lunes, 27 de septiembre de 2010

Sobre la felicidad y nuestras expectativas erróneas...

En el camino hacia la realización de nuestros objetivos y deseos, intentamos darlo todo para lograr lo que, suponemos, nos hará dichosos. Mirando hacia el futuro con grandes expectativas, tratamos de imaginarnos cuáles serán las decisiones correctas a tomar para que todo salga bien.

Terminar una carrera, ejercer una determinada profesión, tener hijos, amasar una fortuna. Cualquiera de estos hechos supone haber alcanzado un objetivo preciado que, por consiguiente, creemos, nos hará felices. Pero, según Daniel Gilbert, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, la mente nos tiende trampas, no sólo al mirar hacia el pasado, sino también al imaginarnos cómo será el futuro.




De acuerdo con los estudios de Gilbert, toda predicción de cómo será nuestra vida si tomamos tal o cual decisión o seguimos este u otro camino se basan en sofismas, es decir, en conclusiones erróneas. El por qué de esta falla tan humana está en que el cerebro no es capaz de reconocer qué opción de futuro sería mejor que otra, ya que la elección realizada en el momento de planearlo se basa en un concepto de felicidad que es momentáneo. A pesar de ello, pensamos que controlamos nuestra vida.

¿Cómo saber entonces qué es lo que me hará feliz en otra situación? ¿Y si la carrera planeada me trae más problemas de los que pensaba? ¿Y si los hijos resultan más trabajo que alegrías? ¿Y si mi amor se transforma en hastío, o mi pareja me engaña? No importa, ya que los mecanismos de defensa de la mente vendrán entonces de todos modos a socorrernos si el panorama se pone oscuro. Como por arte de magia, lo que no salió bien será anulado y se pondrán de relieve los aspectos positivos, como en el caso de los hijos, o los negativos, en el caso de la relación frustrada, para olvidar y comenzar de nuevo.

Gilbert, condidera que el cerebro tiene un sistema inmunológico-psicológico (término metafórico) para auto engañarnos y hacernos cambiar fácilmente la forma de ver las cosas, con el objetivo de superar las decepciones y seguir adelante. Al cerebro no le interesa la verdad sino sobrevivir... lo que nos permite encontrar la felicidad en condiciones aparentemente adversas y, de la misma manera, continuar siendo infelices incluso... cuando nos vamos de vacaciones. Este sistema, dice Gilbert, nos ayuda a cambiar la perspectiva del mundo para poder sentirnos mejor en él, y conseguir así una felicidad a medida que él llama “felicidad sintética”. Distingue entre lo que llama felicidad natural (la que experimentamos al obtener lo que queremos) y la felicidad sintética, que es la que nosotros “nos fabricamos” al no conseguir lo que queremos. Esta felicidad sintética la conseguimos gracias a procesos psicológicos principalmente inconscientes que nos ayudan a cambiar nuestra visión del mundo para poder sentirnos mejor (“.. casi es mejor que no me haya ido de vacaciones porque si no me iba a esperar mucho trabajo a mi vuelta y además así puedo usar ese dinero que me ahorro para comprarme un coche nuevo..”, después de que tu jefe te niegue las vacaciones). Generalmente pensamos que la felicidad sintética no tiene la misma “calidad” que la felicidad natural, pero resulta que la primera es tan real y duradera como la segunda.


         


Todo el mundo que ha tratado el tema de la felicidad desde Aristóteles ha subrayado el hecho de que los seres humanos quieren ser felices y lo intentan, pero cuando no lo consiguen encuentran una manera alternativa de crear la felicidad. Esta observación sobre los humanos no es nada nuevo, somos increíblemente capaces de cambiar nuestro punto de vista sobre el mundo para que nos haga sentir mejor respecto al mundo en el que nos encontramos. Hay pocas personas que sean conscientes de hacerlo, muy pocos se dan cuenta de cuándo están modificando los hechos, alterando la realidad, para sentirse mejor; es como si tuviéramos un talento invisible, un escudo invisible, un sistema inmunológico psicológico que nos protege de “los golpes y dardos de la fortuna”, como decía Shakespeare. Creemos que nos enfrentamos al futuro sin contar con un aliado, y sin embargo todos tenemos en nuestro cerebro a un aliado, un amigo, un ayudante, que en caso de que algo negativo nos suceda en el futuro nos ayudará a sobrellevarlo.

