde el cáncer de pulmón a la gripe, pasando por la neumonía, las enfermedades hepáticas crónicas, la diabetes y el sida. Una notable excepción es el Alzheimer: mueren más mujeres que hombres a consecuencia de esta enfermedad. La cardiopatía encabeza la lista en ambos sexos. Sin embargo, la enfermedad pasa una factura desproporcionada en los hombres, según Steven Nissen, presidente del departamento de medicina cardiovascular de la Cleveland Clinic y el American College of Cardiology. "La cardiopatía coronaria tiene un impacto devastador en los hombres, sobre todo en varones que están en la flor de la vida",señala Nissen.

El cáncer también afecta a los hombres de manera desproporcionada: a una de cada tres mujeres en algún momento de su vida, y a uno de cada dos hombres. En parte es una consecuencia del hecho de que haya más fumadores que fumadoras, y posiblemente de exposiciones laborales.

La vulnerabilidad masculina parece iniciarse bastante pronto. Se conciben más fetos varones, pero el riesgo de que sean mortinatos o de aborto espontáneo es mayor. Incluso de bebés, la mortalidad es superior entre los niños recién nacidos y los prematuros. De niños, los varones presentan un mayor riesgo de sufrir discapacidades del desarrollo y autismo. Los niños y los hombres tienen más posibilidades de ser daltónicos, los índices de pérdida de audición son más elevados, y se cree que tienen un sistema inmunológico más débil que las mujeres. Puede que también se recuperen más lentamente de las enfermedades.

"No es que 'puede que seamos' el sexo débil, es que lo somos", afirma Robert Tan, un especialista en geriatría de Houston que pertenece a la junta asesora de la Men's Health Network. "Incluso cuando hombres y mujeres padecen la misma enfermedad, a menudo descubrimos que los varones tienen más probabilidades de morir. Destacan las fracturas de cadera, por ejemplo. Las mujeres parecen más proclives a la recuperación, mientras que los hombres tienen más posibilidades de morir después".



¿Por qué se producen más abortos naturales de fetos varones?; ¿por qué la determinación del sexo del feto hace que el varón sea más vulnerable?; ¿por qué la función pulmonar de un niño es menos madura después de nacer?; ¿y qué es esta propensión a correr riesgos?

Las razones de la mayor longevidad femenina y el contraste con la vulnerabilidad masculina no están del todo claras. Existen diversas teorías que tratan de explicar esta diferente longevidad de los sexos. Son muchos los que centran sus sospechas en factores socio-sanitarios. Los hombres han ocupado tradicionalmente puestos en la sociedad que los han situado en posiciones más expuestas a daños no intencionados (accidentes) o intencionados (violencia o guerras). Los científicos apuntan varias posibilidades:

- Hay una indiscutible base biológica en la distinta longevidad de hombres y mujeres, puesto que esta diferencia es extensible a todas las especies de mamíferos estudiados (para los cuales se desconocen hábitos insalubres específicos entre los individuos macho).

¿Cuál es esta base biológica que establece una distinta longevidad entre sexos? Si entendemos el envejecimiento como un balance entre la cantidad de daño al que estamos expuestos y la capacidad de reparación de ese daño de nuestro organismo, deberíamos asumir que estando sometidos a los mismos factores que afectan a nuestro organismo, una distinta capacidad de reparación entre géneros podría ser responsable de esa distinta longevidad.

¿Qué sentido podría tener que un organismo femenino repare mejor el daño que uno masculino? Tom Kirkwood, toda una autoridad de la biología molecular del envejecimiento y director del Institute for Ageing and Health de la Universidad de Newcastle en el Reino Unido, propone una explicación cercana a su conocida teoría del soma desechable.

De modo resumido, esta teoría sobre el envejecimiento con tintes evolucionistas propone que un organismo está constituido por células germinales (reproductoras) inmortales y por células somáticas mortales. El soma es útil únicamente en cuanto que garantiza la reproducción y con ello la transmisión de la información genética presente en la línea germinal. Existe un equilibrio entre el gasto de recursos que son empleados en la reparación y el mantenimiento somático y los necesarios para la reproducción. Una vez garantizada la reproducción, el soma es desechado con la satisfacción del deber cumplido.

Pues bien, Tom Kirkwood especula que el organismo femenino ha evolucionado para ser más resistente, poseer mejores mecanismos de mantenimiento y reparación por ser el garante del éxito de la reproducción. El soma femenino sería pues, menos desechable. Por el contrario, y en una visión que agradará a más de una feminista, el organismo masculino cumple un papel en la reproducción mínimo y una vez realizado es desechable.

Existen algunas evidencias experimentales que apoyan estas teorías. Por ejemplo, existe una cierta correlación inversa entre fecundidad y longevidad en muchas especies (menor longevidad, mayor número de crías y viceversa). También existen trabajos que apuntan a una mejor capacidad reparadora de las células de ratones hembra que de ratones macho, y parece que esta diferencia se elimina tras la extracción quirúrgica de los ovarios. Como muchos dueños de gatos y perros pueden atestiguar, las mascotas castradas viven habitualmente más tiempo que las no castradas.

Por tanto la naturaleza otorgaría a las hembras 'puntos extra' por la sencilla razón de que ellas son quienes deben asegurar la supervivencia de la especie. Las hembras cuidan de la prole y la mayoría de los machos no. Por ello, las hembras soportan una presión selectiva mayor para conservar sus cuerpos sanos durante más tiempo que los machos. La longevidad femenina es más necesaria que la masculina.

Diversas investigaciones han demostrado que los animales con una vida más larga tienen una mayor eficiencia en sus sistemas de reparación y mantenimiento orgánicos que los animales de corta vida; en los machos de casi todas las especies, incluida la humana, podría ocurrir algo similar: éstos tendrían vidas más cortas que las hembras porque son genéticamente más “desechables”, es decir, sus organismos gastarían menos energía que los de las hembras en auto repararse.

- Influencia de las hormonas: la culpable de que los varones se suiciden cinco veces más que las mujeres y sean víctimas de accidentes de tráfico o muertes violentas más a menudo es la testosterona. Esta hormona masculina lleva a niños y hombres a alcanzar grandes niveles de actividad física, agresividad y competitividad que acortan sus expectativas de vida. Tienen unas posibilidades tres veces más elevadas de ser víctimas de un asesinato, cuatro veces más de cometer suicidio y, de adolescentes, 11 veces más de ahogarse.



La testosterona también eleva los niveles de 'colesterol malo' en sangre, que aumenta sus posibilidades de padecer una cardiopatía o un infarto cerebrovascular. Por el contrario, los estrógenos, hormonas femeninas, elevan el colesterol bueno y existen ensayos que aseguran que estas sustancias ejercen un cierto efecto protector sobre su corazón. Los machos castrados viven más que los no castrados en casi todas las especies animales. Esto se debería a la menor producción de testosterona, que se sintetiza sobre todo en los testículos. Las mujeres tienen comportamientos más saludables, tienden a fumar menos, beber menos, tomar menos drogas, conducir de forma menos agresiva y emplear menos la violencia que los hombres.

- Cromosoma X - Cromosoma Y: Mientras las mujeres tienen dos cromosomas X, los hombres tienen un cromosoma X y otro Y, con muchos menos genes y además la mayoría ligados a la fertilidad masculina y el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios. Si algún gen importante del cromosoma X sufre algún tipo de daño, los varones carecen de capacidad para sustituir sus funciones. Esto les convierte en más vulnerables a varias enfermedades (como es el caso de la hemofilia), provocadas por mutaciones en el cromosoma X. Ellas, por el contrario, pueden contar con el otro cromosoma X para suplir sus funciones. Esta diferencia se descubrió aún más fundamental cuando en 1985 se descubrió la existencia de un gen muy importante para la reparación de errores genéticos en el cromosoma X.

