domingo, 31 de marzo de 2013

La predisposición al optimismo, ¿por qué todo el mundo piensa que está por encima del promedio?

En 1988 los psicólogos Shelley Taylor and Jonathon Brown publicaron un estudio afirmando que el autoengaño positivo es una parte vital y beneficiosa en la vida de casi todo el mundo. Resulta que las personas suelen mentirse sobre tres cosas: se ven a ellos mismos de forma desmesuradamente positiva, se creen que tienen mucho mayor control sobre sus vidas del que en realidad tienen y creen que el futuro será mucho mejor de lo que las evidencias del presente pueden justificar.

La neurociencia ha demostrado que el ser humano tiene un sentido optimista del yo y una tendencia generalizada a esperar lo mejor, incluso con los indicios en contra. Este fenómeno se denomina "sesgo optimista", y se trata de un truco del cerebro que nos ayuda a ganar confianza al realizar tareas complejas pero que a su vez puede llevarnos a infravalorar los riesgos a los que nos enfrentamos.



Diversos estudios confirman que las personas tendemos a vernos a nosotros mismos a través de "cristales teñidos de rosa", veamos algunos ejemplos:

  • El 90% de los estudiantes se consideran a sí mismos más inteligentes que el estudiante promedio y consideran que sus aptitudes está por encima de la media (los más incompetentes son además los más propensos a sobreestimar sus habilidades).
  • Si hablamos de capacidad de liderazgo, el 70% de los alumnos se ponen por encima de la media. En la capacidad de llevarse bien con los demás, el 85% cree estar por encima del promedio. El 25% piensa que forma parte del privilegiado 1% con mayores aptitudes.
  • El 94% de los profesores considera que está por encima de la media de sus compañeros, y el 68% considera que es mejor que 3 de cada 4 compañeros de profesión.
  • En la empresa privada la situación no varía: sólo por poner un ejemplo, el 32% de los empleados de una destacada compañía de software considera que su desempeño es mejor que el de 19 de cada 20 de sus colegas.
  • El 93% de los conductores cree que sus habilidades para conducir son superiores a las del promedio, mientras el 88% opina que lo hace de forma más segura que la mayoría. Es un fenómeno internacional y que se da en todas las edades, tanto en conductores noveles como en conductores mayores de 65 años.
  • Irónicamente, el 92% de la gente se ve a sí misma como menos susceptible a las distorsiones y sesgos cognitivos.
.
Otro buen ejemplo es el estudio realizado por Neil Weinstein (“Optimismo irreal sobre el futuro”, 1980) en el que se pidió a una muestra de alumnos que contestasen qué probabilidades creían tener de que les ocurrieran 42 cosas en el futuro, desde encontrar trabajo o no engordar en 10 años a padecer cáncer o que les robaran el coche. Luego tenían que evaluar las posibilidades de que lo mismo les ocurriera a sus compañeros de clase. De los 18 acontecimientos positivos hubo 15 que los participantes pensaron que era más probable que les pasara a ellos; de los 24 negativos, sólo dos

Como podemos ver la gran mayoría de personas piensa de una manera sesgada, de forma que favorezca la propia imagen individual y social. Este es el "efecto de ser mejor que el promedio". Y es aplicable a una gran variedad de aspectos de la vida, incluyendo el desempeño académico (exámenes o inteligencia general), en ambientes de trabajo (por ejemplo, desempeño y productividad en el trabajo) o en los entornos sociales (estimación de popularidad personal, posesión o no de características deseables de personalidad -honestidad o confianza-). Se considera que más del 80% de la población mundial se ve afectada por este fenómeno. A efectos prácticos viene a significar que si nos autoeváluasemos en una hipotética escala del uno al diez, la mayoría de las personas se valoraría con un siete o más, mientras que por contra muy poca gente se consideraría un cinco o menos, lo cual no tiene ningún sentido estadístico.




¿Una predisposición innata?