Cuando experimentamos traumas verdaderos, que en realidad nos afectan, nos hieren, afectan nuestra autoestima o ponen en peligro la felicidad, es cuando se activa el sistema inmunológico psicológico; por ejemplo un divorcio, la muerte de los padres, la pérdida del trabajo… estos son sucesos muy importantes en la vida, y en cuanto suceden el sistema inmunológico psicológico se activa y ayuda a la persona a encontrar de nuevo la felicidad. Los traumas pequeños, lo que podemos denominar “contrariedades”, no tienen suficiente poder para activar el sistema inmunológico psicológico, o sea que aunque nos hacen sentirnos un poco mal, seguimos sintiéndonos un poco mal. Una forma de explicar esto es que la gente no racionaliza los traumas muy pequeños, pero si me abandona mi pareja yo diré: “nunca fue la persona adecuada para mi y soy más feliz sin ella”. Fabricamos nuevas historias que hacen que cambie la forma en que percibimos el mundo y la forma de sentirse.



Curiosamente, al contrario de lo que solemos creer, tener más opciones generalmente disminuye nuestra felicidad. Esto es así porque, si tenemos muchas opciones, nos atascamos y seguimos rumiando si la opción que hemos elegido es la mejor o no. Pensamos que la libertad, la posibilidad de poder decidir y cambiar de opinión cuando nos parezca es lo mejor para ser felices, porque nos permite elegir entre todos los futuros posibles y decidirnos por el que más vamos a disfrutar. Pero resulta que la libertad de elección (entendida como poder tomar decisiones y poder cambiar de idea luego cuando queramos) es el enemigo de la felicidad sintética. Si no puedes elegir otra cosa, vas a encontrar una manera de estar feliz con lo que sucedió. Las emociones son una especie de brújula que orienta en una cierta dirección, pero una brújula que siempre marca el norte no sirve para nada. Si las emociones siempre están en “felicidad”, dejan de ser una guía útil para reaccionar ante los cambios o nuevas situaciones que nos encontremos. Por eso no se puede estar siempre en un único estado emocional, porque las emociones están hechas para fluctuar como la aguja de una brújula.

Para Gilbert los humanos tenemos la capacidad (y la usamos bastante a menudo) de simular experiencias. Es decir, podemos anticipar cómo nos vamos a sentir en el futuro, si pasara tal o cual cosa. Por ejemplo, puedo imaginarme que voy a ser muy feliz si me voy de vacaciones a Cancún... aunque nunca haya estado en Cancún. El problema es que este simulador de experiencias, como él lo llama, parece ser que tiene la tendencia a funcionar mal y los resultados que prevee no suelen concordar con lo que pasa en la realidad. Diferentes experimentos han demostrado que ganar o perder una pareja, un puesto de trabajo, un ascenso, aprobar o suspender un examen… tienen mucho menos impacto en nosotros (en intensidad y duración) de lo que la gente espera que tenga.




Las personas se equivocan con lo felices que serán y también recuerdan mal lo felices que fueron. La prospección – mirar hacia delante – y la retrospección – mirar al pasado – de la gente a menudo se corresponde bastante bien, pero lo que sucede es que ninguna de las dos se corresponde con la experiencia que tuvieron. Un ejemplo es que si un mes antes de unas elecciones se pregunta a las personas cómo se sentirán si pierde su candidato después de las elecciones, la respuesta es que será terrible. Un mes después de las elecciones se les pregunta cómo se sienten en realidad y la respuesta es: bien.

Todos hemos tenido la experiencia de hacer una gran comida en la que comemos y comemos y comemos... y al final de la comida decimos: nunca más voy a comer. Y si alguien pregunta: ¿qué te gustaría desayunar mañana? Dices: mañana no tendré hambre. Tu “yo” actual ha comido tanto que no puede concebir la idea de un “yo futuro” con hambre. Cuando nos encontramos en cualquier clase de estado emocional: hambre, excitación sexual, miedo, alegría, nos resulta muy difícil imaginar que nuestros “yos” futuros no se encontrarán exactamente en el mismo estado.

Hay que ser escépticos de lo que nos dice nuestra mente porque esta es muy susceptible de cometer errores. Esto tiene que ver con las ilusiones en su memoria y en la percepción del presente, y lo mismo ocurre con nuestra proyección al futuro. La memoria tiende a editar los recuerdos al almacenados. No sólo los fragmenta, sino que también favorece los aspectos más positivos, por eso, cuando proyectamos el futuro en relación a nuestro pasado, lo hacemos partiendo de una base incorrecta, idealizada. Además solemos sobreestimar nuestra individualidad y, tendemos a rechazar las lecciones que las experiencias emocionales de otros tienen para damos.