Sin embargo, parece que la incorporación de la mujer al mundo laboral y el cambio de hábitos que ha experimentado le está pasando factura. Las últimas estadísticas indican que la diferencia entre unos y otras se ha reducido desde 1975 hasta los 5,4 años. La principal causa es el tabaco, que provoca entre las mujeres casi tantas muertes por cáncer de pulmón como entre los varones.

- Menopausia: Según apunta un geriatra de la Universidad de Harvard (EE UU), Thomas Pearls, la menopausia protege a las mujeres de la posibilidad de tener hijos a una determinada edad, mientras les otorga la oportunidad de ver crecer a sus hijos y nietos. A medio camino entre la biología y la teoría de la evolución, esta corriente de pensamiento, iniciada en 1957 por George Williams, defiende que la menopausia evolucionó como una respuesta a todo el tiempo que las 'jóvenes crías' dependen de sus adultos para sobrevivir. Las abuelas ayudan a criar a sus nietos y por ello son más valiosas biológicamente que los abuelos, que no lo hacen.



- Resistencia del corazón femenino: Según un estudio llevado a cabo en la Universidad de Liverpool, la clave está en el corazón femenino, que resiste mejor el paso del tiempo. Mientras que el rendimiento del corazón de los hombres puede llegar a reducirse hasta cuatro veces entre los dieciocho y los setenta años, el de las mujeres puede conservar su buen funcionamiento a lo largo de los años.

Unas 250 personas, entre dieciocho y ochenta años, tomaron parte en el experimento de dos años para identificar las similitudes y diferencias entre ambos sexos a medida que los seres humanos se hacen mayores. A pesar del hallazgo, los autores del estudio hicieron hincapié en que es posible paliar los efectos de la edad en los hombres si practican ejercicio físico de forma regular. Así, un hombre atlético de entre cincuenta y setenta años puede mantener un corazón de veinte años, mientras los expertos aconsejan a las mujeres que no se contenten con el rendimiento del suyo y ejerciten también su músculo vital.

El informe establece además cómo las arterias principales se vuelven rígidas con el paso del tiempo, lo que provoca el aumento de la tensión sanguínea. Con los años, también se debilita la circulación sanguínea que llega a los músculos, un fenómeno que sucede antes en los hombres, pero que en las mujeres se dispara cuando entran en la etapa de la menopausia. Según el profesor David Goldspink, de la Universidad de Liverpool, "se debe educar mejor a las personas para que conozcan qué tipo de ejercicio necesitan".

- Responsabilidad masculina: La conducta desempeña un papel en algunas de las muertes y enfermedades adicionales que se dan entre los hombres: tienden a correr más riesgos, fumar más que las mujeres, beber más alcohol y es menos probable que lleven el cinturón de seguridad o que utilicen protección solar. Por otra parte, una investigación de 2000 descubrió que casi una cuarta parte de los hombres no habían visitado a un médico durante el año anterior, en comparación con sólo un 8% de las mujeres, y que uno de cada tres no tenía un médico habitual, frente a una de cada cinco mujeres. Más de la mitad de los hombres no se había sometido a una revisión rutinaria o a una prueba de colesterol durante el año anterior.

Según el estudio, aunque les preocupara algo, los hombres a menudo expresaban renuencia a buscar ayuda médica. Casi un 40% dijo que lo retrasaría unos días, y un 17% respondió que esperaría una semana. Un estudio de 2001 sobre atención ambulatoria observó que las mujeres que suelen ir al médico se someten al doble de revisiones anuales que los hombres.



Recientemente un estudio publicado por la revista Tobacco Control, publicada en open access y perteneciente al prestigioso grupo del British Medical Journal, apuntaba al consumo de tabaco fundamentalmente, y de alcohol en menor medida, como responsable de esas diferencias de expectativa de vida entre hombres y mujeres. Según este estudio, el tabaco sería responsable de entre un 40 y un 60% de la diferencia de esperanza de vida entre hombres y mujeres, y el alcohol de entre un 10 y un 30%, según países. Los autores del trabajo resaltan la menor distancia entre hombres y mujeres en los países del norte de Europa y achacan dicha cercanía en las esperanzas de vida de ambos sexos a una incorporación de la mujer al consumo de tabaco y alcohol anterior a la producida en los países del sur europeo. Una predicción por tanto derivada de la asunción de que la diferente longevidad entre hombres y mujeres está fundamentalmente asociada al consumo de tabaco y alcohol, es que las distancias tenderán a disminuir sensiblemente en los próximos años.

Fuentes: divulgacionbiologica, elpais, amazings

martes, 19 de octubre de 2010

¿Cómo nos influye nuestra herencia genética?

¿Es el ambiente, el entorno en el que nos desarrollamos, quién guía nuestras vidas, nuestras inclinaciones o carácter, o, por el contrario, es nuestra propia naturaleza, esto es, los genes codificados en las cadenas de ADN de nuestros cromosomas? Dicho con otras palabras: cuando se trata de intentar explicar el comportamiento de los humanos, ¿a quién debemos considerar como responsable principal, a la naturaleza o al entorno, a lo genético o a lo ambiental?

Uno de los debates científicos y sociales más vivos durante los últimos años es el que gira en torno a cuál es la influencia de los genes en nuestro comportamiento. Ya sea en discusiones sobre feminismo, educación o delincuencia no tarda en salir la cuestión de si los roles de género, el talento, la agresividad o cualquier otro rasgo de la personalidad son algo heredado, que a cada persona le vino de serie al nacer, o bien lo aprendió de su entorno.



Una polémica que suele estar avivada por las noticias que de un tiempo a esta parte han empezado a surgir acerca del descubrimiento de genes que afectarían a comportamientos cada vez más específicos: ya sea alcoholismo, timidez, homosexualidad… la batalla entre ambientalistas e innantistas aparentemente está resolviéndose a favor de estos últimos. Pero la disputa viene de lejos y el péndulo no ha dejado de oscilar de un lado a otro según la época.

En el siglo XVIII, cuando los filósofos ilustrados Locke y Hume sostenían que al nacer la mente es como una página en blanco -todo dependía del entorno en el que una persona creciera- mientras Rousseau teorizaba sobre el buen salvaje que no había sido corrompido por la civilización. A lo largo del siglo siguiente pasó a imperar la opinión opuesta, en parte gracias a Francis Galton -primo de Darwin-, que fue el primero en establecer como conceptos opuestos “naturaleza” y “entorno” (nature y nurture, en inglés). Galton, fue partícipe de los valores racistas y clasistas victorianos que sirvieron para justificar el imperialismo, la frenología y poco después, a comienzos del siglo XX, las políticas de eugenesia con personas consideradas nocivas para la mejora de la raza, que tendrían como colofón apoteósico el genocidio llevado a cabo por el III Reich.

El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso en este debate un nuevo giro del péndulo en sentido contrario, uno especialmente drástico. Por temor a que cualquier hallazgo al respecto se convirtiera en un caballo de Troya para la doctrina política que ya había devastado Europa, cualquier alusión a posibles rasgos innatos y heredables pasó a considerarse tabú. Las utopías hippies de un mundo perfectamente igualitario en el que todo fuera paz y amor, requerían un ser humano totalmente moldeable por medio de la educación. Con el paso de los años las aguas fueron calmándose, los estudios sobre genética comenzaron a proliferar y el clima intelectual fue abriéndose poco a poco a estas ideas. El péndulo comenzó a moverse de nuevo en sentido contrario.



Así que tras estos vaivenes históricos, actualmente en el debate sobre naturaleza o cultura, herencia genética o influencia ambiental, la conclusión más prudente para muchos podría ser decir que ambas son importantes. Pero es totalmente engañoso situar estos fenómenos en un espectro que abarque desde la naturaleza al entorno, desde lo genético a lo ambiental.

