¿Son las creencias y supersticiones un aspecto inevitable de la naturaleza humana?
En una sociedad fundamentada en la ciencia y la tecnología, la superstición sigue gozando de una salud de hierro. La tendencia a creer en lo sobrenatural es común en el hombre moderno. Por ejemplo, nueve de cada diez personas han notado alguna vez, en algún lugar a sus espaldas, que alguien que no veían les estaba mirando. Así lo asegura Bruce Hood, director del Bristol Cognitive Development Centre (Reino Unido), en su libro SuperSense (HarperCollins, 2007). Por muy irracional e infundada que sea esta sensación, parece estar del todo generalizada.
Hace unos años, Hood realizó un experimento con 200 estudiantes de su clase. Les pasó un cuestionario en el que les preguntaba: "¿Crees que puedes notar cuando alguien te mira por detrás?". El 90% de los estudiantes, todos ellos universitarios y expertos en temas científicos, contestó que sí. En este caso, la percepción equivocada se fundamenta en una idea falsa sobre cómo funciona la vista. Esta concepción errónea y común se combina con una experiencia típica: en circunstancias sociales en las cuales una persona se siente incómoda, esa persona puede pensar que alguien la está mirando, girarse y encontrar que, efectivamente, hay alguien aguardando. La mente se olvida fácilmente de todas las veces en las cuales uno se gira y nadie está allí observando y, gracias a esta memoria selectiva, la ilusión se acaba de consolidar. Por eso, tendemos a creer que si alguien nos observa desde detrás nos daremos cuenta de ello. Pero es absolutamente falso.
Convicciones ilusorias como la que acabamos de explicar son frecuentes, según Hood. El cerebro humano ha evolucionado para reconocer patrones, buscar estructura y orden incluso allá donde todo parece azaroso. Si se tira un puñado de granos de café sobre la mesa, por ejemplo, el sistema perceptivo automáticamente los agrupa en un patrón. El caso es que la mente humana no acaba de aceptar que pueda haber sucesos del todo casuales. Pero, además de detectar patrones, los humanos también intentan inferir los mecanismos que los provocan. Esto hace que se llegue a ideas erróneas sobre lo que ha generado el patrón.
Según Hood, las creencias irracionales son la derivación natural de este irreprimible instinto humano hacia la búsqueda de patrones y explicaciones. Para demostrarlo, el investigador cita el caso de su suegro, un neurocirujano muy acostumbrado a ver cómo los daños cerebrales generan alucinaciones. Seis semanas tras la muerte de su mujer, el médico les aseguró a sus familiares que acababa de ver a su mujer en el borde de su cama, aún siendo un ateo convencido. No se trata de un caso aislado. Hood asegura que el 50 % de los cónyuges de personas que han fallecido hace poco están totalmente convencidos de que sienten la presencia de la persona amada que se ha ido. En esencia, según Hood, las creencias son inevitables. Al contrario, lo verdaderamente antinatural es "no creer". Por ejemplo, es necesario un gran esfuerzo para que los niños entiendan la idea de la muerte. Hood cita experimentos con marionetas, en los cuales se les dice a un grupo de niños: "Imaginad que un cocodrilo se come a un ratón". Se les enseña las marionetas del cocodrilo y del ratón, se representa la acción, y luego se les pregunta: "¿Creéis que el ratón necesita comer?" y dicen: "No, no necesita comer, pero se siente solo, está solo ahí dentro del cocodrilo". Entienden algunos aspectos del fin de la existencia, pero la noción de que la mente deja de existir les resulta un concepto muy difícil. Por eso la vida después de la muerte, la idea de que existe algo cuando morimos, resulta completamente coherente y verosímil. Casi imprescindible.
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