domingo, 24 de enero de 2010

España lidera el paro juvenil en Europa

Es un fenómeno que experimentan EEUU y otros países europeos, pero España es el ejemplo extremo: en tres años la tasa de paro entre los jóvenes ha pasado del 17% al 42,9%.

El dato puro y duro parece negativo, pero lo es mucho más cuando se compara con el resto de países.



* España tiene la tasa de paro joven más alta de toda la Unión Europea, llegando incluso a duplicar la tasa media.
* Ningún país se nos acerca: España aventaja nítidamente a los emergentes bálticos, Letonia y Estonia, y a la desplomada Irlanda.
* España es el segundo país donde más ha aumentado el paro juvenil en el último año.

Estos datos dibujan un panorama gris para los jóvenes que en su momento, y amparados por la bonanza y abundancia de empleo que provocó la burbuja inmobiliaria en sectores como la construcción, optaron por no estudiar, y que ahora se encuentran sin trabajo, con poca formación, e incapaces de ganar experiencia que mejore sus expectativas de empleo. Precisamente el New York Times criticaba que pese a que el gobierno gasta 30.000 millones de euros al año en prestaciones por desempleo, apenas se han tomado medidas por mejorar la empleabilidad del colectivo.

Los datos en contexto histórico

Se puede argumentar que los datos anteriores son menos preocupantes porque España es un país de paro elevado. Pero como se observa en la segunda gráfica, esa perspectiva histórica tampoco ofrece un diagnóstico tranquilizador.



* En 2005 la tasa española alcanzó la media europea, pero en 2007 volvió a dispararse, y ahora diverge de forma evidente… no ya de la media, sino de toda la unión.
* La tasa actual se acerca a los máximos de la crisis de los noventa, con un matiz: entonces la tasa total de paro era del 25%, y ahora nos movemos —¿aún?— en el 20%. Eso sugiere que la crisis actual está castigando más a los jóvenes.

La pregunta clave es cómo, y cuándo, será capaz el mercado laboral de absorber este creciente número de parados. A ese respecto, hay señalar la conexión entre el paro joven y la indemnización por despido. Para las empresas, el coste de un despido es función de la antigüedad del trabajador, lo que sirve para proteger a los trabajadores mayores… en perjuicio de los más jóvenes. Esto suele considerarse un mecanismo de protección social, pero no olvidemos sus contrapartidas en términos de paro joven y productividad.

Algunos atenuantes

Hemos visto que los datos de paro joven son malos, pero me gustaría mencionar dos atenuantes que considero importantes.

* El primero es la componente pasota que eleva el paro entre jóvenes. Muchos viven con sus padres, buscan trabajo sin prisa, o no lo buscan en absoluto, quizás “descargan” el paro, o preparan una oposición. Ese perfil existe, y quizás sea más común en España que en otros países.

* El segundo atenuante es la economía sumergida. Lo mencionaba el editorial de Factual hace unos días: “si la labor en negro se pusiera a niveles europeos […] el paro español entraría entonces en la media europea”. Es razonable pensar que el mercado de infra-empleo acoge a un montón de jóvenes.

El editorial del periódico ofrecía otra reflexión interesante, sugiriendo que la economía sumergida, unida al estado del bienestar y a la prestación por desempleo, explican la calma con que nuestro país, y sus jóvenes, soportan una tasa de paro única entre economías similares. ¿Cómo evolucionará la situación cuando más y más gente vaya agotando la prestación por desempleo?

Yo, ¿estudiar? ¡Si gano 3.000 pavos en el tajo!

Relacionado con el estudio que recojo en esta entrada del blog no quiero cerrarlo sin poner un extracto de otro esclarecedor artículo que leí hace unos días en cotizalia.com, es el siguiente:

"Yo, ¿estudiar? ¡Si gano 3.000 pavos en el tajo!. La cita es literal. Al ocupar el apartamento que había alquilado para ese mes de agosto en Cádiz me encontré con un problema de albañilería. La propiedad me envió a un chaval que apenas rozaría los 18 años, pelo rapado de pincho, cadenota de oro y mucho, mucho desparpajo. Se me ocurrió preguntarle por su formación y fue como abrir la espita a un geiser. “Aquí no estudia ni dios, quillo. Pa qué. Mira, con esto me levanto 3.000 pavos al mes y tengo pa tó. Que si el quad, que si las tías, que buen rollito por aquí y por allá. Soy el rey. Currar y disfrutar, que pa eso no hay que usar la cabeza”.

