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lunes, 26 de septiembre de 2011

La hipótesis de la variabilidad, ¿son los hombres más extremos que las mujeres?


Decir que hombres y mujeres somos distintos externamente es una evidencia indiscutible. Decir que también somos distintos por dentro, en cambio, significa tocar un tema mucho más delicado y complejo. Desde hace tiempo sabemos que los machos de muchas especies tienden a ser más variables y extremos, y los humanos no somos una excepción al respecto, nuestros rasgos psicológicos tienden a mostrar en el sexo masculino una dispersión poblacional mucho mayor que en el femenino. Lo que quiere decir esto es que los dos sexos hablando de promedios no difieren demasiado, pero que en los dos extremos de la distribución hay más hombres que mujeres. Como señala la antropóloga evolucionista Helena Cronin: más necios y más premios Nobel.



El desarrollo masculino es más lento que el femenino (según la neurocientífica Martha Denckla, el cerebro de un niño de seis años se parece mucho al de una niña de cinco) y se puede constatar que los chicos tienen habitualmente mayores dificultades para apropiarse y fijar patrones cognitivos, emocionales y conductuales complejos. Conforme van haciéndose mayores la tendencia es hacia una mayor igualdad, pero la curva de Gauss es diferente en hombres y mujeres: los hombres abundan más en los extremos, hay más hombres muy inteligentes y más hombres muy tontos. El sexo masculino es un género mucho más extremo que el femenino.

Se han encontrado evidencias que muestran el diferente comportamiento de hombres y mujeres respecto a trastornos neurológicos o a la respuesta al estrés, así por ejemplo existe una diferencia de género muy notable cuando se valora la discapacidad mental, ya que los hombres se ven afectados un 30% más que las mujeres. Un papel muy importante en ese sentido lo juega el cromosoma X, cromosoma fundamental en el desarrollo de la capacidad cognitiva y la inteligencia general del ser humano. Puesto que los varones sólo tienen un cromosoma X, eso les hace más débiles. La presencia por duplicado del cromosoma X en las mujeres las hace más flexibles y también explicaría su protección ante ciertas enfermedades que atacan con más frecuencia a los hombres, como el retraso mental, el autismo o la hemofilia.

Pero no todas son malas noticias en el campo masculino: si bien el cromosoma X aumenta la incidencia de retraso mental, también aumenta las posibilidades de la genialidad. Esto ocurre porque los genes de gran inteligencia en un cromosoma X no pueden ser silenciados por los de menos inteligencia en otro cromosoma X.



Sexo débil y cromosoma X

Los cromosomas de hombres y mujeres son iguales. La única diferencia radica en que a los hombres les falta un cromosoma X, lo cual es un déficit importante porque hay mucha información en él, si algo está incorrecto hay un problema. En el caso de una mujer el problema no será severo porque habrá otro cromosoma X y se puede copiar en él lo que falta. Los hombres no pueden hacer eso ya que en vez de otro cromosoma X tienen un cromosoma Y, que es muy pequeño (mientras que el X contiene 1.098 genes, el Y tiene apenas 78) y no tiene información sobre cómo reconstruir el cerebro. La única información que da el cromosoma Y está ligada a la fertilidad masculina y el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios. Si algún gen importante del cromosoma X sufre algún tipo de daño los varones carecen de capacidad para sustituir sus funciones.

El cerebro del varón es por tanto más vulnerable ya que ante una tara genética o mutación asociada al cromosoma X está mucho peor protegido. Las diferencias se manifiestan incluso desde el útero, en donde un feto masculino tiene mayores probabilidades de no llegar a término. Se calcula que se conciben 124 fetos masculinos por cada 100 fetos femeninos. Esto hace que se produzcan más abortos espontáneos de niños que de niñas. Esta diferencia queda reducida al nacer en 105 recién nacidos niño, frente a 100 niñas. En el caso de los partos prematuros, los bebés de tamaño extremadamente pequeño (aquellos que nacen por debajo de los 900 gramos) tienen mayor probabilidad de supervivencia si son niña que si son niño.



Algunos bebés de sexo masculino heredan afecciones provocadas por genes que solamente les pueden transmitir sus madres. Estas anomalías, incluyen trastornos como la hemofilia o el daltonismo (que afecta al 7% de los hombres y sólo al 0,4% de las mujeres), se conocen como trastornos ligados al cromosoma X porque están provocados por genes defectuosos que se encuentran en el cromosoma X. Los varones solamente tiene un cromosoma X, heredado de sus madres (mientras que las niñas tienen dos cromosoma X, uno de cada progenitor), si heredan un gen defectuoso en el único cromosoma X que tienen, desarrollaran la anomalía o enfermedad, ya que no disponen de ninguna copia normal de ese gen. Las mujeres están protegidas porque tienen dos copias del cromosoma X, y un gen normal en uno de los cromosomas generalmente puede compensar a uno defectuoso presente en el otro cromosoma.


Si observamos el gráfico superior veremos que una copia normal (x verde) de un gen en el cromosoma X generalmente es suficiente para el funcionamiento normal. Cada infante varón de una madre que lleva el defecto tiene un riesgo del 50 por ciento de heredar el gen defectuoso y el trastorno. Cada infante mujer tiene una posibilidad del 50 por ciento de ser portadora como su madre.

El cerebro masculino como observamos tiene una estructura menos estable, además debido a la acción de la testosterona es más impulsivo. Los hombres en general están muy interesados en la jerarquía social y como no todos pueden adquirir el mismo rol, algunos se considerarán ganadores y otros perdedores. Los considerados ganadores usan el cerebro según lo que necesiten para ganar con gran intensidad, de forma que tienden a especializarse en algo. Por ejemplo en jugar en fútbol o en ser científicos. Y a veces se pierden en sí mismos en estas especializaciones. Los considerados perdedores a menudo acaban en el otro extremo de la sociedad: acaban en la cárcel o el mundo de las drogas. El masculino es un sexo extremo y también un sexo débil, y se ve influido por una sociedad que le impulsa a destacar ante los demás.

La testosterona lleva a adolescentes y hombres a alcanzar grandes niveles de actividad física, agresividad y competitividad que acortan sus expectativas de vida. Tienen unas posibilidades tres veces más elevadas de ser víctimas de un asesinato, cuatro veces más de cometer suicidio y, de adolescentes, 11 veces más de ahogarse. La testosterona también eleva los niveles de 'colesterol malo' en sangre, que aumenta sus posibilidades de padecer una cardiopatía o un infarto cerebrovascular..



Los hombres mueren de todas las causas principales de mortalidad a una edad más temprana que las mujeres, desde el cáncer de pulmón a la gripe, pasando por la neumonía, las enfermedades hepáticas crónicas, la diabetes y el sida. Los machos castrados viven más que los no castrados en casi todas las especies animales. 

Tom Kirkwood, toda una autoridad de la biología molecular del envejecimiento y director del Institute for Ageing and Health de la Universidad de Newcastle en el Reino Unido, propone una explicación cercana a su conocida teoría del soma desechable. Kirkwood especula que el organismo femenino ha evolucionado para ser más resistente, poseer mejores mecanismos de mantenimiento y reparación por ser el garante del éxito de la reproducción. El soma femenino sería pues, menos desechable. Por el contrario, el organismo masculino cumple un papel en la reproducción mínimo y una vez realizado es desechable.

Hipótesis de la variabilidad intelectual

Retomando el tema que abre el post en relación a la variabilidad masculina, un interesante estudio de investigación genética de la australiana Gillian Turner, indica que hay varios genes para la inteligencia y estos marcadores de la inteligencia sólo se encuentran en el cromosoma X. De forma paralela investigaciones de Horst Hameister y otros colegas de la Universidad de Ulm también han hallado un grupo de genes en particular dentro del cromosoma X relacionados directamente con el desarrollo de las habilidades cognitivas. Como antes hemos explicado las chicas heredan dos cromosomas X y los chicos sólo uno emparejado con otro Y; por tanto, las mujeres tienen una doble dosis de genes que podrían afectar a  la inteligencia, así si una chica recibe un gen de inteligencia distorsionado en uno de sus cromosomas X, hay todavía una buena probabilidad de que ella herede una constitución normal en el segundo, recibido del otro padre, teniendo por tanto la oportunidad de reducir el impacto de un gen distorsionado. Un varón, con un gen distorsionado se verá más afectado porque él no tiene la protección de un segundo cromosoma X normal; los investigadores sugieren que esta es una de las claves de la variabilidad.