Hace 50.000 años, el futuro del ser humano se extendía hasta la hora siguiente, o quizá el día siguiente, pero nadie pensaba en términos de años o décadas. Es por esto que predecir nuestra emociones futuras resulta tan difícil: es algo que nuestra especie apenas ha empezado a hacer: considerarse a sí misma extendiéndose hacia largos periodos de tiempo. Y el resultado es que intentamos llevar a cabo esta tarea tan nueva y difícil con un cerebro muy viejo, y naturalmente cometemos errores.

¿El dinero asegura la felicidad?

Según Gilbert el dinero sí compra la felicidad cuando te permite pasar de la pobreza a un estatus de clase media. El dinero no compra la felicidad cuando te permite pasar de la clase media a la clase media alta. Un vaso de vino te hace sentir muy bien, dos te hace sentir maravilloso, pero 100 vasos de vino no te hacen sentir 100 veces mejor, te hacen sentir peor. Hay estudios realizados por economistas y psicólogos que revelan que el dinero sí puede comprar la felicidad, pero solo cuando no se tienen satisfechas las necesidades básicas. Obviamente, a una persona pobre un dólar la hará inmensamente feliz. Pero en otro nivel, una vez que se cubren estas necesidades la curva es decreciente, y a una persona rica más dinero no le reportará mayor felicidad. Es decir que una de las maldiciones de la riqueza es que decepciona, ya que no proporciona lo que se esperaba. Las relaciones sociales en todo el mundo son uno de los mejores índices de predicción de la felicidad humana… Una actitud inteligente sería intentar maximizar la felicidad utilizando la riqueza que se tiene para aumentar el tiempo disponible para las relaciones sociales.

Fuentes: ted.com, dw-world.de

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Cuando la línea recta no es el camino más corto...

Una de las primeras cosas que nos cuentan en el colegio cuando empezamos a estudiar geometría (geometría plana en realidad, pues esta es sólo una de muchas) es que la distancia más corta entre dos puntos en un plano la marca siempre una línea recta.

Años después, esto es algo que seguimos recordando, aunque a esas alturas ya hemos olvidado aquello de «en un plano», que es una parte importante del asunto, ya que por ejemplo sobre la superficie de una esfera, donde se aplica la geometría esférica, esto no se cumple.



De hecho, sobre una esfera tampoco se cumple aquello de que los ángulos interiores de un triángulo suman 180 grados, sino que, al contrario, esa suma siempre excede de ese valor. Otra cosa que aprendemos, o mejor, a la que nos acostumbramos en el colegio, es a ver mapamundis en los que la superficie de la Tierra se representa en un plano, con las distorsiones que esto conlleva.

Si alguna vez habéis intentado aplastar la piel de una manzana o de una naranja sobre una mesa habréis visto como esta tiende a rajarse por ciertos puntos, y esto es un poco lo que pasa al intentar dibujar una superficie esférica -aunque la Tierra en realidad no es redonda- sobre el papel, por lo que es inevitable aceptar algún tipo de compromiso.

Por ejemplo, en la proyección de Mercator, muy habitual, y que de hecho es la que usa Google Maps, Groenlandia parece tener el tamaño de África, cuando en realidad la segunda es como 14 veces mayor que la primera, y Alaska y Brasil parecen tener un tamaño similar, cuando Brasil es unas 5 veces mayor que Alaska (más información).

Estas dos cosas combinadas hacen que si alguna vez se nos da por pensar en las rutas que recorren los aviones, cometamos el error de pensar automáticamente en una línea recta que une los aeropuertos de origen y destino y de pintarla tal cual sobre el mapa, lo que según sea el par de aeropuertos escogidos se puede alejar bastante de la realidad, en especial cuanto más largo sea el vuelo y cuanta más diferencia de latitud haya entre los dos.


El punto clave aquí es que la Tierra no es plana como en un mapa, es esférica. Y aunque bien es cierto que la distancia mínima entre dos puntos es la línea recta, para unir Frankfurt y Narita mediante una recta tendríamos que atravesar la Tierra.

Si queremos ir por la superficie no nos queda más remedio que seguir un arco. Pero un arco que pase por dos puntos hay muchos. En realidad cualquier intersección de un plano que contenga dos puntos en la esfera de la Tierra es una trayectoria que para nosotros sería como ir en línea recta.



