Los niños de 8 años aprenden de una manera completamente distinta a los adultos. Un niño de esa edad aprenderá de la retrolimentación positiva en lugar de hacerlo de los errores.
Los humanos aprendemos de nuestros errores. Como adultos sabemos que si realizamos mal nuestras tareas se nos impondrá un correctivo. Incluso si nos portamos realmente mal el castigo puede ser elevado y daremos con nuestros huesos en la cárcel. También queremos pensar que si las realizamos bien seremos recompensados de alguna manera. Quizás este sistema meritocrático es el que ha permitido al sistema capitalista progresar o deshumanizarse, no lo sabemos. Pero, ¿cómo funciona este tipo de retroalimentación positiva o negativa a nivel cerebral? ¿Funciona igual en los niños?
Según un estudio reciente los niños de 8 años aprenden de una manera completamente distinta a los adultos. Un niño de esa edad aprenderá de la retrolimentación positiva. Así, si reforzamos un buen comportamiento de un niño de esa edad con un “bien hecho” el niño aprenderá de la experiencia. Sin embargo, no aprenderá de la retroalimentación negativa. De este modo regañarlo será menos efectivo que en el primer caso de reforzamiento positivo.
Los niños de 12 años operan mejor al contrario y un reforzamiento negativo sí funciona mejor en su caso. Para los adultos es igual a estos últimos, pero de una manera más eficiente.
Eveline Crone y sus colaboradores de la Universidad de Leiden han demostrado que esta transición de aprender de los aciertos a aprender de los errores se ve en la actividad cerebral, especialmente en las regiones de control cognitivo del córtex cerebral. Para ello emplearon un sistema de resonancia magnética nuclear funcional y tres grupos de voluntarios compuestos por niños de 8 y 9 años, niños de 11 y 12 años y adultos de 18 a 25 años.
Para realizar los experimentos los científicos implicados asignaron a todos los voluntarios una serie de tareas a realizar con un ordenador mientras observaban su actividad cerebral. Las tareas requerían que descubriesen las reglas de un juego. Si lo hacían correctamente aparecía una señal en la pantalla comunicándoselo, en caso contrario aparecía una cruz.
Pudieron comprobar que en niños de 8 ó 9 años ciertas regiones de control cognitivo del córtex reaccionaban fuertemente al refuerzo positivo, pero no respondían en absoluto a la retroalimentación negativa. En niños de 12 ó 13 años y en adultos se daba el caso contrario: sus centros de control cognitivos son más fuertemente activados por los refuerzos negativos y mucho menos por los positivos.
Crone se sorprendió de los resultados. Esperaba que la actividad cerebral fuera la misma para todas las edades, aunque quizás las respuestas tuvieran diferente intensidad. Los niños están aprendiendo todo el tiempo, por tanto, esta información nueva podría ser interesante para aquellos que educan a los niños para adaptar sus métodos de educación en función de la edad.
Según la literatura existente sobre Pedagogía parece que los niños responden mejor al premio que al castigo, y este nuevo resultado sería coherente con ello. Según Cron la razón residiría en que la información relativa a qué se ha hecho mal sería más complicada de procesar que la contraria. Aprender de los errores es más complejo que seguir por el mismo camino.
Quizás la diferencia en el aprendizaje entre niños de 8 años y los de 12 se deba a la experiencia o una combinación entre experiencia y maduración cerebral, aunque todavía no se sabe la respuesta.
Mejor elogiar el esfuerzo que la inteligencia
Por otra parte un artículo de The New York Times, avalado por diez años de estudios de un equipo de psicología de la Universidad de Columbia, señala el poder inverso que pueden tener determinados elogios. ¿Qué es lo que conviene elogiar en los niños? ¿la inteligencia o el esfuerzo?Los estudios señalan que la etiqueta de inteligencia puede hacer rendir menos al chico, no más. La autoconciencia de ser inteligente, desde que uno nace, puede llevar a decir: "Soy inteligente, no necesito poner esfuerzo". Más aún: el esfuerzo puede quedar estigmatizado como una prueba de que uno no cuenta con los dones naturales como para poder evitarlo. Durante más de diez años, la psicóloga Carol Dweck -junto con su equipo- estudió el efecto de los elogios a los estudiantes en numerosas escuelas de Nueva York.
Un ejemplo: una primera ronda de pruebas consistía en una serie rompecabezas relativamente fáciles. Completada la prueba, los investigadores devolvían a cada alumno su calificación junto con un elogio. Aleatoriamente divididos en grupos, algunos eran elogiados por su inteligencia. Se les dijo: "Se ve que eres inteligente para esto". Otros estudiantes fueron elogiados por su esfuerzo: "Seguramente has trabajado mucho en esto." En la segunda ronda, se les daba otra opción, anunciándoles que sería más difícil, pero que aprenderían mucho al intentarlo. Aunque se les permitía optar por una prueba similar a la primera. De los elogiados por su esfuerzo, el 90 por ciento eligió el conjunto más difícil de rompecabezas. De los otros, la mayoría optó por la prueba fácil. Al final, se les dio a ambos grupos un rompecabezas casi insoluble. La reacción ante el fracaso fue dispar. El grupo elogiado por su esfuerzo no se arredraba, porque su interpretación era que no se había esforzado lo suficiente. El otro grupo sufría más e interpretaba la dificultad como un fracaso, como la evidencia de no ser suficientemente inteligente. Es que el elogio contagia, en el fondo, una interpretación del mundo.
La pregunta podría quedar formulada también de otra manera: ¿qué es más importante, elogiar una variable que el chico no controla o elogiar una que controla? Si elogiamos la variable que no se controla, el niño temerá todo lo que pueda echar por tierra esa presuposición y tratará de evitar aquello en lo que no sea inmediatamente exitoso. Dividirá el mundo entre aquello que confirma la tesis original y lo que no. En cambio, si se elogia la variable que se controla, se estimula a acrecentar algo que está siempre al alcance.
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