Este diferente punto de partida a nivel biológico podría ser el que explicase el hecho de que los rasgos psicológicos tiendan a mostrar en los hombres una dispersión poblacional mucho mayor que en las mujeres. Para cada rasgo, las mujeres se agrupan en una campana de Gauss bastante cerrada en torno a la media, y los hombres forman una campana más amplia. Es decir que hay más deficientes mentales en el sexo masculino (CI por debajo de 70), y también más talentos (con CI mayor de 130 hay un 30% más de niños que de niñas). Este fenómeno se denomina “hipótesis de la variabilidad” e investigaciones recientes confirman que si bien en los valores centrales de las puntuaciones de CI las diferencias entre hombres y mujeres apenas existen, sí aumentan en los extremos de la distribución (infradotados y genios), de hecho las diferencias se hacen más notorias cuando más nos desplazamos hacia los extremos de la distribución.

Proporción de chicos y chicas según su IQ  (imagen vía revolucionnaturalista)

En general las mujeres suelen tener una población proporcionalmente mayor en cuanto a un nivel de inteligencia promedio, en cambio la inteligencia en la población masculina está más distribuida en los extremos, con una mayor variabilidad de resultados, habiendo una población relativamente mayor de hombres tanto con discapacidad intelectual como sobredotación intelectual. En términos estadísticos no existe diferencia a nivel de promedio pero la varianza masculina es mucho mayor, los hombres tienden a estar sobrerepresentados en los dos extremos de su distribución global. Veámos su explicación en el siguiente gráfico.



Como puede observarse las distribuciones normales para los hombres (línea naranja) y mujeres (línea verde) son idénticas cuando hablamos de las medias y los promedios, pero no así sus varianzas. El esquema de la derecha muestra una ampliación del extremo derecho de la distribución. En marrón, el área de superposición de las dos distribuciones, verde y naranja, áreas únicas para mujeres y hombres, respectivamente.

Es decir, la inteligencia media de hombres y mujeres es aproximadamente la misma, pues es una extracción de cromosomas X de una misma masa genética mundial. Pero la dispersión de la inteligencia es mayor en los varones, mientras que en las mujeres, presenta valores más aproximados a la media. La explicación parece estar en que gran parte del componente intelectual de los individuos está ligado al cromosoma X, la probabilidad de heredar el cromosoma X en el hombre se ve disminuida a una (XY); en tanto que en las mujeres puede suceder una combinación de dos probabilidades (XX) llegándose a promediar un cromosoma inteligente con un cromosoma X no inteligente dando como resultado una inteligencia más armonizada.

Veamos una justificación matemática de la teoría del cromosoma X

En un caso muy simplista, y para su compresión, se puede ejemplicar un matrimonio “equilibrado” donde hombre y mujer tienen ambos una inteligencia de 5 puntos sobre 10. El hombre tiene un gen de inteligencia con valor necesariamente 5. La mujer, por ejemplo, podría tener dos genes con valores 3 y 7, en sus dos cromosomas X, por lo que tendría en promedio una inteligencia de 5 puntos. Supóngase que tienen cuatro hijos; 2 niños y 2 niñas. Si los cromosomas X de la madre se reparten por igual, se tendría:
  • Niño 1: cromosoma X de la madre de 7 puntos.
  • Niña 1: cromosoma X de la madre de 7 puntos más cromosoma X del padre de 5 puntos. Inteligencia promedio 6.
  • Niña 2: cromosoma X de la madre de 3 puntos más cromosoma X del padre de 5 puntos. Inteligencia promedio 4.
  • Niño 2: cromosoma X de la madre de 3 puntos.
Los cuatro hermanos tienen inteligencias distintas, aun cuando los padres sean iguales a 5, y además los niños quedarán en los extremos y las niñas en el centro.


Una mayor variabilidad masculina podría explicar en parte los resultados de un exceso de varones en niveles muy altos de rendimiento en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. Igualmente en ese caso la evidencia biológica es contradictoria y no parece suficientemente concluyente ya que siempre debemos tener en cuenta el componente cultural a la hora de abordar este tema. Para más información remitimos al lector a la entrada de este blog relacionada.

Pruebas de corroboración
  • En un estudio de Stephen Machin y Tuomas Pekkarinen basado en datos de la OCDE y del Programa para la Evaluación Internacional de Alumnos (PISA) realizados en 41 países industrializados se analizaron los resultados de las pruebas de matemáticas y lectura por países, centrándose en las diferencias en la media y la varianza de las puntuaciones. En 35 de esos 41 países, sus análisis indican que los resultados de los chicos tienen mayor varianza que los resultados de las chicas. Por ejemplo en matemáticas, en 35 de los 41 países, hay más niños que niñas entre los alumnos más avanzados (5% superior). Por su parte para la lectura, en 39 de los 41 países que más niños que niñas en la parte inferior (5% de las puntuaciones). El estudio no encuentra correlación entre los índices de brecha de género (Gender Gap Index) y los ratios de varianza, ya sea para las matemáticas o la lectura. Por lo que este análisis de los datos internacionales de calificaciones en una muestra bastante representativa de una mayor varianza entre los chicos que entre las chicas



  • Un estudio contemporáneo que se cita a menudo como evidencia de una mayor variabilidad masculina y una preponderancia de los varones en los niveles superiores es el Johns Hopkins Study of Mathematically Precocious Youth (SMPY), que se centra en alumnos que han obtenido una puntuación superior a 600 en el SAT-Math . En los primeros años del estudio, la década de 1980, los investigadores reportaron una gran preponderancia de los varones entre los de puntuación superior 700 en el SAT-Math con un ratio hombre/mujer de 12.9:1. Los informes más recientes, sin embargo, muestran que la brecha de género se ha cerrado considerablemente en el año 2005, habiendo bajado la relación hombre/mujer a 2.8:1. Esta tendencia sugiere que las fuerzas culturales estaban trabajando en la creación de las relaciones de género desiguales hace 25 años y en la reducción de la brecha de hoy en día. Pese a todo el hecho de que siga habiendo una proporción 3 a 1 sigue siendo bastante significativo.
  • En otro estudio realizado en 2005 por Ian Deary, Paul Irwing, Geoff Der, y Timothy Bates, centrándose en la ASVAB (Armed Services Vocational Aptitude Battery) con resultados de 1292 parejas de hermanos del sexo opuesto, los resultados mostraron una diferencia significativamente mayor en la variabilidad de los resultados obtenidos por los hombres respecto a los de las mujeres.

miércoles, 29 de junio de 2011

La música, el lenguaje universal

"La música puede dar nombre a lo innombrable y comunicar lo desconocido" Leonard Bernstein

Confianza, placer, euforia, tranquilidad, recuerdos de momentos y lugares... Estas son sólo algunas de las variadas e intensas emociones y sensaciones que provoca en los seres humanos la música, esa singular combinación de melodía, ritmo y armonía, que según el escritor Oscar Wilde era "el arte más cercano a las lágrimas y los recuerdos". Escuchamos antes de que podamos ver y oler, y es desde el estado embrionario cuando se captan los primeros sonidos procedentes del latido del corazón o la respiración de la madre. Nada más nacer, nos adentramos en un océano de sonidos y vibraciones que nos acompañará el resto de nuestra vida.



Los efectos de la música sobre el comportamiento han sido evidentes desde los comienzos de la humanidad. A lo largo de la historia, la vida del hombre ha estado complementada e influenciada por la música. La música ha sido y es un medio de expresión y comunicación no verbal, que debido a sus efectos emocionales y de motivación se ha utilizado como instrumento para manipular y controlar el comportamiento del grupo y del individuo.  La música nos hace llorar, reir y enamorarnos... A diferencia de la palabra hablada, la música conecta directamente con nuestro subconsciente, con el lado más primitivo de nuestro cerebro, y es capaz de hacer que genere endorfinas, adrenalina o se modifiquen nuestros niveles de serotonina. La música ha tenido un papel preponderante, a nivel evolutivo, en el sentido de que es un lenguaje universal, que nos sirve para expresar lo que sentimos, y desde siempre ha sido un elemento socializador y presente en todo tipo de actos, rituales, ceremonias o celebraciones.