Era poco antes del momento álgido de la burbuja inmobiliaria y a servidor se le cayó el alma a los pies. Resultaba que en España la educación había pasado de ser una oportunidad que generaba rédito futuro, de ahí su obligatoriedad en las primeras etapas de escolarización, a ser percibida como un coste en sus fases posteriores, lastre que consumía los mejores años de la vida e impedía disfrutar de la misma. Ni siquiera contemplaba el interlocutor la posibilidad de acudir a la formación profesional como alternativa con objeto de hacer valer un oficio en el futuro. Pa qué. Trabajo en el tajo y juerga a destajo.

En los últimos datos de paro dados a conocer en nuestro país coincidiendo con las vacaciones navideñas hay una cifra que cualquier partido político se debería grabar en el frontispicio de su programa electoral como elemento prioritario de actuación, si es que quedara en el parlamentarismo nacional algo de dignidad o de interés por el futuro de España: el 43% de desempleo juvenil, personas en situación laboral activa entre 16 y 24 años que, economía sumergida aparte, están de brazos cruzados –como casi seguro el chaval de mi ejemplo- contra el 17,5% de enero de 2007.

Las implicaciones negativas que este porcentaje tiene para el futuro de nuestro país son muy superiores a cualesquiera otras de las que ahora llenan las páginas de los periódicos como, por ejemplo, el estado de las cuentas públicas. De hecho, no se engañen, no se podrán arreglar estructuralmente los desequilibrios presupuestarios o el problema de competitividad o el de la falta de emprendedores, por poner sólo tres muestras, si no se resuelve previamente la incertidumbre que afecta a un escalón poblacional que algunos autores han dado ya en llamar la Generación Perdida."


Los jóvenes españoles se van de casa rozando la treintena


  • Los jóvenes españoles se emancipan de media a los 29,3 años
  • La edad de emancipación española está en la liga de Portugal, Grecia e Italia
  • En Francia, Alemania, Holanda o Reino Unido lo hacen con menos de 25 años

El 1 de junio de 2009 había en la Unión Europea 95 millones de jóvenes con edades comprendidas entre los 15 y 29 años, casi una quinta parte de la población de los Veintisiete, según el informe de Eurostat 'Retrato estadístico del estilo de vida de los jóvenes'.



Rozar la treintena para irse de casa es 'normal' en parte de los países de la Unión Europea, salvo si se vive en las 'locomotoras' económicas: Alemania (entre 24 y 25 años), Holanda, Reino Unido y Francia (entre 23 y 24) y Finlandia (entre 22 y 23), son países donde parece ser más fácil emanciparse.

Así, España juega en la liguilla de los treinta, como Portugal (28-29 años), Italia (entre 29,5 y 30,9 años), Polonia (28,4-29,6 años).

En los siguientes gráficos podemos observar las diferencias entre los diferentes países europeos:









Y en el caso de los estudiantes universitarios la diferencia se hace especialmente apreciable en comparativa con otros países europeos. Siete de 10 diez universitarios españoles (e italianos) viven con sus padres, lo que les distingue de sus homólogos suecos (menos del 10% vive en el hogar familiar), y también de alemanes, británicos y franceses.



Fuera de las fronteras europeas también vemos como por ejemplo Estados Unidos se mueve en cifras similares a las de Alemania o Reino Unido.



LAS MUJERES, ANTES


Por otra parte, las mujeres se independizan antes que los hombres en todos los Estados miembros.

Las chicas españolas se independizan unos dos años antes que los varones

La edad promedio de emancipación de las mujeres españolas se sitúa a los 28,2 años, mientras que en los varones se retrasa hasta los 30. Este retraso en la edad de independencia de los jóvenes españoles de su hogar de origen se debe a las dificultades que encuentran para establecerse y al cambio en las relaciones familiares.

La transición de la juventud a la vida adulta se descompone en tres etapas fundamentales: el paso de estudiante al mundo laboral (inserción laboral), de miembro dependiente del hogar a persona de referencia del mismo (emancipación residencial) y de posición exclusiva de hijo o hija a la de padre o madre (formación familiar). Los resultados demuestran que la edad en la que los cambios de estatus son más intensos se ha desplazado de manera importante – con seis años de retraso - entre 1981 y 2001, esta demora la han sufrido de manera paralela ambos sexos. En 1981, la edad del proceso completo de emancipación era, de media en España, a los 22 años en mujeres y a los 24 en varones, mientras que en 2001 pasó a los 28 y 30 años, respectivamente, unas edades, en comparación con otros contextos geográficos fuera del sur de Europa, consideradas extraordinariamente tardías.