Si hablamos, por ejemplo, de un Madrid – Nueva York, la distancia más corta entre ambos no es la línea negra que se ve en esta imagen sino la roja:




Esto es debido a que sobre una superficie esférica la línea más corta entre dos puntos es el arco de círculo máximo que los une, y que representado en un mapa plano en este caso se corresponde con la línea roja.

Madrid y Nueva York están más o menos a la misma latitud, pero si escogemos la ruta entre Nueva York y Tokio, que están a tan sólo unos cinco grados de separación en cuanto a su latitud, la diferencia es ya muy apreciable y la ruta muy poco intuitiva:



De hecho, el vuelo transcurre casi todo el rato sobre tierra y a menos de 60 minutos de vuelo de un aeropuerto, que son las zonas más claras en el mapa anterior, con lo que casi no sería necesario realizarlo en un avión con certificación ETOPS.

Un último ejemplo, más extremo, sería el de un vuelo entre Pekín y Buenos Aires, si hubiera un avión capaz de realizarlo sin escalas, con cerca de 75 grados de separación en cuanto a sus latitudes.



Después de todo esto, igual estáis suponiendo entonces que los aviones siguen siempre la ruta marcada por el círculo máximo entre dos aeropuertos… Pero la realidad es que no, ya que hay ciertas restricciones para esto.

Por un lado, hay zonas en las que no se puede volar porque están restringidas al tráfico aéreo civil, por otro, la meteorología o un molesto volcán pueden hacer que no se pueda seguir la ruta en cuestión.

Otro motivo para los desvíos, en el caso de los vuelos que van de Europa a los Estados Unidos o de los que atraviesan este país o Canadá, es la presencia de una corriente de chorro que hace que sea mejor desviar la ruta que estar todo el rato luchando contra su empuje, fenómeno que también se da en otros lugares del mundo.

Tampoco todas las aerolíneas tienen tripulaciones y aviones equipados para volar sobre el polo, como en la ruta Nueva York – Pekín, y no hay que olvidar las certificaciones ETOPS, que fijan la distancia máxima a la que un avión puede volar de un aeropuerto en cada momento.

Y para complicar un poco más las cosas, a la hora de cruzar el Atlántico norte hay establecidas también una serie de rutas, que cambian cada día en función de la corriente de chorro, de tal forma que ese espacio aéreo puede ser utilizado con más seguridad.

Finalmente, dentro de Europa o de otras zonas en la que el tráfico aéreo es especialmente denso hay definidas una serie de aerovías que los vuelos tienen que seguir y que raramente coinciden con el círculo máximo, aunque en estas distancias relativamente cortas la diferencia en tiempo -y combustible- no sea muy grande.

¿Por qué el mismo vuelo dura distinto tiempo según sea de ida o vuelta?

La razón por la que se tarda menos en recorrer un trayecto en un sentido que en otro es un fenómeno meteorológico llamado corrientes en chorro.

Son como tubos de varios kilómetros de anchura dentro de los cuales la masa de aire se desplaza de oeste a este a velocidades que pueden llegar incluso a superar los 500 kilómetros por hora, los aviones se montan en estos chorros de aire como si surfearan y empujados por el viento realizan los trayectos en menos tiempo y con menos gasto de combustible.

Se forman por las diferencias de temperatura entre los polos y el ecuador
Estos ríos de aire se forman por las diferencias de temperatura entre los polos y el ecuador. Y giran de oeste a este por efecto del movimiento de rotación de la Tierra. Están a una altura de unos 11 kilómetros y dan la vuelta a la tierra en ambos hemisferios. Las cuatro más importantes se sitúan a la altura de los polos y en las zonas subtropicales.



Cualquier avión que vuele de oeste a este puede usar este fenómeno para acortar la duración del viaje. Por ejemplo, los aviones que viajan de Montreal a Frankfurt, de Miami a París o de Toronto a Roma aprovechan esta corriente.

El fenómeno lo descubrió el meteorólogo japonés Wasaburo Ooishi en los años 20 del siglo XX. Lanzó primitivos globos sonda en el monte Fuji y cuando se elevaban a la altura adecuada comenzaban a recorrer Japón a toda velocidad. Esto le hizo concluir que allí había unas corrientes de aire de gran fuerza.

Los militares no tardaron en fijarse en este descubrimiento y en 1944 lanzaron globos con bombas a Estados Unidos. La idea era que llegaran hasta tierra enemigas surcando el Océano Pacífico hasta la costa de California gracias a las corrientes de chorro.


