miércoles, 30 de junio de 2010

Las ventajas de la vida en pareja

Ya sabíamos que masturbarse regularmente es saludable, y más lo es mantener relaciones sexuales regulares con otra persona. Lo que no sabíamos todavía es que la vida en pareja proporciona una serie de ventajas notables en el ser humano.

Tendemos a pensar que los monjes y monjas célibes deben tener una vida más larga y saludable, habida cuenta de que están alejados de las vertiginosas vicisitudes del sexo, la convivencia conyugal, etc. Sin embargo, resulta que es justo al contrario. De promedio, la mejor receta para tener mala salud y vivir poco es ser célibe.



El primer sistema nacional de estadísticas vitales del mundo surgió en Inglaterra, casi por casualidad, cuando el Parlamento creó la Oficina del Registro General en 1836 para contabilizar y archivar el número de nacimientos y de muertes de que se producían en el país.

El primer compilador de esta oficina no fue un burócrata sino un médico de origen humilde: William Farr. Un médico que acabaría analizando creativamente estos datos de una forma que el Parlamento no había previsto.

Al principio, Farr investigó las tasas de mortalidad de distintos oficios y profesiones, el modo óptimo de clasificar las enfermedades (su sistema se sigue empleando hoy en día) y los índices de mortalidad de los manicomios. Pero también descubrió otra cosa: que las personas casadas vivían más tiempo que las viudas y que las solteras.

Un dato realmente perturbador, porque contradecía las ideas generales sobre el tema, indiciadas en 1749 por el matemático francés Antoine Deparcieux, que se había dedicado a investigar la longevidad de las monjas y de los monjes. Tanto el matemático como otros estudiosos de la época creían que el celibato era signo de longevidad.

Pero había algunos investigadores que ya habían insinuado que la supresión de una función fisiológica era perjudicial para la salud, y Farr estaba convencido de que había dado con la demostración de ese hecho tras estudiar también datos recopilados en Francia. En su artículo de 1858, titulado Influencia del matrimonio en la mortalidad del pueblo francés, Farr sostuvo lo siguiente tras analizar lo datos de 25 millones de adultos franceses:

"Una serie muy notable de observaciones que atañen al conjunto de Francia, nos permite determinar por primera vez el efecto de las circunstancias conyugales en la vida de una gran parte de la población. (…) El matrimonio es un estado saludable. El individuo soltero tiene más probabilidades de naufragar en este viaje que los que se unen en matrimonio."

Con detalladas tablas, Farr demostró que, por ejemplo, en 1853, entre los hombres de entre 20 y 30 años de edad, se producían los siguientes fallecimientos:

Solteros: 11 fallecimientos por cada 1.000

Casados: 7 por cada 1.000.

Viudos: 29 por cada 1.000 viudos.

Entre los hombres de entre 60 y 70 años, las cifras, según los grupos correspondientes, eran 50 por cada 1.000, 35 por cada 1.000 y 54 por cada 1.000.

Con las mujeres ocurría prácticamente lo mismo. Sí que es cierto que si eras joven y soltera entonces se prolongaba la vida, pero se dedujo que este dato reflejaba la cifra de mujeres casadas que morían al dar a luz, muy elevadas durante aquel siglo.

Sin embargo, el camino hacia la aceptación de estos datos no fue tan fácil. Aparecieron los detractores, y tuvieron que investigarse realmente qué es lo que provocaba estos desajustes en la longevidad. A finales del siglo XIX, algunos observadores sostuvieron que el hecho de que el matrimonio supusiera una ventaja para la salud era sólo una apariencia, porque lo que sucedía en realidad es que las personas casadas parecían más sanas a causa de la selección natural.

Es decir, las personas menos sanas tienen menos probabilidades de contraer matrimonio que las personas más sanas. En 1898, el matemático Barend Turksma lo expresó así:

"Las personas que tienen menos vitalidad, las que apenas son capaces de valerse por sí mismas, casi están obligadas a pasar por la vida solteras.
Esta batalla de ideas duró hasta 1960, hasta que apareció toda una serie de artículos muy reveladores. El más importante de ellos se publicó en el Lancet, un boletín médico británico, bajo el título de “La mortalidad de los viudos.”"

Apoyándose de nuevo en los datos de la Oficina de Registro General, se analizaba el índice de 4.486 viudos a lo largo de 5 años transcurridos a partir del fallecimiento de sus esposas. Los autores concluyeron que el riesgo de fallecimiento de esos hombres aumentaba un 40 % en los primeros 6 meses después del fallecimiento de la esposa, y luego se estabilizaba.

Bien, tal vez ello no signifique que haya relación entre longevidad y matrimonio sino que, sencillamente, la muerte del cónyuge produjo efectos en el hombre. Tal vez ambos cónyuges estuvieran expuestos a factores que aumentaban sus probabilidades de morir, como las toxinas del entorno o un autobús circulando a demasiada velocidad, que mató a ella pero sólo hirió mortalmente a él.

Pero cabía la posibilidad de que William Farr tuviera razón y que existiera una verdadera relación causal entre la vida en pareja y la salud. Tal vez había algo más allá del efecto “morir de pena” del marido cuando la mujer falleció debido a toda una serie.

Sin pretenderlo, los autores del artículo de Lancet arrojaron una idea interesante: “la alimentación de los viudos es susceptible de empeorar cuando ya no tienen una esposa que los cuide.”

Y es que las modernas investigaciones confirman que el matrimonio es bueno, pero que los hombres y las mujeres no obtienen los mismos beneficios de él.

El índice de mortalidad, según la estadística, arroja que estar casado prolonga la vida del hombre 7 años, pero la vida de la mujer sólo se prolonga 2 años. En cualquier caso, parece ser que el matrimonio es más beneficioso para la salud que la mayoría de los tratamientos médicos.

Pero ¿por qué existe esta diferencia?

Es lo que ha tratado de responder la reciente investigación del demógrafo Lee Lillard y sus colaboradores, Linda Waite y Constantijn Panis. Tras analizar a más de 11.000 hombres y mujeres que iniciaron y concluyeron sus matrimonios en el periodo transcurrido entre 1968 y 1988, descubrieron detalles interesantes.

Los cónyuges se proporcionan apoyo mutuo y se conectan el uno al otro a una red social más amplia de amigos, vecinos y parientes. También es menos caro vivir juntos que separados. Los cónyuges también son depósitos de información y fuentes de asesoramiento continuo, de ahí que uno influya tanto en el comportamiento del otro, desde si tenemos que abrocharnos en cinturón de seguridad hasta si hay que comer fuera o ahorrar.

Esto ocurre, en parte, porque tienen un defensor devoto de sus intereses. Las personas casadas eligen hospitales de mayor calidad y los tratamientos médicos les causan menos complicaciones que a los viudos y a los solteros. Es una evidencia que el apoyo emocional del cónyuge produce disminución del pulso cardiaco, refuerzo del sistema inmunitario y prevención de la depresión.



Pero los hombres salen ganando en esta vida en equipo porque, al casarse, generalmente los hombres dejan sus hábitos de soltero, asumiendo su papel de adulto: venden la moto, algunos dejan de consumir drogas ilegales, comen de forma más ordenada, vuelven a casa a una hora razonable y empiezan a asumir responsabilidades con mayor seriedad.

Es decir, que las mujeres modifican tanto el comportamiento de los hombres que les prolongan la vida: los hombres ya no necesitan hacer tanto el gallito para obtener pareja (de hecho, si los hombres tienen una esperanza de vida inferior a la de la mujer es, en parte, porque el hombre tradicionalmente adopta el rol de conquistador, adoptando más conductas de riesgo, bebiendo más, fumando más, corriendo más con el coche, etc., como los pavos reales arrastrando enormes colas de colores que les imposibilita huir de los depredadores).

No hay que entrever un sesgo sexista en este estudio. Es cierto que el rol de las mujeres ha cambiado espectacularmente en los últimos años, pero igualmente estos roles básicos obedecen a comportamientos muy arraigados biológicamente en el sexo masculino y femenino. En cualquier caso, lo que resulta obvio es que hay un intercambio asimétrico de beneficios, al menos por el momento.

Si el hombre, nada más casarse, experimenta un sustancial y marcado declive en su riesgo de fallecimiento, en la mujer esto no ocurre de ningún modo: su índice de mortalidad desciende más gradualmente y es menor.

El mismo patrón se detecta con la viudez: si la esposa mure, el riesgo de fallecimiento del marido se eleva bruscamente, pero no tanto el de la mujer si muere el marido. Cuando una mujer fallece, lo que más incide en la salud de su esposo, el apoyo emocional, un hogar bien gestionado, etc., sí que desaparece bruscamente. Al menos en el escenario actual, en el que la mayoría de sociedades aún son los hombres los que ceden en mayor proporción la gestión del hogar a las mujeres.

Y lo que quizá os resultará más chocante es que la edad de la mujer y del hombre también influye en todos estos datos. Casarse con una mujer más joven es beneficioso para un hombre, mientras que casarse con un hombre más joven no es beneficioso para la mujer. Incluso, hasta ciertos límites, cuanto mayor es la diferencia de edad entre un marido mayor y una mujer más joven, mayores son los beneficios para la salud de ambos.

Lo que refuerza la tendencia ancestral y biológica entre hombres y mujeres de establecer una transacción del tipo “sexo y respaldo a cambio de dinero”.

La pregunta es... ¿hasta qué punto esta tendencia desaparecerá con los nuevos cambios socioculturales en relación al sexo que se avecinan? ¿Hasta qué punto la cultura podrá neutralizar instintos primarios tan arraigados en la biología humana?

Son preguntas que podremos contestar dentro de unas décadas.

martes, 29 de junio de 2010

De la era de los buscadores a la era de las recomendaciones

La primera década del siglo XXI ha estado claramente dominada por los buscadores. Ha sido su época dorada. Google, Yahoo, Bing… eran las páginas que copaban todos y cada uno de los rankings de popularidad, visitas, tráfico y por lo tanto impactos publicitarios. El desarrollo de los buscadores en los últimos 15 años ha sido un proceso cercano a lo mágico dónde el conocimiento humano y la tecnología se han dado la mano para crear una de las herramientas más útiles que tengo el privilegio de recordar. Los buscadores, en su momento, le dieron sentido a la red. Sin ellos todo habría sido muy distinto y las toneladas de información que contiene internet navegarían a la deriva en un inmenso océano de hipertexto o escondida detrás de alguna url con la que jamás nos toparíamos quedando así en el más absoluto olvido. Empresas como Google han puesto al servicio de sus algoritmos a las más brillantes y destacadas mentes mundiales e inversiones de miles de millones de euros con el fin de ofrecer el mejor de los servicios en tan sólo unas milésimas de segundos.


¿Necesitas un coche nuevo? Ahí tienes a Google con todas las respuestas. ¿Pensando en cambiar de proveedor de servicio ADSL? No dudes por un momento de que en Yahoo encontrarás al detalle todas y cada una de las ofertas disponibles en los distintos operadores. ¿Tu pareja quiere ver la última película de Tarantino? Una vez más los buscadores son tu as en la manga para quedar como todo un señor y, ya que estamos, le das a la pestañita de Google Maps y antes del cine cae la cenita romántica en el restaurante de al ladito. ¿Maravilloso verdad?. Pero los buscadores, a pesar de ser y seguir siendo una de las herramientas más útiles que la red pone a nuestra disposición, tiene un problema que difícilmente tenga solución: son máquinas.

Pues sí, los buscadores son máquinas y como tal aprenden rápido pero aprenden mal. ¿Alguna vez has probado a buscar manzanas rojas en alguno de ellos? Las máquinas no sienten, no discriminan, no interpretan, no contextualizan… simplemente indexan información, toneladas de información. Que si meta etiquetas, que si backlinks, que si títulos, keywords, links, page rank… ¿Y ahora qué? Vale, escribo en Google “hotel playa Menorca” y me salen 19.800 resultados bajo estas palabras pero… ¿cuál de estos hoteles es el que tiene una mejor relación calidad precio?, ¿Cuál dispone de las mejores instalaciones y en mejores condiciones?, ¿los restaurantes de alrededor son económicos?, ¿dan un buen servicio?, ¿el personal es agradable?, ¿qué ambiente se respira?… Para todas estas preguntas los buscadores no tienen respuesta. No la tienen porque no entienden e estas cosas. No entienden de experiencia de usuario, no entienden de olores, sabores, percepciones, luces, colores y sentimientos. Son máquinas, muy potentes y sofisticadas pero máquinas al fin y al cabo.

En este contexto las redes sociales han adquirido un papel fundamental. Facebook si que tiene a más de 475 millones de “editores” filtrando, catalogando y distribuyendo información entre sus contactos, todas ellas redes interconectadas y de crecimiento exponencial. Twitter si que posee a más de 100 millones de usuarios que crean más de 55 millones de mensajes de 140 caracteres al día, el 80% de los cuales redirecciona a algún sitio de internet. Foursquare si que tiene a cerca de 1 millón de usuarios, con un crecimiento en 2010 del 500% respecto al año anterior, visitando establecimientos y dejando constancia de sus sensaciones durante la visita. Las redes sociales tienen esa alma que le falta a los buscadores gracias a los usuarios que las conforman. Las redes sociales si entienden de experiencias de usuario y es precisamente su carácter social el que las da una importancia vital dentro del panorama actual de internet. Ya en países como Reino Unido redes sociales como Facebook han desbancado a páginas como Google de la primera posición en visitas del ciberespacio. Los propios usuarios han creado, a través de las redes sociales, micro mundos digitales en torno a los cuales se mueven cantidades ingentes de información de una utilidad y una calidad asombrosa y tan sólo basándose en sus experiencias y conocimientos, pero claro, las experiencias y conocimientos de 475 millones de personas son muchas experiencias y mucho pero que mucho conocimiento.

Como bien digo los usuarios, si, ellos solos, no ha hecho falta ninguna estrategia mágica de persuasión ni estímulo de última generación, han creado en su entorno más cercano micro mundos digitales de una riqueza y variedad espectaculares. Estos micro mundos digitales se interconectan con otros micro mundos creados por otros usuarios formando una sólida red de información que fluye de forma multidireccional dotando de un valor a las redes sociales del que pocos soportes digitales pueden presumir. De un tiempo a esta parte y según las estadísticas las principales fuentes de tráfico de los principales blogs son redes sociales y esta es una tendencia que se repite en 9 de cada 10 medios de comunicación independientemente de su dimensión y temática. Nuestros posts, nuestros artículos e informaciones, recomendaciones, críticas y buenas y malas experiencias recorren la red a la velocidad de la luz.

Ahora son tus contactos de Facebook los que te recomiendan esa exposición tan chula de ese fotógrafo de vanguardia que seguro que te gusta, al fin y al cabo son ellos quienes te conocen. Ahora son tus followers de Twitter los que te pasan esa última presentación sobre social media cargada de datos apasionantes o un enlace a las últimas novedades en soportes publicitarios según Advertising Age. Uno de tus contactos de Flickr te descubre con su nueva galería fotográfica las maravillas de esa ciudad mediterránea que ni se te pasaba por la cabeza visitar y tus amigos de Foursquare acaban de rematar la faena recomendándote hotel, restaurante y una calita impresionante donde sirven unos daiquirís de fresa que quitan el hipo.

El mundo está cambiando. El word of mouth, bueno el boca a boca de toda la vida ha vuelto al número uno del marketing P2P sólo que esta vez el altavoz de las redes sociales lo ha dotado de una dimensión jamás vista antes en la historia de la comunicación. Las redes sociales son los nuevos buscadores del siglo XXI, una prueba irrefutable de este fenómeno es que gigantes como Google están adaptando sus modelos y algoritmos para ofrecer a los usuarios también la información que transita por redes sociales como Facebook o Twitter. ¿No pensáis que si Google toma este tipo de decisiones es porque algo se está cociendo?.

Los buscadores tradicionales han pasado a ser enciclopedias digitales de información objetiva catalogada en base a criterios y procesos mecánicos y automatizados que te ofrecen una visión fría, distante y en ocasiones desvirtuada y poco exacta de la realidad que te rodea. Prueba a escribir en Google “dolor agudo de cabeza” y trata de no salir corriendo al hospital más cercano cagado de miedo pensando que tienes un tumor cerebral. Eso sí, si la cosa va de saber el número de habitantes de Filipinas, de quien ganó la última copa mundial de rugby o cuantas películas ha dirigido Guy Ritchie nuestro querido amigo Google tiene todas las respuestas. Hay una cosa que no ha cambiado, con los buscadores seguimos perdiendo al Trivial.


Las redes sociales representan hoy por hoy ese toque de humanidad que le falta a los buscadores. Estas plataformas y el uso que los usuarios hacen de ellas las han posicionado como las principales fuentes de información de calidad de la red en cuestión de meses. ¿Has probado el buscador de Twitter? Te sorprenderían gratamente los resultados, prueba con cualquier topic que se te ocurra y comienza a disfrutar de la magia de las redes sociales. Escribe Google Nexus One y bucea entre toneladas de información, opiniones, comparativas, críticas, disecciones, explicaciones y solución de problemas del dispositivo móvil… Absolutamente maravilloso. Prueba a escribir en Facebook el nombre de tu marca favorita o en Foursquare ese restaurante que llevas tanto tiempo queriendo visitar. Échale un vistazo a tu timelime y no te pierdas lo que tu entorno tiene para compartir contigo. Vivimos en una nueva era, la era de las recomendaciones donde el usuario es el que decide cuales son las experiencias que tienen valor y cuales quedan relegadas al olvido. Los buscadores no han muerto, ni mucho menos pero vivimos en una realidad digital tan sumamente compleja en términos de relaciones y comunicación que es imposible que funcionen y sean útiles para los usuarios sin el apoyo y complemento de las redes sociales.

Y si no me crees, prueba a buscar manzanas rojas en Google.

Fuente

Algunos estudios curiosos sobre las relaciones personales (II)

Si unos miran a la ventana, todos miramos a la ventana: el experimento gregario de Milgram

Por muy independientes o autónomos que nos consideremos, lo cierto es que todos nos fijamos en los demás a fin de fijar nuestros valores sobre las cosas, lo que es importante o no, lo que gusta y no gusta, etc.



Para constatar hasta qué punto lo que hacen los demás determina lo que hacemos nosotros (más allá incluso de su manifestación más superficial: las modas), en 1968 se realizó el célebre experimento del psicólogo Staley Milgram.

Dos frías tardes de ese invierno, en una acera de Nueva York, Milgram observó el comportamiento de 1.424 viandantes mientras paseaban por un tramo de acera de 15 metros. En cierto modo, era como la versión científica de aquella obra literaria de George Perec en la que el autor se limita a describir todo lo que pasa en una plaza minuto a minuto, todo lo cotidiano, lo que pasa cuando no pasa nada.

Milgram había situado a grupos de personas que trabajaban para él, de hasta 15 individuos, que, siguiendo sus indicaciones, se detenían de repente y miraban hacia una ventana del sexto piso de un edificio cercano durante un minuto exactamente.

En la ventana no había nada interesante, tan sólo estaba otro de los ayudantes de Milgram. El experimento fue registrado en video y lo que allí apareció fue sorprendente. Tras contar el número de personas que se paraban y miraban adonde miraban los integrantes del grupo de Milgran, descubrieron que el 4 % de los viandantes se detenía y miraba a aquella venta cuando un solo ayudante de Milgran lo hacía. Pero si eran 15 ayudantes de Milgran los que se paraban en la acera y miraban aquella ventana en la que no pasaba nada… entonces imitaban el comportamiento hasta el 40 % de los viandantes.

Un porcentaje aún mayor de peatones imitó la acción del grupo de forma incompleta: miraron adonde estaba mirando el grupo de estímulo, pero no se detuvieron. Si la mirada de una persona modificó la del 42 % de los viandantes, la mirada de 15 personas modificó la del 86 %.

El dato más interesante es que los grupos de estímulo de sólo 5 personas estimulaban tanto a los viandantes como el grupo de 15. Es decir, a partir de 5 personas podemos crear un estímulo suficientemente poderoso en la gente. Un estímulo que probablemente esté detrás de muchos comportamientos colectivos, la histeria de masas o hasta la identificación positiva de ovnis y otros fenómenos sobrenaturales.

O dicho de otro modo: para ciertos asuntos, fiarse de muchas personas es equivalente a fiarse de una sola, lo cual relega a los testimonios de cualquier índole a una categoría muy poco relevante a la hora de conocer la verdad. Tenedlo en cuenta la próxima vez que alguien os cuente una historia que desafía las leyes de la naturaleza, por mucho que reciba el apoyo de muchas otras personas.

Fuente

__________________________________________________________


Si te rodeas de delincuentes, acabarás delinquiendo

La frase “dime con quién andas y te diré quién eres” adquiere un significado más profundo a la luz de diversas investigaciones sobre el contagio social. Ya no es que una persona se suela rodear de gente parecida a ella, sino que la gente que le rodea puede moldear más de lo que creemos cómo será finalmente esa persona.

Un ejemplo muy ilustrativo de esta afirmación es el relativo a la difusión interpersonal del comportamiento delictivo.

Y es que a poco que busquemos algún patrón en la delincuencia descubriremos que no hay apenas patrones. La delincuencia varía mucho en el tiempo (cambia de año en año) y también en el espacio (varía entre jefaturas y comisarías adyacentes).

Por ejemplo, el Ridgewood Village, Nueva Jersey, se cometen 0,008 delitos graves per cápita, mientras que al lado, en Atlantic City, la tasa es de 0,384. Es decir, 50 veces superior. ¿Acaso hay una barrera mágica que separa estos dos lugares?


Hay pruebas sustanciales que apuntan a que esta disparidad se debe en parte a la reverberación de las interacciones sociales: cuando los delincuentes actúan en un momento y lugar determinados, incrementan las probabilidades de que gente cercana a ellos cometa un delito.

Un estudio de tales efectos fue realizado por el economista Ed Glaeser, y demostraba que ciertos delitos se contagian con mayor facilidad que otros. Por ejemplo, es más probable que una persona se vea incitada a robar un coche cuando ve hacerlo a otro que a robar una casa o cometer un atraco, y esta influencia es aún menor en delitos como el incendio premeditado o la violación.

En otras palabras, cuanto más arriesgado o grave sea el delito, menos probable es que otros se animen a seguir el ejemplo.

Además, para ilustrar la naturaleza básicamente social del delito, basta decir que casi dos terceras partes de todos los criminales cometen sus delitos en colaboración con alguien.

Este contagio también se produce en comportamientos poco éticos. En la universidad Carnegie Mellon se pidió a los estudiantes que realizaran un examen de matemáticas difícil. En el centro del aula, los investigadores colocaron a un colaborador encubierto, que en un momento determinado empezó a copiar de manera manifiesta.

El resto de estudiantes, al ser testigos de esta falta, empezaron también a hacer trampas.

Pero lo relevante de este experimento es que el contagio de las trampas sólo aumentaba si el tramposo que iniciaba el contagio tenía un puesto especialmente conectado entre el alumnado. Si el tramposo, por ejemplo, llevaba una camiseta normal, los estudiantes mostraban mayor propensión a hacer trampas.

Pero si llevaba una camiseta de la Universidad de Pittsburg (la universidad rival de Carnegie Mellon), entonces los estudiantes no mostraban tanta propensión a hacer trampas.

Fuente


__________________________________________________________

Las mujeres son cada vez mas bellas debido a la evolución

Es cierto que el modelo de belleza se ha ido modificando drásticamente durante los años. También es cierto el hecho de que la belleza no tiene un patrón de discernimiento definido, y que la subjetividad personal manda más que otra cosa a la hora de identificar a una persona bonita. Sin embargo, es también innegable que existe una tendencia general hacia la identificación de las personas atractivas y las personas feas.

Según un estudio recién publicado en la Universidad de Helsinki, la evolución humana está ocasionando que las mujeres en promedio sean percibidas como mas bellas en cada nueva generación, en relación al promedio de los hombres.



En el estudio, en donde se le rastreó la vida a 1,244 mujeres y 997 hombres, resultó que las mujeres que por la mayoría eran consideradas mas "bellas" por lo general tenían en promedio un 16% mas hijas que el resto de las mujeres. En cuanto a los hombres, el ser "bello" o no afectó bastante menos a las estadísticas. Esto tiene como consecuencia que debido a que las mujeres mas bellas tienen mas hijas (versus hijos varones), que estas naturalmente evolucionen mas rápidamente hacia lo que consideramos "bello" que sus contrapartes masculinos.

Los resultados de la investigación demostraron que las mujeres atractivas tenían un 16% más de hijos que sus congéneres menos agraciadas, mientras que las auténticas bellezas de calendario solían tener un 6% más de hijos que las mujeres bonitas más cercanas a lo real. En cuanto a los hombres, los menos atractivos tenían 13% menos hijos que los guapos y/o normales. ¿Qué hay detrás de todo esto? Maquinaria evolutiva funcionando muy aceitada.

Pensemos en términos darwinianos. Si una mujer bella tiene más hijos/hijas que una mujer fea, su belleza tendrá más posibilidades de continuarse en generaciones subsiguientes en relación a las demás mujeres. Entonces, la evolución lleva, en términos generales y en función de las preferencias generales de la sociedad, a que la cantidad de mujeres bonitas se incremente significativamente con el correr de los años.

Este estudio, mas allá de plena curiosidad, también demuestra científicamente un punto que muchos imaginábamos: Mientras mas atractiva una mujer, mayores sus posibilidades de procrear. Esto debiéndose a que la atracción física de un hombre hacia una mujer es un fuerte incentivo que conlleva a la procreación de la especie, tal cual ocurre en millares de otros animales en la naturaleza.

Este estudio además confirma un hallazgo similar hecho en el London School of Economics, en donde también obtuvieron el mismo resultado de que mientras mas bella una mujer, mas las posibilidades de que tenga hijas en vez de hijos, lo que perpetua el círculo evolutivo hacia crear hijas cada vez mas bellas.

Fuente

__________________________________________________________

Los hombres menos estresados son más atractivos para las mujeres

Resumámoslo: los hombres con menos niveles de estrés son más atractivos para las mujeres, de acuerdo a una investigación de la Universidad de Abertay (Escocia, Reino Unido). El equipo analizó los niveles de hormonas de un grupo de hombres y mostró sus rostros a un grupo de mujeres; en base a los resultados, se determinó que hay una fuerte relación entre los bajos niveles de cortisol (hormona producida por el estrés) en los hombres y cuán atractivos eran al sexo opuesto.

Y eso no es todo: para aquellos que afirman que los hombres con más testosterona son los más atractivos, el esudio determinó que no hay ninguna relación entre el atractivo y los niveles de esta hormona masculina, a pesar que habían estudios que afirmaban lo contrario.

La primera parte del estudio se dedicó a investigar los niveles hormonales de los participantes y la segunda a usar un software para presentar a las mujeres los rostros masculinos con distintos niveles de cortisol.

Sin embargo, no sólo se examinó a los hombres. El estudio mostró también que la atracción femenina hacia los hombres más relajados era más alta si la mujer se encontraba en la fase fértil de su ciclo. Esto es genético: un hombre con menos dificultades en la vida es probablemente un mejor proveedor y un mejor padre para los hijos de la mujer. Es nuestra parte animal.

Fhionna Moore, psicóloga que lideró el estudio, señaló que “la habilidad de manejar situaciones de estrés sugiere un fuerte componente genético y la capacidad de traspasar genes ‘buenos’ a los hijos”.


Fuente

__________________________________________________________

¿Por qué las parejas acaban pareciéndose?


Hipótesis provisional: nos gustamos tanto a nosotros mismos que buscamos a otros que compartan nuestros rasgos, echando por tierra aquel tópico de que los apuestos se atraen. Sí…pero no, dicen los científicos: en realidad es la convivencia lo que acaba haciendo a las parejas tan parecidas, de modo que cuanto más tiempo han estado juntas más propensos son a parecer mellizos.

Para comprobar este aserto el psicólogo de la Universidad de Michigan Robert Zajonc llevó a cabo el siguiente experimento: analizó las fotografías de parejas tomadas cuando acababan de comenzar la relación y otras de las mismas parejas 25 años más tarde. Efectivamente, las parejas tendían a parecerse más con el paso del tiempo y, más relevante aún, cuanto más felices decían que eran más proclives eran a incrementar su parecido físico.



La explicación que sugiere el investigador para explicar este parecido es que la gente que tiene un contacto próximo tiende a imitar las expresiones faciales de su compañero. Así, si tu pareja tiene un gran sentido del humor, se ríe y te hace reír, ambos acabaréis teniendo arrugas de la risa alrededor de la boca.

El trabajo de Zajonc llega a las mismas conclusiones que un estudio realizado en 2006 por la Universidad de Liverpool. En aquella ocasión se pidió a los participantes que juzgaran la personalidad de una serie de hombres y mujeres a partir de sus fotos. Los participantes no sabían qué personas de las fotos estaban emparejadas y, sin embargo, lograron asociar el mismo tipo de personalidad a aquellas parejas que más tiempo llevaban conviviendo.

Además de los motivos expuestos hasta aquí, existe una razón biológica que explica que nos gusten nuestros iguales: buscamos a los que son genéticamente similares. Las parejas que tienen una genética parecida tienden a vivir felizmente juntos, según han demostrado algunos estudios. Eso siempre que la similitud genética no derive en exactitud, esto es, consanguineidad.

Fuente

__________________________________________________________

El lado oculto de la belleza


El cine, la TV, Internet y la publicidad han impuesto un modelo de hombre y mujer escultural, con caras perfectas y cuerpos bien delineados. Pero estas imágenes son poco reales o al menos casi inalcanzables para muchos. Sin embargo, tanto jóvenes como adultos aspiran a lucir así.

Según la American Psicology Association (Asociación Americana de Psicólogos, APA) las consecuencias para los adolescentes a tanta exposición pueden ir desde desórdenes alimenticios a baja auto estima o depresión. El informe dice que esta presencia en los medios de mujeres atípicas (por su físico y belleza) puede generar una alteración de la sexualidad de las jóvenes en general, quienes podrían tener una imagen de su propio sexo distorsionada.

Los adultos no se quedan atrás. La necesidad de ser bellos y de sentirse mejor con su cuerpo termina afectando su vida en general. Los psicólogos Sara Gutiérres y Douglas Kenrick, ambos de la universidad Estatal de Arizona estudiaron el efecto de contraste y lo aplicaron a la imagen corporal. Descubrieron que las mujeres y hombres que están rodeados por otras mujeres u hombres atractivos ya sea personalmente, en películas o en fotografías, se valoran a sí mismos como menos satisfechos con su apariencia y como menos deseables para ser maridos o parejas.

Básicamente, la conclusión a la que llegan es que la atracción entre las personas y el grado de atractivo de un individuo están claramente influenciados por el contraste entre su propia belleza y los que las personas que le rodean o ven. Si hay un número elevado de sujetos atractivos de un mismo sexo disponibles, la valoración que hacen de si mismos como valor de mercado es más baja.

Algunas conclusiones que se pueden sacar de esta afirmación, segun el estudio, son:

Los hombres están bombardeados continuamente por imágenes de extrema belleza y de mujeres inalcanzables, por lo que les acaba siendo dificil desear y disfrutar de la belleza ordinaria, tienden a buscar algo similar a las bellezas que ven por la tele y que son totalmente irreales.

La valoración del atractivo (el de otros o el nuestro propio) depende de la situación en la que nos encontramos, por ejemplo, una mujer muy atractiva parecerá mucho menos atractiva si miramos primero otra mujer más atractiva. Si un hombre está hablando con una mujer bella en una fiesta y se les une otra mujer menos bella, la segunda mujer parecerá relativamente fea. Al revés también cuenta. Si una mujer atractiva entra en un cuarto con mujeres menos atractivas, parecerá mucho más atractiva.

Este efecto de contraste también afecta a los hombres en su relación con su pareja. Cuando se expone a los hombres a fotos de mujeres hermosas, parece que se debilita el compromiso que sienten hacia sus parejas que antes de mirar esas imágenes. Estas imágenes nos hacen pensar que hay un campo una cantidad enorme de alternativas. Cambia nuestra estimación del número de personas que están disponibles para nosotros como compañeros potenciales. Al cambiar nuestra percepción de las posibilidades, nos hacen creer que siempre se puede conseguir más, y nos mantiene continuamente insatisfechos.

Kenrick lo pone en perspectiva evolutiva. Nuestros antepasados vivían en un pequeño pueblo de tal vez 30. Como mucho nuestros ancestros podrían haber estado expuestos a un gran total de 500 personas en su vida. Y entre esos 500, algunos eran viejos, algunos eran jóvenes, pero muy pocos eran muy atractivos. Hoy en día cualquier persona que enciende el televisor o mira una revista puede ver fácilmente 500 personas bellas de una hora.

Así que los hombres las mujeres cuentan como posibilidades lo que no son posibilidades reales en la mayoría de sus casos. Esto nos lleva a un montón de chicos sentados en casa a solas con sus fantasías de supermodelos inalcanzables, incapaces de acceder al verdadero amor por mujeres reales. Bajo una lluvia constante de imágenes de los medios de hermosas mujeres, estos hombres tienen una expectativa de atractivo que es inusualmente alta y que hace que la gente real alrededor de ellos, en las que realmente podría estar interesado, parezca mediocre.

Toda la evidencia indica que estamos programados para responder a la belleza. Es más que una mera cuestión de estética, la belleza es una señal visible de que una mujer tiene buenos genes para las generaciones futuras.

Fuente

Algunos estudios curiosos sobre las relaciones personales (I)



A continuación desgloso las peculiares conclusiones de una serie de estudios y/o noticias bastante llamativas acerca de la evolución humana, el comportamiento en pareja, las influencias sociales y el comportamiento sexual de los humanos.

Hay que señalar que en muchos casos la credibilidad y el rigor científico de estos estudios no parece del todo fiable (y aunque la la metodología empleada sea buena, los resultados no parecen del todo corroborables o probados). Igualmente me parece interesante dedicarles un post, vayamos con ellas:

_________________________________________________________



Cuanto menos realista sea la idea de tu pareja, mejor será tu futuro con ella


Como destaca el psicólogo Joshua Klayman, las personas adulamos nuestras preconcepciones buscando con lupa aquello que las corrobore y procurando descartar los datos que las contradigan, a veces hasta el punto de tratar de negarlos. Y eso no es malo, sino síntoma de que el cerebro funciona bien. Sólo las personas enfermas son incapaces de autoengañarse de esta manera tan efectiva. Porque el cerebro no busca la verdad, busca sobrevivir.

En ese sentido, las relaciones de pareja deberían tener un importante componente basado en la idealización. Al menos hasta cierto punto. O las cosas pueden ser realmente complicadas.

Los psicólogos Sandra Murray, John Holmes y Dale Griffin estudiaron durante un año la felicidad amorosa de más de un centenar de parejas jóvenes. La edad media del grupo era de 20 años, y el promedio de duración de las relaciones en la época del estudio, un año y medio.

Lo habitual (y sano) es que uno se vea a sí mismo “mejor que el promedio” en toda una serie de aspectos de la personalidad. De igual modo, si consideramos a nuestra pareja de una forma aún más idealista, entonces la relación funciona mejor. Esta distorsión no es contraproducente, sino todo lo contrario. Las parejas que más se idolatran al principio seguían siendo una muy buena relación después de un año.

En el ámbito de las relaciones afectivas, afortunadamente la realidad es un concepto muy elástico y que cambia con el tiempo. Así que, después de un año, las relaciones más duraderas acabaron siendo las que tenían una visión más idealizada y benigna de las circunstancias, por encima de la concepción alta de sí mismos y del otro.

¿Pero qué sucede cuando el tiempo sigue pasando y la química de nuestro cerebro ya no nos permite contemplar las circunstancias de una forma tan positiva? ¿Qué ocurre cuando el ideal se erosiona día a día a causa de la inclemente realidad? Entonces hay que rebajar las expectativas, y todo vuelve a quedar como habíamos soñado.

Por otro lado, esta perversión de la realidad, este deslumbramiento, esta percepción exageradamente positiva del otro, tiene consecuencias que acaban siendo reales en la relación. A medida que el otro es contemplado en un altar, el otro también empieza a cambiar para mejor, como si realmente estuviera en ese altar por méritos propios.

Conforme iba durando más la aventura amorosa, cada uno iba creando al compañero, que se asemejaba cada vez más a la visión idealizada; de tal manera que los sapos que ellos veían en sí mismos se convertían en princesas o príncipes encantadores, tal como sus compañeros anhelaban.

O dicho de una forma un poco más drástica: las personas depresivas, propensas al ánimo lúgubre y desmotivador, de baja autoestima, precisamente destacan por tener una opinión muy realista de sí mismos y de los demás, como destacaron los psicólogos Shelley E. Taylor y Jonathan A. Brown. Para ser feliz, en parte, hay que vivir en el país de las piruletas.


__________________________________________________________



¿La fórmula matemática para la esposa perfecta?



Todas las teorías que incumben a nuestras elecciones más íntimas y nuestra vida privada son, simplemente por el mero hecho de ser formuladas, polémicas, ya que en el corazón no mandan ni estadísticas ni fórmulas matemáticas, pero los científicos quieren encontrar la clave del éxito en el amor. Y dicen que la tienen. Según un estudio de la Escuela de Negocios de Ginebra, la fórmula para un matrimonio feliz es la siguiente: la esposa ideal debe tener cinco años menos que su pareja, el mismo bagaje cultural y ser más inteligente que su compañero.

El estudio académico, publicado en la revista European Journal of Operational Research, estudió a 1.074 parejas heterosexuales de entre 19 y 75 años de edad, con el objetivo de localizar los factores sociales más importantes que permitían una duración larga y feliz. Según el estudio, la mujer debe ser cinco años más joven que el hombre. Además, es conveniente que tenga el mismo bagaje cultural pero, según el estudio, ha de ser un 27% más inteligente que su compañero. Mientras que es positivo para la relación que ella tenga estudios, no es necesario que él cuelgue en la pared del hogar un título universitario.

Resulta una fórmula muy extraña, pero Nguyen Vi Cao, que dirigió la investigación, asegura que si la gente siguiera estos parámetros para elegir a su pareja incrementaría en un 20% sus posibilidades de tener un matrimonio feliz.

El doctor Emmanuel Fragniere y sus colegas dicen que hombres y mujeres escogen pareja en base "al amor, la atracción física, la similitud de gustos, creencias y actitudes y los valores compartidos".

Pero afirman que valerse de "datos objetivos" como la edad, el nivel educativo y el origen cultural, "podría reducir el número de divorcios".

__________________________________________________________


Gráfico ilustrativo de la evolución del deseo sexual en hombre y mujeres


El siguiente gráfico muestra, cómo la libido de los hombres y mujeres sufre diversos cambios en el curso de su vida. El gráfico sirve para ilustrar la diferencia estimada entre la pulsión sexual de hombres y mujeres. Esto no quiere decir, que no haya excepciones. Cada persona es única. Aunque esta gráfica simplifica la situación real





Otro estudio realizado por la página OkCupid, analiza la evolución del deseo sexual y la autoconfianza en las mujeres en función de su edad y su complexión física. Veamos primero un gráfico general y luego uno más desglosado para diferentes edades de referencia (18,24, 30, 36 y 45 años)







__________________________________________________________

Precocidad sexual y nivel de estudios

Según datos del INE, a medida que aumenta el nivel de estudios, tanto en varones como en mujeres y cualquiera que sea el grupo de edad, aumenta la edad de inicio en las relaciones sexuales, diferenciándose muy nítidamente los universitarios del resto. Por ejemplo, en las mujeres de 18 a 29 años, sólo un 15% de las mujeres con un nivel básico de estudios que ya han mantenido relaciones se inició en ellas a partir de los 20 años, porcentaje que se triplica (47%) en el caso de las universitarias; en los varones de la misma edad, esos porcentajes van del 9 al 33%, una diferencia también muy notable.


Sabemos que los no universitarios forman pareja antes que los universitarios y esa podría ser una causa de peso. En parte, está vinculado al acabar antes los estudios, se comienza antes a trabajar y se empieza, por tanto, antes, a tener ingresos más o menos estables, lo que permite una "emancipación" más temprana del hogar paterno. Empezar a trabajar con 16 años es iniciarse en el mundo adulto mucho antes que si siguiese estudiando, con todo lo que ello conlleva. Más responsabilidad y más independencia, el tener más dinero y no tener que dar explicaciones a nadie.

Además el mundo del trabajo es el mundo adulto (los compañeros de trabajo suelen ser mayores), mientras que los estudiantes siguen rodeados de gente de su misma edad, con lo que tardan algo más "en espabilarse".


sábado, 26 de junio de 2010

Derribando mitos: Sólo usamos el 10% de nuestro cerebro

Hay mitos que, a pesar de que violan principios fundamentales de conocimientos ampliamente aceptados, se repiten sin cesar. Uno de los más difíciles de erradicar es el de que el ser humano sólo utiliza el 10 % de su capacidad mental.

Tal afirmación no sólo es común entre amantes de lo esotérico sino incluso entre personas cultas. Y claro, si usamos tan poco nuestro cerebro sin duda habrá personas que lo usan en mayor grado, quizá los que pueden adivinar el futuro, o los que tienen alguna clase de poder sobrenatural.


En definitiva, la inercia de cualquier persona por conceder una parte de misterio o laguna de conocimiento para así tener una parcela en la que mantener sus anhelos trascendentes en un lugar seguro y exento de críticas.

Por ejemplo, la secta de la Cienciología usa para su publicidad un retrato de Albert Einstein, en cuya boca ponen esa afirmación sobre lo desaprovechada que tenemos nuestra herramienta de pensar. Una atribución, por cierto, que probablemente es otro mito.

Con todo, para ser justos, hay tres tipos de afirmaciones sobre nuestra capacidad cerebral limitada:

-En cualquier momento dado, sólo una de cada diez neuronas está en funcionamiento.

-El 90 % de las células cerebrales yacen inútilmente en el cráneo, donde no sirven sino de lastre.

-Sólo utilizamos un 10 % de la capacidad memorística del cerebro para almacenar nuestros recuerdos.

Sea cual sea la afirmación, se pasa olímpicamente por encima de los conocimientos de la moderna investigación del cerebro. El origen de este mito quizá haya que buscarlo en el norteamericano y padre de la psicología moderna William James, que tiene una cita original que se parece bastante a lo hoy se repite:

El hombre normal sólo utiliza un 10 % de sus facultades psíquicas latentes.

Porque algo realmente asombroso de este mito es que, excepto la mencionada de William James, no existe más bibliografía al respecto. Nadie podría encontrar jamás en un libro de psicología o de fisiología del cerebro tal afirmación. Así que si el mito sigue gozando de tan buena salud (¡lo repiten hasta los intelectuales que escriben columnas o salen por la tele!) ello obedece probablemente al fenómeno psicológico llamado source amnesia, olvido de la fuente, por el cual los humanos recordamos con facilidad los datos científicos nuevos, pero vamos olvidando poco a poco de dónde los hemos sacado.

Lo verdaderamente preocupante es que incluso entre estudiantes de los últimos cursos de psicología, como han comprobado los psicólogos norteamericanos Kenneth L. Highbee y Samuel L. Clay en una encuesta, la mayoría sostenía el mito.

Basta con acudir al simple razonamiento evolutivo para descubrir que tal mito no tiene ningún sentido: atendiendo a los enormes recursos que consume un cerebro humano, ¿cómo es posible que la selección natural haya permitido que los seres humanos vayan por ahí con un órgano tan grande y tan esencialmente inútil?