Cada vez es más amplio el margen de edad en el que los sociólogos sitúan la franja de edad de la juventud, antes considerada hasta los 25 años y ahora alargada hasta los 34. La extensión de la etapa juvenil se debe a la prolongación de la dependencia familiar de los hijos, y se ha hecho especialmente acusada en los países del sur de Europa, en concreto en España. Esta pauta, extendida entre el 70% de los jóvenes españoles, «se ha estabilizado hasta tal punto que no son esperables cambios radicales en el futuro».


Entre 1976 y 2011, la edad media al matrimonio ha tenido una clara 
tendencia a incrementarse, tanto por lo que se refiere a las mujeres como en 
cuanto a los varones: en 1976 la media de edad era de 24,38 años en las mujeres y 
de 27,23 en los varones, mientras que, en 2011, esas cifras fueron de 33,02 y 
36,10 años, respectivamente





Las causas son diversas y con orígenes diferentes. Como motivos que los sociólogos denominan «internos» están los cambios en la familia tradicional española. Así, la democratización de las relaciones y la distribución más igualitaria de la autoridad en el seno del hogar se ha convertido en un rasgo característico. Esto significa que ya no se admite el ejercicio absoluto de la autoridad de los padres sobre los hijos, sino que éstos toman parte en las decisiones importantes. Además, las obligaciones de los jóvenes para con sus progenitores se han reducido de modo considerable. Otro hecho notable es el cambio en la estructura de esta institución, donde cada vez es menor el número de hijos, lo que supone una disminución de la carga económica que éstos implican.

Estos factores dan lugar a un clima donde los hijos disfrutan de más libertad, tienen más capacidad de movimiento y mayor bienestar económico. En definitiva, la grata convivencia paterno-filial y las buenas relaciones intergeneracionales dan lugar a la creación de una imagen positiva de la familia, que no sólo procura al joven todas las comodidades, sino que supone «un refugio ante las situaciones difíciles», explica.

A la hora de hablar de los factores externos el panorama no se presenta muy halagüeño. El coste de los bienes y servicios ha crecido de forma muy destacada. Pero lo que más frena es la vivienda y el trabajo. La subida desorbitada del precio de las casas convierte en inaccesible el acceso de los jóvenes a un lugar de residencia propio. Asimismo, encontrar un trabajo estable y bien remunerado se convierte en una tarea difícil.

Respecto al nivel de estudios, los datos indican que con niveles de formación más altos y de más edad, permanecen en mayor medida en el hogar que los que tienen estudios obligatorios.

En España no se supera la tasa del 50% de jóvenes que viven fuera del hogar paterno hasta el tramo de edad de entre 30 y 34 años. Según datos de 2013 del Observatorio de emancipación del Consejo de la Juventud de España, solo el 7,2% de jóvenes entre 16 y 24 años vive fuera de casa, entre 25 y 29 años la cifra supera el 40%. El porcentaje asciende al 72,9% de quienes tienen entre 30 y 34 años se han emancipado.

En este sentido, las Islas Baleares son la región con mayor porcentaje de jóvenes que viven fuera del hogar de sus padres (más de un 48%), seguido de la comunidad Valenciana y Cataluña, en el polo opuesto están las regiones del norte peninsular, como Cantabria, Asturias y Galicia, con tasas inferiores al 30%.



Noticia relacionada: Cuatro de cada diez asturianos de 30 a 34 años siguen viviendo con sus padres

Fuentes: Elaboración propia, Eurostat, elmundo

miércoles, 13 de enero de 2010

Por qué más es menos

¿Somos más libres por tener más donde elegir… o más bien nos ahogamos en el océano de posibilidades que tenemos a nuestro alcance? El psicólogo Barry Schwartz nos da en Redes algunos consejos para no sucumbir a la perpetua insatisfacción que nos persigue en la sociedad moderna marcada por la abundancia.



Fuente

domingo, 10 de enero de 2010

La Pequeña Edad de Hielo y el mínimo de Maunder

Cuenta la Historia que hace más de 350 años, entre 1645 y 1715, el Sol atravesó uno de los periodos de actividad más bajos de los que se tiene constancia. Conocido como el Mínimo de Maunder, esta época coincidió con la llamada “Pequeña Edad de Hielo” en la que la Tierra fue azotada por un clima bastante frío. Hubo incluso ríos que acabaron congelados, como el Támesis, en Londres. Aunque no hay consenso al respecto, algunos científicos relacionan directamente el adormecimiento solar con las bajas temperaturas que los terrestres sufrieron por aquel entonces.