Una candidata obvia a ser la respuesta cierta es que estamos condicionados por nuestros genes en modos que ninguno de nosotros puede saber directamente. Por supuesto, los genes no pueden tirar directamente de las palancas de nuestra conducta. Pero afectan al cableado y la actividad del cerebro, y el cerebro es la base de nuestros actos, nuestro temperamento y nuestros patrones de pensamiento. Todos nosotros tenemos una baraja única de aptitudes, como la curiosidad, la ambición, la empatía, la sed de novedad o de seguridad, o nuestra facilidad para lo social, lo mecánico o lo abstracto. Algunas oportunidades con las que nos topamos coinciden con nuestra naturaleza y nos llevan a seguir un camino en la vida.

Los descubrimientos de la genética conductual requieren otro ajuste de nuestro tradicional concepto del cocktail nature/nurture. Una conclusión común es que los efectos de ser criado en una familia determinada son a veces detectables en la niñez, pero que tienden a desaparecer en el momento en que el niño ha crecido. Es decir, el alcance de los genes parece ser más fuerte a medida que envejecemos, no más débil. Quizá nuestros genes afecten a nuestro entorno, que a su vez nos afecta a nosotros. Los niños pequeños están a merced de sus padres y tienen que adaptarse a un mundo que no han elegido. Según se hacen mayores, en cambio, pueden acercarse a los microentornos que mejor encajen con sus naturalezas. Algunos niños se pierden de forma natural en la biblioteca, en los bosques de la zona o en el ordenador más cercano; otros se congracian con los atletas, los góticos o el grupo juvenil de la iglesia. Sean cuales sean las singularidades genéticas que inclinen a un joven hacia uno u otro grupo aumentarán con el tiempo, a la vez que desarrollan las partes de sí mismas que les permiten prosperar en sus mundos escogidos. También aumentarán los accidentes de la vida (parar o perder un balón, aprobar o suspender un examen), lo que, de acuerdo con la psicóloga Judith Rich Harris, podría ayudar a explicar el componente aparentemente aleatorio de la variación de la personalidad. El entorno, pues, no es una máquina estampadora que nos meta en un molde, sino una cafeteria de opciones sobre las cuales nuestros genes y nuestros historiales nos inclinan a elegir.

Cuando hablamos de genética es inevitable hablar de heredabilidad, concepto que concierne a las diferencias en una cualidad y no a la magnitud absoluta de esa cualidad, es un dato estadístico que se refiere a poblaciones, no a individuos. ¿Qué porcentaje de la estatura de los españoles es de origen genético y qué porcentaje no lo es? La heredabilidad no nos responderá a esta pregunta, es imposible medir a una persona que ha vivido sin influencias ambientales de ningún tipo; la comida, por ejemplo, es ambiental, y sin comida uno se muere. Tampoco es posible quitar a los niños sus genes para ver cuánto crecen sin ellos. Ahora bien, ¿qué porcentaje de las diferencias en estatura de los españoles se deben a diferencias en sus genes? A esta pregunta (simplificada) sí responde la heredabilidad. Sustituyamos "diferencias" por varianza estadística si queremos más rigor. La heredabilidad es el cociente entre la varianza genética y la varianza total. Si los españoles fueran genéticamente iguales la heredabildad sería del 0%, ya que no habría varianza genética. Si los españoles compartieran exactamente las mismas influencias ambientales, la heredabilidad sería del 100%. La heredabilidad nos indica que las diferencias genéticas causan parte de las diferencias observadas, heredabilidad se define como el porcentaje de la variación observada que es atribuíble a los genes.



Una excelente manera de determinar si una característica es heredada o influida por el ambiente es a través del estudio de parejas de gemelos univitelinos (provienen ambos del mismo óvulo y del mismo espermatozoide, así que su similitud genética es del 100%) que han vivido en hogares diferentes desde su nacimiento. Así, se tienen individuos genéticamente idénticos pero que están expuestos a una familia, educación y estímulos distintos, lo que proporciona una plataforma privilegiada para observar qué es lo que los distingue o asemeja. Veamos algunos ejemplos...

En un estudio de este tipo, realizado por el doctor Thomas Bouchard de la Universidad de Minnesota, Estados Unidos, con parejas de gemelos, se midió la “heredabilidad” de diversos rasgos físicos y psicológicos; es decir, el porcentaje de contribución de los genes a cierta característica. Por ejemplo, una característica que depende en buena medida de los genes es la estatura, sabemos que en poblaciones modernas industrializadas el factor hereditario se sitúa entre 0,80 y 0,90. Esto quiere decir que, dentro de esa población, las variaciones de estatura se explican, en un 80%-90% por los genes, factores externos como la dieta y el ejercicio físico se estima que determinan las diferencias en la estatura en sólo un 10% - 20% restante.



Ni las preferencias alimenticias ni el sentido del humor parecen demasiado heredables; se adquieren de la experiencia temprana, no de los genes. Asimismo, las actitudes sociales y políticas muestran una fuerte influencia del entorno compartido. Nuestros intereses psicológicos y gustos al estar relacionados en parte con nuestra personalidad tienen una influencia genética apreciable(en torno al 40%). En cuanto a la heredabilidad del peso, es cierto que en una sociedad occidental con abundancia de alimentos, engordarán más rápido quienes tengan unos genes que les induzcan a comer más, pero en aquellos lugares en los que domina la extrema pobreza, los gordos son probablemente los ricos. En este caso, la variación del peso está producida por el ambiente, no por los genes. Dicho de otra forma algo más técnica: el efecto del ambiente no es lineal; en los extremos tiene efectos drásticos, pero en el medio moderado, un pequeño cambio ambiental surte un efecto despreciable.


¿Qué sucede con nuestra personalidad?, para evaluar la heredabilidad de nuestros rasgos y caracter se han hecho estudios basándose en test homologados como el NEO PI-R que, a pesar de ser muy reciente, uno de los instrumentos más prestigiosos para la evaluación de la personalidad. Ese test mide la estructura de los "cinco grandes" factores de la personalidad constando de 240 elementos a los que se responde en una escala de cinco opciones y permite la evaluación de cinco factores principales: Neuroticismo, Extraversión, Apertura, Amabilidad y Responsabilidad. En conjunto, las 5 escalas fundamentales y las 30 escalas parciales del NEO PI-R permiten una evaluación global de la personalidad del adulto.


Midiendo pares de gemelos idénticos y la influencia genética en las cinco dimensiones: el Neuroticismo, Extraversión, Apertura, Amabilidad y Responsabilidad se estimó la heredabilidad en un 41%, 53%, 61%, 41% y un 44%, respectivamente. De forma muy simplificada los resultados nos indican que en torno a la mitad de nuestra personalidad se basa en la genética mientras que la otra mitad se construye en nuestro día a día en función del ambiente en el que crecemos y vivimos y los estímulos y educación que recibimos.

En el siguiente gráfico podemos observar el porcentaje de la variación atribuíble a los genes para cada uno de los rasgos, a destacar especialmente el poco peso (menor de un tercio) de la genética en el grado de ansiedad, impulsividad, altruismo, tendencia al orden o autodisciplina. En el caso opuesto, tenemos la tendencia a la apertura o a la extroversión, en ambos casos más de la mitad de la variación en dichos rasgos se ve influenciada por lo que determinan nuestros genes.





Otras pruebas efectuadas por el economista del MIT David Cesarini realizado a cientos de parejas de gemelos en Suecia demuestran que los genes influyen en el comportamiento en los juegos del dictador y del ultimátum. Esto significa que la cooperación, el altruismo, el castigo y el aprovecharse del esfuerzo ajeno (oportunismo) están escritos en cierta medida también en nuestro ADN. No cabe duda de que nuestras experiencias vitales tienen un gran impacto sobre todas estas características, pero también se han encontrado pruebas de que la diversidad en estas preferencias sociales es, al menos en parte, resultado de nuestra evolución genética.

¿Qué sucede con la inteligencia?