Fuentes: megustavolar, rtve

martes, 21 de septiembre de 2010

Epigenética: el ambiente modifica nuestros genes



Durante décadas la cuestión de la herencia biológica se ha respondido a través del lenguaje del ADN. Esta visión situaba al ADN como único material hereditario que determina los rasgos que diferencian un organismo de otro y que se transmite de generación en generación.

A lo largo de los últimos años se ha evidenciado que esta visión era incompleta, la ciencia está revelando ahora cómo se interpreta nuestra partitura genética, y parece que la ejecución de esta partitura puede cambiar de forma drástica entre generaciones.



El ser humano es una mezcla de genes y ambiente. A la hora de construir cada organismo, factores como la dieta, el cariño familiar, el tabaco, los estímulos intelectuales o la higiene acaban pesando quizás tanto o más que la estructura genética con la que se nace. Pero no es tan conocido el hecho de que los agentes ambientales actúan sobre los genes e influyen en su funcionamiento. Por eso, ni siquiera los clones, que tienen los mismos genes, son en realidad iguales entre sí; su ADN, el de cada uno de ellos, ha sido alterado por factores ambientales distintos.

La respuesta nos la da la epigenética, una disciplina que se dedica a estudiar los cambios heredables que no dependen de la secuencia de bases del ADN. El envoltorio bioquímico que cubre el ADN como un papel de regalo y permite abrir (expresar) o cerrar (silenciar) los genes es lo epigenético. Los cambios epigenéticos son cambios reversibles de ADN que hace que unos genes se expresen o no dependiendo de condiciones exteriores. Nuestras células sufren cambios epigenéticos durante toda su vida, de hecho, gemelos idénticos acumulan diferentes patrones epigenéticos a lo largo de su vida dependiendo de los factores ambientales a los que se vean sometidos: uno puede fumar y el otro no, tomar más el sol, hacer más deporte, comer diferente,… Y eso se puede traducir en diferencias observables, como distintas alturas, comportamientos, color de pelo, riesgos de padecer enfermedades…

Cada comida, cada molécula de metal tóxico que respiramos, comemos o bebemos y la química que generan nuestros pensamientos pueden modificar la genética. Por decirlo con otras palabras, la genética es el abecedario y la epigenética es la ortografía y la gramática. Se encarga de estudiar los mecanismos moleculares mediante los cuales el entorno controla la actividad génica. Se trata de un nuevo campo biológico que está desentrañando los misterios de cómo el entorno (la naturaleza) influye en el comportamiento de las células. La ciencia avanza a paso de gigante y descubre nuevos indicios de que los genes no son los únicos soberanos en el microcosmos de la vida. La interacción de fenómenos genéticos hereditarios, ambientales y de conducta es mucho más difícil de determinar de lo que se creía. Y es que la epigenética de un individuo viene determinada por muchos factores: exposición a agentes químicos durante la vida intrauterina y después del nacimiento, variantes genéticas en los genes que regulan la epigenética, la radiación, la alimentación...


Un ejemplo en el que se pone de manifiesto la epigenética es el de los animales clonados. En teoría el animal clonado debe ser el mismo, pero sabemos que no lo es porque aunque hemos transferido el ADN, no hemos sido capaces de transferir las modificaciones químicas que afectan a ese ADN debido a los marcadores epigenéticos. Ésa es una de las razones por las que el mecanismo de clonación actual no es seguro. Por eso la oveja Dolly tenía obesidad y diabetes, mientras que su madre estaba sana. El ADN del óvulo fecundado, el zigoto, contiene ya 'marcas' bioquímicas que no son genéticas, pero que determinan su desarrollo. También el ADN de una misma persona, analizado con muchos años de diferencia, contendrá más diferencias epigenéticas que genéticas.

Los procesos epigenéticos, son los factores que hacen de intermediarios entre el medio ambiente de un organismo y su herencia genética. Todo lo ambiental impacta sobre cada núcleo celular en todo nuestro cuerpo: lo que respiramos por la contaminación del aire, lo que bebemos y comemos (agrotóxicos u hormonas sintéticas), y cada parte de mis hábitos, si camino o no, si me enfado, si fumo, si tomo alcohol o me drogo, si leo o escucho cosas negativas, todo llega al ADN y se puede modificar. Por ejemplo está comprobado que en el tercer trimestre de embarazo, se trasmite la carga de stress, de hecho, las embarazadas que cursaban el tercer trimestre y sobrevivieron al 11/09/2001, tuvieron hijos con características de stress muy similares al que se lo denomina Stress transgeneracional. El plomo que inhalamos en las ciudades por combustión de la nafta, o el mercurio que llega a nuestro cuerpo desde el pescado contaminado tienen la capacidad de aumentar la oxidación celular y producir mutaciones en el ADN. Los alcohólicos, por ejemplo, tienen un déficit de vitaminas que dan grupos metilo y como consecuencia tienen el ADN hipometilado. El resultado es que son más proclives a tener más enfermedades, como el cáncer.









