sábado, 8 de agosto de 2009

¿Vivimos en un mundo cada vez más violento?

Si abrimos el periódico o encendemos la TV nos llevaremos la impresión de que vivimos en un período singularmente violento de la historia: guerras en Oriente Medio, disturbios en Londres y en Chile, terrorismo en Pakistán, crimen fuera de control en México, hambrunas en el cuerno de África… Se trata de un error de percepción, una tremenda disonancia cognitiva que tiene que ver con la longitud del foco: estamos demasiado cerca de la actualidad para poderla situarla en su justo contexto.

El museo de armas de West Point, ofrece un rápido recorrido por la historia del armamento: acoge desde hachas de piedra del Paleolítico hasta la bomba atómica ‘Fat Man’ lanzada sobre Nagasaki en 1945. Un letrero a la entrada del museo reza que, "sin duda, la guerra es un aspecto de la naturaleza humana que seguirá existiendo mientras las naciones traten de imponer su voluntad unas a otras". Una reciente disminución en las víctimas de guerra —sobre todo en relación con índices históricos e incluso prehistóricos— tiene ocupados a algunos universitarios, que se preguntan si la era de los conflictos internacionales estará llegando a su fin.




El año pasado, 25.600 combatientes y ciudadanos murieron en conflictos armados, según el anuario de 2009 del SIPRI, el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo, que se publicará el próximo 17 de agosto. Dos terceras partes de estas muertes se produjeron en tan sólo tres zonas de conflicto: Sri Lanka (8.400), Afganistán (4.600) e Irak (4.000). En contraposición, los crímenes violentos acaban con la vida de 500.000 personas cada año, y las que mueren en accidentes de tráfico son bastantes más de un millón.

Las cifras de SIPRI excluyen las muertes provocadas por conflictos unilaterales, donde los combatientes asesinan deliberadamente a la ciudadanos desarmados, así como las muertes 'indirectas' por enfermedades relacionadas con la guerra y por las hambrunas. Si incluyera estas bajas, la cifra de muertes anuales debidas a guerras entre 2004 y 2007 sería diez veces mayor, 250.000 al año, según el informe sobre 'carga global de la violencia armada', un informe de 2008 publicado por una organización internacional establecida tras la Declaración de Ginebra. El informe sostiene que incluso este número, con un cero añadido al final, sigue siendo notablemente bajo en comparación con las cifras históricas.

Por ejemplo, Milton Leitenberg, del Centro de Estudios de Relaciones Internacionales y Seguridad de la Universidad de Meryland, ha estimado que el genocidio amparado por la guerra y los estados durante la primera mitad del siglo XX acabó con la vida de nada más y nada menos que 190 millones de personas, tanto directa como indirectamente. Eso supone una media de 3,8 millones de muertes al año. Sus análisis pusieron de manifiesto que las guerras mataron a menos de un cuarto de ese total en la segunda mitad de siglo —40 millones en términos absolutos o 800.000 al año—.





Incluso estas espeluznantes cifras son inferiores a las prehistóricas en términos relativos. Los espantosos genocidios y guerras del siglo XX representan en total menos del 3% del total de muertes en el mundo, según una estimación. Es con toda probabilidad menor que el índice de muerte por violencia entre nuestros más tempranos ancestros.

Como puede observarse en el siguiente gráfico, la violencia en las guerras no ha dejado de reducirse, década tras década, hasta alcanzar su mínimo en los albores del siglo XXI. Es más, con bastante probabilidad la década actual sea aún más pacífica (menos violenta, si prefieren) que la pasada. Los escépticos y los apocalípticos podrán aducir que la violencia se ha trasladado del campo de batalla a las calles, que el terrorismo y el crimen organizado son las plagas que toman hoy el relevo de la guerra en la cuadrilla de Jinetes del Apocalipsis. Error: según ha documentado el criminólogo Manuel Eisner, las tasas de homicidio en los países en los que existen datos (occidente, principalmente) no han dejado de reducirse continua y progresivamente desde la Edad Media hasta la actualidad.


Pese a los datos, era peor antes

El economista Samuel Bowles del SFI (Santa Fe Institute o Instituto de Santa Fe) analizó recientemente docenas de estudios arqueológicos y etnográficos de sociedades cazadoras recolectoras como las que se piensa que habitaron nuestros antepasados durante la mayor parte de nuestra prehistoria. Concluye que la guerra y otras formas de violencia provocaron el 14% de las muertes en estas sociedades elementales.