El ser humano tiene limitaciones al procesar la información, lo que en muchas ocasiones lleva a un análisis tendencioso de la misma. Por ejemplo, los humanos minimizamos el tiempo que empleamos para analizar información personal negativa y, cuando lo hacemos, pensamos que tiene fallos y restamos importancia a todo aquello que la fuente pueda decir. También se tiende a recordar que el rendimiento que se ha tenido al realizar una actividad en el pasado ha sido mucho mejor de lo que realmente fue. Atribuimos nuestros éxitos a nuestras características personales, mientras que tendemos a justificar los fracasos mediante causas externas. Quitamos importancia a los fallos, realzamos los éxitos y cuando todo sale mal tenemos una facilidad innata para echar la culpa a causas externas. Subestimamos la posibilidad de sufrir cáncer o de tener un accidente automovilístico. Sobreestimamos nuestra longevidad, nuestras posibilidades laborales. En resumen, somos más optimistas que realistas, pero olvidamos los hechos.

Este fenómeno que queda perfectamente explicado en la siguiente charla TED de la neurocientífica Tali Sharot, del Instituto de Neurología de la escuela universitaria de Londres, quien estudia desde hace tiempo este fenómeno.




Entre otras cosas Sharot nos explica que somos optimistas sobre nosotros mismos, somos optimistas acerca de nuestros hijos, somos optimistas sobre nuestras familias, pero no somos tan optimistas acerca del tipo de al lado, y somos algo más pesimistas sobre el destino de nuestros conciudadanos y de nuestro país. Pero el optimismo personal acerca de nuestro propio futuro permanece con insistencia. Y esto no quiere decir que pensemos que las cosas saldrán bien por arte de magia, sino que tenemos la habilidad única de hacer que así suceda.

Curiosamente ese visión polarizada de nuestra realidad no se limita a nuestras habilidades y aptitudes, sino que se también se extiende a nuestras pertenencias. Valoramos más lo que es nuestro, sea o no una realidad objetiva. No importa lo que sea: una prenda de ropa, un coche o incluso una casa. En el momento en que un objeto pasa a nuestra propiedad, sufre una transformación. El simple hecho de escogerlo y asociarlo a uno mismo hace que incremente subjetivamente su valor inmediatamente, y ese valor se incrementa cuanto más tiempo esté vinculado con nosotros. 

La predisposición al optimismo ha sido observada en muchos países diferentes, en culturas occidentales, en culturas no occidentales, en mujeres y hombres, en niños, en personas mayores. Está bastante extendido. Pero la pregunta es, ¿es esto bueno para nosotros?. La realidad es que sin la predisposición al optimismo, estaríamos todos un poco deprimidos. Las personas con depresión leve, no tienen una predisposición optimista cuando miran al futuro, son relativamente precisas en la predicción de acontecimientos futuros. En realidad son más realistas que las sanas. Sin embargo, las que sufren depresión severa tienden a estar sesgadas hacia el pesimismo. Por lo que tienden a esperar que el futuro sea peor de lo que resulta ser al final.

Esto quiere decir que el único grupo humano que parece inmune a ese "auto-engrandecimiento" sería el compuesto por las personas que están deprimidas y que tienen alto grado de ansiedad. Cuanto más grave sea la depresión, más probabilidades hay de que se subestimen. En otras palabras, en ausencia de un mecanismo neural que genere optimismo realista, es posible todos los seres humanos estuviésemos ligeramente deprimidos. Esto sugiere que la ilusión de superioridad y el sesgo optimista pueden ser en realidad mecanismos de protección que protegen nuestra autoestima.





El análisis realista del entorno no es necesariamente una característica del funcionamiento psicológico “normal”, sino que lo normal sería, justamente, interpretar la información social de manera sesgada. En este sentido, y dadas las consecuencias positivas que tienen los sesgos para la construcción de la propia imagen, cabría esperar que también estuvieran vinculados con otras dimensiones del funcionamiento psicológico relacionadas con el bienestar individual, tales como la satisfacción con la propia vida o la propia felicidad. Así, por ejemplo, una persona que presente un marcado optimismo puede pensar que le ocurrirán más eventos positivos que negativos y mostrar con ello un mayor bienestar general; una persona con ilusión de invulnerabilidad puede llegar a tener la percepción de que le ocurrirán menor cantidad de eventos negativos, siendo posiblemente una persona más satisfecha con su vida.

Los peligros de no ser conscientes del sesgo

El optimismo cambia la realidad subjetiva. Las expectativas que tenemos del mundo hacen que cambie la forma en que lo vemos. Pero también cambia la realidad objetiva. Actúa como una profecía autocumplida. Experimentos controlados han demostrado que el optimismo no está solo relacionado con el éxito, sino que favorece el éxito. El optimismo nos lleva hacia el éxito en los estudios, los deportes o la política. Es tentador especular con que el optimismo ha sido seleccionado por la evolución, precisamente porque, las expectativas positivas mejoran nuestras probabilidades de supervivencia. Para avanzar tenemos que ser capaces de imaginar realidades alternativas: algunas de ellas mejores que nuestra realidad actual, y tenemos que creer que podemos lograr esas metas. La naturaleza optimista nos ha ayudado a progresar como especie, pues un punto de osadía es imprescindible en cualquier innovación. Sin optimismo, nuestros antepasados tal vez nunca se habrían aventurado lejos de sus tribus.

                 

Pero por supuesto existen inconvenientes y sería estúpido de nuestra parte ignorarlos. Es de prever que un exceso de optimismo conduce a una extinción rápida de aquellos individuos que creen que podrán volar con un par de alas atadas a los brazos al lanzarse por un acantilado. El sesgo optimista nos ayuda a tomar riesgos y riesgos importantes de cara a la adversidad, pero también es responsable de convencernos de que fumar va a matar a otra persona y no nosotros. También podemos pensar que contratar un seguro de salud es una pérdida de dinero, ya que rara vez hemos estado enfermos, o justificaríamos el no llevar una dieta equilibrada a pesar de tener antecedentes familiares de problemas cardíacos.

Demasiados supuestos positivos pueden conducir a errores de cálculo desastrosos, por ejemplo hacen menos probable aplicar protector solar o abrir una cuenta de ahorros. Esos supuestos en exceso optimistas también nos hacen más propensos a apostar en una mala inversión. El optimismo no realista puede llevar a un comportamiento peligroso, al colapso financiero o a una planificación deficiente. Según los psicólogos, esta tendencia a infravalorar los riesgos podría estar detrás de fenómenos como las burbujas inmobiliarias o la falta de previsión ante las catástrofes naturales, de modo que conocer esta limitación de nuestro cerebro puede resultar muy útil.




La clave es el conocimiento. No nacemos con un entendimiento innato de nuestras predisposiciones. Deben ser identificadas a través de la investigación científica. Pero la buena noticia es que ser consciente de la predisposición al optimismo no destruye la ilusión. Es como las ilusiones visuales, entenderlas no las hace desaparecer. Y esto es bueno porque significa que podríamos encontrar un equilibrio, cumplir los planes y las reglas para protegernos del optimismo no realista, pero al mismo tiempo permanecer esperanzados. Y el primer paso es entender que el sesgo existe.



domingo, 3 de marzo de 2013

La curva del Gran Gatsby y la movilidad social


La idea de la igualdad de oportunidades y de que todo el mundo pueda triunfar si lo desea con independencia de su procedencia es una aspiración deseable para toda sociedad. Una sociedad ideal es aquella en la que el destino de los hijos no está determinado por los orígenes de sus padres, una sociedad en que las oportunidades recibidas dependen de nuestras habilidades y nuestros logros, y no de la fortuna o contactos de nuestra familia.

                      


Cuando hablamos de movilidad social nos referimos a la facilidad con la que una persona puede subir o bajar en la escalera socioeconómica de un país. Una sociedad inmóvil es una sociedad que no premia el esfuerzo ni penaliza la desidia. Es una sociedad donde nuestro destino se ve predeterminado por la posición económica de nuestros padres. Por otro lado, una sociedad móvil es una sociedad en donde todos, sin importar la posición económica en la que nacen, tienen la oportunidad de progresar. Es una sociedad en la que el talento y el trabajo son más importantes que las conexiones familiares, una sociedad en la que prima la meritocracia. ¿Vivimos en sociedades en las que prima la meritocracia y en las que cualquier ciudadano puede progresar si dispone de las habilidades necesarias?.  

