domingo, 21 de febrero de 2010

Los bebés reconocen las intenciones de los adultos

Un estudio reciente realizado por científicos de la Universidad de York, en Canadá, ha revelado que bebés muy pequeños –de sólo seis meses de edad-, saben cuándo se les está “tomando el pelo”, que esta actitud no les gusta, y que expresan su disconformidad o reaccionan en consecuencia. Los resultados de esta investigación demuestran empíricamente por vez primera que los niños de esas edades son capaces de identificar las intenciones de los adultos y de dar una respuesta a éstas. Hasta el momento, esta habilidad se había podido demostrar sólo a partir de los nueve meses.


Según publica dicha universidad en un comunicado, en la investigación fueron analizadas las reacciones de bebés de seis y nueve meses ante un juego que consistía en que un adulto se mostraba bien incapaz bien reticente a compartir un juguete con los pequeños.

Los bebés detectaron y aceptaron con calma el hecho de que el adulto no fuera capaz de compartir con ellos el juguete por razones que escapaban a su control pero, por el contrario, se mostraron agitados cuando resultó evidente que el adulto, simplemente, no tenía intención de compartir.

Comprender intenciones

Según la directora del estudio, una estudiante de doctorado llamada Heidi Marsh que trabajó bajo la dirección de Maria Legerstee, directora del Centro de Estudios de la Infancia de la Universidad de York, los bebés son capaces de diferenciar si se les está gastando una broma o si se está siendo manipulador con ellos, y además saben cómo transmitir su opinión al respecto.

Marsh afirma, asimismo, que los resultados obtenidos constituyen la primera demostración empírica de que niños de hasta seis meses de edad son capaces de comprender las intenciones de los actos de los adultos.

Hasta el momento, se habían obtenido evidencias basadas únicamente en la habituación visual de los niños ante determinados estímulos (la habituación en psicología es el proceso de acostumbramiento o aprendizaje no asociativo a los estímulos del medio interno o externo, y está considerada una forma alternativa de integración).

Es decir, que estudios previos habían observado los patrones de las miradas de los pequeños cuando a éstos les eran presentados estímulos diversos pero, según la investigadora, esta fórmula de estudio resulta demasiado abierta a interpretaciones y, en consecuencia, a conclusiones confusas.

Respuestas sociales

Por otro lado, en investigaciones anteriores se concluyó que la capacidad de diferenciar las intenciones de los adultos no se desarrollan hasta los nueve meses de edad, algo que el estudio de Marsh desmiente.

La investigadora señala que un niño de seis meses de edad, comparado con uno de nueve meses, expresa de manera distinta lo que sabe.

El aspecto innovador de estudio radica en que se han usado medidas acordes con el comportamiento cotidiano de los bebés de seis meses con el fin de comprender lo que éstos son capaces de entender.

Los científicos registraron las respuestas sociales de los pequeños, como la tristeza, las miradas de rechazo, las sonrisas o sus vocalizaciones, además de atender a otras respuestas más físicas, como el hecho de dar golpes.

Incapacidad, resistencia

Al estudio fueron sometidos 40 niños, de ambos sexos. Los bebés fueron sentados sobre el regazo de sus madres junto a una mesa, y situados enfrente de otro adulto.

En la mitad de las pruebas realizadas, el juguete no les fue entregado a los niños porque dicho adulto no “quería” compartirlo y, en otras pruebas, no les fue entregado porque el adulto, aunque intentaba dárselo, no era capaz de hacerlo.

A los niños se les sometió a tres situaciones: de bloqueo, de burla y de juego. En cada una de estas situaciones hubo una condición de incapacidad de compartir el juguete y otra de resistencia a compartirlo por parte del adulto.

Así, por ejemplo, en la situación de burla, el adulto extraño sostuvo un sonajero cerca de los niños y, después, lo ocultó detrás de él (condición de resistencia a compartir). Asimismo, una atractiva pelota cayó “accidentalmente”, de manera que quedó fuera del alcance del adulto (condición de incapacidad de compartir).

Independencia y reacciones

Los movimientos visibles tanto del adulto como del juguete fueron reflejo de las condiciones de cada prueba, esto es, fueron diseñados para que los niños pudieran comprender las intenciones o la situación del adulto.

Incluso las expresiones faciales de éste se utilizaron para expresar resistencia a compartir o incapacidad para hacerlo.

Los resultados fueron los siguientes: los niños de ambas edades (seis y nueve meses) desviaron sus miradas durante las pruebas en que el adulto se mostró renuente a compartir.

En estas pruebas, además, los niños de nueve meses dieron golpes con sus brazos, mientras que los bebés de seis meses mostraron otro tipo de reacciones correspondientes a afectos negativos, como fruncimiento del ceño. Estas reacciones no se dieron en ningún bebé en las condiciones de incapacidad para compartir el juguete.

Otro dato revelado por la investigación fue, según Marsh, que aquellos niños más independientes resultaron ser menos expresivos ante las situaciones de renuencia a compartir (por ejemplo, lloraban menos que otros), pero físicamente más proclives a demostrar una resistencia activa a la situación.

Esta diferencia sugiere que es importante analizar las habilidades sociales y cognitivas de los niños para comprender el espectro de comportamientos sociales que puede darse a estas edades. La revista Infancy ha publicado un artículo detallado sobre esta investigación.

El cerebro nace preparado

La inteligencia y las capacidades de los más pequeños han sido objeto de diversos estudios en los últimos años.

Sus resultados han permitido constatar el sorprendente grado de conciencia de los bebés, demostrando, por ejemplo, que éstos, con tan sólo cinco meses, son ya capaces de diferenciar entre sólidos y líquidos o que, con sólo dos o tres días de edad, ya pueden detectar el ritmo de la música.

Los especialistas señalan que estas habilidades tan precoces se deben a que el ser humano nace con conocimientos innatos y que es un experimentador muy precoz. Es decir, que el cerebro de los individuos de nuestra especie no es un papel en blanco al nacer.

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