Los individuos difieren en inteligencia debido a factores tanto ambientales como hereditarios. Las estimaciones de la influencia de la herencia van desde 0,4 a 0,8 (en una escala de 0 a 1). Esto implica que, en términos relativos, la genética desempeña un papel más importante que el ambiente en la producción de las diferencias individuales de inteligencia. Desde esta perspectiva, suele comprenderse mal el hecho de que, si todos los ambientes fuesen iguales para todo el mundo, la influencia de la herencia sería del 100%, dado que todas las diferencias de CI que se observasen tendrían necesariamente un origen genético.

Entre miembros de una misma familia también pueden existir diferencias sustanciales en la inteligencia (en promedio alrededor de 12 puntos de CI) por razones tanto genéticas como ambientales.

Es importante destacar, además, que el hecho de que el CI sea altamente heredable, no significa que el ambiente carezca de relevancia. Nadie duda de que los individuos no nacen con niveles intelectuales fijos e inmodificables. Sin embargo, el CI se estabiliza gradualmente durante la infancia, y generalmente cambia poco desde ese momento de la vida.

Un dato para el análisis es del de las puntuaciones de los niños adoptados que se crían conjuntamente en una misma familia: sus CI se diferencia tanto como si se hubieran criado en familias diferentes. O dicho de otro modo: el hecho de vivir en la misma familia no tiene en absoluto un efecto perceptible en el CI. La influencia de los acontecimientos que tuvieron lugar en el útero sobre nuestra inteligencia es tres veces mayor que cualquier cosa que nos hicieran nuestros padres después de nuestro nacimiento. Resulta que no sólo el CI evoluciona con la edad, sino también lo hace su heredabilidad. A medida que uno se hace mayor y acumula más experiencias, la influencia de los genes paradojicamente AUMENTA. El hallazgo del aumento de la heredabilidad con la edad es contra-intuitiva, es razonable esperar que las influencias genéticas en los rasgos como el CI debería ser menos importante, ya que uno experimenta ganancias con la edad. Sin embargo, se produce lo contrario y está bien documentado. De acuerdo con el trabajo de Robert Plomin, las estimaciones de heredabilidad calculada sobre muestras infantiles se sitúan alrededor del 40%, alcanzando hasta el 70% en muestras de adultos en los Estados Unidos. Esto sugiere que los genes subyacentes en realidad se expresa que afectan a la predisposición de una persona para construir, aprender y desarrollar habilidades mentales durante toda la vida.

Felicidad elástica

De la misma manera que una persona perpetuamente infeliz no es biológicamente factible, tampoco lo es una persona perpetuamente feliz (no buscaría maneras de mejorar su existencia y, por tanto, de progresar en un mundo cambiante y amenazador).

Muchos estudios, sugieren que nacemos con algo así como una cuota de felicidad determinada por el ADN. Podemos sufrir subidones de felicidad (encontrar pareja, ganar la lotería, etc) o bajones de felicidad (quedarse sin trabajo, etc), pero no tardaremos en regresar al nivel de felicidad después de este tipo de acontecimientos.

En realidad, el seguimiento de personas que han ganado la lotería y de pacientes con daños en la médula espinal revela que, al cabo de un año o dos, esas personas no son más felices ni más tristes que los demás. Nuestra sorpresa al saber esto proviene en parte de nuestra incapacidad para darnos cuenta de que hay cosas que no cambian. La persona que gana la lotería seguirá teniendo parientes con quienes no se lleva bien y quienes sufren una parálisis se seguirán enamorando.

Los estudios de gemelos idénticos y no idénticos demuestran que los gemelos idénticos tienen mayor tendencia a exhibir el mismo nivel de felicidad que los gemelos fraternos o los hermanos. La profesora de Psicología de la Universidad de California Sonja Lyubomirsky, sostiene que un 50% de la felicidad depende de la genética, mientras las circunstancias que se eligen para la vida --como el matrimonio o el trabajo-- suponen un 10% y el 40% restante reside en la naturaleza interna de las personas, es decir, depende de sus comportamientos o sus pensamientos.

Nuestras experiencias en la vida pueden cambiar nuestro estado de ánimo durante un tiempo, pero en la mayoría de los casos estos cambios son transitorios. Otros estudios de los genetistas norteamericanos, David Lykken y Auke Tellegen, de la Universidad de Minessota, sugieren que compartir los mismos genes es un factor determinante y que cada uno conserva un cierto nivel de felicidad que le es propio y que es fijado por la genética, siendo tan sólo perturbado por fluctuaciones relacionadas con acontecimientos externos: matrimonio, perdida de peso, compra de una casa, etc.

¿La longevidad se hereda?

Pues según James Vaupel, director y fundador del prestigioso Instituto Max Planck de Investigaciones Demográficas de Rostock, Alemania, donde preside el Laboratorio de Supervivencia y Longevidad, sólo el 3 % de nuestra longevidad esta determinada por la longevidad de nuestro padre, y otro 3 % por la longevidad de nuestra madre. En resumen, nuestros genes sólo influyen un 25 % en nuestra longevidad. Los factores genéticos no son tan importantes. Hasta los gemelos que son idénticos demuestran que sólo el 35 % de su longevidad se puede explicar por medio de sus genes idénticos. El resto (el 65 % de esa longevidad) depende de las decisiones que tomen y de los acontecimientos que se produzcan en sus vidas. Así pues, nuestra longevidad depende mayoritariamente de nuestro estilo de vida. El 10 %, por ejemplo, se determina ya en el útero: según los hábitos de nuestra madre, como fumar y beber.

Y es que como dice Matt Ridley, los genes son los que permiten que la mente aprenda, recuerde, imite, cree lazos afectivos, absorba cultura y exprese instintos, pero los genes no son maestros de títeres ni planes de acción. Ni tampoco son solamente los portadores de la herencia. Su actividad dura toda la vida; se activan y desactivan mutuamente; responden al ambiente. Son causa y consecuencia de nuestras acciones. Encontramos influencias genéticas bastante marcadas atravesando categorías muy distintas: actitudes sociales, personalidad, intereses vocacionales, habilidades mentales, etc. Los genes son pequeños determinantes que producen sin parar mensajes totalmente predecibles, pero están muy lejos de provocar unas acciones invariables, dependen del modo en que se activan o desactivan en respuesta a instrucciones externas. Cada segundo, cambia el patrón de los genes que se están expresando en el cerebro, con frecuencia como respuesta directa o indirecta a lo que está pasando fuera del cuerpo. Los genes son los mecanismos de la experiencia.

Fuentes: ugr, psych.umn.edu, cienciaparagentedeletras, homowebensis

viernes, 15 de octubre de 2010

El amor romántico a través de la historia

El amor es una construcción cultural y cada período histórico ha desarrollado una concepción diferente del amor y de los vínculos que deben existir o no entre el matrimonio, el amor y el sexo.

Podríamos definir al amor romántico como una manifestación de atracción física y personal entre dos personas, como la afinidad compartida por dos individuos, también podríamos decir que el amor es un sentimiento que comparten dos personas aleatorias que se encuentran y no pueden evitar atraerse entre sí.




Pero... ¿siempre el matrimonio estuvo enlazado al amor? Parecieran evidentes las respuestas a estos interrogantes, ya que en nuestro imaginario contemporáneo y en nuestra ideología ésto es obvio, simple de responder e incluso de ejemplificar. Pero no siempre y no en todos lados ésto fue así, de hecho no ha sido la norma en nuestra historia. El amor pasional es una construcción de Occidente. En Oriente y en buena parte de nuestro pasado es concebido como placer, como simple voluptuosidad física, y la pasión, en su sentido trágico y doloroso, no solamente es escasa, sino que además, y sobre todo, es despreciada por la moral corriente como una enfermedad frenética.

Empezaremos con un breve repaso histórico, comenzando por los habitantes del país del Nilo, en el antiguo Egipto se separaba el concepto de matrimonio, que consistía un contrato redactado en pie de igualdad por ambas partes, de los hábitos sexuales (esta mentalidad veremos que tiende a ser una constante en todo el mundo antiguo hasta bien entrada la edad moderna). Los egipcios no se preocupaban por el hecho de que los hijos fuesen legítimos o no. Lo único que importaba era la fertilidad y la capacidad de procrear. Para los antiguos egipcios el sexo era tan propio de la condición humana que no merecía grandes discusiones, era simplemente un aspecto más del día a día. En la antigua Grecia la mujer carecía de derechos políticos. Su vida se orientaba a su función primordial, la de tener hijos, preferentemente varones. Recibía la educación imprescindible en casa (labores domésticas, tejer, y otras diversiones) hasta que se hacía mayor y podía acudir a la escuela. Cuando la niña tenía alrededor de los 13-15 años, los padres concertaban un matrimonio, eligiendo al pretendiente más adecuado. La chica iba con una dote, destinada a protegerla en caso de que el matrimonio fracasara por cualquier motivo, y el novio debía a su vez comprar hacer regalos a la familia. Tras la boda, tocaba estar encerrada en la zona de la casa para mujeres o gineceo y criar hijos, y por supuesto llevar la casa. Cuanto más alta la clase social de los esposos, más rígido era este régimen: las mujeres de clases bajas aún podían salir a la calle, incluso sin ir acompañadas de un hombre, ir al mercado o regentar algún negocio. Aun así no podían acudir a los espectáculos deportivos y mucho menos participar -salvo las espartanas-. En tan estimulante vida no tenía cabida el amor entre esposos, tal como lo conocemos nosotros. En la mentalidad griega, dentro del matrimonio, como mucho, podía aparecer en ocasiones lo que llamaban philía, cariño. Pero el arrebato sexual, la pasión desatada o erós, eso se daba fuera de la institución familiar. La esposa sólo acudía a la cama de su marido cuando éste la requería, era frecuente en los varones helenos el uso de esclavas o concubinas, si era muy rico y se las podía permitir, o en su defecto acudiendo a la amplia oferta de prostitución a su disposición en las polis.


En la antigua Roma la mentalidad y costumbres de los helenos, serán reinterpretadas y adaptadas. En lo que al matrimonio y el establecimiento de un núcleo familiar se refiere, la mecánica era similar a la que ya hemos visto. La boda era concertada, generalmente un poco más tarde que los griegos, alrededor de los 18 años, por el jefe del clan familiar, el pater familias, que entregaba una dote a la muchacha. Formalmente, el padre o tutor cedía sus derechos sobre la novia al marido, y la dote cumplía la función de garantía económica de la chica. Igual que en Grecia, el papel que se esperaba que cumpliese la mujer romana es el de matrona; concebir hijos preferiblemente varones y ejercer de abnegada esposa totalmente supeditada a su marido. Sin embargo, las romanas sí tenían derechos políticos, ya que poseían la ciudadanía que se les negaba a las griegas, aunque se les consideraba una especie de menores de edad. Pero una vez casadas, podían incluso salir a la calle sin necesidad de ser acompañadas por un hombre, acudir acompañadas al teatro o algún banquete y ocasionalmente visitar a las amigas. En el plano sentimental, los romanos compartían la distinción griega entre el afecto por la esposa por una parte y las bajas pasiones por otro. El matrimonio tenía como objetivo perpetuar el linaje, y en las clases altas, forjar alianzas políticas y sociales. En ese aspecto, el amar a la esposa era algo que estaba fuera de lugar, nadie se lo tomaba en serio. Por otra parte, como uno se puede imaginar, la proliferación de esclavos domésticos tuvo un efecto multiplicador en las posibilidades de tener encuentros sexuales al alcance de los ciudadanos romanos, sobre todo los acomodados. Las mujeres casadas podían recibir visitas libremente, siempre y cuando mantuvieran una serie de códigos morales y sociales determinados, se dice que algunas mujeres romanas acomodadas pagaban cantidades desorbitadas por pasar la noche con un gladiador o con un atleta musculoso. Todo esto no fue óbice para que floreciese la prostitución, que curiosamente no tenía nada de escandaloso en el mundo antiguo. Se trataba en este caso de una costumbre habitual de los romanos de clases bajas que no podían costearse esclavos, la mayoría de burdeles se concentraban en los barrios populares.




Un poco más adelante, en la Edad Media, la consideración de la mujer sigue sin cambiar demasiado; también se ve como una especie de posesión imprescindible para fundar una familia, por lo que los matrimonios siguen la línea patriarcal que ya hemos visto en la Antigüedad. La boda la pactan los padres de la muchacha, que fijan la dote y reciben una cantidad estipulada por parte del novio en concepto de la “compra” del poder paterno sobre la chiquilla. Si la boda es sin consentimiento paterno, se paga el triple. Si no se casa con la novia pactada, se paga una multa estratosférica a la familia afectada. Si se finge un secuestro, curiosamente sólo el doble, pero es que la muchacha pasa a ser oficialmente adúltera. El concepto de amor matrimonial tampoco cambia en exceso, dentro del mismo, sólo había lugar a un sentimiento de “caritas” y las relaciones sexuales se limitaban a la “honesta copulatio” con vistas a engendrar. El amor, que define la pasión y el instinto, es siempre extraconyugal. En esta época también aparece la idea del amor cortés que suponía una concepción platónica y mística del amor, era una forma de amor secreta (en muchos casos implicaba adulterio), generalmente no se practicaba en parejas formales (solía darse entre miembros de la nobleza). Los hijos bastardos llegarán a ser muy comunes en la Edad Media, la prohibición de tener relaciones previas al matrimonio y el atractivo de la dote (a menudo falsa) empujaban a los esposos – y a sus interesadas familias – a casarse jóvenes, así que el efecto se agravaba; esa combinación de factores facilitaba el fracaso matrimonial, y si lo juntamos con la escasa eficacia de la represión sexual eclesiástica, tendremos completo el cuadro de relaciones ilícitas frecuentes y en última instancia, la comentada abundancia de hijos ilegítimos.




Entre los siglos XVI y XVIII continuaban existiendo de forma simultánea el matrimonio de conveniencia y el amor romántico no sexual (cuyo origen era el amor cortés medieval); desde los inicios del siglo XIX surge la conexión entre los conceptos de amor romántico, matrimonio y sexualidad que llega hasta nuestro días. En los últimos 200 años de nuestra historia se ha sufrido cambio de mentalidad abismal en las sociedades occidentales, que va a modificar por completo la concepción del amor romántico y la sexualidad, lo cual no es nada sorprendente si tenemos en cuenta que esta época está marcada por revoluciones de todo tipo, que transformarán radicalmente la forma de vivir y de concebir el mundo de los humanos. El amor romántico existía antes de la Edad Moderna, pero era mucho menos importante y frecuente. Había historias románticas en la Edad Media, pero la gente no pensaba en casarse por amor. Tampoco pensaban que fuera aceptable divorciarse sólo porque no te gustaba tu pareja. Lo fundamental en la familia no era el amor. Lo principal era crear una unidad económica que protegiera al individuo. No es que el amor romántico apareciera de repente, sino que pasó de ser algo marginal a ser algo fundamental

En Europa, a finales del siglo XVIII e inicios del XIX a primera vista persiste el modelo tradicional de familia con su división de roles; la mujer como una especie de menor de edad histérica incapaz de controlar sus emociones, dedicada únicamente a procrear y criar hijos. Oficialmente, por tanto, el sexo se circunscribe al ámbito del matrimonio. Pero a pesar del machismo imperante incluso entre los ilustrados, las cosas empiezan a moverse en otra dirección. La sociedad se transforma, y el modelo clásico estamental ya no sirve. El romanticismo, representó un movimiento ideológico durante la primera mitad del siglo XIX que ubicó en primer lugar las fuerzas irracionales, las intuiciones, los ensueños, los instintos y la pasión amorosa.