Independientemente de los efectos que en el ser humano provoca, la música también influye de manera directa en plantas y animales. En 1968 Dorothy Retallack, organista y soprano norteamericana, llevó a cabo un experimento con calabazas de verano. En dos ambientes separados se transmitían dos estilos musicales: rock y música clásica. Al cabo de ocho semanas las diferencias no pasaron inadvertidas, las semillas expuestas a piezas de Beethoven, Brahms y Schubert, habían dirigido sus tallos al equipo transmisor de sonido, e incluso se enroscaron alrededor del mismo. Por su parte, las expuestas a música rock estresante, crecieron en dirección opuesta al equipo de sonido tratando de trepar por las paredes resbaladizas de su caja de cristal y consumiendo mucha más agua. La música no sólo parece intervenir en el crecimiento de las plantas, experimentos llevados a cabo en Suiza con vacas lecheras, donde eran expuestas a música clásica mientras se ordeñaban, determinaron que la producción de leche aumentaba debido a que se encontraban más relajadas. Sin embargo, es en el ser humano donde la música alcanza su máxima expresión.

La música, una droga para el cerebro

La música produce un amplio abanico de respuestas que pueden ser inmediatas, diferidas, voluntarias o involuntarias. Dependiendo de las circunstancias personales (edad, etapa de desarrollo, estado anímico, salud psicológica, apetencia) cada estímulo sonoro o musical puede inducir una variedad de respuestas en las que se integran, tanto los aspectos biofisiológicos como los aspectos efectivos y mentales de la persona. A nivel mental, la música puede despertar, evocar y fortalecer cualquier emoción o sentimiento.



A la hora de plantearnos por qué existe la música, distintos autores han construido opiniones variadas al respecto. Según Steven Pinker, psicólogo y científico cognitivo, la música cosquillea varias partes del cerebro, al igual que una tarta de queso hace lo propio en el paladar. En general, podemos afirmar que cualquier actividad importante para nuestra supervivencia, ya sea comer, tener relaciones sexuales o llevar a cabo determinadas actividades físicas, nos produce placer. De esta forma, y gracias a este incentivo o recompensa, la evolución se asegura de que tenemos una buena motivación para reproducimos, alimentamos y mantenemos en buena forma física, requisitos fundamentales para que la especie no se extinga. No obstante, hemos aprendido a puentear nuestros sistemas de recompensa para acceder directamente a ellos. Ingerimos alimentos que carecen de valor nutritivo y mantenemos relaciones sexuales sin intención de procrear, simplemente por el mero placer de comer grasas y dulces o disfrutar del sexo. Según Pinker, lo mismo ocurre con la música: es una especie de botón mental que, al apretarlo, hace que nos emocionemos y experimentamos sensaciones inalcanzables por otros medios.

El placer que dispensan todas estas actividades, incluidas la música, es 'culpa' de la dopamina, un neurotransmisor que es secretado por el cerebro. Forma parte del "sistema de recompensa" que refuerza comportamientos indispensables para la supervivencia (buscar comida), o que desempeña un papel en la motivación (conseguir dinero) y la adicción (consumir drogas).

La música también nos puede producir este intenso placer. Escuchar de nuevo una canción que hace tiempo no oíamos, vivir intensamente un concierto, descubrir un nuevo tema en la banda sonora de nuestras vidas. Detrás de este sentimiento causado por algo tan abstracto como la música también se encuentra la dopamina. Hay estudios que nos sugieren que nuestros niveles de dopamina son hasta un 10% más elevados cuando escuchamos música que nos agrada. Esto demuestra que las personas obtenemos placer de la música, una recompensa abstracta, la cual es comparable con la que logramos con estímulos biológicos más básicos.


¿Provoca el mismo efecto en todas las personas? ¿la música es verdaderamente un lenguaje universal, como suele afirmarse? De acuerdo con un estudio del Instituto Max Planck de Neurología de Leipzig (Alemania), la respuesta a este último interrogante es afirmativa, ya que los sentimientos expresados musicalmente se entienden igual en todo el mundo y la música logra superar sin mayores dificultades las barreras entre las culturas.

¿Por qué escuchamos música?

Es lógico pensar que si la música resulta algo tan universal, que nos acompaña desde hace miles de años, es porque debe ejercer alguna función. No fue hasta mediados del siglo pasado que se comenzaron a dar explicaciones estrictamente científicas sobre el efecto de la música en el hombre. Dibner, Whitehead y Lidz descubrieron que un estilo musical ocasiona una respuesta emocional y que la música es un camino en el cual el individuo puede aliviar su tensión y frustración. Poch en 1999 establece el principio de compensación, según el cual todos buscamos en la música aquello de lo que carecemos en un momento determinado (inspiración, energía, serenidad, quietud…). Por consiguiente, elegimos en cada momento la pieza musical o el tipo de música que puede suplir nuestras carencias a través tanto de la audición como de la expresión instrumental, el canto o la danza. 

El año pasado (Lonsdale and North, 2010) se publicó un estudio que identificó los seis factores fundamentales que hacen que la gente escuche música, son los siguientes:


  • Identidad personal. El tipo de música que nos gusta da información sobre aspectos de nosotros mismos. Incluso los géneros más amplios como el Rock, el Blues o la música Clásica. Al mismo tiempo, también nos descubrimos a nosotros mismos a través de la música; es posible crear y proyectar una imagen de nosotros mismos.
  • Gestionar el buen estado de ánimo. Cuando se está de buen humor, la música favorece la esperanza y el optimismo, incluso tras una mala experiencia. En un estudio publicado este mismo año, se dijo a los participantes que habían realizado mal una tarea. Aquellos a quienes se les puso música animada y positiva después, se mostraron más positivos y optimistas respecto al futuro que aquellos que esperaron en silencio.
  • Gestionar el bajo estado de ánimo. Otro de los motivos por los que escuchamos música es para lidiar con las emociones negativas. Cuando se está de bajón, puede resultar catárquico escuchar música triste y pesimista. De algún modo, ayuda a identificarse con el artista, reduciendo la sensación de soledad. La música se utiliza para aliviar tensiones, expresar sentimientos y evadirse de la rutina diaria. Diversos estudios han demostrado que la música donde predominan los ritmos lentos parece especialmente efectiva para relajar a personas de naturaleza introvertida, si bien no parece suceder lo mismo o al menos no resulta tan efectiva con gente de temperamento extrovertido. Según David Huron, de la escuela de música de la Universidad de Ohio, la gente que disfruta escuchando música triste lo que realmente está experimentando son los efectos de la prolactina, una hormona que el cuerpo libera cuando estamos tristes o depresivos, y que nos ayuda a sentirnos mejor.  La gente que no soporta escuchar música triste, según Huron, no segrega altos niveles de prolactina al escuchar este tipo de música, por lo tanto lo único que consigue es sentirse aún más triste, pero ni rastro de nada reconfortante.
  • Para aprender de los otros y el mundo. La gente escucha música por la forma en que esta describe y enseña el mundo. Cuenta historias y pensamientos de otra gente; muestra lugares y accesos a nuevas experiencias. La investigación al respecto resalta la importancia de la información que la música proporciona sobre nuestra personalidad, y cómo somos capaces de juzgar a otros sólo basándonos en sus canciones favoritas.
  • Relaciones interpersonales. Otro factor importante resultó ser la influencia de la música en el contexto social. La música es un tema de conversación, es una forma de establecer un contacto. La relación de la música con temas como el amor o la amistad es incuestionable. Es más, un estudio llevado a cabo en Francia demostró que la probabilidad de que una mujer accediera a una cita aumentaba casi el doble si sonaba música romántica (en concreto, Je l’aime à mourir, de Francis Cabrel) cuando se le preguntaba.
  • Diversión. Escuchamos música porque es divertido. Es algo que hacer cuando no hay nada que hacer. Sin embargo, un reciente estudio demuestra que es mejor no utilizar música de fondo cuando se está tratando de realizar una tarea complicada, especialmente, música triste: distrae y reduce la ejecución en tareas cognitivas estándar.
La música que nos transforma

Más allá de las concepciones artísticas, pedagógicas o populares, la ciencia esta ubicando a la música en un terreno importante en cuanto ésta se ha convertido en colaborador para la disminución de trastornos de índole físico, psíquico o psicosomático.

