¿Quién no se ha sentido alguna vez paralizado a la hora de tomar una decisión en su vida? El exceso de posibilidades, más que ayudar en la elección, provoca el efecto contrario.
El libro The Paradox of Choice: Why more is less expone la paradójica situación que se genera a partir de un exceso de oferta. En principio, es bueno tener diferentes alternativas a la hora de tomar una decisión de consumo; siguiendo esta lógica, debería ser aún mejor disponer de muchas alternativas, ¿correcto? Pues no. Es aquí donde surge la denominada paradoja de la elección: cuantas más opciones tenemos a nuestra disposición, menos disfrutamos el acto de consumir. Podemos incluso llegar a una situación de parálisis: son tantas las opciones a nuestro alcance que nos saturamos y optamos por no consumir nada en absoluto. Afortunado (y raro) es el consumidor que puede sentirse saciado.
Mucho es poco, poco es mucho
Acabo de regresar de un viaje por los Estados Unidos, paradigma del consumo desaforado, y lugar el que esta paradoja alcanza su máxima expresión. Pondré un sencillo ejemplo: un día quise comprar una chocolatina en un comercio de tamaño medio (no hablo siquiera de un supermercado). En el expositor correspondiente encontré no menos de 50 tipos de chocolatinas: con o sin grasas, con o sin azúcar, con o sin complementos vitamínicos, con todo tipo de añadidos...
Ante tan apabullante oferta, mi capacidad de discernimiento se bloquea y acabo renunciando a comprar nada. Y esta situación se repite en multitud de ocasiones: al leer la carta de un restaurante, en las tiendas de ropa o de discos...
Citaré el ejemplo opuesto: viví un año en la India, donde la mayoría de las decisiones de consumo resultaban tremendamente sencillas, dada la limitada oferta. ¿Que quería comprar, por ejemplo, yogures? Nada más fácil, porque sólo había dos opciones: el de importación y el nacional. Mi restaurante favorito sólo tenía tres platos en la carta (y los tres eran deliciosos). Y así con todo: oferta reducida, consumidor satisfecho.
Demasiadas opciones a elegir pueden causar problemas pero sobre todo para una serie de personas. Schwartz describe dos tipos de individuos: Los maximizadores y los optimizadores. Un maximizador es el que compara todas las posibilidades para elegir la “opción perfecta”. Tienen que conseguir la mejor elección. Para ellos la libertad de elección puede convertirse en una tortura porque tiene que analizar cada posibilidad y ese trabajo es muy agotador y costoso, al final se decepcionan ante sus decisiones aunque sean buenas. En el lado contrario están los optimizadores que están satisfechos con una opción “suficientemente buena” son aquellas personas que toman decisiones y quedan contentos con ellas sin pensar “¿si hubiera elegido otra opción que hubiera pasado…?” en realidad ellos quedan satisfechos con escoger “lo mejor posible” y no “lo mejor de lo mejor” como los maximizadores. Nuestro bienestar depende si sabemos o no mantenernos en equilibrio entre estos dos aspectos, la mayoría de las personas nos situamos en los extremos.
Lo mejor de todo seria ser un maximizador cuando realmente sea importante, pero para eso hay que saber como tomamos nuestras decisiones y hay que ser consciente de ello. Para aliviar tanta presión de que opción escoger lo mas sencillo es dejar que los expertos decidan por nosotros así nosotros tendremos tiempo para las cosas importantes, nos quitaremos una carga más, pero también hay que tener en cuenta que nuestras expectativas sean razonables porque la perfección no existe y al no conseguirla nos desilusionara.
Según Barry Schwartz, cuantas más opciones tenemos a nuestro alcance, más esfuerzos dedicamos al proceso de elección y menos a disfrutar. Lo terrible y preocupante es que en las sociedades industriales, esta situación de superabundancia se da en prácticamente cualquier sector de consumo, por lo que el descontento se convierte en crónico. Schwartz enumera cuatro recomendaciones a seguir para evitar caer en la paradoja de la elección:
- Asumamos que “lo que está bien, está bien”; o dicho de otro modo: lo mejor es enemigo de lo bueno. Generalmente no vale la pena, en términos de energía y tiempo, buscar la opción óptima, porque eso significa que tenemos que EVALUAR TODAS las opciones, lo cual se puede convertir en un proceso frustrante y agotador. Es suficiente si nos conformamos con una opción que se ajuste más o menos a nuestras expectativas: nuestra vida será más sencilla y gratificante.
- Aprendamos cuándo hay que delegar una decisión: a veces es más fácil renunciar y dejarse guiar por la opinión de un experto, un familiar o un amigo que emplear en balde nuestros recursos.
- Comparémonos menos con los demás. El hábito de mirar al vecino suele causar deseos de poseer más, debido a razones de prestigio social, avaricia, afán de poseer. Al tomar una decisión, debemos prestar atención a los aspectos positivos, en lugar de fijarnos en los negativos: sólo así nos conformaremos con nuestra elección.
- Limitemos el número de opciones. Si vamos a comprar, por ejemplo, una cámara digital, busquemos sólo en un par de tiendas, en lugar de buscar exhaustivamente en una docena.
Siguiendo estos consejos, con el tiempo aprenderemos a superar el remordimiento o la sensación de duda (“tal vez podría haber encontrado algo mejor si hubiera mirado un poco más”) y conformarnos con la opción elegida cada vez que debamos tomar una decisión de consumo, olvidándonos de lamentar los beneficios que habríamos obtenido de alguna de las opciones descartadas.
Aunque tener un cierto poder de elección es bueno, esto no implica necesariamente que un mayor número de opciones equivalga a estar mejor. Sacamos el máximo partido a nuestras libertades cuando aprendemos a elegir bien las cosas que tienen importancia, al tiempo que evitamos preocuparnos demasiado por las que no la tienen.
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Fuente: baquia.com
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