La mentalidad cambia, los hombres modernos, los liberales, demandan libertad y derechos universales, racionalidad científica y fe en el progreso humano. En esta búsqueda de libertades arrastrarán también, aunque de un modo tangencial, a la mujer. Es el caldo de cultivo idóneo para ideas tan novedosas como la del matrimonio por amor; por toda Europa aumenta el número de matrimonios realizados desde ese prisma, empieza a florecer el concepto de amor romántico. Favorecido también por el desarraigo que provoca la emigración a la ciudad para trabajar en las nuevas fábricas y telares: las personas ya no tienen la imperiosa necesidad de ligarse a una comunidad mediante la vía matrimonial, así que casarse toma otro sentido, más personal e íntimo. El amor romántico incide más en las mujeres debido a la promoción moderna del ideal de felicidad individual y la legitimación progresiva del matrimonio por amor. Muchas ven en esta institución la posibilidad de alcanzar una autonomía, de lograr la libertad a través del amor, de sumergirse en la armonía y la felicidad conyugal. Ello propició lo algunos denominan la “primera revolución sexual”, que se acompaña de una mayor atención hacia los propios sentimientos, un compromiso femenino más completo con la relación amorosa, una “sexualidad afectiva” que privilegia la libre elección de la pareja en detrimento de las consideraciones materiales y de la sumisión a las reglas tradicionales.

En los años veinte del siglo XX comienza la Revolución Sexual de Occidente, pero no fue hasta los sesenta que se cristalizaron cambios reales, trayendo consigo una redefinición de los valores asignados a hombres y mujeres enlas relaciones de pareja, los roles a desempeñar por ambos en estos espacios, la elección de la pareja por el enamoramiento y no por consideraciones económicas, etc. La mujer juega un papel más activo en todas las esferas de la vida cotidiana y entre ellas el proceso de enamoramiento había sido invisibilizado a través de la historia por el género.




En la actualidad aunque aun persisten en determinados países y regiones menos influenciadas por la mentalidad occidental las uniones de pareja concertadas (por poner dos ejemplos, en China o la India, dos de los países más poblados del mundo, sigue siendo la norma común hoy en día y su concepto de amor es muy diferente al que tenemos nosotros) parece que tienden a desaparecer en nuestro modelo social y de pareja. Parece que estamos viviendo un apogeo del amor romántico nunca visto en la historia de la humanidad, un simple ejemplo, actualmente el 91 por ciento de las estadounidenses y 86 por ciento de los estadounidenses no se casarían con una pareja aunque tuviera todas las cualidades que buscan si no estuvieran enamorados de ella, el estudio es fácilmente extrapolable actualmente para otros grupos sociales y países de cultura occidental. Y es que actualmente la gente alrededor del mundo, quiere estar enamorada de la persona con la que se casa. Los matrimonios arreglados parecen estar en peligro de extinción.

Se hipotetiza que el desarrollo económico y social de un entorno permite a la persona valorar más los aspectos subjetivos que los prácticos, motivo por el cual este desarrollo reforzará la importancia del amor pasional como criterio y requisito para elegir pareja íntima y formar una familia (mientras que las situaciones de carencia se pondrían sobre la mesa necesidades de tipo práctico y, por tanto, otros criterios de elección). En términos generales, los resultados de diferentes estudios confirman que efectivamente en los países menos desarrollados, de relaciones sociales desiguales y jerarquizadas predomina el estilo amoroso pragmático y de compañeros, mientras que en los países occidentalizados más desarrollados e individualistas, con relaciones sociales más igualitarias aumenta la importancia del amor como requisito para la formación de la pareja.

El amor como institución social ha evolucionado como hemos visto a lo largo de la historia. Originalmente amor y sexo no se asociaban al matrimonio, es con la Revolución Francesa y el reconocimiento del sujeto como dueño de sus elecciones, que surge el concepto del amor romántico y su amalgama con la pasión y la sexualidad. El amor romántico llega junto con los cambios de fines del Siglo XVIII para unir lo que antes se encontraba totalmente separado. Y a lo largo de las últimas décadas en la cultura occidental esta relación se ha ido estrechando cada vez más, llegando a considerarse que el amor romántico es la razón fundamental para mantener relaciones matrimoniales y que “estar enamorado /a” es la base fundamental para formar una pareja y para permanecer en ella, de modo que el amor romántico se hace popular y el matrimonio aparece como elección personal.

miércoles, 13 de octubre de 2010

¿Por qué poca gente está satisfecha con su imagen en las fotografías?

Desde que se inventó la fotografía, allá por la década de los años 30 del siglo XIX, descubrimos también un hecho hasta entonces desconocido: que nadie, o casi nadie, está satisfecho con su imagen en las fotografías. Siempre salimos más feos o feas de lo que somos, aunque otras personas, sobre todo si no son amigas nuestras, sí salen tal como son. ¿Por qué?

Investigaciones recientes en psicología social han demostrado más allá de toda duda que la gente utiliza muchas e ingeniosas formas de mejorar, respecto a la realidad, la imagen mental que posee de sí misma. En suma, la mejora de nuestra propia imagen es el producto de un filtrado sesgado y más o menos elaborado de la información sobre nosotros mismos. Un filtrado sesgado similar lo hacemos también con los demás, pero en sentido contrario, es decir, incrementando sus rasgos negativos por encima de los positivos, por lo que casi todos resultan, en comparación, siempre peor parados que nosotros. Somos los mejores. ¿O no? Probablemente, creerás que estos sesgos los realizan solo otros; tú eres perfectamente objetivo con todos, incluido contigo mismo. ¿No estarás, de nuevo, mejorando tu imagen?



De todas formas, el procesamiento sesgado de la información sobre nosotros mismos y sobre los demás no puede explicar por qué salimos peor en las fotos. Si hay algo que vemos repetidas veces a lo largo del día es nuestra imagen en un espejo. Sabemos perfectamente como somos, y cuando nos vemos en una foto, podemos compararla a nuestra imagen mental actualizada hace solo unas horas, como máximo. El espejo nos devuelve nuestra cara pero nos acostumbramos a verla con los rasgos invertidos, en una simetría opuesta a aquella por la que nos reconoce todo el mundo y que es la que queda reflejada en las fotografías. Todas las fotos nos muestran nuestra cara al revés de como estamos acostumbrados a verla cada mañana. Tenemos una autoimagen de nuestro rostro equivocada.

Otro punto importante es el de la perspectiva. Cuando nos miramos en un espejo solemos hacerlo de cerca y desde un punto de vista elevado (coincidente de manera habitual con la altura de nuestros ojos) pero cualquier observador ajeno a nosotros tiene una perspectiva diferente, más alejado y desde una altura diferente. Ahí tenemos otra diferencia con la imagen que de nosotros queda en una cámara. Finalmente hay que hablar de las limitaciones que presenta un espejo para devolvernos nuestra imagen (y que nosotros podamos verla). Por otro lado las cámaras que nos captan pueden hacerlo desde ángulos insospechados, mientras adoptamos posturas que normalmente no hemos ensayado ante un espejo y en nuestro interior se mantiene un sentimiento de unicidad del yo que se desvirtúa cuando descubrimos lo que desde otros puntos de vista mostramos.

Paralelamente, investigaciones en psicología social han demostrado igualmente que la gente utiliza, además de procesos conscientes, también procesos inconscientes para mejorar su autoestima. Así lo revelan estudios que demuestran, por ejemplo, que nos gustan más las letras que se encuentran en nuestros nombres que las que no forman parte de ellos. No existe un canon de belleza establecido para las letras, así que ¿por qué nos han de gustar más las de nuestros nombres? La razón, al parecer, es que efectuamos asociaciones positivas con lo que consideramos nuestro, y tendemos así a mejorarlo. ¿Podríamos pues inconscientemente mejorar también nuestra imagen mental a partir de nuestra imagen real en un espejo?