Los últimos hallazgos en neurología, psicología y biología habrían demostrado que escuchar una música agradable al oído no solo modifica nuestro estado de ánimo sino que contribuye notablemente en nuestro desarrollo cognitivo, en el estímulo de la inteligencia e incluso en la salud. Los diferentes elementos que componen la música (armonía, ritmo, melodía, timbre, frecuencia, intensidad, volumen) se combinan de manera tal que pueden lograr cambios en distintos aspectos como el estado de ánimo o la ansiedad; influyendo en el rítmo cardíaco, la frecuencia respiratoria, la tensión arterial, provocando cambios en el metabolismo y estimulando el tálamo y la corteza. La música despierta áreas del cerebro relacionadas con la atención, la memoria y la predicción de eventos.

A nivel fisiológico, la respiración, el ritmo cardíaco y el pulso tienden en general a aumentar con música estimulante y a disminuir con música sedante. Un ejemplo clásico de este último estilo es la canción de cuna, con carencia de ritmos marcados y percusivos y una melodía ligada. Las melodías lentas con cadencias descendentes y tonos menores provocan sensaciones de tristeza e introversión mientras que las melodías movidas con cadencias ascendentes y tonos mayores provocan sentimientos estimulantes y más alegres. La mezcla de estos sentimientos provoca una serie de emociones en el cerebro humano.

La mayoría de los recién nacidos pueden hacer discriminaciones sonoras sobre la base de numerosos parámetros acústicos, particularmente intensidad y frecuencia. Sonidos de baja frecuencia ejercen un mayor efecto tranquilizador sobre el llanto que los sonidos de frecuencias más altas. El ruido blanco suele calmar a los bebés. Este ruido es una mezcla de todas las frecuencias audibles de grave a agudo emitidas a la vez. Se trata de un sonido muy similar al del mar o al de una cascada. Nos relajan precisamente por esto.



El nivel de hormonas del estrés en sangre baja de forma importante al escuchar música relajante, y en algunos casos elimina la necesidad de medicamentos. Hay estudios que demuestran que los enfermos que oyen música tranquilizadora durante quince minutos necesitan menos dosis de sedantes y menos anestesia para operaciones muy dolorosas. Otros estudios demuestran que la música rítmica y a gran volumen aumenta la producción de hormonas estresantes en sangre de atletas durante los entrenamientos. El Instituto de Investigación del Cáncer del Reino Unido demostró en el 2002 que las técnicas de relajación con música pueden reducir hasta en un 30 por ciento los efectos secundarios de los tratamientos contra el cáncer de mama, se disminuyen considerablemente los dolores y las náuseas derivadas de la quimioterapia y el uso de música reduce la ansiedad que algunos pacientes experimentan al entrar en una máquina para tomografía o resonancia magnética.

Es por ello que la música es susceptible de ser utilizada como terapia, con el objeto de atender necesidades físicas, emocionales, sociales y cognitivas. Este tipo de tratamientos se denomina musicoterapia, y entre otras cosas ayuda a desarrollar:

• El lenguaje y la comunicación: ya que mejora la inteligibilidad del habla.
• La Motricidad: ya que promueve la coordinación psicomotora
• El bienestar personal y social: ya que favorece el desarrollo de sentimientos de autoestima y autonomía.

La musicoterapia se origina en tiempos muy lejanos. Los chamanes, brujos y curanderos han sido las primeras figuras en usar esta terapia, quienes usando los primeros ritmos, tonadas, sonidos, llegaban a niveles alterados de conciencia con fines mágicos o religiosos. Existen datos concretos de que esta práctica fue utilizada en la mayoría de las tribus y culturas de la antigüedad, entre las más avanzadas podemos encontrar a la cultura griega y la cultura egipcia que la han usado para provocar efectos psicológicos. También en la cultura japonesa, china e india encontramos diversas prácticas basadas en la música para lograr cambios en el estado de ánimo. Más aún, se sabe que hace más de 2500 años, Pitágoras aconsejaba tacar un instrumento musical o cantar para vencer emociones como la ira, los miedos y las preocupaciones.

A partir de tales tradiciones, durante el presente siglo se ha sistematizado el estudio de los efectos psicológicos y orgánicos de la música y se ha reconocido a la musicoterapia como vertiente terapéutica de valor concreto. Sus aplicaciones son cada día más variadas y numerosas: bulimia y anorexia, drogadicción, depresión, estimulación de bebés prematuros, hiperactividad, trastornos del lenguaje, rehabilitación de funciones motoras, dolor crónico, preparación al parto...

El objetivo de la musicoterapia no es curar sino mejorar la calidad de vida y la salud física, social, comunicativa, emocional e intelectual de muchas personas, enfermas y también sanas. Se trata de una actividad terapéutica en plena expansión y con una sólida base científica. Sus profesionales son médicos, psicólogos, pedagogos y músicos titulados con una formación de postgrado en esta materia, equivalente a una carrera de tres años. En España hay hospitales como La Paz, Gregorio Marañón y El Niño Jesús en Madrid que cuentan con su unidad de Musicoterapia, pese a todo hay otros países como Estados Unidos, Holanda o Finlandia en los que su práctica está mucho más extendida.

Efectos subliminales de la música

Los efectos de la música nos afectan también en aspectos menos evidentes, por ejemplo se ha demostrado que la música es capaz de variar comportamientos también a nivel subliminal. De hecho, existen suficientes pruebas que demuestran cómo la música en los supermercados, aeropuertos o ascensores puede ser utilizada para reforzar o estimular los hábitos de compra, para relajar, aliviar tensiones o para obligar al público a permanecer más tiempo frente a una estantería. A nuestro alrededor suena música a todas horas. Sin embargo, hay un tipo de música, el hilo musical que suena mientras hacemos la compra, que no es tan insignificante como parece. La música que suena en los centros comerciales no sólo es relleno acústico para el silencio. Tampoco está orientada a hacernos más llevadera la estancia.

Los secretos de la música de los centros comerciales tienen fuertes componentes maquiavélicos. Porque afectan a la conducta. Y a las ventas. La corporación Muzak empezó a comercializar bandas sonoras para tiendas y ambientes de trabajo en 1928. Desde entonces, Muzak se ha sofisticado enormemente tras recabar toda clase de conocimientos acerca de cómo influye la música en nuestras emociones, conductas de compra, movimientos físicos, velocidad de masticación y capacidad de razonamiento.



Los clientes de las tiendas que hacen sonar música Muzak por su hilo musical dedican un 18% más de tiempo a las compras y realizan un 17% más de adquisiciones. Una detallada investigación sobre el ritmo, el tono y el estilo de la música ha revelado que una selección cuidadosa de sonidos puede tener un impacto significativo sobre el consumo, la producción y otras conductas cuantificables. Las ventas de ultramarinos aumentan un 35 por ciento si los establecimientos emiten la música Muzak a ritmo más lento. Los restaurantes de comida rápida utilizan música Muzak con una cadencia mucho más rápida para incrementar la velocidad a la que los clientes mastican. La ropa de colores llamativos se vende mejor en tiendas con música de discoteca, y los artículos baratos se encuentran en los entornos más ruidosos para que los clientes dediquen menos tiempo a examinar la calidad de la mercancía. Un estudio comprobó cómo en una tienda de vinos de Francia los clientes, si escuchaban música clásica de fondo, tendían a comprar vinos más caros. También hay estudios que señalan que en los restaurantes, con una música más lenta y agradable, los comensales permanecen más tiempo y son proclives a dar propina. En algunas tiendas, los responsables tienen el aire acondicionado puesto alto para que la gente no se pare demasiado y circule. Todo está estudiado.

Más de 2.600 empresas de moda disponen de hilo musical en España para estimular las compras, las empresas usan música de ritmos suaves cuando hay pocos clientes en los establecimientos para invitarles a quedarse, mientras que los ritmos más rápidos sirven para momentos en que la afluencia de la clientela es masiva, para que la compra sea más dinámica y evitar así aglomeraciones.

Y es que la música aunque no ejerce un efecto directo sobre el consumo, ayuda es a generar estados de ánimo positivos, como la euforia, o negativos, como la melancolía, que hacen que el cliente consuma un producto u otro. El sonido del silencio es una oportunidad de venta desaprovechada.

¿Qué dice sobre nosotros la música que escuchamos?

La música impregna interiormente dejando huella de su paso y de su acción. Nuestra conducta musical es una proyección de la personalidad, escuchando o produciendo música nos manifestamos tal como somos o como nos encontramos en un momento determinado, reaccionando de forma pasiva, activa, hiperactiva, temerosa... 

Si nos gusta el jazz probablemente tengamos una forma de pensar y una relación con los demás distinta a la de aquellas personas amantes del rap o el hip-hop. Según los resultados de un estudio realizado en 2003 por Rentfrow y Gosling, investigadores de la Universidad de Texas, la elección de la música refleja una personalidad característica. El trabajo publicado en la revista Journal of Personality and Social Psychology con el sugestivo título de “El do-re-mi de la vida cotidiana: la estructura y los correlatos de la personalidad de las preferencias musicales” relata un estudio realizado con más de 3500 individuos, en el que cruzaban los gustos musicales y los elementos de la personalidad. Tras mucho test, mucha encuesta y mucha calculadora, los investigadores pudieron establecer cuatro grupos de personalidad con sus correspondientes gustos musicales.

La música clasificada como reflexiva y compleja (clásica, jazz, blues, folk) agradaba a individuos tranquilos, inteligentes, tolerantes, y no muy dados a las actividades atléticas y deportivas.


La música rebelde e intensa (alternativa, rock, heavy metal), gustaba a otro grupo, abierto también a nuevas experiencias y cuyos integrantes se consideraban inteligentes, sentían curiosidad por conocer cosas diferentes, asumían riesgos con gusto y eran físicamente activos.

Los autores distinguían un tercer grupo, el de la música optimista y convencional, integrado por el pop, la música religiosa, el country y las bandas sonoras, que era del gusto de individuos alegres, responsables y dispuestos de buen grado a ayudar a los demás.

Por último, la música enérgica y rítmica (rap/hip-hop, soul/funk, electrónica/dance) es la favorita de personas desenvueltas, parlanchinas, llenas de energía, y que evitan posiciones e ideas conservadoras.

Aunque la idea de que los gustos musicales definen la personalidad puede parecer simplista, los participantes consideraban que revelarlos suponía, tras la confesión de los hobbies personales propios, la forma más nítida de desnudar su carácter. Otros estudios análogos también sugieren que los gustos musicales y el tipo de personalidad están estrechamente relacionados, como por ejemplo el realizado por el profesor Adrian North de la Universidad Heriot-Watt, Escocia a más de 36.000 personas en todo el mundo.

La siguiente gráfica detalla los resultados y las relaciones entre estilos musicales y personalidad que obtuvo el profesor North



Nos hallamos, pues, ante un nuevo campo, el de la caracterología musical, cuyas implicaciones son inmensas, por ejemplo, en Psicología Industrial. Quizás ese seguidor de Laura Pausini sea idóneo para el puesto de oficinista, el chico que se emociona con AC/DC puede ser un excelente antidisturbios. Y si buscasemos a alguien dinámico y amistoso, el que le guste funky o hip-hop podría ser una buena referencia. Igualmente si tenemos en cuenta los rasgos que deben adornar idealmente a un psiquiatra, que le gustase la música clásica, el folk o el blues sería una interesante referencia.

Infografía vía Bufferapp

Y para cerrar el post no quiero dejar de mencionar uno de los estudios más curiosos y quizás controvertidos que se han realizado acerca de la música, y es el realizado por el California Institute of Technology, que sugiere que la música que escuchamos puede ser un indicativo de nuestro nivel intelectual. Tras recopilar datos de los gustos musicales de estudiantes de variadas universidades y haciendo una comparación con la puntuación obtenida en el SAT (examen estándar utilizado para seleccionar el ingreso a la educación superior en EE.UU) obtuvieron unos resultados de lo más sustanciosos... y ¿polémicos?. Buenas noticias para los amantes de Beethoven, Cat Stevens, Radiohead, U2, Bob Dylan o Norah Jones. Bastante malas para todos aquellos fans del hip hop o del reggaeton . Sin más os dejo con la gráfica que ilustra el estudio.




lunes, 6 de junio de 2011

La influencia oculta de nuestras redes sociales

“Para saber quienes somos tenemos que comprender cómo estamos conectados” James Fowler

¿Por qué pertenecemos a ellas? ¿Cómo se forman? ¿Cómo funcionan? ¿Hasta qué punto nos afectan?. Con cada paso que damos nos alejamos del individuo para integrarnos en una red social y el número de vínculos con otros seres humanos y la complejidad de esos vínculos crecen y crecen a gran velocidad. Nuestras conexiones afectan a muchos aspectos de nuestra vida cotidiana. Cómo nos sentimos, lo que sabemos, con quién nos casamos, si enfermamos o no, cuánto dinero ganamos y si votamos o dejamos de hacerlo son cosas todas ellas que dependen de los nexos que nos vinculan los unos a los otros.


Las redes sociales siempre están ahí, ejerciendo una influencia sutil y al mismo tiempo determinante en nuestras elecciones, acciones, pensamientos y sentimientos. Y también en nuestros deseos. Esas conexiones no terminan en las personas que conocemos, más allá de nuestros horizontes sociales, los amigos de los amigos de nuestros amigos pueden impulsar reacciones en cadena que acaben por alcanzarnos, como las olas que, venidas de tierras lejanas, rompen en nuestras playas.

Las personas estamos limitadas por la geografía, por la tecnología e incluso por los genes, y en virtud de todas estas cosas tenemos cierto tipo de relaciones sociales y determinado número de ellas. La clave para comprender a las personas es comprender los lazos que las unen. De igual modo que el cerebro hace cosas que una sola neurona no puede hacer, las redes pueden hacer cosas de las que una sola persona es incapaz.

A grandes rasgos, los científicos, los filósofos y todos los que han reflexionado sobre la sociedad se pueden dividir en dos grupos: los que piensan que los individuos controlan su destino y los que creen que la culpa de todo es de las fuerzas sociales. A ese enfoque le faltaría un tercer factor. Nuestras conexiones con otras personas son lo que más importa. Nuestras relaciones con los demás nos afectan a nuestras emociones, al sexo, a la salud, a la política, al dinero, a la evolución y a la tecnología. Para saber quiénes somos, debemos comprender cómo estamos conectados.


Durante décadas, sociólogos y filósofos han tenido la sospecha de que la conducta puede ser 'contagiosa'. Ya en los años 30 del siglo pasado, el sociólogo austriaco Jacob Moreno empezó a dibujar sociogramas, una especie de mapas de personas interconectadas por relaciones de amistad o trabajo, en busca de posibles correlaciones. Más recientemente, en 2006, un estudio de la Universidad de Princeton concluyó que si alguien tiene un hijo, hay un 15% más de probabilidades de que sus hermanos tengan uno en los dos años siguientes.

Nicholas Christakis empezó a preocuparse por este asunto del contagio social en 2000, a raíz de su experiencia de visitas a enfermos terminales en barrios obreros de Chicago. En 2002, un amigo común le presentó a James Fowler, estudiante de postgrado de Ciencias Políticas en Harvard. Fowler estaba investigando si el voto se contagiaba 'víricamente' de una persona a otra. El médico y el politólogo estaban de acuerdo en que el contagio social era una área importante de investigación. Y llegaron a la conclusión de que la única manera de resolver los interrogantes que planteaba era encontrar o recopilar un conjunto de datos relativo a miles de personas. Durante los años siguientes, Christakis y Fowler dirigieron un equipo que examinó todos esos datos. Cuando terminaron, tenían un mapa de las relaciones sociales de 5.124 personas que dibujaban una red de 53.228 conexiones entre amigos, familiares y compañeros de trabajo.

Con esa información, crearon un diagrama animado de toda la red social en la que cada habitante estaba representado por un punto que se hacía más grande o más pequeño en función de que hubiera ganado o perdido peso desde 1971. Cuando pusieron en marcha la animación, pudieron observar que la obesidad aumentaba por grupos. Los individuos no engordaban de manera aleatoria. Había grupos de gente interconectada que engordaban al mismo tiempo, mientras que en otros grupos permanecían todos igual y en otros adelgazaban todos. Cuando un habitante ganaba peso, había un 57% de probabilidades de que sus amigos también lo ganaran.

Fumar, según descubrieron, también parecía ser un hábito que se propagaba socialmente: un fumador incrementaba en un 36% las posibilidades de que un amigo suyo fumara. Y si el amigo del amigo de un amigo empezaba a fumar, las posibilidades de caer en el hábito del tabaco aumentaban un 11%. Beber se transmitía socialmente de una forma parecida. Y también lo hacían la felicidad o la soledad. Descubrieron que las personas que participaban en más círculos de amistad, aparte de tener mejor salud y más dinero, eran más felices que las personas 'aisladas'.


Se preguntaron si había algún componente innato en la capacidad de estar conectado y estudiaron el caso de 500 parejas de hermanos gemelos. Utilizando las técnicas estadísticas que se suelen usar para discriminar el peso de los factores genéticos y los factores ambientales en las diferencias de comportamiento de los hermanos gemelos, concluyeron que el 46% de la diferencia entre el nivel de conectividad de dos gemelos es achacable al ADN. "En general", concluyeron entonces, "una persona con cinco amigos tiene genes distintos que una persona con un amigo".

¿Qué es una red social?

Un grupo se puede definir por un atributo (por ejemplo, el de las mujeres, el de los demócratas, el de los abogados, el de los corredores de fondo) o como una colección específica de individuos a quienes, literalmente, podemos señalar («esas personas de ahí, las que hacen cola para entrar en el concierto»). Una red social es otra cosa. Aunque es, al igual que un grupo, una colección de personas, requiere también algo más: un conjunto específico de conexiones entre las personas que la componen. Estas conexiones y la particular relación que existe entre ellas resultan cruciales para comprender cómo operan las redes.

Pero al igual que los átomos pueden agruparse para formar grafito o un diamante, la manera de estructurar la red tiene un impacto en lo que ésta es capaz de hacer. Por ejemplo, las redes demasiado densas y en las que todos se conocen no son demasiado creativas, al igual que tampoco funcionan las redes en las que nadie conoce a nadie. La mejor forma de conectar a cien personas que tienen que apagar un fuego no tiene nada que ver con la mejor forma de organizar a cien personas que, por ejemplo, tienen que conseguir un objetivo militar.

Las redes sociales reales y cotidianas evolucionan orgánicamente a partir de la tendencia natural de toda persona a establecer relaciones y a hacer pocos o muchos amigos, a tener una familia grande o pequeña y a trabajar en lugares donde se establecen relaciones anodinas o acogedoras. Existen todo tipo de vínculos sociales y, por tanto, todo tipo de redes sociales. Somos nosotros quienes damos forma a nuestra red, los seres humanos organizan y reorganizan redes sociales continuamente. El primer ejemplo de esto es la homofilia, la tendencia consciente o inconsciente a asociarnos con personas que se parecen a nosotros (el término significa, literalmente, «amor a los iguales»). Tanto si se trata de los Testigos de Jehová, de los adictos al café, de coleccionistas de sellos o de aficionados al puenting, lo cierto es que buscamos a aquellas personas que comparten nuestros intereses, historias y sueños. Cada oveja con su pareja, o Dios los cría y ellos se juntan.

Pero también elegimos la estructura de nuestras redes sobre todo de tres formas. En primer lugar, decidimos a cuántas personas estamos conectados. ¿Queremos jugar a las damas y, por tanto, nos basta una sola persona, o al escondite, y entonces es mejor contar con más de una? ¿Queremos mantener el contacto con ese tío nuestro que está loco? ¿Queremos casarnos o seguir explorando el terreno? En segundo lugar, modificamos la forma en que nuestra familia y nuestros amigos están conectados. Al organizar el banquete de bodas, ¿colocamos al compañero de habitación del novio al lado de la dama de honor? ¿Montamos una fiesta para que se conozcan todos nuestros amigos? Si tengo dos socios y no se conocen, ¿los presento? Y en tercer lugar, controlamos en qué lugar de la red social nos encontramos: hacia el centro o hacia los márgenes. ¿Somos los reyes de la fiesta y nos relacionamos con todo el mundo o nos quedamos en un rincón? Las posibilidades son tan diversas que es asombrosa la variedad de estructuras de la red de la que acabamos formando parte.



Se puede conocer a centenares de personas de vista y de nombre, pero lo normal es que sólo mantengamos relaciones estrechas con unas pocas. Una de las formas que los sociólogos tienen de identificar a estas pocas es preguntar: ¿con quién habla de los asuntos importantes? O ¿con quién pasa su tiempo libre? Al responder a estas preguntas, la gente mencionará a una heterogénea mezcla de amigos, parientes, compañeros de trabajo, de estudios o de vecinos.

Recientemente se han hecho estas preguntas a una muestra de más de tres mil estadounidenses elegidos al azar y el estadounidense medio sólo tiene cuatro relaciones estrechas y que la mayoría tiene entre dos y seis. Tristemente, el 12 por ciento de los encuestados no mencionó a nadie con quien consultar los asuntos importantes o pasar el tiempo libre. En el otro extremo, el 5 por ciento de los estadounidenses tiene a ocho personas con quien hacer ambas cosas. Por otro lado, casi la mitad de esas personas (las personas con quienes pasar el tiempo libre o hablar de lo que nos importa) son amigos y la otra mitad pueden ser el cónyuge, los socios, los padres, los hermanos, los hijos, los compañeros de trabajo, los colegas del club, los vecinos y profesionales de ayuda. El sociólogo Peter Marsden ha llamado a este grupo de gente que todos tenemos «red de conversación nuclear». Por una encuesta de ámbito nacional hecha a 1.531 estadounidenses sabemos que el tamaño de la red de conversación nuclear disminuye a medida que envejecemos, que en esto no existen diferencias significativas entre hombres y mujeres y que las personas con un título universitario tienen redes de conversación nucleares casi dos veces más grandes que quienes no terminaron el instituto.

En el inmenso tapiz que forma la humanidad, toda persona está conectada con sus amigos, familia, compañeros de trabajo y vecinos, pero estas personas también están conectadas con sus amigos, familia, compañeros de trabajo y vecinos, etcétera, etcétera, hasta más allá del horizonte, hasta conectar a todos los habitantes de la Tierra de una forma o de otra. De modo que, aunque creamos que nuestra propia red tiene un alcance social y geográfico limitado, las redes que nos rodean a todos y cada uno de nosotros tienen muchas conexiones entre sí. Este rasgo estructural de las redes es lo que subyace a la expresión «el mundo es un pañuelo».

Nuestro lugar en la red nos afecta. La vida de una persona sin un solo amigo es muy diferente a la vida de una persona con muchos amigos. Nuestros amigos nos influyen, una de las cosas que más determinan el flujo es la tendencia de los seres humanos a influenciarse y a copiarse entre sí. Lo normal es que toda persona mantenga muchos vínculos directos con una gran variedad de gente, incluidos padres e hijos, hermanos y hermanas, cónyuges (y ex cónyuges simpáticos y amables), jefes y compañeros de trabajo, y vecinos y amigos. Y cada uno de esos vínculos nos ofrece oportunidades de influir y de recibir influencias. Si un estudiante de un colegio mayor tiene un compañero de habitación estudioso, se vuelve más estudioso. Los comensales que se sientan al lado de una persona que come mucho comen más.

Quien tiene un vecino que cuida de su jardín también cuida de su jardín. Así pues, esa simple tendencia que consiste en que una persona influya en otra tiene tremendas consecuencias cuando nos fijamos en algo más que en nuestras conexiones inmediatas. Nuestros amigos y nuestra familia pueden influir en las cosas que hacemos, como ganar peso o ir a votar. Pero los amigos y la familia de nuestros amigos también nos pueden influir. Es lo que se llama difusión hiperdiádica, es decir, la tendencia de los efectos a pasar de persona en persona más allá de los vínculos sociales directos de un individuo.

El experimento de Stanley Milgram y la regla de los tres grados de separación

El célebre experimento del psicólogo Stanley Milgram realizado en una acera ilustra la importancia del refuerzo de múltiples personas. En 1968 en Nueva York, en dos frías tardes de invierno, Milgram observó el comportamiento de 1.424 viandantes mientras caminaban por un tramo de acera de quince metros. Situó «grupos de estímulo» formados por desde uno hasta quince de sus ayudantes. Siguiendo sus indicaciones, estos grupos artificiales se paraban y miraban hacia una ventana del sexto piso de un edificio cercano durante un minuto exactamente. En la ventana no había nada interesante, tan sólo estaba otro de los ayudantes de Milgram. El psicólogo grabó el experimento y, a continuación, sus ayudantes contaron el número de personas que se paraban y miraban adonde miraban los grupos de estímulo. Si el 4 por ciento de los viandantes se detenía cuando ese «grupo» estaba compuesto por una persona, hasta el 40 por ciento lo hacía cuando el grupo estaba compuesto por quince. Evidentemente, que los viandantes se detuvieran o no a imitar un comportamiento tenía mucho que ver con el tamaño del grupo con que se encontraban.


Un porcentaje aún mayor de peatones imitó la acción del grupo de forma incompleta: miraron adonde estaba mirando el grupo de estímulo, pero no se detuvieron. Si la mirada de una sola persona modificó la del 42 por ciento de los viandantes, la mirada de quince personas modificó la del 86 por ciento. Más interesante que esta diferencia, sin embargo, es que el grupo de estímulo compuesto por cinco personas influyera casi tanto en el comportamiento de los viandantes como el grupo de quince. Es decir, en este escenario, los grupos compuestos por más de cinco personas casi no causaban ningún efecto nuevo en la conducta de los peatones. El dato más interesante es que los grupos de estímulo de sólo 5 personas estimulaban tanto a los viandantes como el grupo de 15. Es decir, a partir de 5 personas podemos crear un estímulo suficientemente poderoso en la gente. Un estímulo que probablemente esté detrás de muchos comportamientos colectivos, la histeria de masas o hasta la identificación positiva de ovnis y otros fenómenos sobrenaturales.

Stanley Milgram ideó otro experimento mucho más famoso que demostró que todas las personas del mundo estamos conectadas por una media de «seis grados de separación» (tu amigo está a un grado de ti, el amigo de tu amigo está a dos grados, y así sucesivamente). Este experimento, que Milgram llevó a cabo en la década de 1960, consistió en entregar a cien personas de Nebraska una carta dirigida a un hombre de negocios de Boston que vivía a casi dos mil kilómetros. Milgram pidió a los ciudadanos de Nebraska que enviasen la carta a la persona que, entre todos sus conocidos, más posibilidades tuviera de conocer al hombre de negocios de Boston y contó el número de destinatarios que tuvo la carta hasta llegar a ese hombre. De media, hicieron falta seis destinatarios, incluido el bostoniano. Este hecho asombroso dio pie a diversas investigaciones sobre la idea de que «el mundo es un pañuelo», y caló en la cultura popular. En el año 2002, el físico devenido en sociólogo Duncan Watts y sus colegas Peter Dodds y Roby Muhamad decidieron reproducir el experimento de Milgram a escala global, sólo que esta vez emplearon el correo electrónico en lugar del postal. Reclutaron a más de noventa y ocho mil personas (estadounidenses en su mayoría) y les pidieron que enviasen un mensaje a diversos «objetivos» repartidos por todo el planeta con la condición de que se lo enviasen a aquel de sus conocidos que en su opinión más posibilidades tuviera de conocer a la persona-objetivo. A todas las personas del numeroso grupo inicial se les asignó al azar un objetivo de una lista de dieciocho objetivos posibles de trece países distintos. Entre los objetivos se encontraban un profesor de una importante universidad estadounidense, un inspector de bibliotecas de Estonia, un consultor tecnológico de la India, un policía de Australia y un veterinario del Ejército noruego; es decir, un conjunto variopinto. De nuevo y para pasmo de todos, de media sólo hicieron falta seis pasos para que el mensaje de correo original llegara a cada destinatario final, con lo cual quedaba refrendado el experimento de Milgram sobre la «pequeñez» del mundo.

Sin embargo, que todos estemos conectados con todos los demás por seis grados de separación no significa que tengamos alguna influencia sobre todas esas personas que se encuentran a determinada distancia social de nosotros. El grado de influencia de las redes sociales obedece a lo que llamamos Regla de los Tres Grados de Influencia. Todo lo que hacemos o decimos tiende a difundirse —como las olas— por nuestra red y tiene cierto impacto en nuestros amigos (un grado), en los amigos de nuestros amigos (dos grados) e incluso en los amigos de los amigos de nuestros amigos (tres grados). Nuestra influencia se disipa gradualmente y deja de tener un efecto perceptible en las personas que se encuentran más allá de tres grados de separación. Estamos influidos por amigos que se encuentran a tres grados de separación de nosotros pero, en general, no por quienes están más lejos.

La Regla de los Tres Grados se puede aplicar a un amplio abanico de actitudes, sentimientos y conductas y a fenómenos tan diversos como las opiniones políticas, la obesidad y la felicidad. Los consejos boca a boca para los asuntos cotidianos (encontrar un buen profesor de piano o un hogar para regalar a un cachorro) también suelen difundirse tres grados. Al igual que las ondas que forma una piedra al caer en un estanque, la influencia que podemos ejercer en los demás acaba por agotarse. Cuando tiramos la piedra, desplazamos cierto volumen de agua, pero la energía de la ola se va disipando a medida que se expande. Así que, tanto si dejamos de fumar como si votamos a este o a aquel candidato, cuando ambos hechos llegan al conocimiento de los amigos de los amigos de nuestros amigos, es muy posible que esas personas no reciban ya información fiable sobre lo que en realidad hicimos. Llamamos a esto explicación de la decadencia intrínseca. En segundo lugar, la influencia puede disminuir porque, a causa de su inevitable evolución, la red misma contribuye a que los vínculos que quedan más allá de los tres grados sean inalcanzables. Los vínculos de las redes no duran siempre: los amigos dejan de ser amigos, los vecinos se mudan, los esposos se divorcian, las personas.

Veamos para terminar algunos campos y ejemplos prácticos en los que la influencia de nuestras redes sociales está demostrado

Comportamiento ético

La gente que nos rodea nos puede moldear más de lo que creemos. Un ejemplo muy ilustrativo de esta afirmación es el relativo a la difusión interpersonal del comportamiento delictivo.

Es típico que los actos de agresión se expandan hacia afuera desde su punto de partida, como en una riña de bar cuando un hombre ataca y otro lo esquiva, de modo que es un tercer hombre el que recibe el golpe y muy pronto los puñetazos vuelan por todas partes. La propagación de la violencia entre personas quizá no debería sorprendernos tanto. Como suele decirse: «los amigos de mis amigos son mis amigos»; pero también: «los enemigos de mis enemigos son mis amigos», al igual que el amigo de mi enemigo es mi enemigo. En Estados Unidos, en el 75 por ciento de los homicidios están involucradas personas que ya se conocían y que a menudo tenían una relación muy estrecha. Si se está preguntando quién puede ser la persona que le quite la vida, fíjese en quienes están a su alrededor. Pero en su red social también está la persona que se la puede salvar.

Si se rompe una ventana y se deja sin arreglar, la gente que pase por delante deducirá que a nadie le importa el asunto y nadie se ocupa de arreglarla. Al poco tiempo aparecen más ventanas con los cristales rotos, y en seguida el edificio afectado transmite cierta sensación de anarquía a toda la calle, con la consigna de que todo vale. La teoría de las ventanas rotas y la del poder del contexto vienen a ser una misma cosa. Ambas se basan en la premisa de que se puede invertir un proceso epidémico con sólo modificar pequeños detalles del entorno inmediato.

Por supuesto, el contagio de la bondad se produce de manera similar. Dejando a un lado que nacemos predispuestos al altruismo y la cooperación (al menos aparente) y que el sentido moral nace de serie, el entorno puede subrayarlo o debilitarlo. Por ejemplo, en un entorno social donde predominan las personas buenas, habrá menos posibilidades de que haya personas malas.

La gente buena tiene más amigos, tiene más gente alrededor para prestar atención a sus anécdotas, a sus gustos literarios, musicales o directamente estéticos, a sus ideas, en definitiva, y eso provoca que la esencia de la gente buena se reproduzca con mayor facilidad en los demás, en el acervo cultural en el que estamos inmersos. La gente amable influye y persuade a un mayor número de personas en su vida.

Felicidad

No hay nada mejor que tener amigos optimistas y alegres para que nuestro cerebro refleje ese estado de ánimo, como un espejo perfectamente pulimentado. Rodearte de amigos felices no sólo te hace más feliz, sino que te permite hacer feliz a más gente; y también a tus propios amigos felices, por supuesto. Las sonrisas se propagan así como el bostezo: basta que veamos a alguien bostezar para sentir la necesidad irrefrenable del bostezo.


Uno de los estudios más importantes sobre el contagio de la felicidad, el Framingham Heart Study, publicó sus análisis en la revista British Medical Journal, en enero de 2009. En él se recogieron y analizaron la información personal, social y clínica desde 1945 de casi 5.000 personas que vivían en la localidad de Framingham, Massachussets. Los resultados confirman que la felicidad se contagia por la red social, y que este contagio se produce entre amigos o familiares, y no tanto entre compañeros de trabajo.

Los análisis matemáticos de la red sugieren que una persona tiene alrededor de un 15 por ciento más de probabilidades de ser feliz si está conectada directamente (con un grado de separación) con una persona feliz. Y la propagación de la felicidad no se detiene aquí. Las personas que se encuentran a dos grados de separación (el amigo de un amigo) de una persona que es feliz tienen un diez por ciento más de probabilidades de ser felices, y las personas que están a tres grados de separación (el amigo de un amigo de mi amigo) tienen alrededor de un seis por ciento más de probabilidades de ser felices. A cuatro grados de separación, no hay incidencia.

Atracción

La mejor forma de que los demás se convenzan de que somos atractivos es que ya haya gente convencida de que somos atractivos. La valoración del atractivo de hombres y mujeres es contagiosa. Para demostrar esto se realizó un famoso experimento en el que se mostraron varias fotografías de hombres un grupo de mujeres para escoger a los más atractivos. Más tarde, se enseñaron varios pares de fotografías de dos hombres igualmente atractivos a otro grupo de mujeres, pero entre par y par de fotografías, se insertó una de una mujer que “miraba” a uno de los hombres.

La mujer en cuestión tenía una sonrisa en la boca o, por el contrario, una expresión neutra. Pues bien, los hombres de las fotos resultaron finalmente más atractivos a las mujeres cuando se interpolaba la imagen de una mujer sonriente. En otro estudio, otro grupo de mujeres valoraba también el atractivo de unos hombres que aparecían en unas fotografías. Las fotos iban acompañadas de unas descripciones breves. Pues cuando en la descripción se incluía el dato de que el hombre estaba casado, la valoración de la mujer mejoraba.

Las fotografías en las que un hombre aparece con su novia también incrementan el atractivo del hombre. Pero cuidado, la novia no puede ser del montón. Sólo aumenta considerablemente el atractivo del hombre en el caso de que la novia sea también atractiva. Esta tendencia tiene sentido desde un punto de vista evolutivo: una forma rápida y eficaz de evaluar las características de un hombre es basarse en su éxito con otras mujeres que probablemente ya las habrán valorado profundamente. Algo así como un atajo. En términos de tiempo y energía, un gran atajo.

El psicólogo Daniel Gilbert demostró que cuando una mujer quiere saber lo bien que se lo puede pasar con un hombre con el que está a punto de salir, la opinión de alguna mujer con quien ese hombre ya haya salido es mucho más valiosa que conocerlo todo de él.

Pero ¿y las mujeres? En esta línea, ¿qué clase de detalles hacen que resulten irresistibles para un hombre? ¿También fotografiarse rodeada de hombres sonrientes?. No. En absoluto: los varones suelen ser menos quisquillosos que las mujeres y, por tanto, la opinión de los demás les importa menos. Por otra parte, la presencia de otros hombres les sugiere otra cosa, a saber, que puede llevar mucho tiempo (y resulta muy estresante) competir por el interés de una mujer tan solicitada.

Elección de pareja

Según el Sondeo Nacional de Salud y Vida Social realizado en EEUU a 3.422 personas de entre 18 y 59 años en 1992 alrededor del 68 % de las personas del estudio conocieron a sus cónyuges después de que los presentara alguien a quien conocían. Esto demuestra que instintivamente depositamos una gran confianza en amigos y familiares a la hora de que nos presenten posibles relaciones. Esto sucedería porque resulta ser un atajo muy interesante. Es decir, cuando conocemos a una persona nada sabemos de ella. Sin embargo, cuando son otros los que nos presentan a alguien, tienen información sobre nosotros y también sobre nuestra potencial pareja. Incluso es posible que conozcan detalles muy importantes y personales que pueden resultar cruciales para trabar una afinidad profunda.

Pero ¿y las personas que se conocen por azar y no por mediación de otros? Pues resulta que no es exactamente el azar el encargado de juntar a la mayoría de estas parejas. El Sondeo también preguntó a los encuestados dónde suelen conocer a sus parejas. Y el 60 % de los sujetos del estudio conocieron a sus cónyuges en el instituto o en la universidad, en el trabajo, en una fiesta, en la iglesia o en un club social. Es decir, lugares que suelen congregar a personas que comparten determinadas características. Sólo el 10 % conoció a sus esposas en un bar, por medio de un anuncio personal o en el lugar donde pasaba las vacaciones, donde la diversidad es mayor pero el número de tipos de personas que pueden llegar a ser pareja sigue siendo limitado.

Tened los ojos abiertos en los lugares donde acuden personas parecidas a vosotros. Sin embargo, los sitios donde se conoce a la gente para entablar futuras relaciones pueden cambiar con los años. De hecho, ahora mismo están cambiando a pasos agigantados. Por ejemplo, entre 1914 y 1969, del 15 al 20 % de los encuestados de un estudio llevado en Francia a lo largo de la historia del flirteo de todo el siglo XX, declararon haber conocido a las personas con quienes se casaron en el barrio. Pero en el año 1984, el porcentaje descendió hasta el 3 %, lo cual refleja el declive de los vínculos sociales basados en la proximidad geográfica como consecuencia de la modernidad y del crecimiento de las ciudades. Con la llegada de Internet, las cosas cambian aún más deprisa. Año a año, las personas que se han casado a través de las redes sociales de Internet crecen exponencialmente. Según una encuesta realizada en EEUU, casi 3 millones de parejas iniciaron relaciones duraderas o incluso se habían casado gracias a Internet. En el 2006 uno de cada 9 estadounidenses utilizaban servicios de encuentro de parejas en línea. De ellos, el 43% terminaron teniendo una relación de pareja real y 17% terminaron casándose.

Obesidad

La obesidad tiene mucho que ver con los vínculos familiares y sociales. Según un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard y la Universidad de California, tener un amigo obeso aumenta las probabilidades de serlo uno mismo en un 57%. En las relaciones familiares parece ser que los porcentajes son menores aunque siguen siendo muy altos: 40% si se trata de un hermano o hermana y 37% si el obeso o la obesa es el o la cónyuge.




El análisis que hacen no ha sido tomando datos a la ligera: 32 años, más de 12000 pacientes y medidas de evaluaciones médicas y de índices de masa corporal para amigos e incluso vecinos. Y, por cierto, el estudio al parecer también implica lo mismo para el lado opuesto: la delgadez también es “contagiosa”.

Conexión entre redes sociales y vinculación social

En Netville, un barrio de las fueras de Toronto, a finales de la década de 1990, se empezó a instalar tecnología de banda ancha gratuita y disponible para todos los vecinos. Todos los habitantes de las 109 viviendas unifamiliares nuevas del barrio de Netville tendría acceso libre a Internet de alta velocidad y una variedad de servicios on line que iban desde la atención sanitaria a foros de debate locales. Bien, la cuestión es que el 60 % recibió este paquete de servicios y el 40 % restante no. Se formaron así dos grupos. Un grupo de conectados y otro de desconectados. Sin darse cuenta, empezaron a formar parte de un interesante experimento natural.

Se estudió el efecto de la nueva tecnología en las interacciones de la comunidad y los resultados fueron diametralmente opuestos a los que promulgan los agoreros o los reticentes a las nuevas tecnologías. Los residentes con acceso a estos servicios desarrollaron conexiones más amplias y profundas con otros y establecieron un mayor número de vínculos con sus vecinos. Una comparación entre los vecinos conectados y no conectados reveló que los primeros conocían a muchos más vecinos por su nombre de pila (25 frente a 8), hablaban con el doble de vecinos de manera regular (6 frente a 3), habían visitado en más ocasiones la casa de sus vecinos en los últimos seis meses (5 frente a 3) y los telefoneaban con mucha mayor frecuencia (22 llamadas al mes frente a 6). Estos vínculos electrónicos también ayudaron a preservar los vínculos e interacciones entre los residentes de Netville y los amigos que tenían antes de cambiar de barrio y que vivían a cierta distancia.

Por si esto fuera poco, los conectados de Netville también ejercieron mejor sus derechos cívicos. Los conectados usaron la tecnología para organizarse mejor y protestar contra el promotor que había construido sus casas debido a que presentaban algunos defectos.