Cualquier antepasado con un cerebro un 90 % menos voluminoso habría tenido muchas más posibilidades para sobrevivir, no sólo porque necesitaría un canal para el parto mucho más estrecho sino también porque no necesitaría emplear tanta energía para mantenerlo. Y no haría falta arrastrar su peso muerto cuando un depredador quisiera darle caza.

El cerebro humano es un voraz fagocitador de energía: consume el 14% del total del cuerpo aunque su volumen sólo representa el 3% del cuerpo. Aunque ese 3% parezca poco los humanos somos bastante cabezones, como han aprendido con dolor las madres en el parto. Y la macrocefalia de los humanos podría ser aún mayor si no fuera porque la evolución ideó un ingenioso truco para multiplicar la superficie de la corteza cerebral: plegarse una y otra vez en infinidad de circunvoluciones, resultando su característica forma de nuez.

¿Tiene sentido evolutivo todo este esfuerzo para que luego sólo utilicemos un 10% de nuestro cerebro? No, utilizamos el 100%, eso sí, pero no de forma simultánea. (De hecho, sólo en grandes ataques epilépticos es cuando se puede llegar a utilizar el 100% del cerebro al unísono). Al igual que pasa con nuestros músculos, utilizamos las regiones del cerebro según la actividad que estemos realizando. A mayor complejidad, mayor uso del cerebro. Los incontables TACs y resonancias magnéticas que se han hecho para estudiar la actividad eléctrica a lo largo de décadas así lo demuestran. Quizás una de las razones por las que surgió el mito fue que algunas personas tergiversaron la afirmación de que utilizamos el 10% de nuestro cerebro de forma consciente, mientras que el 90% restante es inconsciente (se encarga de tareas como controlar las pulsaciones del corazón, el peristaltismo intestinal, la dilatación o contracción de las pupilas, etc). Al final se trastocó todo eso y quedó como el mito de ahora.

Si la afirmación del 10% fuera cierta, ante la más mínima lesión cerebral se produciría la muerte, y eso no es así. Cuando hay una lesión, y si ésta es pequeña, las zonas colindantes de la región alterada intentan compensar la pérdida de función mediante un procedimiento lento de plasticidad neuronal. Además si sólo utilizáramos el 10% seríamos vegetales o estaríamos muertos. Nadie puede vivir con ese porcentaje de actividad cerebral.

De hecho, lo lógico es que usemos todo el cerebro. Hasta la última neurona.

Lo que sí que es cierto es que nunca usamos todas nuestras neuronas a la vez. Claro, dirán algunos, eso es lo que ocurre: como no las usamos a la vez, no podemos, por ejemplo, desarrollar poderes telepáticos. Pues tampoco. La actividad simultánea de todas las neuronas nos arrojaría al suelo víctimas de convulsiones como las de un ataque epiléptico.


Cuando las neuronas se disparan al mismo tiempo, el cerebro queda inundado de actividad eléctrica y se anula toda capacidad para pensar y actuar de manera coordinada. Para impedir ese infierno, al menos la mitad de las neuronas funcionan como un filtro atenuador o moderador de flujo. De modo que la próxima vez que alguien os diga que no usáis todo el cerebro, contestadle que menos mal.

Al igual que el ser humano nunca tensa al mismo tiempo todos los músculos del cuerpo, tampoco el cerebro pone a funcionar todas las sinapsis a la vez. Hoy en día, los científicos tienen cartografiadas todas las regiones de nuestro órgano pensante (mediante electrodos implantados y otros sistemas de detección).

En todas las actividades, por ejemplo comer, mirar la televisión, hacer el amor o leer este blog, se pone en marcha una u otra región del cerebro. Al cabo de una jornada normal, todos los rincones y recovecos habrán tenido su ejercicio, tarde o temprano.

Del cerebro, pues, se aprovecha todo. Y una prueba final de ello es que lesiones muy localizadas en el cerebro, por muy minúsculas que sean, pueden producir disminuciones muy severas de sus facultades. Tenéis ejemplos de todo tipo en los libros del neurólogo Oliver Sacks El hombre que confundió a su mujer con un sombrero o Un antropólogo en Marte.

¿Entonces alguien podría aún usar su mito de alguna manera, retorciéndolo para encajarlo en lo que sabemos sobre el cerebro? Quizá podría afirmar que el potencial del cerebro en realidad se desaprovecha porque las neuronas tienen escasa moral de trabajo. Si hubiera mayor actividad cerebral, entonces pensaríamos mejor.

Pues resulta que es al revés.

Desde que existen nuevos procedimientos de síntesis de imágenes, como la tomografía por emisión de positrones (PET), se sabe con más precisión qué cantidades de energía consume cada región del cerebro, lo cual ha permitido prescindir del anticuado modelo de este órgano como una máquina de tren. Todas las investigaciones recientes corroboran que las cabezas más claras, las que resuelven determinados acertijos de los tests en menos tiempo, consumen menos energía en el cerebro.

O dicho de otro modo: los que tuvieron más dificultades con los problemas se estrujaron más las neuronas y gastaron más electricidad.

El cerebro universal de 1.400 gramos, que vienen a ser un 2 % del peso corporal, consume cerca del 20 % de la energía total y, además, la pide exclusivamente en forma de azúcar (glucosa). Ahora bien, las operaciones de la razón pueden interpretarse como trasladar unidades de información (bits), o “manipular en el espacio de la representación”, como dijo Konrad Lorenz.

Si no cojea la comparación intuitiva con una actividad física, pensar más implicaría, desde luego, un mayor consumo de energía. Pero también podríamos volver sobre la metáfora del ordenador personal moderno, que tiene mucha más capacidad de proceso y memoria que los antiguos cerebros electrónicos y un consumo corriente infinitamente menor.

Los científicos sospechan que los individuos de escasas luces, pues, padecen la desventaja de unos circuitos cerebrales menos eficientes. Esto lo podemos ver en personas que sufren síndrome de Down, cuyos cerebros consumen grandes cantidades de glucosa, superiores a lo normal.

Y también lo observamos en los adolescentes. Sin embargo, luego, cuando el cerebro alcanza la máxima capacidad para procesar informaciones, disminuye rápidamente el consumo energético.

domingo, 20 de junio de 2010

El efecto Pigmalión

¿De qué manera pueden verse alterados nuestros comportamientos a partir de las creencias que tienen los demás sobre nosotros? ¿Las expectativas favorables que sobre nosotros tiene nuestro entorno de afectos y amistades pueden llevarnos a llegar más allá de lo que esperamos? O, por el contrario, ¿cuántas veces ni lo hemos intentado o nos ha salido mal, movidos por el miedo al fracaso que otros nos han transmitido, por su falta de confianza o por su invitación a la resignación y al abandono?

No es descabellado afirmar que en cada día de nuestras vidas suceden actos porque, consciente o inconscientemente, estamos respondiendo a lo que las personas que nos rodean esperan de nosotros, para lo bueno y para lo malo. Lo que los demás esperan de uno puede desencadenar un conjunto de acciones que nos lleven mucho más allá de lo que podemos imaginar, en lo mejor y en lo peor. Este principio de actuación a partir de las expectativas de los demás se conoce en psicología como el efecto Pigmalión.

Tan curioso nombre nace de la leyenda de Pigmalión, antiguo rey de Chipre y hábil escultor. En sus Metamorfosis, Ovidio recreó el mito y nos contó que Pigmalión era un apasionado escultor que vivió en la isla de Creta. En cierta ocasión, inspirándose en la bella Galatea, Pigmalión modeló una estatua de marfil tan bella que se enamoró perdidamente de la misma, hasta el punto de rogar a los dioses para que la escultura cobrara vida y poder amarla como a una mujer real. Venus decidió complacer al escultor y dar vida a esa estatua, que se convirtió en la deseada amante y compañera de Pigmalión.

"Para el profesor Higgins yo seré siempre una florista porque él me trata siempre como a una florista; pero yo sé que para usted puedo ser una señora, porque usted siempre me ha tratado y me seguirá tratando como a una señora."




Como en la leyenda, el efecto Pigmalión es el proceso mediante el cual las creencias y expectativas de una persona respecto a otro individuo afectan de tal manera a su conducta que el segundo tiende a confirmarlas. Un ejemplo sumamente ilustrativo del efecto Pigmalión fue legado por George Bernard Shaw, quien en 1913 escribió, inspirado por el mito, la novela Pigmalión, llevada al cine en 1964 por George Cukor bajo el título My fair lady. En esta cinta, el narcisista profesor Higgins (Rex Harrison) acaba enamorándose de su creación, Eliza Doolittle (Audrey Hepburn), cuando consigue convertir la que es al inicio de la historia una muchacha desgarbada y analfabeta del arrabal en una dama moldeada a las expectativas fonéticas, éticas y estéticas del peculiar Higgins.

En el terreno de la psicología, la economía, la medicina o la sociología, diversos investigadores han llevado a cabo interesantísimos experimentos sobre el efecto Pigmalión. Uno de los más conocidos es el que llevaron a cabo en 1968 Robert Rosenthal y Lenore Jacobson, bajo el título Pigmalión en el aula. El estudio consistió en informar a un grupo de profesores de primaria de que a sus alumnos se les había administrado un test que evaluaba sus capacidades intelectuales. Luego se les dijo a los profesores cuáles fueron, concretamente, los alumnos que obtuvieron los mejores resultados. Los profesores también fueron advertidos de que esos alumnos serían los que mejor rendimiento tendrían a lo largo del curso. Y así fue. Ocho meses después se confirmó que el rendimiento de estos muchachos especiales fue mucho mayor que el del resto. Hasta aquí no hay nada sorprendente. Lo interesante de este caso es que en realidad jamás se realizó tal test al inicio de curso. Y los supuestos alumnos brillantes fueron un 20% de chicos elegidos completamente al azar, sin tener para nada en cuenta sus capacidades. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Cómo era posible que alumnos corrientes fueran los mejores de sus respectivos grupos al final del curso? Muy simple, a partir de las observaciones en todo el proceso de Rosenthal y Jacobson se constató que los maestros se crearon tan alta expectativa sobre esos alumnos que actuaron a favor de su cumplimiento. De alguna manera, los maestros convirtieron sus percepciones sobre cada alumno en una didáctica individualizada que les llevó a confirmar lo que les habían avisado que sucedería.

Muchos otros estudios similares han confirmado en los últimos años la existencia de este efecto que, por otro lado, es de puro sentido común. Sin duda, la predisposición a tratar a alguien de una determinada manera queda condicionada en mayor o menor grado por lo que te han contado sobre esa persona.

Otro llamativo caso tuvo lugar en una conocida empresa multinacional fabricante de productos de alta tecnología. Los responsables del departamento de personal convocaron a una persona de su servicio de limpieza, en el último escalafón de la jerarquía de la organización y sin el bachillerato finalizado, a quien dijeron que era, entre todos los miles de miembros de la empresa, el mejor capacitado para ocupar un altísimo cargo de responsabilidad técnica en el plazo de dos años. Las consideraciones éticas sobre este procedimiento darían mucho de sí, pero el caso es que esta persona no sólo llegó a desempeñar las funciones del alto cargo prometido en menos tiempo del previsto, sino que años después siguió prosperando en la organización. La profecía se cumplió de nuevo con un éxito extraordinario, más allá incluso de lo que los propios promotores del experimento imaginaban.

En efecto, la perspectiva de un suceso tiende a facilitar su cumplimiento. Y eso ocurre también en muchos otros ámbitos. En el terreno de la investigación científica o social, el investigador tiende muchas veces a confirmar sus hipótesis por descabelladas que parezcan; siempre existe el dato que todo lo confirma. En economía, un caso del cumplimiento del efecto Pigmalión a gran escala se vivió con la crisis económica de 1929. Si muchas personas están convencidas de que el sistema económico se hunde, se hundirá. Incluso hablando de nuestra propia salud, el efecto Pigmalión se manifiesta en el también conocido efecto placebo: hay quien cree obtener del medicamento lo que necesita obtener cuando en realidad se trata de una pastilla de almidón, sin principios activos. ¿Por qué cura entonces, en determinados casos, un caramelo inocuo? Simplemente porque el médico dice que así será; porque alguien en quien creemos asegura que nos hará bien y porque deseamos curarnos.

Y claro, ¡cómo no! Volviendo al mito, Pigmalión también hace de las suyas en casos de enamoramiento. No son pocos los celestinos y celestinas que han generado tórridas pasiones entre personas que, de entrada, no parecían tener química. En algunos casos ha bastado que el celestino en cuestión susurre al oído de las víctimas la insinuación del deseo del otro para que la mirada y el lenguaje del cuerpo cambien radicalmente la expresión que propiciará una primera aproximación. Otras veces un miembro de la pareja tiene una percepción exageradamente positiva del otro, y eso acaba teniendo consecuencias reales en la relación. A medida que el otro es contemplado en un altar, el otro también empieza a cambiar para mejor, como si realmente estuviera en ese altar por méritos propios.

Incluso si analizamos las biografías de grandes genios, mujeres y hombres que a lo largo de la historia han hecho enormes aportaciones a la humanidad, veremos que en muchos casos hubo una persona que tuvo una fuerte esperanza depositada en ellos. Y es que Pigmalión tiene una explicación científica: hoy sabemos que cuando alguien confía en nosotros y nos contagia esa confianza, nuestro sistema límbico acelera la velocidad de nuestro pensamiento, incrementa nuestra lucidez y nuestra energía, y en consecuencia, nuestra atención, eficacia y eficiencia.

Las profecías tienden a realizarse cuando hay un fuerte deseo que las impulsa. Del mismo modo que el miedo tiende a provocar que se produzca lo que se teme, la confianza en uno mismo, aunque sea contagiada por un tercero, puede darnos alas.

sábado, 12 de junio de 2010

La crisis detona una ‘fuga de cerebros’ en España

En dos años cerca de 120.000 españoles han abandonado su tierra en busca de nuevos horizontes laborales.

Son jóvenes altamente cualificados -médicos, biólogos, arquitectos, ingenieros o informáticos- que intentan escapar al paro, obtener un salario atractivo y fincar un equilibrio entre vida y trabajo.

Según los datos del censo electoral de españoles residentes en el extranjero (CERA), el número de españoles que viven en el exterior se ha incrementado en 118.145 personas.



El fenómeno comienza a inquietar a los demógrafos, pero también a los expertos en recursos humanos, que identifican en esta tendencia una nueva oleada de ‘fuga de cerebros’. Y es que el número de demandantes de empleo para trabajar en el extranjero se duplicó entre abril de 2008 y el mismo mes de 2010.

Los españoles que abandonan su tierra en el siglo XXI poco tienen que ver con el perfil de sus abuelos, una generación que también protagonizó una importante oleada migratoria.

Hoy, quienes hacen maletas son investigadores, médicos, biólogos, ingenieros, arquitectos o informáticos, entre otros profesionales.

“El número de demandantes de empleo para trabajar fuera de nuestro país se duplicó en dos años. Cifras que sorprenden considerando que los españoles no han sido, históricamente, una población propensa a la movilidad geográfica”, cita Adecco.

Una condición que ha cambiado radicalmente a partir de la crisis porque, según Adecco, uno de cada dos españoles estaría dispuesto a analizar la posibilidad de dejar España a cambio de un empleo con una remuneración semejante, o incluso ligeramente inferior a la que podría tener en su país.

“Quedaron atrás los tiempos en los que era difícil encontrar gente dispuesta a aventurarse más allá de sus fronteras”, señala Adecco. Y la mayoría de españoles que se han mudado a otro país durante los últimos dos años lo ha hecho para trabajar, o para acompañar a algún familiar que ha cruzado la frontera por razones laborales.



El Departamento de Movilidad Internacional de Adecco afirma que los emigrantes españoles del presente responden a un perfil claro, tienen entre 25 y 35 años y un elevado nivel de calificación, lo que responde al patrón que los sociólogos llaman de ‘migración selectiva’ o ‘fuga de cerebros’.

Con frecuencia se trata de personas que aún no poseen responsabilidades familiares. Si son varones, buscan hacer una carrera atractiva en la empresa en la que se coloquen. Si son mujeres, buscan en el extranjero el ambiente propicio para el equilibrio entre la vida personal y laboral, “una prioridad que tiene más peso en otros países de Europa que en España”. La tendencia está en marcha, y la perspectiva económica de España –aún en recesión y con una tasa de paro superior al 20% - no hará sino acentuarla en los meses por venir.



En España hay actualmente alrededor de 670.000 profesionales relacionados con la ingeniería superior, la ingeniería técnica y la arquitectura superior y técnica. A ello hay que sumar la hornada de futuros profesionales que se están formando en la universidad: un 14% de los 1,3 millones de alumnos matriculados en las universidades españolas durante el curso 2008-2009 estudian arquitectura e ingenierías técnicas, mientras que otro 10% lo hacen en arquitectura e ingeniería superior.

Las cifras contrastan con el derrumbamiento del número de ofertas de empleo destinadas a estos profesionales, en buena parte debido a la crisis que ha sacudido el sector de la construcción. Así, según datos de Adecco, entre el primer semestre de 2009 y el primer semestre de 2010, la oferta de empleo cualificado en el sector de la ingeniería cayó un 50%. Las titulaciones de arquitectura e ingeniería relacionadas directamente con el sector de la construcción han pasado de constituir el 17,56% del total en 2009 al 8% actual. Entre enero y noviembre de 2010, la licitación por parte de la Administración central descendió un 42% respecto al mismo periodo del año anterior.

Todo ello está generando que muchos de los profesionales del sector hayan comenzado a mirar al exterior en busca de oportunidades de trabajo. Como explica el informe de Tecniberia, que se remite a datos del departamento de movilidad internacional de Adecco, "los sectores más demandados para trabajar en el extranjero también han sido alterados como consecuencia de la coyuntura económica". Así, antes de la crisis los puestos de trabajo que más ocupaban los españoles en el extranjero estaban relacionados "con la investigación, la medicina y la biología". En la actualidad, esa lista "se ha ampliado considerablemente e incluye a ingenieros, arquitectos e informáticos que han perdido su empleo o consideran que su trabajo será más valorado fuera de España" que dentro de ella.

A DÓNDE SE MUDAN...

Históricamente, la migración de españoles se ha dirigido hacia los países vecinos de la Unión Europea. Los destinos más demandados han sido Alemania, Francia, Italia y Reino Unido. Y del otro lado del Atlántico, Estados Unidos.

El perfil del demandante de empleo en el extranjero es un hombres de entre 25 y 35 años, altamente cualificado y provenientes de las ramas de ingeniería, arquitectura o informática.

Y es que los sectores más demandados para trabajar en el extranjero también han cambiado como consecuencia de la crisis, y si antes estaban relacionados con la investigación, la medicina o la biología, actualmente la lista se ha ampliado a las ramas de ingeniería o informática.

El continente europeo y EEUU siguen siendo los destinos más solicitados por los trabajadores que buscan empleo en el extranjero, sobre todo Portugal, que alberga a un importante colectivo de médicos y enfermeros españoles.

Sin embargo, los países escandinavos, Noruega y Suecia a la cabeza, comienzan a ser muy demandados en la búsqueda de una nueva alternativa profesional, ya las peticiones de empleo hacia estos mercados se han triplicado en los últimos dos años.

En el caso de las ciencias sociales (sociología, antropología, etc.) los movimientos se dirigen cada vez más hacia países en vías de desarrollo, con Latinoamérica como protagonista.

Fuente

viernes, 11 de junio de 2010

Metapercepciones, ¿existen diferencias entre cómo yo me veo y cómo me ven los demás?

Para vivir en nuestro universo social, es bueno saber lo que otros piensan de tí, pero la visión más clara depende de cómo nosotros nos vemos realmente.

¿Qué pasa si tengo un defecto evidente que todo el mundo detecta menos yo mismo?, ¿existen diferencias entre cómo yo me veo a mí mismo y cómo otros me ven?

En definitiva somos individuos que requerimos convivir y encajar en un entorno social. Los seres humanos estamos psicológicamente adaptados para la interdependencia. La ansiedad social es en realidad una respuesta innata a la amenaza de la exclusión, y la percepción de que no somos aceptados por un grupo nos provoca malestar.

Los psicólogos denominan "metapercepciones" a la visión que tenemos acerca de las ideas que tienen los demás sobre nosotros, o sea la impresión del punto de vista de la otra persona sobre uno mismo.



Las ideas que tenemos acerca de la opinión ajena dependen de nuestro autoconcepto y de nuestras propias creencias acerca de quién somos. "Filtramos las señales que recibimos de los demás a través de nuestro autoconcepto", explica Mark Leary, profesor de psicología en la Universidad de Wake Forest en Winston-Salem, Carolina del Norte.

Nuestro autoconcepto está configurado de forma primaria y fundamentalmente por una persona en particular: nuestra madre. La forma en que respondía nuestra madre a nuestros primeros gritos y gestos tiene una enorme influencia en la manera en que esperamos ser vistos por los demás. "Los niños tienden a comportarse de forma que perpetúan lo que han experimentado", dice Martha Farrell Erickson, investigadora de la Universidad de Minnesota. "Un niño que tiene una madre que no responde de forma afectiva tenderá a actuar de forma fría y distante, manteniendo las distancias. Los que tienen las madres más demostrativas y afectuosas casi siempre están seguros de responder emocionalmente y tienden a conectar bien con sus compañeros."

Los niños exploran el rostro de sus madres, y absorben pistas sobre quiénes son, y si bien el vínculo entre padres e hijos no es necesariamente el destino, crea una marca muy fuerte para el resto de nuestra vida, ya sea buena o mala.

Y es que las personas dependen de las impresiones de los demás para alimentar sus puntos de vista acerca de sí mismos, dice William Swann, profesor de psicología en la Universidad de Texas, Austin. "Tenemos una visión bastante estable de nosotros mismos, y esperamos que otras personas nos vean tal y como nosotros nos vemos". Su investigación muestra que las personas con baja autoestima y autoconcepto tienden a interpretar y a creer que son evaluados con dureza por parte de los demás, ya que tienen una tendencia natural por la que les cuesta sentirse admirados.

Las personas con tendencia a sufrir ansiedad social y timidez con frecuencia piensan que presentan una imagen desfavorable de ellos mismos, pero la realidad es que los demás raramente los ven como carentes de inteligencia, ingenio o atractivo, en realidad es mucho más probable que algunos los perciban como soberbios o distantes. En cierto modo, muchas personas tímidas son egocéntricas, señala Bernie Carducci, psicólogo de la Universidad de Indiana. Se imaginan que todo el mundo está observando y evaluando todos sus movimientos, y creen que son el centro de cualquier interacción social, cuando eso raramente sucede. Socialmente son personas ansiosas y están tan ocupadas de lo que otros piensan que les cuesta actuar de forma espontánea.

Una preocupación común es la creencia de que los estados internos son evidentes para todos. En un estudio donde se hizo hablar en público a individuos tímidos, nerviosos ó ansiosos frente a otros de personalidad más abierta, los ansiosos en el grupo se dieron una baja calificación, pensando que su interior lleno de dudas era evidente y visible para todos. En cambio para el público objetivo esas circunstancias pasaron inadvertidas e indicaban que su intervención había sido buena.

¿Qué causa esta brecha a la hora de percibirnos?

Estudios realizados por Nicholas Epley sugieren que cuando nos autoevaluamos (principalmente en el aspecto físico aunque la idea es extrapolable a otros aspectos de nuestra personalidad) tendemos a centrarnos en detalles específicos (como un grano, el pelo, una parte concreta del cuerpo o bolsas bajo los ojos). Al momento de evaluar a otros, sin embargo, definimos una idea más abstracta basada en el aspecto general y no en detalles específicos.

Cuando nos miramos en el espejo, estamos especialmente atentos a nuestras imperfecciones. Las miradas ajenas en cambio tienden a prestar la atención en detalles más globales y prestan menos atención a los detalles específicos. La consecuencia de esta diferencia de apreciación es que la mayoría de la gente resulta más atractiva de cara a los demás de lo que se creen. Si prestas especial atención a tu cuerpo (como las mujeres tienden a hacer), te miras con regularidad en el espejo, o a veces te sientes incómodo en público, es casi seguro que los demás te verán más atractivo/a de lo que tú estimas. De hecho cuando una persona tímida y/o insegura evalúa su atractivo físico en una escala del 1 al 10 tiende a puntuarse un punto por debajo de como es percibida por los demás.

Curiosamente nuestra mente parece tener un procesador que no deja de reunir datos y que regula nuestra percepción externa a nivel físico. Los psicólogos lo llaman el efecto de contraste, o dicho de otra forma: "nos sentimos más guapos alrededor de gente fea y más feos alrededor de gente guapa". Estas comparaciones sociales ocurren de constante y automática, y generalmente de forma inconsciente. Nuestro auto-concepto se basa en miles de estas comparaciones.

"Mido 1.60 y tengo curvas. Me siento bien con mi físico," dice Deanna Melluso, una maquilladora que trabaja con modelos para sesiones de revistas y desfiles. "Pero cuando estoy cerca de chicas altas y esbeltas todo el día, me empiezo a sentir gorda y menos atractiva. Tan pronto como salgo a la calle y veo decenas de personas con todo tipo de aspecto físico, me siento normal de nuevo, veo que he estado en un mundo falso".

Las mujeres son particularmente susceptibles a este efecto. "Cuando las mujeres evalúan su atractivo físico, se comparan con un estándar de belleza idealizada, como un modelo de moda", dice Richard Robins, profesor de psicología en la Universidad de California. "En contraste, cuando los hombres y las mujeres evalúan su inteligencia, no se comparan con Einstein, sino más bien con personas normales".

En un estudio donde se pidió a una serie de personas resolver problemas de matemáticas, no hubo diferencia en la calificación de los hombres y las mujeres cuando todo el mundo estaba completamente vestido. Pero cuando los mismos sujetos evaluados realizaban los cálculos en traje de baño, las mujeres tuvieron mucho peor resultado que sus homólogos masculinos. Estaban demasiado ocupadas preguntándose cómo se veían para hacer cálculos correctamente...

La forma más fácil de influir en cómo los demás nos ven es darles a entender que nos gustan. Y es que parece ser que si mostramos interés en lo que alguien dice, le sonreímos o tenemos algún tipo de contacto físico (como por ejemplo tocar su brazo), es muy probable que se sientan halagados, cómodos e incluso sentirán mayor atracción hacia esa persona.

Fuente