La Pequeña Edad de Hielo (PEH) fue un período frío que abarcó desde comienzos del siglo XIV hasta mediados del XIX. Puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada Óptimo climático medieval. Hubo tres máximos: sobre 1650, alrededor de 1770 y hacia 1850.

Los científicos han identificado dos causas de la Pequeña Edad de Hielo fuera de los sistemas de interacción océano-atmósfera: una actividad solar disminuida y la actividad volcánica aumentada. Otras personas investigan influencias más antiguas como la variabilidad natural del clima, y la influencia humana. Algunos también han especulado que la despoblación de Europa durante la Peste negra, y la disminución resultante en el rendimiento agrícola, pudiera haber prolongado la Pequeña Edad de Hielo.

Durante el periodo 1645-1715, en mitad de la Pequeña Edad de Hielo, la actividad solar reflejada en las manchas solares era sumamente baja, con algunos años que no había ninguna mancha solar. Este período de baja actividad de la mancha solar es conocido como el Mínimo de Maunder. El eslabón preciso entre la baja actividad de las manchas solares y las frías temperaturas no se han establecido, pero la coincidencia del Mínimo de Maunder con el periodo más profundo de la Pequeña Edad de Hielo sugiere que hay una conexión.



La Pequeña Edad de Hielo trajo inviernos muy fríos a muchas partes del mundo, pero la documentación más completa está en Europa y América del Norte. A mediados del siglo XVII, el avance de los glaciares de los Alpes suizos, afectó a pueblos enteros. El Río Támesis, los canales y los ríos de los Países Bajos se helaron a menudo durante el invierno, y las personas aprovecharon para patinar.

Durante el invierno de 1709 desde Escandinavia en el norte a Italia en el sur, y desde Rusia en el este a la costa oeste de Francia, todo se convirtió en hielo. El mar de congeló. Lagos y ríos se helaron, y el suelo se congeló hasta una profundidad de un metro o más. El ganado murió de frío en sus establos y los viajeros se helaban hasta la muerte en los caminos. Fue el invierno más frío en 500 años.

En Inglaterra se conoce al invierno de 1709 como la Gran Helada. En Francia entró en la leyenda como Le Grand Hiver, tres meses de frío letal que llevó a un año de hambruna y disturbios por la comida. En Suiza los lobos hambrientos entraron en los pueblos. Los venecianos se deslizaron sobre el lago helado, mientras que fuera de la costa oeste de Italia marineros a bordo de barcos de guerra ingleses morían por el frío. “Creo que la Helada fue mayor (si no también más universal) que ninguna otra en la Memoria del Hombre”, escribió William Derham, uno de los observadores meteorológicos más meticulosos de Inglaterra. Estaba en lo cierto. Trescientos años más tarde sigue ostentando el récord del invierno más frío de Europa durante el último medio milenio.

En Francia, la helada se extendió por todo el país hasta el Mediterráneo. Incluso el rey y su corte en el suntuoso Palacio de Versalles sufrieron para mantenerse calientes. El Duque de Orleans escribió a su tía en Alemania: “Estoy sentado con un rugiente fuego, tengo una pantalla por delante de la puerta, la cual está cerrada, de forma que pueda sentarme aquí con una piel de marta alrededor de mi cuello y mis pies en una bolsa de piel de oso, y aún así estoy tan aterido de frío que apenas puedo sostener el lápiz. Nunca en mi vida había visto un invierno como este”. En los hogares más humildes, la gente se iba a la cama y despertaba para encontrar sus gorros de dormir congelados en el cabecero de la cama. De todo el país llegaban informes de gente que se congelaba hasta morir. Y con los caminos y ríos bloqueados por la nieve y el hielo, era imposible transportar comida a las ciudades. París esperó tres meses hasta que recibió suministros frescos. Antes de final de año había muerto más de un millón de personas de frío o hambre.


El hecho de que tanta gente dejara constancia del frío sugieren que el invierno de 1708/1709 fue inusualmente duro, pero ¿cómo de extraordinario era esto?

En 2004, Jürg Luterbacher, climatólogo de la Universidad de Berna en Suiza, realizó una reconstrucción mes a mes del clima de Europa desde 1500, usando una combinación de medidas directas, indicadores representativos de la temperatura tales como anillos de los árboles y núcleos de hielo, y datos recopilados en documentos históricos. El invierno de 1708-1709 fue el más frío. En gran parte de Europa la temperatura fue mucho más de 7º C menor que la media para la Europa del siglo XX.