Es interesante comprobar que mientras la genética de una persona no es fácilmente modificable, la epigenética es más dinámica. La parte buena de la historia es que podemos modificar positivamente nuestro genoma con unos hábitos de vida saludables, la epigenética puede, en parte, explicar la observación de que aunque dos personas tengan la misma mutación genética una desarrolle una enfermedad y la otra no. Lo mismo se puede explicar para la distinta incidencia de dolencias en gemelos monocigóticos, que comparten el mismo genoma. Esto podemos imaginarlo como una partida de cartas. Cuando se reparte la baraja de nuestro genoma a dos jugadores les quedan las peores cartas, supongamos la mutación de un gen supresor tumoral como BRCA- 1. Ambos, por tanto, tienen las mismas posibilidades de entrada de perder la partida. La cuestión es ver cómo se juegan esas cartas. Ciertos hábitos tóxicos y de estilo de vida pueden acelerar los procesos de desarrollo de un tumor, en uno alterando su epigenética, mientras que se previenen estas alteraciones en el otro.


En este punto salta a la palestra la cuestión más inquietante de la epigenética: ¿logran dar el salto a la siguiente generación las características adquiridas por influjo de los factores ambientales? Los patrones epigenéticos derivados de la alimentación, la exposición a situaciones físicas extremas o a sustancias tóxicas en el individuo, ¿se transmiten a los hijos y a los nietos? Hasta la fecha, la idea de una "transmisión hereditaria de caracteres adquiridos" era rechazada por amplios sectores de la biología moderna. Actualmente sabemos que padres y madres proveen a sus hijos de cromosomas portadores de la mayor parte del material genético, pero las secuencia de ADN se completan con otras informaciones que el organismo va adquiriendo durante la vida, que rigen las funciones de los genes y determinan cuándo y cuánto tiempo deben estar activos. Así por ejemplo si tu padre siguió una dieta alta en grasas tendrás más posibilidades de desarrollar una diabetes tipo 2, un factor no genético como la alimentación puede influenciar a la siguiente generación.

Un ejemplo de epigenética bien estudiado fue las hambrunas que sufrieron las mujeres durante la Segunda Guerra Mundial. Más de 20.000 personas se murieron de hambre en los Países Bajos, soportando el duro invierno y severo un embargo de alimentos.Estas mujeres tuvieron hijos de corta estatura y que pesaban poco. Y, además, los hijos de estos hijos, a pesar de haber sido alimentados correctamente, también fueron de corta estatura. Estos hallazgos, de los que se empiezan a describir sus bases moleculares, prometen una revolución en el concepto de salud que tenemos actualmente: ya no sólo nosotros somos los afectados por nuestro estilo de vida, sino nuestra descendencia. Estos hallazgos consideran que el tipo de dieta (qué tipo y la diversidad de alimentos que se ingieren) o el estilo de vida (sedentario o activo, con ejercicio físico e intelectual) o el consumo de tóxicos (tabaco, café, medicamentos o drogas en general) puede hacer que haya genes que sufran cambios reversibles, de modo que debiendo expresarse no lo hagan (se silencien) o, por el contrario, debiendo estar silentes se expresen. Y que ello además, esto es lo nuevo, pueda, como he indicado, ser transmitido a los hijos. Lo interesante que estas herencias epigenéticas puedan ser revertidas por quienes las heredan si desarrollan un estilo de vida determinado o introducen cambios específicos en los patrones de alimentación o también tratamientos farmacológicos adecuados.


De la secuenciación del ADN, del desciframiento de nuestro genoma, se nos dijo que era "el libro de la vida". Pues parece ser que el libro que nos entregaron en los proyectos del genoma humano estaba huérfano de gramática y ortografía: era un inmenso telegrama sin signos de puntuación. Darle sentido a esas palabras es trabajo de la epigenética, un campo de investigación tan innovador como productivo, y que despierta hoy gran interés en el ámbito científico. Los epigenetistas no estudian el orden secuencial de las hebras de ADN, su afán es descubrir de qué factores dependen los 23.000 genes que aparecen en la cadena de ADN. No cuestiona los principios de la teoría de la evolución de Darwin. Sólo añade un grado de mayor dificultad al estudio de la biología moderna, ya de por sí bastante complejo. Y pone fin a la controversia "naturaleza versus cultura". El hombre ni es un robot genético ni un ser etéreo al que modela la cultura.