En su influyente libro 'War Before Civilization' ('La guerra antes de la civilización'), el antropólogo Lawrence Keeley, de la Universidad de Illinois, estima que al menos el 25% de las muertes en sociedades primitivas son atribuibles a la violencia. Keeley toma como objeto de estudio no sólo a cazadores recolectores sino también a sociedades tribales como los yanomamo de la selva amazónica y los enga en Nueva Guinea, que cultivan además de cazar. Éstos se apuntaron muchos tantos asesinando con garrotes, lanzas y flechas en lugar de metralletas y bombas.

Sin embargo, nuestra prehistoria parece haberse vuelto más belicosa a medida que transcurría el tiempo. Según otro antropólogo, Brian Ferguson, apenas existen evidencias, o al menos no son claras, de que se produjeran agresiones letales entre grupos en las sociedades antes de 12.000 años atrás. Surgió la guerra y se expandió rápidamente a lo largo de los siguientes mil años entre cazadores recolectores y otros grupos, especialmente en regiones donde la gente dejó atrás la vida nómada para adoptar un estilo de vida más sedentario y crecieron las poblaciones. De acuerdo con esta perspectiva, la guerra surgió debido a cambios en condiciones ambientales y culturales más que por la 'naturaleza humana'.

Todo comportamiento humano suele encontrar sus raíces en nuestra biología. Pero la súbita aparición de la guerra en torno a 10.000 años antes de Cristo y su reciente declive sugieren que es un fenómeno ante todo cultural, y que actualmente la propia cultura nos está ayudando a vencer. No ha habido guerras internacionales desde la invasión estadounidense de Irak en 2003, como tampoco entre las principales potencias industrializadas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Casi todos los conflictos consisten ahora en guerras de guerrillas, levantamientos armados y terrorismo, o lo que el politólogo de la Universidad de Ohio denomina 'vestigios de la guerra'.

La guerra, fenómeno cultural

Mueller rechaza las explicaciones biológicas a dicha tendencia y asegura que el hecho de que ahora haya menos muertes por culpa de las guerras es atribuible a un aumento del número de democracias desde la Segunda Guerra Mundial, que han pasado de ser 10 a cerca de 100.

Gráfico que resume el impactante balance de muertos que dejó la II Guerra Mundial

Dado que los países democráticos rara vez hacen la guerra entre ellos, si es que la hacen, podemos muy bien observar un declive continuado en la magnitud de los conflictos armados. La creación de estados estables con sistemas legales efectivos y fuerzas policiales ha acabado con las interminables contiendas que asolaban a muchas sociedades tribales









El psicólogo de Harvard Steven Pinker identifica varios factores culturales más que contribuyen a la reducción contemporánea de la violencia, tanto entre estados como dentro de éstos. En primer lugar, la creación de estados estables con sistemas legales efectivos y fuerzas policiales ha acabado con las interminables contiendas que asolaban a muchas sociedades tribales. En segundo lugar, el aumento de la esperanza de vida vuelve más indeseable jugarse la vida y arruinarla dedicándola a la violencia. Por último, como consecuencia de la globalización y las comunicaciones, nos hemos vuelto más dependientes de otros de fuera de nuestras 'tribus' inmediatas —y también más empáticos—.

El avance del pensamiento crítico ha cambiado las sensibilidades modernas a base de potenciar esos componentes de la mente humana que Abraham Lincoln llamó “los ángeles buenos de nuestra naturaleza”. La alfabetización, los viajes y el cosmopolitismo mejoran la empatía y pueden explicar la aversión actual hacia los castigos crueles y los costes humanos de la guerra. Hoy se les enseña a los niños tolerancia y comprensión al otro de forma realmente asumida. 

La aceptación de la violencia en la vida cotidiana –especialmente en Occidente, pero se podría decir que en el mundo entero– ha ido reduciéndose en muchos aspectos. En tiempos pasados la mutilación y la tortura eran formas de castigo rutinarias. El tipo de infracción que hoy pagarías con una multa, en aquellos días podían provocarte la amputación de una mano. Se idearon numerosas formas ingeniosas y sádicas para aplicar la pena de muerte: ser quemado en la hoguera, la rueda, desmembramiento mediante el uso de caballos y demás. La pena de muerte era una sanción que no sólo se aplicaba para crímenes violentos: criticar al rey o robar una hogaza de pan también podían motivarla.