Por qué hizo tanto frío es difícil de explicar. La Pequeña Edad del Hielo estaba en su clímax y Europa experimentaba momento turbulentos: la década de 1690 vio una cadena de veranos fríos y cosechas fallidas, mientras que el verano de 1707 fue tan cálido que la gente moría de golpes de calor. Globalmente, el clima fue más frío, con la emisión del Sol en su punto mínimo en milenios.

Algo más tarde en el invierno de 1780, el Puerto de Nueva York se heló, y debido a esto la gente pudo caminar de Manhattan a la Isla de Staten. El hielo del mar que rodea Islandia se extendió varios kilómetros en todas direcciones, lo cual provocó el cierre de los puertos de la isla. Los inviernos severos afectaron a la vida humana. La población de Islandia descendió a la mitad, y las colonias vikingas en Groenlandia desaparecieron.

Durante muchos años, la nieve cubría la tierra durante muchos meses. Muchas primaveras y veranos eran fríos y lluviosos, aunque había una gran variabilidad entre unos años y otros. Las cosechas en toda Europa tuvieron que adaptarse a la corta estación de cultivo y había muchos años de carestía y hambre.

La magnitud de los glaciares de montaña era mucho mayor. En 1800 los límites de las zonas de separaciones de acumulación neta de aquellos de ablación neta era aproximadamente 100m más bajas que en 1975.

La Pequeña Edad de Hielo dejó su impronta en el arte del periodo; por ejemplo, en cuadros del pintor flamenco Pieter Brueghel el Joven, quien vivió de 1564 a 1638, la nieve domina muchos paisajes de pueblos. Burroughs que estudió la pintura de ese periodo observó que la temática se da casi completamente de 1565 a 1665, y supone que el extraordinariamente crudo invierno de 1565 inspiró a los grandes artistas a pintar imágenes muy originales. Hay una interrupción del tema entre 1627 y 1640, con un retorno súbito después de esto; esto indica un interludio más apacible en los 1630. De 1640 a 1660 hay una etapa de pintura holandesa volcada en temas invernales que encaja con la vuelta de inviernos fríos. El declive final del tema en la pintura fue alrededor de 1660, y no coincide con una mejora del clima; Burroughs pone las cautelas oportunas respecto a intentar sacar muchas conclusiones de estos hechos. No obstante observa que esa pintura del invierno se repite alrededor de 1780 y 1810, en que de nuevo hubo un periodo más frío.

En España se comenta que el río Ebro se heló siete veces entre 1505 y 1789. En 1788 y de nuevo en 1789 el río permaneció helado durante quince días. En esas épocas era habitual la presencia de una extensa red de neveros, o pozos de nieve, ventisqueros y glaciares que se construyeron y mantuvieron entre los siglos XVI y XIX a lo largo del Mediterráneo oriental, algunos ubicados en áreas donde no nieva en la actualidad un solo día al año. El almacenamiento y distribución de hielo eran un negocio vivo que involucraba secciones enteras de la población rural.




Alrededor de 1850, el clima del mundo empezó a calentarse de nuevo y puede decirse que la Pequeña Edad de Hielo se acabó en ese momento. Algunos científicos creen que el clima de la Tierra todavía se está recuperando de la Pequeña Edad de Hielo y que esta situación se suma a las preocupaciones del cambio del clima causado por el hombre.


Fuente: Wikipedia, cienciakanija

Los que lucen más jóvenes viven más

Las personas que tienen rostros jóvenes tienden a vivir más que aquellos que aparentan la edad que tienen, sugiere un reciente estudio científico.

Investigadores daneses indicaron que la apariencia por sí sola puede predecir la supervivencia, tras analizar los casos de 387 pares de gemelos.

Los expertos le preguntaron a enfermeras, asistentes académicos y a colegas, que adivinaran la edad de los gemelos luego de mostrarles sus fotografías.



Según el informe dela publicación científica British Medical Journal, la tendencia registrada fue que aquellos identificados como personas que "lucían más jóvenes" morían después que el gemelo que aparentaba la edad que tenía.
Ventaja

Los científicos también encontraron una explicación biológica plausible para los resultados obtenidos.

Piezas clave de ADN denominadas telómeros, que indican la habilidad de las células para replicarse, también están vinculadas a qué tan joven luce una persona.

Se estima que un telómero de corta longitud representa un proceso de envejecimiento más rápido y ha sido relacionado con varias enfermedades.

La edad percibida, que es muy utilizada por los médicos de atención primaria como indicación general de la salud de un paciente, es un biomarcador robusto del envejecimiento que predice la supervivencia entre aquellas personas mayores de 70 años.