Nada en la naturaleza ocurre por casualidad, y todo tiene un significado evolutivo, es decir, todo “está pensado” para el bienestar y la supervivencia de la descendencia. Este mecanismo de herencia de caracteres adquiridos, es una maravillosa manera que tiene la naturaleza de “informar” a la nueva generación del ambiente que se van a encontrar en el momento de nacer. Ya no se trata sólo de tener unos buenos genes, sino también de cuidarlos. Si nosotros seguimos unas costumbres perjudiciales, como el fumar, beber en exceso, abusar de las grasas saturadas, el sedentarismo, el estrés,… esto puede traer consecuencias negativas para nuestra descendencia a pesar de que tengamos unos genes “sanísimos”, pero por el contrario, si seguimos un estilo de vida saludable en todos aspectos posibles y durante todo nuestro discurrir vital, llevaremos esa información grabada en nuestras células sexuales y la pasaremos a la siguiente generación, teniendo una mayor probabilidad de que nuestra descendencia tenga predisposición a ser sana y saludable.

Fuentes: ilevolucionista,diariolaizquierda, perfil.com,leolo.blogspirit.com, bitacorabeagle

domingo, 19 de septiembre de 2010

¿Son más creativas las personas con poca capacidad de concentración?

Todos conocemos a personas capaces de sentarse en una sala llena de gente y estudiar, o personas capaces de leer en el metro ajenas a todo lo que les rodea. La capacidad para concentrarse es una cualidad que permite conducir nuestra atención hacia un punto fijo en el horizonte. En el otro extremo tenemos a las personas que se entretienen con cualquier cosa. A este tipo de personas les cuesta fijar el foco, algo similar a lo que ocurre cuando navegas por internet, que empiezas leyendo A y cuando te das cuenta estás en Z.

Si tuvieras que escoger entre estos dos rasgos, ¿con cuál te quedarías?. Mi intuición me lleva a pensar que la capacidad para concentrarse ganaría por goleada. Pero imagína que la pregunta es otra: ¿qué prefieres, poseer la capacidad de concentrarte o la de innovar?. A esta pregunta la respuesta ya no es tan evidente.



Un grupo de neurocientíficos de Harvard y de la Universidad de Toronto han realizado un estudio sobre las ventajas que poseen aquellas personas a las que les resulta complicado trabajar con un pensamiento único. Para ello diseñaron una serie de cuestionarios a través de los cuales se trataba de medir la inhibición latente (capacidad para abstraerse de estímulos externos). Las personas que practican la inhibición latente son capaces de estar pendientes de una conversación en medio de conversaciones cruzadas, no les molesta el zumbido de una mosca mientras están leyendo o son capaces de conducir ajenos al paisaje exterior e interior del vehículo. La inhibición latente es una componente esencial de la atención, pero lo curioso, es que en este estudio la gente con niveles bajos de inhibición latente puntuó 7 veces por encima en lo relacionado con la capacidad creativa.

La inhibición latente es la habilidad de inconscientemente ignorar los estímulos que son percibidos como irrelevantes para lo que uno necesita. Quienes padecen de baja inhibición latente serían, entonces, aquellos que tiene disminuida la capacidad de discriminar los estímulos "útiles" de aquellos que no lo son, convirtiéndose en mentes altamente detallistas, lo que desembocaría en el desequilibrio mental o en mentes con alta capacidad creativa.

Es importante destacar que la inhibición latente es algo indispensable para el ser humano, si se tiene baja, ha de ser en combinación con buena memoria y un coeficiente intelectual alto pues de lo contrario deriva en un trastorno psicológico, ya que como se defiende en muchos estudios sobre el consciente y la mente humana, si el ser humano saliese a la calle un día sin la capacidad de descartar aquello que no es primordial tener en cuenta (no quiere decir que se descarte por completo, depende del momento y de la necesidad de la persona en ese instante) sería incapaz de alcanzar la primera esquina de su calle sin haberse vuelto loco. Son millones de estímulos distintos por segundo que pueden saturar el cerebro en muy poco tiempo.