En la Francia del siglo XV, una forma típica de entretenimiento público era meter un gato dentro de una hoguera y ver cómo el gato maullaba, gritaba y luchaba hasta convertirse en carbón. Los reyes, las reinas, la gente llevaba a sus hijos a verlo y se consideraba una forma de entretenimiento. O la lucha contra el oso: ver como un oso y un perro se peleaban hasta la muerte. No han desparecido, todavía existen las peleas de gallos, pero ha ido decayendo cada vez más. Otro ejemplo sería la pena de muerte. En Inglaterra solía haber 400 delitos castigados penalmente con la pena da muerte; actualmente, en la mayoría de los países europeos, no existe.

Si leemos el Antiguo Testamento, es horripilante el número de genocidios, crueldades, mutilaciones, torturas, abusos a mujeres, pero tendemos a verlo como un objeto, como un talismán, no lo leemos con demasiada atención. Sabemos por los relatos medievales que si ibas por un camino, podías ser asesinado por un salteador de caminos, sabemos que las ciudades eran amuralladas para estar a salvo de las personas violentas. Sabemos por los cuentos de Grimm que había todo tipo de torturas y de niños abandonados y madrastras crueles.


Vivimos en un mundo cada vez menos violento en el que, sin embargo, la percepción de peligro es mayor que nunca. Esta disonancia cognitiva hunde sus raíces en el creciente poder de la industria del miedo, tal y como analizó Barry Glassner en su clásico “The culture of fear” y en el efecto amplificador de los medios: hoy nos enteramos al minuto de las pocas docenas de muertos que se producen en las revueltas de Bangkok pero nadie se enteró en su día de los millones que murieron, por ejemplo, durante la mal llamada Revolución Cultural china.

Las sociedades occidentales viven atenazadas por miedos imaginarios o bien desproporcionados a su peligro real. Mucha gente contestará que el principal problema de su barrio o de su ciudad es la inseguridad pero si le preguntas si ha sido víctima directa de algún acto violento o delictivo te dirá que no: la inseguridad es algo que flota en el ambiente. Es significativo que los españoles, que tiene una de las tasas de criminalidad más bajas de la OCDE tengamos una percepción del peligro al delito similar a México, según muestra el último informe de esta organización (sólo Japón nos gana en paranoia).

La mejor receta contra la percepción subjetiva son los datos objetivos, así que vamos con unos cuantos mitos y los datos que los refutan:

  • Los pueblos tradicionales son menos violentos que los modernos: Durante el convulso siglo XX, con sus dos guerras mundiales, aproximadamente el 1% de los varones adultos murieron por la guerra, una tasa ínfima respecto a los porcentajes de grupos amazónicos como los jíbaros (60%) o yanomami (37%), como documentó el arqueólogo Lawrence Keeley (citado en “La tabla rasa”). Curiosamente, desde el punto de vista occidental esos pueblos viven en una pacífica armonía con la Naturaleza, según retrata “Avatar”, cuando en realidad la vida de sus miembros suele ser corta, miserable y finaliza de una forma brutal.




  • Cualquier tiempo pasado fue mejor: También tendemos a idealizar el pasado, pero casi cualquier período de la Historia es varios órdenes de magnitud más violento que nuestro presente. La tasa de homicidios en la Edad Media en Inglaterra era entre 10 y 20 veces más alta que en el siglo XX. En Amsterdam, este índice pasó de 47 homicidios por cada 100.000 personas en el siglo XV a 1,5 en el XIX, según los hallazgos de la Sociedad Americana de Criminología. En comparación, la tasa de homicidios mundial es del 10 por 100.000 individuos, aunque llega a multiplicarse por 5 en países como Colombia o Sudáfrica.

  • Las ciudades son más violentas que el campo: Ese mismo estudio derribaba otro mito muy asentado: las ciudades son más violentas que el campo. Para sorpresa de los investigadores, las bucólicas aldeas medievales eran en realidad el marco de una lucha hobbesiana por la supervivencia. Todos los habitantes –incluidas las mujeres- portaban un cuchillo y la manera habitual de resolver un conflicto era mediante la violencia. Pero aunque la criminalidad era altísima en la Edad Media, en realidad era mucho más baja que tiempos ancestrales. Según estudiaron los sociólogos Daly y Wilson, en las sociedades preestatales entre el 10 y el 60% de los hombres mueren a manos de otros hombres. De hecho, escriben, “durante la Edad Media las personas aceptaron unas autoridades centralizadas para librarse del peso de tener que tomar represalias contra quienes les dañaban”.

Fuentes: Soitu, Politikon

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