En el estudio, las personas que lucían más jóvenes que la edad que tenían poseían telómeros más largos. Todos los gemelos tenían entre 70 y 90 años cuando fueron fotografiados.

Tras analizar los casos por siete años, el jefe de la investigación -el profesor Kaare Christensen de la Universidad del Sur de Dinamarca- encontró que al estudiar a gemelos entre más grande era la diferencia de edad percibida, había más probabilidad de que el gemelo que lucía más viejo muriera primero.

La edad, el sexo y la profesión de las personas evaluadas no provocaron ninguna diferencia en los resultados.

Christensen indicó que podría ser que las personas que habían tenido una vida más dura tendían a morirse primero y sus vidas son reflejadas en sus rostros.

Los científicos le dijeron a BMJ que: "la edad percibida, que es muy utilizada por los médicos de atención primaria como indicación general de la salud de un paciente, es un biomarcador robusto del envejecimiento que predice la supervivencia entre aquellas personas mayores de 70 años".

El profesor Tim Spector, un experto británico que realiza estudios con gemelos, indicó: "Nosotros también encontramos esto en nuestro estudio. Probablemente se trata de una combinación de genes y de factores ambientales a lo largo de la vida".

Además, Spector afirmó que el hallazgo muestra que las personas son buenas al evaluar lo bien que se encuentran otros y que los médicos deben observar a sus pacientes con mayor detalle.

"Si un paciente luce mayor que la edad que tiene quizás deberían estar más preocupados", agregó.

Fuente

Intolerancia a lactosa y evolución humana, ¿por qué los chinos no pueden beber leche?



La mayoría de españoles seguramente crean que es normal que las personas tomemos leche (me refiero a ya siendo adultos, por supuesto), lo que es normal en occidente.

Pero la verdad es que la mayoría de la población humana global es intolerante a la leche, en concreto, a la lactosa. Como mamíferos que somos, estamos programados para generar una enzima, la lactasa, que descompone la lactosa en glucosa y por lo tanto la hace una fuente de energía... cuando somos niños. Como norma, a partir de los 4 años ya se genera poca lactasa, y la producción va decayendo hasta desaparecer cuando se es adulto. En general, a los mamíferos adultos les sienta mal la lactosa, provocando una serie de problemas digestivos, relativamente leves, pero lo bastante molestos como par hacer muy difícil el consumo de leche. Estos síntomas (diarrea, flatulencia) es lo que se conoce como intolerancia a la lactosa.




La naturaleza es sabia, como se suele decir. Todos los mamíferos (entre los que nos incluimos los humanos) nacen con la lactasa: un enzima (proteína) producido por las células del intestino delgado. Este enzima se encarga de digerir la lactosa, que es el azúcar de la leche, presente en todos los productos lácteos en mayor o menor medida. La norma, o más bien lo que dictan los genes, es que una vez acabado el periodo de lactancia (aproximadamente entre los 2 y 4 años en humanos), la lactasa deja de expresarse, por lo tanto, ya no podremos digerir más lactosa. Cuando esto ocurre, si se ingiere algún producto lácteo, la lactosa no es asimilada, y entonces es fermentada por las bacterias de nuestro intestino, lo que resulta en la producción de gases, diarrea, hinchazón, náuseas,… Estas consecuencias no son más que “señales” con las que la naturaleza está diciendo: “La cría ya es suficientemente mayor, hay que dejar de amamantarla…”.

Entonces, ¿cómo es que unos humanos sí podemos y otros no tomar leche siendo adultos? La respuesta ha venido, igual que tantas otras cosas, de estudios genéticos: analizando y comparando el genoma de grupos humanos de todo el mundo, se puede recrear el árbol filogenético que explica de dónde venimos las familias que hemos sobrevivido hasta hoy día, resaltando además qué partes tenemos todos en común y qué otras partes no.

En el origen común de todos los humanos, no éramos tolerantes a la lactosa. Pero hace solamente 400 generaciones (~10.000 años), apareció una mutación concreta en el cromosoma 2 (en un gen dominante) que desactivaba la parada programada en la generación de lactasa. Algunos autores han asociado esta diferencia genética a la denominada “Cultura de los Vasos de Embudo” y que floreció en Europa del Norte y Central entre el 4000 y el 2800 BC. Aunque se sabe poco de esta cultura, no hay dudas de que conocía y practicaba la ganadería.

Aunque la mutación aparecería probablemente varias veces de forma independiente, en al menos una ocasión el mutante fue favorecido por su capacidad de beber leche. Favorecido en sentido darwiniano quiere decir que tuvo más probabilidades de llegar a edad de tener descendencia, y así pasar la mutación a sus hijos, y éstos a los suyos, etc... hasta hoy.

Las hipótesis más comunes son que en épocas de escasez de alimento los humanos de los pueblos que criaban ganado tomarían leche a falta de otros víveres. Además de aportar nutrientes, la leche no puede tener infecciones como en ocasiones tiene el agua, así que está clara la ventaja de beberla.

La mutación es muy rara en las comunidades que no tuvieron tradición de pastoreo, como en China (donde sólo la tiene el 1%). En la África subsahariana también es bajo el porcentaje de personas que toleran la lactosa, menos en algunas comunidades con tradición de pastoreo. Lo mismo sucede en Japón, Asia central o en las comunidades aborígenes de Australia o América.

Imagen vía Nature

En Europa, cuanto más al norte más pordentaje de tolerancia a la lactosa hay. Mientras que en Noruega la tasa de adultos que toman leche llega casi al 95%, en Italia ronda el 49%.

Hace decenas de miles de años, algunas poblaciones humanas comenzaron a domesticar animales, y descubrieron que la leche era una gran fuente de alimento. A muchos le sentaba mal, pero algunos eran capaces de digerirla, porque poseían una mutación genética que hacía que el gen de la lactasa no se desactivase y continuase expresándose más allá de la niñez.

En las poblaciones del norte de Europa entre el 80-95% de la población tiene esta mutación. ¿Por qué? Pues para entender esto tenemos que situarnos mucho tiempo atrás y verlo todo desde un punto de vista evolutivo. Nuestros antepasados llegaron a esas tierras frías y no pudieron cultivar la tierra debido al clima. La única alternativa sería sobrevivir de lo que les daban sus animales. Este panorama pintaba muy mal para los intolerantes a la lactosa (que serían los “normales”), que estaban condenados a morir. Pero sin embargo, los que poseían la mutación pudieron nutrirse de leche durante toda su vida, y por lo tanto obtener alimento aunque no hubiera cosechas y sobrevivir y reproducirse en esa tierra hostil. Los hijos de estos supervivientes tendrían también la mutación, y también podrían sobrevivir, y generación tras generación se fue repitiendo el proceso. Así, no es difícil imaginar que pasados cientos o miles de años la población entera de esas regiones estaría formada únicamente por individuos con la mutación, y por tanto tolerantes a la lactosa. Empezaron siendo unos pocos, pero generación tras generación eran ellos los que sobrevivían mientras que el resto fueron pereciendo a lo largo del camino evolutivo (en esas regiones).

Sin embargo en otras poblaciones, como en poblaciones del sur y este de Europa, con climas menos agresivos, no se produjo esa selección de la mutación tolerante, pues los intolerantes a la lactosa podían sobrevivir sin problemas. Como resultado tenemos que en estas poblaciones la frecuencia de la mutación tolerante se sitúa entre el 40 y el 60% del total. Los casos más extremos se dan en las poblaciones asiáticas o africanas, donde la frecuencia de la mutación es muy baja, en concreto del 1% en la población total; esto es debido a que históricamente en estas regiones el pastoreo de ganado productor de leche era casi desconocido, por lo tanto, nunca se produjo selección ninguna hacia la mutación tolerante; su frecuencia es la normal esperada por azar.

En las culturas donde el consumo de leche y productos derivados ha sido habitual durante años la probabilidad de padecer esta afección es menor que en aquellos pueblos en donde, tradicionalmente, no se consumía leche, ya que en el caso del primer grupo la cantidad y la duración de la lactasa a lo largo de la vida de los individuos es mayor que en el segundo grupo cultural. Como resultado de esto, la prevalencia de la intolerancia de la lactosa a nivel mundial varía ampliamente dependiendo principalmente del origen étnico. Los grupos más afectados en poblaciones cosmopolitas son los africanos, indios, americanos y asiáticos, contrastando con la baja prevalencia que presentan los norteamericanos caucásicos y los europeos escandinavos:

* Suecos: 1 %
* Ingleses: 6 %
* Rusos: 15 %
* Españoles: 15 %
* Árabes: 80 %
* Esquimales: 83 %
* Mexicanos: 83 %
* Africanos centrales: 83 %
* Tailandeses: 98 %


En resumen: que algunos de nosotros toleremos beber leche de adultos es sólo una muestra más (de las innumerables) del largo camino evolutivo del ser humano. Se trata de uno de los pocos ejemplos bien fundamentados de evolución genética (relativamente) reciente en poblaciones humanas y pone de manifiesto las complejas interacciones entre genes y cultura.

Este asunto de la tolerancia a lactosa nos sugiere una serie de cosas. La primera es que la evolución de los humanos no parece que se haya detenido en los últimos 50.000 años. La segunda es cambios culturales (el invento de la ganadería) pueden propiciar cambios genéticos y que tales procesos pueden ocurrir en distintas poblaciones de forma independiente. No puede dejar de mencionarse que en algunas culturas con larga tradición ganadera (p.e. Asia Central) la intolerancia a lactosa es frecuente. Esto parece ir contra la hipótesis discutida, pero hay que tener en cuenta que el uso muchos productos lácteos (queso, yogur) no contienen lactosa (ya que ésta es consumida por los microorganismos durante su fabricación). En estas culturas ganaderas, un nuevo invento (el yogur) pudo anular la ventaja que tenían los individuos tolerantes.

¿Por qué hace daño el frío?

Es un hecho que cuando disminuye la temperatura se incrementan las enfermedades, pero ¿qué es lo que provoca que el frío dañe nuestra salud?

Estudios llevados a cabo en el Reino Unido muestran que por cada grado que cae la temperatura debajo de los 18ºC (grados centígrados) aumentan las muertes en cerca de 1,5%.

Las personas más vulnerables a estos cambios suelen ser los ancianos y las personas con sistemas inmunes comprometidos, pero todos podemos estar en riesgo.



Y no sólo se trata de resfriados o gripes. Cuando caen las temperaturas aumentan también los infartos y derrames cerebrales.

Esto se debe a que cuando el cuerpo se enfrenta al frío pierde calor más rápido que el que produce y los vasos sanguíneos de la piel se contraen para conservar el calor.

La composición de la sangre también cambia con el frío. El corazón tiene que trabajar con más fuerza para bombear la sangre a través de los vasos contraídos mientras que los cambios en la concentración sanguínea aumentan el riesgo de coágulos y de los problemas que provocan.

Riesgos cardíacos

Según la Federación Británica del Corazón "cada vez hay más evidencia que sugiere que los infartos están vinculados a las condiciones extremas de clima, especialmente a las temperaturas frías".

"Si usted tiene algún problema cardíaco y va a salir al clima frío debe evitar hacer esfuerzos repentinos, por ejemplo, ponerse a palear la nieve o a empujar un coche". "En clima extremadamente frío es mejor permanecer en el interior".

Otro riesgo de las temperaturas frías son las infecciones.

Si usted sale al exterior y siente frío en la parada del autobús no se provocará un resfriado. Pero las bajas temperaturas hacen a la gente más susceptible a cualquier virus que esté circulando en ese autobús.

El aire frío afecta la forma como el tracto respiratorio nos protege de enfermedades, ya que produce una mucosidad más densa y pegajosa que es menos efectiva para deshacerse de los patógenos intrusos, como los virus.

También hay evidencia que sugiere que infecciones como la influenza o gripe, son más capaces de atacar al máximo a la persona cuando hace frío.

Los científicos han descubierto que en temperaturas bajas el virus desarrolla una capa dura y flexible, una especie de recubrimiento robusto que incluso es resistente a los detergentes. Una vez que el virus entra al tracto respiratorio esta capa protectora se derrite para poder infectar con facilidad a su nuevo huésped.

Esta teoría podría explicar por qué los virus de la gripe parecen ser mucho más virulentos en los meses de invierno.

Los mayores

Pero son los ancianos los que a menudo sufren más cuando bajan las temperaturas.

Fisiológicamente, los vasos sanguíneos de estas personas son más susceptibles a la coagulación. Además son ellos quienes más utilizan el transporte público y a menudo están más aislados socialmente, lo cual hace más difícil detectar si sufren algún problema.

"Uno de los efectos del envejecimiento es que tu cuerpo es menos capaz de regular la temperatura" afirma Andrw Harrop, director de política de las organizaciones británicas de ayuda Age Concern y Help the Aged.

Tal como explicó a la BBC el doctor Gavin Donaldson, especialista en medicina respiratoria de la Universidad de Londres, "recientemente ha habido mucho interés en el clima cálido y el calentamiento global, pero en países como el Reino Unido estamos teniendo cada vez más días con temperaturas frías".

Los expertos afirman que es clave mantener la temperatura de nuestros hogares en entre 18ºC y 21ºC.

La hipotermia puede ser un riesgo cuando la temperatura en nuestra casa es menor a los 5ºC, pero si pasamos más de dos horas a 12ºC esto provocará un aumento en la presión arterial, lo cual a su vez incrementa el riesgo de un infarto o derrame cerebral.

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