La curva del Gran Gatsby

La "curva de Great Gatsby" es el nombre que Alan Krueger (asesor económico de Barack Obama) dio a la relación entre la desigualdad de ingresos y la movilidad social al describir el trabajo de Miles Corak. En el eje horizontal de dicha curva tendríamos el coeficiente de Gini, una medida de la desigualdad. En el eje vertical tendríamos la elasticidad intergeneracional de ingresos, esto es, la fracción del ingreso que en promedio se transmite entre generaciones. En otras palabras, resume en un sólo número el grado de movilidad generacional de los ingresos en una sociedad. Un coeficiente de elasticidad igual a cero indica una situación de completa movilidad intergeneracional. En cambio, cuando es distinto de cero, el ingreso promedio de los hijos depende en alguna medida de los ingresos que tenían sus padres. Si el valor es igual a 1, la situación es de completa inmovilidad porque la posición económica de los hijos en la distribución del ingreso está completamente determinada por la posición de su padre. 





Como podemos observar en algunos lugares, como Estados Unidos y Reino Unido, alrededor del 50% de las diferencias de ingresos entre generaciones son atribuibles a diferencias en la generación anterior (en otras regiones como la igualitaria Escandinavia, el número es inferior al 30% o incluso el 20%).





En general en los países de la OCDE la movilidad social es alta en el norte de Europa y más baja en el sur, destacan claramente en el plano negativo Estados Unidos y el Reino Unido con niveles de movilidad social inferiores a los de países como Pakistán. Una evidencia que deja claro que Estados Unidos está bastante lejos de ser realmente "la tierra de las oportunidades" y que además cuestiona creencias generalizadas en ese país como que "cualquiera puede triunfar si lo intenta" o que los ricos suelen merecer sus fortunas ya que han sido conseguidas con esfuerzo y en base a sus habilidades personales. 

Porcentaje de gente que está de acuerdo en que los ricos de su país de origen merecen su fortuna
                

La realidad es que en Estados Unidos los individuos con movilidad ascendente se dan más que en el viejo continente, pero también se empobrecen con más rapidez cuando la movilidad es descendente. El modelo europeo ofrece una mayor seguridad contra los riesgos sociales a los ciudadanos con rentas bajas, situación posibilitada por sus sistemas redistributivos de progresividad fiscal.

Observamos las mismas tendencias si analizamos la probabilidad de que los varones nacidos en el quintil más bajo (el 20% de la población con ingresos menores) se queden en él toda su vida.


Y un fenómeno similar se da al observar la probabilidad de que esos mismos hombres pasen al quintil más alto (o sea, al 20% de la población con ingresos mayores). En este caso, como en el anterior, únicamente disponemos de la comparativa entre Reino Unido y Estados Unidos respecto a los países escandinavos (los más móviles socialmente del planeta, de hecho el mejor ejemplo de movilidad social conocido en el mundo occidental ha sido el sueco, sobre todo entre los años treinta y setenta del siglo pasado).



Recientemente el New York Times dedicó un magnífico artículo al estudio de la movilidad social en Estados Unidos. Como es costumbre, el viejo sur es donde la movilidad social es peor, a muchísima distancia. Otro aspecto a destacar es que la dispersión geográfica de las familias de bajos ingresos afecta muchísimo la movilidad social: si una área metropolitana tiene un elevadísimo nivel de segregación entre barrios por nivel de renta, la movilidad social cae en picado. La política de vivienda de una región tiene un peso realmente tremendo en la movilidad social de sus habitantes, igual que el acceso al transporte público. Si realmente nos preocupa que el hijo del obrero llegue a prosperar debemos  asegurar que vive en un barrio con gente de varios niveles de renta, no sólo otra familias con pocos ingresos. La distribución geográfica de la pobreza es crucial.




¿Qué influencia tienen nuestros antepasados en nuestra situación económica actual?

La historia de una familia tiene grandes efectos que persisten durante enormes lapsos de tiempo. Influyen los padres, pero también lo hacen los abuelos y los  bisabuelos. 


En un reciente estudio que examinaba a los suecos prósperos se encontró que los apellidos aristocráticos aparecen en las profesiones de élite con una frecuencia casi seis veces mayor que la sería esperable dada su distribución en el conjunto de la población. Incluso en la ejemplar Suecia, la condición social de la familia se transmite de generación en generación a través de las generaciones y los siglos.

En España científicos de la Universidad Carlos III de Madrid (UC3M) han demostrado que las personas con apellidos poco frecuentes tienden a tener un nivel socioeconómico mayor que aquellas que ostentan otros más comunes. Considerando profesiones de prestigio como la medicina o la abogacía, si agrupamos por un lado al 10% de la población con los apellidos menos frecuentes y por otro el 10% de la población con apellidos más comunes, observamos que el número de personas con esas profesiones de prestigio y apellidos poco frecuentes es más de un 45% superior a lo que debería ser si no existiese “sesgo” entre apellidos y nivel social. Los investigadores también encontraron la relación inversa, es decir, de las profesiones prestigiosas el número de personas que las ejercen y que portan apellidos comunes es un 20% menor que en otras profesiones. En resumen: hay menos García, Pérez, López y otros apellidos comunes entre la personas con mayor estatus social que lo que debería observarse si no existiera el sesgo detectado.



Estudios similares se han replicado con idénticas (o incluso más acusadas) conclusiones en el Reino Unido, por ejemplo allí la introducción de la educación secundaria universal apenas ha afectado a las tasas de movilidad intergeneracional. 

Otro interesante estudio realizado en el Reino Unido analizando la movilidad social y desigualdad desde el siglo XIX hasta la actualidad nos deja una serie de conclusiones bastante claras: tanto los ricos como los pobres sufren una regresión a la media.  La educación obligatoria, la industrialización y el continuo progreso tecnológico probablemente facilitaron la convergencia. Las diferencias existentes en 1858 (primer año del que se obtuvieron datos) se han reducido significativamente cuatro generaciones después. Las familias más ricas están hoy día mucho más cerca de las familias más pobres. Es curioso, que la velocidad de convergencia haya permanecido relativamente constante, dado que factores como la educación obligatoria y generalizada o la sanidad universal no empezaron a funcionar hasta el siglo XX.

Imagen vía Politikon
Los efectos son aún más persistentes si se repite el análisis usando variables de nivel educativo (por ejemplo, las élites que estudiaban en Oxford y Cambridge). En resumen, la situación sin duda ha mejorado, pero todavía queda mucho para que se complete la regresión a la media. 
      
A pesar del mensaje optimista, la conclusión a extraer es que familia en la que nacieron nuestros antepasados hace siglo y medio aún tiene efectos sobre nuestro nivel de vida hoy en día. El análisis también sugiere que para un varón nacido en la mitad del siglo XIX, la probabilidad de que cualquiera de sus descendientes adultos a finales del siglo XX tenga un estatus elevado, en comparación con la probabilidad de tener un bajo estatus, es 32% más alta si su antepasado tenía alto estatus que si lo tenía bajo.





Un análisis de tres generaciones muestra que en tanto Estados Unidos como Gran Bretaña, el efecto de los ingresos altos (o bajos) en una generación dura por lo menos dos más. Sin embargo, también es posible romper los patrones de inmovilidad. Aunque las tasas de movilidad estadounidenses y británicos habían convergido hacia la mitad del siglo XX, el orden social de Estados Unidos era mucho más fluido que el de Gran Bretaña en el siglo XIX. El pasado tiene un estricto control sobre el presente. Sin embargo, en las circunstancias adecuadas, puede modificarse.




¿Cuál es la situación en España?

La movilidad social en España es mayor que en Reino Unido, Italia, Estados Unidos y Francia (tienen mayor correlación entre los ingresos de padres e hijos) similar a la movilidad social en Alemania y muy inferior a la de otros países como Canadá, Finlandia o Noruega. Si bien la movilidad entre clases se ha estancado en España desde los años sesenta


Actualmente en España, las posibilidades de remontar de clase social son las mismas que durante la industrialización de los sesenta. En la España de hoy en día hay un mayor número de directivos y funcionarios y menos campesinos y obreros que en la mitad del siglo XX. Pero, si en los ochenta había cuatro plazas de directivos, estas venían ocupadas por tres hijos de las élites y solo una por alguien de una clase más baja. Ahora hay ocho plazas y la relación es de seis a dos; en este sentido España es un país inmóvil. Los movimientos entre clases sí son frecuentes, pero no de largo recorrido y se producen en su mayoría entre clases limítrofes. 

Según la Encuesta de Condiciones de Vida que realiza la UE y que compara la situación socioeconómica de los hogares cuando los encuestados —de entre 25 y 59 años— eran adolescentes y la que tienen en la actualidad. De los adultos que crecieron en hogares españoles en los que había dificultad o mucha dificultad para llegar a fin de mes, el 49% sigue viviendo en la actualidad en estas circunstancias, mientras que solo un 7,3% logra llegar a fin de mes con facilidad. En situación de desahogo económico se encuentra el 23,4% de los adultos que pertenecían a hogares que llegaban a fin de mes con difidultades. El porcentaje alcanza el 44,7% cuando se analiza a aquellos que crecieron en hogares en los que se llegaba a fin de mes con facilidad.

                           

La igualdad de oportunidades tiene pues un largo camino por recorrer a juzgar por los datos del estudio que, además, revela que el nivel de formación educativa de los padres juega un papel determinante en las perspectivas de bienestar futuro de sus hijos. El 21,3% de los encuestados cuyo padre tenía educación secundaria de primera etapa o inferior está en estos momentos en riesgo de pobreza. El porcentaje duplica al de aquellos en riesgo de pobreza cuyo padre tenía estudios superiores (10,7%). Además de los adultos que crecieron en hogares con dificultades para llegar a fin de mes, un 18,9% ha conseguido tener una educación superior. En cambio el 47,2% en los adultos que crecieron en hogares que llegaban a fin de mes con facilidad o mucha facilidad tienen hoy educación superior.


¿Cómo moverse por la pirámide social?

Según el estudio de la OCDE para incrementar la movilidad social se entiende que es necesario fomentar el nivel educativo, aunque poniendo énfasis en mejorar el rendimiento de los alumnos con un nivel socio-económico más bajo. También comentan que la existencia de cuidado infantil temprano parece mejorar la movilidad social y el apoyo para mejorar la igualdad de acceso a la educación universitaria.

La educación es la gran barrera que impide que las mentes privilegiadas de las clases menos adineradas accedan al nivel más alto de la escala profesional, algo que acaba con la meritocracia para instaurar lo que el profesor de Ciencias Sociales de la Universidad de Cardiff, Philip Brown, bautizó en los noventa como parentocracia: “un sistema en que la educación que recibe un niño se corresponde con la riqueza y los deseos de sus padres, más que con sus habilidades y esfuerzo”.

Pero tampoco olvidemos que un sistema que se basa en premiar al mejor preparado no significa necesariamente que sea el más justo, porque no todos tienen las mismas oportunidades de acceder a una buena educación.

¿Quién tiene más mérito, el que saca un 10 y siempre lo ha tenido todo de cara o el que saca un 8 viniendo desde el arrabal?. Incluso se sabe que por ejemplo en Alemania los profesores recomiendan a los niños de familias de clase baja que hagan el bachillerato más raramente que a los niños de “buena familia”, aunque hayan obtenido las mismas notas.



Los trabajos mejor pagados, siguen estando dominados por gente que ha crecido en familias adineradas. Solo una minoría de la población ha estudiado en escuelas y universidades privadas, pero las élites están dominadas por esa gente. En el Reino Unido 75% de los jueces, el 70% de los directores financieros, el 45% de los altos funcionarios o el 55% de los principales periodistas han estudiado en escuelas privadas. Los grandes despachos de abogados, las grandes empresas financieras, la función pública, tienden a centrar de forma muy intensa sus contrataciones en ese puñado de prestigiosas universidades. 

El llamado networking, los contactos, son una forma de nepotismo que tiene un peso extraordinario a la hora de cubrir los puestos más relevantes, tanto públicos como privados. Los que vienen de abajo tienen una larga serie de obstáculos que en la práctica les hace muy difícil aprovechar las oportunidades que se llevan quienes, desde niños, han recibido una educación de superior calidad. Y es que la razón por la que mucha gente quiere ir a Oxford o a una escuela de negocios reputada no es la educación en sí, sino los contactos que pueden hacer allí. Una red de contactos sociales que luego se reproduce a nivel profesional. Y en el futuro a quién conoces es tan importante como qué haces en la vida (se estima que el 56% de las personas que buscan un empleo lo encuentran gracias a su red de contactos, y que el 80% de las ofertas de trabajo no se publican). 

Y es que como hemos podido observar todavía en pleno siglo XXI hay mucho camino que recorrer en lo relativo a la igualdad de oportunidades y la meritocracia,  y muchas veces la única manera de escalar socialmente es sacar partido al estatus social.