Para averiguarlo, los doctores Nicholas Epley, de la Universidad de Chicago, y Erin Whitchurch de la universidad de Virginia, han llevado acabo un ingenioso estudio posibilitado por la moderna tecnología de la imagen. En este estudio, los científicos tomaron fotografías de los participantes, quienes, tras ser fotografiados, se sometieron a unas pruebas para medir su autoestima, tanto implícita (es decir, lo que realmente creen de sí mismos), como explícita (es decir, lo que dicen que creen de sí mismos a los demás).



A continuación, las fotografías de los rostros de los participantes fueron manipuladas por ordenador para “fusionarlas” con otras. La fusión o mezclado de cada rostro se llevó a cabo bien con un rostro estándar más atractivo, más guapo, bien con otro rostro estándar más feo. Esta fusión se realizó en diversos grados (de 10% a 50%), lo que consiguió diez rostros de cada participante: cinco progresivamente más atractivos y cinco progresivamente menos atractivos que el original, pero siempre reconocibles como el rostro de cada participante.

Tras realizar este trabajo de fusión fotográfica y analizar los resultados de las pruebas de autoestima, los participantes fueron convocados de nuevo de dos semanas a un mes después de que se les tomara la foto. En ese momento, se les presentó la serie de fotos con su rostro original y los otros diez rostros resultantes del trabajo de fusión fotográfica anterior, y se les pidió que identificaran su rostro real. ¿Elegirían los participantes correctamente, o elegirían otro rostro menos o más atractivo que el suyo?. Probablemente no te sorprenderás al conocer que, como era de esperar, los participantes eligieron un rostro más atractivo que el original como el que consideraban suyo. Pero lo más interesante fue que cuanto mejor pensaban de sí mismos de acuerdo al resultado de las pruebas de autoestima implícita, es decir, de acuerdo a pruebas que miden realmente la autoestima que cada uno posee sin falsa modestia, más atractivo era el rostro que consideraban como suyo. Hubo gente que llego a elegir el rostro más guapo; hubo también quien eligió el rostro más feo, pero, en general, la mayoría de los participantes eligieron como suyos los rostros mejorados un 20%: la inmodestia tiene un límite para la mayoría, bueno es saberlo.

Pero, ¿sucede este fenómeno con todos los rostros, o solo con los nuestros? Para comprobarlo, se pidió a los participantes que eligieran de entre una serie similar de fotos manipuladas cuál era el rostro real de algunos sus amigos o el de los científicos que dirigían el experimento, con quienes no tenían relación afectiva alguna. Los resultados indicaron que si se trata de un amigo, se elige también un rostro mejorado, pero si es el de una persona extraña o poco conocida, se elige el rostro real con bastante exactitud. Esto significa que podemos saber cuál es el rostro real de las personas en sus fotos, pero cuando apreciamos a alguien, particularmente si ese alguien somos nosotros mismos, inconscientemente mejoramos la imagen física que de él o ella nos formamos en nuestra mente.

Fuente

lunes, 11 de octubre de 2010

El cerebro masculino



Louann Brizendine (miembro del Consejo de Psiquiatría y Neurología y de la Junta Directiva de Examinadores Médicos y profesora de psiquiatría de la Universidad de California en San Francisco) se ha ganado fama de controvertida en ciertos entornos feministas debido a sus afirmaciones sobre las diferencias de género o por dar cabida científica a ciertos estereotipos. No ha encontrado la barita mágica que entierre para siempre la guerra de sexos, pero sí algunas de las claves que explican por qué se produce. Ella admite que políticamente no es correcto decir que existen diferencias entres hombres y mujeres "pero la opinión de algunos sectores no conjuga con la ciencia, que cada día avanza demostrando nuestras diferencias y similitudes". Personalmente y aunque me gusta y me parece mucho mejor la aproximación a las diferencias de género proporcionada por Simon Baron-Cohen (al que he dedicado una entrada en este blog) los estudios de Brizendine me parecen como mínimo dignos de mención.

En el siguiente capítulo de Redes la neurobióloga Louann Brizendine descubre las etapas en la vida del cerebro masculino y su relación con el otro sexo; un camino plagado de altibajos hormonales que marcan la vida personal de todo hombre y su entorno.




¿En qué difieren el cerebro del hombre y el de la mujer? "Tienen más semejanzas que diferencias", dice Louann Brizendine, profesora de clínica psiquiátrica de la Universidad de California en San Francisco. Si colocamos un cerebro masculino y otro femenino frente a frente, a simple vista los vemos iguales. Según la autora, "Nuestros cerebros en su mayor parte son similares. Somos de la misma especie después de todo. Pero las diferencias pueden a veces hacer que aparezcamos como que venimos de mundos apartados. El área de "marca tu espacio" (en el núcleo premamilar dorsal) es más grande en el cerebro masculino y contiene circuitos especiales para detectar los retos territoriales masculinos. Y la amígdala, el sistema de alarma frente a los peligros, retos y amenazas es también más grande en el hombre. Estas diferencias hacen que los hombres estén más alerta que las mujeres frente a las amenazas potenciales a su espacio. Mientras tanto, la parte del cerebro que se relaciona con "siento lo que tú sientes", es decir el sistema espejo-neuronal, es más grande y más activo en el cerebro femenino. Así que las mujeres pueden, de manera natural, sincronizarse con las emociones de otros mediante la lectura de sus expresiones faciales, la interpretación del tono de voz y otras claves emocionales no verbales", señala la doctora Brizendine.

Recurramos a la tecnología. La revolución de los escáneres cerebrales, capaces de mostrar las respuestas emocionales de ellos y ellas a nivel cerebral, vienen contando una historia en cada caso. Parece bastante evidente que si los cerebros funcionan de manera diferente en ambos sexos (aunque muchas veces no resulte fácil resaltar el grado de diferencia), eso se traduzca en comportamientos y actitudes distintas. Si usted fuera un antropólogo social venido del futuro, armado con un escáner portátil capaz de iluminar las áreas del cerebro humano de cualquier persona a su alrededor, podría toparse con alguna sorpresa. Su trabajo de campo le ha llevado a elegir una mesa discreta de un bar de copas, al que la gente acude después de trabajar para divertirse. Una mujer, Nicole, muy atractiva, está llamando la atención de un joven, Ryan, que está comentando a sus amigos los resultados de un partido de fútbol. Él no puede dejar de mirarla (los hombres pueden definir en tan sólo 12 centésimas de segundo si una mujer le resulta interesante sexualmente), y decide acercarse a ella. La pantalla del escáner mostraría un fogonazo en la zona cerebral de Ryan que regula el apetito sexual, situada en el hipotálamo (un conjunto de núcleos cerebrales hundidos en las profundidades del cerebro que también controla la vida vegetativa, el hambre, la sed y el sueño). El córtex visual del hombre -la zona donde se procesan las imágenes a partir de la información enviada por los ojos- también está zumbando con la imagen de la mujer, como si evaluase su silueta de "reloj de arena". Entablan conversación, lo que viene a continuación es una vieja historia de aproximación para el apareamiento. El cerebro de ella antepone al sexo la esperanza del amor y el compromiso. En cambio, para él lo primero es el sexo. Según esta especialista, el hombre tiene un área de búsqueda sexual que es 2.5 veces mayor que la que tiene el cerebro femenino. No solamente esto, sino que al inicio de la adolescencia ellos producen de 200 a 250% más testosterona que la que produjeron durante la preadolescencia.




Louann Brizendine sostiene que tres de cada cuatro hombres confiesan que han mentido para acostarse con una mujer. "Los encuestados reconocían que incluso han dicho falsamente que quieren a la mujer para tal fin", asegura Brizendine, que matiza que en su libro habla de la media, de la generalidad, pero que hay un 10% de varones y un 10% de féminas en que destacan más los aspectos femeninos que los masculinos y viceversa. En el terreno laboral, por ejemplo, se fomenta que la mujer emule al hombre de negocios, cuando no es siempre positivo, pues la mujer tiene mucho más espíritu cooperativo. Ya desde niña, una niña comparte 20 veces más sus juguetes que los niños que están compitiendo el 65% del tiempo.

Pero aunque el cerebro masculino piensa en el sexo hasta tres veces más que el femenino, también piensa en el amor, la vida en común y se prepara para ser un buen padre. De hecho cuando se prepara para la paternidad desciende su nivel de testosterona, y en cambio aumenta la prolactina, una hormona que convierte al hombre en un cuidador. A pesar de todos los estereotipos que apuntan a lo contrario, el cerebro masculino puede enamorarse tanto y tan rápido como el cerebro femenino, incluso hasta más. Cuando él encuentra y establece su visión de capturar "esa presa", emparejarse con ella se convierte en su objetivo primordial y, cuando él tiene éxito, su cerebro hace una impresión indeleble en ella. La pasión y el amor se juntan y él queda atrapado.

Cuando los hombres maduran, las hormonas cerebrales masculinas cambian y el cerebro masculino y su cuerpo pasan al estado de la vida llamado andropausia. La reina de las hormonas masculinas, la testosterona disminuye y la reina de las hormonas femeninas, el estrógeno sube. Sus cerebros desarrollan un mayor interés por la comunidad y las nuevas generaciones. En definitiva vuelven a ver el mundo tal y como hacían cuando eran niños, antes de que la testosterona les marcase prioridades como el territorio, la jerarquía o la pulsión sexual. Que el abuelo se convierta en el héroe de los nietos o en el viejo cascarrabias que detestan visitar dependerá en gran parte de cómo maneja estos cambios hormonales. Por ejemplo, si los niveles de testosterona caen a un nivel anormalmente bajo, ese hombre se sentirá cansado, irritable y hasta deprimido. Algunos hombres que se encuentran experimentando esta condición buscan una terapia de reemplazo hormonal y otros encuentran mejoras a través del ejercicio, el sexo más frecuente y el pasar más tiempo con la gente. Esa es la realidad hormonal masculina.



El mensaje parece diáfano. Las diferencias sexuales de comportamiento están condicionadas por la estructura de sus cerebros: el de Ryan no piensa ni actúa como el de Nicole. Hay un cerebro para el que los pensamientos sexuales "son más frecuentes y los circuitos del impulso sexual ocupan más espacio"; un cerebro de padre que surge tras tener un hijo, un cerebro de la agresión listo para entrar en acción. Y en cuanto a ellas... son mucho más hábiles con el lenguaje, a la hora de expresar sus emociones. Huyen de la agresión y adoran la protección a largo plazo. Es imposible detallar en un solo artículo las decenas de observaciones que se han realizado en los laboratorios, en los que grupos de voluntarios de ambos sexos observan una escena mientras sus cerebros están siendo escaneados, pero este podría ser un típico ejemplo: un hombre conversando con una mujer. En ellos, las zonas del cerebro relacionadas con los impulsos sexuales se encienden, mientras que ellas ven una simple conversación.

Las pantallas dan algunas pistas, pero no la causa: de media, los hombres destacan más en matemáticas, la ingeniería y la orientación espacial. Las mujeres son mejores a la hora de manejar el lenguaje, el contacto social y el habla. De los experimentos de laboratorio a la vida real media un mundo. Pero la impresión es que muchos de los clichés parecen respaldados por la ciencia.

A la pregunta de si cabe hablar de un cerebro femenino y otro masculino en sentido estricto, la prestigiosa neurobióloga Doreen Kimura, del departamento de psicología de la Universidad de Simon Fraser en Burnaby (Canadá), responde afirmativamente, pero con reservas. "Cualquier comportamiento distinto entre hombre y mujer está mediado por el cerebro". Y aunque hay rasgos que estadísticamente difieren entre hombres y mujeres, también se superponen en un cierto grado, dependiendo del rasgo del que estemos hablando. "Los estereotipos extremos aplicados a los individuos son inexactos, tanto para las variables intelectuales como los rasgos personales", "Sabemos más de cómo ambos sexos difieren que la manera detallada de cómo estas diferencias están reflejadas en el cerebro".


Reparto de emociones. Si dispusiéramos de una nave microscópica para viajar por el intrincado laberinto anatómico de un cerebro masculino y otro femenino, ¿qué diferencias encontraríamos? Aparte del peso y volumen, es preciso aprender un poco de anatomía y tener buen ojo. Los dos hemisferios cerebrales están unidos por una serie de conexiones nerviosas (el cuerpo calloso), y estos enlaces "son más abundantes en la mujer que en el hombre", asegura Ignacio Morgado. "En sentido metafórico, las mujeres tienen los hemisferios comunicados por autopistas, y nosotros, por carreteras". Tampoco el tamaño de estos hemisferios es el mismo. Según Rubia, ambos son similares en las mujeres, pero en el hombre el izquierdo es mayor que el derecho. Dado que aquí se localizan los centros del lenguaje y del habla, algunas enfermedades, como la apoplejía o los derrames cerebrales, afectan más profundamente al habla en los hombres que en las mujeres, debido a esta mayor especialización observada en el cerebro masculino.

Ellas pueden leer mejor las emociones en un rostro, de acuerdo con Brizendine. Él llega tarde a la cena, aparentemente despreocupado, con la excusa del trabajo. Ella ve algo raro en su cara. La cena transcurre sin incidentes, pero la esposa escanea el rostro de su marido en busca de pistas, y le imita, en un acto reflejo, hasta en el ritmo de la respiración, el tono de voz, lo tensas que están las mandíbulas... Replica todos estos actos que observa y se encienden en su córtex un tipo de neuronas motoras y visuales llamadas "de espejo", que replican lo que ven. Ella busca incongruencias en los bancos de datos de su memoria emocional. El cerebro femenino "se ha mostrado muy capaz de contagiarse emocionalmente, captando literalmente los sentimientos de la otra persona, de forma mucho más efectiva que él". En otras palabras, este fenómeno de espejeo activa circuitos neuronales que le permiten a ella detectar una mentira. Con una mirada, sabe que él la está engañando.


Ellos, por el contrario, se muestran mucho más agresivos. "Los psicólogos saben desde hace bastante tiempo que los hombres son veinte veces más agresivos que las mujeres", dice Brizendine. La testosterona aparece como la hormona que marca la diferencia. En el hombre, el cerebro recibe dosis de esta hormona que son entre diez y quince veces mayores que en las mujeres. "Su propósito es hacer más frecuente un comportamiento, como el de la búsqueda sexual y la agresividad".

El reparto del trabajo. ¿Cuál es la razón de esta agresividad en ellos y esa habilidad para manejar emociones y el lenguaje que exhiben ellas? "La estrategia para resolver problemas es distinta en la mujer que en el hombre", asegura Rubia. "Y estas diferencias en procesar la información también se encuentran en ratas". Abrimos un paréntesis especulativo; viajamos unos 300.000 años hacia el pasado, a lo que hoy es la localidad soriana de Ambrona. Aquí se han encontrado restos de elefante antiguo y utensilios de caza. Un espacio boscoso con grande claros. Un grupo de cazadores, quizá hasta treinta, aguarda al acecho. Están entrenados físicamente para recorrer distancias largas, y sus cerebros no son otra cosa que detectores del movimiento, que analizan cualquier vía de escape por parte de su presa, construyendo una imagen mental en su cabeza, calculando distancias, percibiendo espacialmente los objetos a su alrededor. Los cazadores humanos emprenden la caza de un animal grande -quizá un elefante de varias toneladas- y lo empujan hacia una zona pantanosa para tratar de inmovilizarlo. Cuando todo se pone en marcha, sus centros de agresividad se disparan. Siguiendo esta línea de razonamiento, la mayor capacidad física del hombre le permitió ir a cazar, mientras que la mujer se queda al cuidado de la prole. Ellos usaron su capacidad espacial y visual. Ellas, sus mayores habilidades verbales para tener cohesionada a su descendencia en los asentamientos humanos típicos de los cazadores recolectores.

Fuentes: elpais, albafoundation, redes