Los cerebros de las personas creativas parecen estar más abiertos a los estímulos provenientes del ambiente circundante. Los cerebros de otras personas pueden cerrarse a esta misma información no haciendo caso de los estímulos de los que la experiencia ha demostrado que resultan inaplicables a sus necesidades. Las personas con bajos niveles de inhibición latente se pasan el día luchando para tratar de filtrar la información que reciben del exterior, su incapacidad para concentrarse deja abiertas las puertas a cantidades ingentes de información. Este sobreestímulo sensorial llena sus cabezas de datos, detalles, emociones y sensaciones que combinadas construyen una enorme caja de herramientas al servicio de los procesos creativos. Las personas creativas se caracterizan por ser de mente abierta, algo que tiene un alto nivel de correlación con los niveles bajos de inhibición latente. A las personas con bajos niveles de inhibición les resulta complicado cerrar sus mentes y centrarse en algo concreto. Esto les capacita para gestionar mejor situaciones inesperadas, donde lo evidente no sirve y lo que realmente funciona es el plan B.

Los científicos se han preguntado durante mucho tiempo porqué la locura y la creatividad parecen estar ligadas, parece probable que niveles bajos de inhibición latente y una flexibilidad excepcional del pensamiento pudieran predisponer a la enfermedad mental bajo algunas condiciones y a la realización creativa bajo otras. Enfermedades como la esquizofrenia se relacionan con niveles extraordinariamente bajos de inhibición latente. Normalmente tenemos una secuencia de ideas "predeterminadas": A lleva a B, B lleva a C, etc. En algunas enfermedades mentales (como esquizofrenia o los estados maníacos) el orden de pensamiento se altera: A lleva a Ch, Ch lleva a Z, Z lleva a 3 y 3 lleva a B. Ese proceso diferente de llegar de A a B está muy relacionado con la creatividad y es la razón por la que muchos de los grandes artistas tenían algún problema mental (desde psicosis a alcoholismo)

Cuando la cantidad de información que perciben nuestros sentidos es excesiva, lo que ocurre es que nos ahogamos en un mar de posibilidades infinitas, confundiendo lo real con lo ficticio y despreciando lo evidente. Bajos niveles de inhibición cuando están están emparejados con una alta inteligencia, buena memoria y la capacidad de analizar y filtrar nuestro exceso de pensamientos conducen a la creatividad, esa capacidad que nos permite ver la luz en medio de la niebla.

Fuente

viernes, 3 de septiembre de 2010

¿Por qué parece que el tiempo pasa más lento cuando viajamos?



¿Has viajado este verano? ¿Llevas 15 días de viaje y parece que llevas meses? ¿No tenéis esa sensación cuando viajáis?

Einstein fue el primero en plantearnos que el tiempo es algo mucho más raro de lo que parece. Entendemos el tiempo como algo lineal, algo que siempre avanza al ritmo que imponen los segunderos, y por supuesto, hacia delante. Además, la creencia de que el tiempo es igual para todos está bastante generalizada. Pero esta creencia comienza a estar en entredicho con los últimos descubrimientos de la comunidad científica.

Parece ser que esta sensación tiene una explicación neurocientífica. Según David Eagleman, neurocientífico y director del Laboratory for Perfection and Action del BCM:

“Puesto que retenemos mejor los recuerdos más densos cuando hemos visto algo emocional o incluso algo nuevo, cuando miramos hacia atrás parece que duró más tiempo. Esto significa que si quieres que parezca que tu vida ha durado más, lo que tienes que hacer es perseguir cosas nuevas. Necesitas probar cosas nuevas todo el tiempo”.



Brain Games II EP10 It's About Time por amberan


¿No es esto lo que hacemos cuando viajamos? Vemos cosas totalmente nuevas, nos emocionamos con paisajes desconocidos, conocemos a personas interesantes… Cuando uno llega al hotel el primer día de turismo parece que lleva una semana en ese lugar, ¿verdad?

La mente humana funciona como una criba y la memoria es subjetiva. Si caminas por una calle repleta de gente, es poco probable que todas las caras, detalles y estímulos con los que te cruzas pasen a formar parte de tus recuerdos, se trata de estímulos intrascendentes a nivel emocional. Ahora bien, si de repente, un coche se dirige hacia ti a toda velocidad con el riesgo de atropellarte, tu mente empieza a tomar nota de todos los detalles, de manera que hasta el más mínimo matiz pasa a tu memoria de forma automática. El tiempo y la memoria están totalmente entrelazados. Cuando una persona recuerda más, es capaz de alargar el tiempo.

Más información sobre qué es el tiempo en el siguiente vídeo de Redes: