sábado, 31 de julio de 2010

Desajustes biológicos, ¿maduramos los humanos cada vez más tarde?

Nuestra manera de vivir cambia cada vez más rápido. Han pasado apenas cien mil años desde que tenemos electricidad, cincuenta años desde que tenemos televisión, y diez desde que tenemos teléfono móvil, pero nos hemos acostumbrado sin problemas a toda esta revolución tecnológica. Parece que la modernidad nos sienta estupendamente y sin embargo, los cientificos nos advierten de que nuestros cuerpos no se adaptan tan bien como creernos. Hemos heredado un diseño anatómico que tiene millones de años de antigüedad y que fue evolucionando poco a poco, durante mucho tiempo, para un tipo de entorno muy diferente al de ahora. ¿Y si realmente no estamos tan preparados como pensamos para la vida moderna? ¿Y si resulta que arrastramos un modelo de anatomía totalmente demodé para transitar por los vertiginosos tiempos que corren, nunca mejor dicho?



Peter Gluckman, experto mundial en pediatria y desarrollo perinatal, así lo cree. Junto a su colega Mark Hanson, ha escrito el libro Mismatch (Oxford University Press, 2006), donde hace un repaso a la enorme cantidad de problemas físicos relacionados con nuestro estilo de vida que arrastramos debido a los cambios sociales y tecnológicos producidos por el desarrollo de lo que llamamos la civilización.

Este problema de desajuste entre nuestros cuerpos y nuestro estilo de vida comenzó mucho antes de que apareciesen los ordenadores e, incluso, los libros. De hecho, empezó hace 10.000 años. A primera vista, puede parecer que eso es mucho tiempo pero, en términos evolutivos, no lo es tanto, sobre todo si tenemos en cuenta que los humanos anatómicamente modernos, esto es, con cuerpos idénticos a los nuestros, aparecieron hace 160.000 años. Con esta información en mente, veamos un caso de desajuste en concreto, tal y como lo explica Peter Gluckman, relacionado con la adolescencia y la salud mental.

EL PROBLEMA DE DESAJUSTE ENTRE NUESTROS CUERPOS Y NUESTRO ENTORNO APARECIÓ HACE 10.000 AÑOS, CON LA INVENCIÓN DE AGRICULTURA

Como deciamos, hace 10.000 años se comenzó a gestar un cambio tecnológico que conllevaría algunas consecuencias negativas. Lo que ocurnó entonces es que se inventó la agricultura. Paradójicamente, esta supuesta mejora en el entorno trajo muchos inconvenientes para nuestros aportes nutricionales. Por ejemplo, el hecho de depender de un pedazo de terreno y de las condiciones meteorológicas para la alimentación provocó épocas de grandes hambrunas cuando el clima no era favorable. Hasta entonces, el nomadismo había permitido que nos moviéramos de un lugar a otro en busca de comida y por tanto, habíamos dependido menos de condiciones externas a la hora de encontrar alimento. Como consecuencia de estas carencias periódicas, la llegada de la pubertad se retrasó. Si las niñas nómadas menstruaban por primera vez hacia los 10 o 12 años de edad, las niñas agricultoras lo hacían, más o menos, a los 17 años de edad. Por otra parte, la agricultura trajo también importantes cambios sociales. La vida en asentamientos permanentes permitió el desarrollo de la ganadería. Con animales conviviendo entre nosotros, aparecieron las infecciones y, en grupos humanos cada vez más grandes, éstas comenzaron a transmitirse con facilidad. Poco a poco, estos agrupamientos sociales dieron lugar a las ciudades, que han ido creciendo sin parar desde entonces. Aunque nos resulte lo más normal del mundo vivir en grandes metrópolis ¿realmente estamos hechos para vivir así? Parece ser que nuestro cerebro está adaptado para habitar en pequeñas comunidades, como aquellos clanes nómadas de los que procedemos. Hace 20.000 años, un humano veía a un máximo de 150 personas distintas a lo largo de toda su existencia. Por eso, quizás, los estudios indican que, hoy en dia, nos gusta relacionarnos con un máximo de 150 personas. Un número mayor de conexiones sociales nos puede llegar a agobiar.

MENTES MÁS LENTAS A LA HORA DE MADURAR

Volvamos ahora la vista atrás a cómo era la vida hace 200 años. Sabemos que la pubertad llegaba tarde y que las ciudades eran cada vez mas extensas y pobladas, originando relaciones sociales cada vez más complejas, quizás demasiado para nuestros pobres cerebros diseñados —en el sentido de que están hechos de una forma determinada, no en el sentido de que nadie los haya planeado así— para una vida más sencilla. Fue entonces cuando, hace 200 años, en la época de la Ilustración, se dio otro cambio tecnológico que supondría un nuevo nivel de desajuste entre nuestros cuerpos y el entorno. Lo que ocurrió fue que comenzó a desarrollarse la idea de la salud pública, de forma que mejoraron las condiciones higiénicas y en consecuencia, las personas vivían más y con mejor salud. Como consecuencia de esto, la menstruación volvió a adelantarse hasta los 12 años de edad de media. Hasta aquí parece que no hay problema puesto que, originariamente, ésa era la edad normal, biológicamente hablando, para la pubertad en nuestra especie. Sin embargo, sí lo hay. Para entenderlo, hagamos un alto en el camino y tomemos nota de un descubrimiento reciente. Los científicos creen que la maduración mental se produce cada vez más tarde y relacionan este hecho con el entorno social que, a su vez, es también cada vez más sofisticado. La conexión parece tener sentido. Si las ciudades son más complejas, se necesita más tiempo para conocer sus reglas, de forma que las personas acaban de madurar a una edad más avanzada. En concreto, parece ser que, si bien la maduración mental se habría producido de los 15 a los 20 años de edad, durante los últimos 200 años ésta se habría pospuesto al intervalo comprendido entre los 20 ó 25 años de edad. Añadiendo esta información a la ecuación, Gluckman llega a la siguiente conclusión: durante los últimos siglos, la pubertad física se ha adelantado en el tiempo de vida de las personas, mientras que la pubertad psicológica se ha retrasado.  La edad de madurez sexual en los chicos se ha reducido unos dos meses y medio cada década desde mediados del siglo dieciocho, según un estudio realizado por Joshua Goldstein, del Instituto Max Planck, en Alemania. "La razón de esta maduración precoz de los chavales, al igual que ya se había comprobado en las niñas, se debe probablemente a mejoras en la nutrición y entornos favorables desde el punto de vista de las enfermedades", explica Goldstein. "Los jóvenes de 18 de hoy en día son como los de 22 en 1800", concluye Goldstein. Sin embargo, aunque los adolescentes se convierten en adultos antes en un sentido biológico, “alcanzan la edad adulta más tarde con respecto a sus roles sociales y económicos"

Ambos hechos, en contraposición, han creado un desajuste entre nuestros cuerpos —y nuestras mentes— y el entorno en el que vivimos. Las consecuencias podrían ligarse a algunos datos empíricos de rabiosa actualidad. Estudios llevados a cabo principalmente en Suiza indican que, cuando mayor es este desajuste, mayor es el Indice de suicidios y de problemas típicamente ligados con la adolescencia: agresividad. consumo de drogas y demás.

LA INVASIÓN DE LOS MIOPES

La miopía es una consecuencia de la lectura y de la aparición de la luz artificial. Estudios con comunidades no contaminadas con la modernidad hasta hace poco, nos confirman su origen. Hace 100 años en la tribu inuits de Alaska por ejemplo, nadie era míope. En la actualidad el 90% de ellos lo son.



Y es que los niños inuit ya no crecen mirando al horizonte dos horas al día como solían hacer, el ojo humano evolucionó precisamente para otear en la lejanía en busca de posibles amenazas. Le cuesta adaptarse al entorno lleno de información escrita a menos de dos palmos de nuestras narices, por eso los humanos somos tan míopes…

La paradoja sexual

La ciencia de las diferencias de género es una bolsa llena de sorpresas. Existe la creencia general de que los hombres siguen beneficiándose de ventajas históricas y culturales. Sin embargo, un análisis más preciso revela que son vulnerables a toda una serie de percances biológicos y psicológicos. Los hombres se ven acechados por todo tipo de problemas de aprendizaje y de conducta. Simultáneamente, al sentirse más atraídos por el riesgo y por las proezas épicas, algunos chicos y hombres alcanzan un éxito espectacular, mientras que, por desgracia, otros contribuyen a que las tasas de accidentes y de suicidios masculinos sean más elevadas. Las empresas aseguradoras conocen muy bien estas cifras, por lo que cobran primas más elevadas a los varones jóvenes por los seguros de automóvil.



Las mujeres enferman menos, estudian más y mejor, son más felices y muestran por término medio una mayor satisfacción respecto a su carrera profesional que los hombres. Y eso a pesar de que sólo ocupan una pequeña parte de los puestos de trabajo mejor pagados. La según la tesis de la psicóloga cognitiva canadiense Susan Pinker, desarrollada en su libro La paradoja sexual, lo correcto sería más bien decir que las mujeres son más felices precisamente porque sólo ocupan una pequeña parte de los puestos de trabajo mejor pagados, aquellos que exigen jornadas laborales de más de doce horas diarias y una renuncia casi absoluta a cualquier tipo de vida social o familiar medianamente estable.

Según Susan Pinker, hay bastantes más hombres que mujeres priorizan el estatus, la remuneración y las oportunidades de progreso. En cambio, más mujeres que hombres tienen objetivos múltiples en sus vidas y, por lo tanto, nociones más variadas de lo que es el éxito. En encuestas realizadas a un número significativo de sujetos, la flexibilidad, la autonomía y el hecho de trabajar con personas a las que respetan, en un trabajo en el que ellas sientan que pueden marcar la diferencia, eran las prioridades profesionales señaladas por un 85% de las mujeres, y especialmente por aquellas con una carrera universitaria. Para la mayoría de las mujeres, los horarios flexibles y un trabajo que las realice superan el estatus y el dinero. Más mujeres que hombres están dispuestas a negociar sus salarios con el objetivo de conseguir otros fines: tener tiempo para la familia, los amigos y las actividades culturales o comunitarias.

¿Tiene la competición las mismas connotaciones para los hombres que para las mujeres? ¿Compiten las mujeres de la misma manera que lo hacen los hombres?. Las evidencias que tenemos acerca de las diferencias entre sexos nos dicen que las cosas no son blancas o negras. Muchos más chicos que chicas usan la competición directa, la agresión y las tácticas físicas para conseguir lo que quieren, y claramente consideran que la competición es inherentemente divertida y satisfactoria. Por el contrario, muchas más chicas que chicos utilizan el diálogo por turnos para conseguir lo que quieren, y evitan noquear a sus oponentes en competiciones del tipo “el ganador se lo lleva todo”. Por ejemplo, en un estudio realizado con niños de cuatro años, los chicos compitieron 50 veces más frecuentemente que las chicas para conseguir ver unos dibujos animados. En un estudio sobre los hábitos de juego de niños de diez años, los chicos eligieron competir durante el 50% de su tiempo de juego. Por el contrario, las chicas sólo eligieron competir durante el 1% de su tiempo de juego. En cuanto a los adultos, independientemente de su nivel de habilidad, el 75% de los hombres eligen la competición, o sistemas de recompensa basados en “el ganador se lo lleva todo”, comparado con el 35% de las mujeres que lo eligen. Un ejemplo del modelo “el ganador se lo lleva todo” sería un puesto de vendedor o de inversor, donde trabajas a comisión, o el de un candidato político: si ganas, como Barack Obama en las pasadas elecciones, te lo llevas todo, pero si pierdes, como John McCain, te quedas sin nada y puedes llegar a ser ridiculizado, como se hizo con Sarah Palin. Las mujeres que ven como otras mujeres son humilladas en competiciones públicas están menos dispuestas a participar en esas mismas competiciones. Las mujeres son más proclives a competir con otras mujeres que con los hombres, y a utilizar signos sociales como las expresiones faciales o las frases irónicas para excluir a sus rivales. Los hombres son más proclives a competir abiertamente, diciéndoselo a la cara, pegándose o simplemente superando a sus rivales. La competición femenina tiende a ser subterránea y matizada, mientras que la competición masculina es más concreta. Cuando los hombres compiten es fácil ver quién gana y quién pierde. Simplemente has de mirar quién gana más dinero y quién tiene el coche más grande, la mejor casa, quién marca más goles o incluso quién tiene la mujer más joven y guapa. La competición masculina es más visible. La adrenalina se incrementa en los hombres durante las situaciones competitivas, pero decrece en las mujeres en esas mismas situaciones. Y esa es la razón por la que hombres y mujeres son y se sienten diferentes en este aspecto.

Variabilidad masculina
Los machos de muchas especies son más variables y extremos, y los humanos no somos una excepción. Lo que quiere decir esto es que los dos sexos no difieren demasiado, pero que en los dos extremos de la distribución hay más hombres que mujeres. Así que hay más machos idiotas y más hombres geniales, como dijo el científico James Wilson, o, como señaló la antropóloga evolucionista Helena Cronin, más zoquetes y más Nobeles. Un mayor número de hombres en los extremos es la razón por la que determinados terrenos están dominados por los hombres. Hay más chicos que chicas que deben luchar por alcanzar una habilidad lingüística normal. Y un número mayor de hombres en los extremos es la razón por la que más hombres que mujeres abandonan los estudios universitarios. Y por la que hay más presos que presas: la ratio de hombres y mujeres en prisión es de 9 a 1.

¿Cuán importante es la biología por lo que respecta a la toma de decisiones, en comparación con otros elementos?

Es importante tener en mente dos principios: la biología y la cultura caminan de la mano, y ninguna de las dos tiene sentido sin la otra. Después de todo, el cerebro humano es el que creo la cultura, y el cerebro evoluciona empujado por presiones de tipo cultural. Pero como las diferencias culturales por sí solas suelen ser usadas para justificar todas las diferencias entre los dos sexos, y dado que lo masculino suele ser considerado como la norma, podemos dar algunos ejemplos de cómo la biología influye en las aptitudes de las personas y en las elecciones profesionales de hombres y mujeres:

1. Cuando a las mujeres a las que se les pide que identifiquen las emociones de otras personas se les activan los dos hemisferios cerebrales. En los hombres, la percepción de las emociones ajenas se localiza en el hemisferio derecho. Además, muestran menos conexiones, especialmente con las áreas del cerebro que controlan el lenguaje. Quizá sea por eso por lo que las mujeres son, en general, mejores que los hombres a la hora de identificar las pistas emocionales que dan otras personas, y la razón por la que reaccionan con mayor rapidez a ellas. Las madres reaccionan más rápidamente y con una respuesta neuronal más intensa a los lloros de los bebés, tal y como se demostró en un estudio italiano. Las emociones y los recuerdos de las mujeres son más accesibles y son expresados verbalmente por ellas más fácilmente. Quizá por eso las mujeres se concentran en carreras donde es clave la percepción de las emociones: la enseñanza, la medicina familiar, la enfermería o el cuidado de ancianos, el trabajo social y la psicología.

2. Estudios británicos sobre el efecto de la testosterona prenatal muestran que a más secreción de testosterona por el feto durante el segundo trimestre, menos habilidades verbales, menor interés en socializar con otros niños, y menos intereses. Y los niños producen mucha más testosterona que las niñas. Tiene sentido entonces pensar que la testosterona afecta a los niños, y por eso estos tienen cuatro veces más probabilidades de sufrir problemas relacionados con el lenguaje, y diez veces más probabilidades que las chicas de tener menos relaciones sociales y menos intereses. Por eso los hombres suelen gravitar hacia carreras que requieren menos interacción social y un profundo, pero estrecho, conocimiento de una materia sistemática y predecible. Ingeniería e informática son los primeros nombres que vienen a la mente cuando se piensa en carreras que no requieren de grandes dotes sociales, pero sí de un profundo conocimiento de sistemas.

Las mujeres piensan en forma más holística (global), son más flexibles (menos rígidas y dispuestas a tener en cuanta la excepción a la regla), más intuitivas e imaginativas a la hora de buscar soluciones, y prefieren hacer planes a más largo plazo. A veces les cuesta tomar una cosa a la vez.

Los hombres son más atentos (circunscritos), les gustan los resultados rápidos (inmediatistas), piensan de manera más lineal y causal, y prefieren avanzar gradualmente en el logro de los objetivos (análisis por pasos).

La mente femenina funciona con base a un pensamiento en red donde la información es permanentemente totalizada, la mente masculina es concreta, pragmática e hiperconcentrada.

La mente masculina tiende a rechazar el pensamiento visceral y las decisiones intuitivas: todo debe ser claramente explicado y analizado antes de tomar una decisión. La mente femenina es capaz de asimilar infinidad de pequeños detalles en un todo significativo y "olfatear" la solución aparentemente sin tantos recursos técnicos. Al ser más flexible asimila incluso aquella información que los hombres eliminan (en ocasiones la solución correcta suele estar precisamente en esos datos desechados). Quizás allí, en esa capacidad de juntar lo aparentemente aislado, reside la famosa intuición femenina.

Las leyes naturales del amor

Si hay algo cierto sobre el amor, es que no es ciego. Si lo fuera, tal y como los poetas han proclamado tradicionalmente, las uniones amorosas serían un puro juego de azar. Podríamos imaginar a las personas en busca de pareja, reunidas en una plaza y con los ojos vendados, chocando entre sí y enamorándose sin ningún motivo más que la casualidad. Pero la realidad es bastante distinta. Todo tiene su porqué, incluso el amor.



Al fin y al cabo, de él depende la reproducción, y de la reproducción depende nuestra supervivencia como especie. Así que es importante que los humanos tengamos los ojos bien abiertos en materia amorosa. ¿Y qué es lo que ven nuestros ojos cuando buscan el amor? Pues resulta que lo primero que nos llama la atención es la belleza y la juventud. Hasta aquí, nada nuevo bajo el Sol. Belleza y juventud entran por los ojos y explican buena parte de la puntería de Cupido. Pero su hechizo va mucho más allá de la mera elección de pareja. Según el psicólogo Victor Johnston, de la Universidad Estatal de Nuevo México (EE. UU.), las personas atractivas, además de encontra pareja con más facilidad, tienen un abanico amplio de ventajas relacionadas, desde encontrar trabajo antes hasta ser absueltos con más frecuencia en los juicios.No lo podemos evitar, los humanos tenemos un radar interno que detecta la belleza y nos guía hacia ella.

Pero ¿cómo se decide quién es guapo y quién no lo es? ¿Es la apreciación de la belleza algo personal o, por el contrario, responde a un canon universal? A pesar de que la definición de lo hermoso varía de cultura a cultura y hasta de persona a persona, muchos experimentos han aportado pruebas de que sí existe un arquetipo universal para todos los humanos.



Efectivamente, es suficiente con pasearse por un gimnasio para comprobar que las proporciones de las varoniles estatuas griegas siguen siendo un ideal esforzadamente perseguido por la mayoría de los mortales. También el cuerpo femenino parece estar sujeto a una proporción ideal que, cuando se da, desencadena miradas perturbadoras. Según la filósofa Helena Cronin, de la London School of Economics (Reino Unido), el número mágico del atractivo femenino es 0.7, que constituiría la relación “ideal” entre los perímetros de la cintura y de la cadera. Tanto las figuras orondas que pueblan los cuadros de Rubens hasta Twiggy, la delgadísima modelo de los años setenta, cumplen con esta proporción —que se corresponde con una cintura estrecha y una cadera ancha— a pesar de que, a simple vista, nos parezcan figuras muy diferentes entre sí. Cronin está convencida de que se trata de una regla de atracción universal. Es más, asegura que la misma proporción se hallaría tanto en las obesas vírgenes prehistóricas como en la escuálida Kate Moss.



Si bien el cuerpo puede desencadenar pasiones, es innegable que mucha parte de la fascinación de una persona reside en su cara. Aquí, tan importante como una proporción armónica es la huella —o, en este caso, la ausencia de ella— del paso del tiempo. En las mujeres, señales de juventud como una nariz pequeña, ojos grandes, labios gruesos y piel suave y tersa, son anzuelos para las miradas. En los hombres, en cambio, una tez oscura, mandíbula ancha y cejas prominentes se llevan la palma del atractivo.

Las razones ocultas del amor


Pero ¿por qué nos atrae tanto la combinación de belleza y juventud? ¿Cómo se explica una predilección tan universal e invariable por unos rasgos concretos? Los científicos han descubierto que los atributos que consideramos atractivos emiten, de forma inconsciente, una clara señal de salud, buenas condiciones físicas y fertilidad. Son como anuncios ambulantes, que pretenden informar de que el poseedor de estas características tiene unos genes magníficos, dignos de ser elegidos para la reproducción y que darán lugar a una descendencia con mayores posibilidades de supervivencia.

La fuerza de la belleza es tanta que el mismísimo Charles Darwin la identificó como uno de los motores de la selección natural. Al científico no le cuadraba, por ejemplo, que la cola del pavo real, un ornamento poco práctico para huir de los depredadores, no hubiera desaparecido a lo largo de la historia de su especie. Si sólo lo útil se mantiene, ¿por qué ese rasgo tan incómodo y aparatoso se había conservado? Aquella cola debía tener alguna ventaja oculta. El enigma era descubrir cuál podría ser. Finalmente, al gran naturalista inglés se le ocurrió una respuesta: gracias a esa cola, el pavo conseguía atraer a más hembras y dejar descendencia, un objetivo más importante en la naturaleza que la propia supervivencia individual. Efectivamente, así es. Y no sólo eso. En 1991 se descubrió que el número de ocelos en la cola de un pavo real es proporcional a su capacidad de generar una progenie saludable. El ejemplo de la cola del pavo real es sólo uno entre miles. ¿Porqué los leones tienen tanta cabellera? ¿Cuál es la función de los incómodos cuernos del alce? ¿Por qué los peces tropicales se hacen tan visibles a los depredadores con sus brillantes colores, arriesgándose a ser descubiertos? La respuesta está en la selección sexual. Una densa melena indica buena salud. Unos poderosos cuernos ganan la pelea de el ser elegido para la cópula. Unos colores vivaces atraen las hembras para el apareamiento. Todos estos rasgos ayudan a sus poseedores a alcanzar un mayor éxito reproductivo.



Pero ¿lo que se aplica a los animales es válido también para los humanos? Algunos científicos aseguran que sí. Veamos qué ventajas nos ofrece aquello que consideramos bello. Antes hemos mencionado que la relación entre cintura y cadera de 0.7 en mujeres se ha considerado siempre atractiva. Pues bien, según Helen Cronin, esta proporción también facilita el parto. Otros atributos femeninos típicamente valorados por el sexo contrario son los pechos y las nalgas bien fornidos. No debería extrañarnos, pues, el furor que causan, ya que contienen reservas importantes para los requerimientos durante el embarazo y la cría de los hijos.

En el caso de los hombres, Víctor Johnston apunta al hecho de que los hombres altos, guapos y de tez oscura tienen probablemente mucha más testosterona, una hormona muy útil, ya que está asociada al crecimiento físico durante la pubertad. Y si los rostros masculinos más atrayentes son los que indican abundancia de testosterona, los rostros femeninos más cautivadores son los que muestran lo contrario, es decir, un nivel bajo de esta hormona. Estas diferencias entre sexos nos indican las distintas funciones biológicas de hombres y mujeres.



El físico, y sobre todo la cara, es la parte más pública de la persona, aquello visible que solemos asumir, sin percatarnos de ello, que funciona como una especie de espejo de lo que no vemos. Así, tendemos a pensar que las personas bellas son también buenas, exitosas, felices, alegres, honestas… Y eso es universal. Todos los seres humanos del planeta, da igual la cultura a la que pertenezcan, sucumben ante la belleza. Brindamos mejor trato a la gente guapa, tratamos de complacerla, nos esforzamos para que se sientan a gusto, la ayudamos. Y a pesar de que nos cuesta definir qué es la belleza, todos lo tenemos claro cuando vemos una cara bonita. Pero, ¿qué es exactamente lo que encontramos bello? ¿Qué hay en nuestra naturaleza que nos hace sensibles a la belleza? ¿Y cómo puede ser que a nosotros y a una tribu del Amazonas nos atraigan los mismos rasgos? 

Hasta hace poco, predominaba la idea de que nuestra capacidad para apreciar lo bello dependía de los cánones culturales de la sociedad a la que perteneciéramos; que el bebé, al nacer, iba aprendiendo a través de sus padres y del entorno qué era lo estéticamente deseable. Y si bien en buena medida los gustos son aprendidos, ahora la ciencia ha demostrado que la biología desempeña un papel determinante. “La belleza es un instinto básico, un producto de la evolución”, asegura la psicóloga de la Universidad de Harvard Nancy Etcoff. Hace miles y miles de años, en el pleistoceno, cuando la esperanza de vida no superaba en el mejor de los casos los 40 años y era frecuente que los niños muriesen antes de ser adultos, asegurarse de que te apareabas con el individuo más adecuado era de vital importancia. De ello dependía que tus genes se perpetuaran. Es por ello que el cerebro de nuestros antepasados pudo desarrollar unos detectores biológicos para evaluar automáticamente y al instante si la persona que tenían delante era o no fértil, si era compatible genéticamente con ellos y si estaba sana. Según esta neurocientífica, nos sentimos atraídos por la piel suave y tersa, por el pelo brillante y grueso, por la simetría, por las curvas en la cadera, por una espalda ancha, que no son otra cosa que símbolos de salud, “porque a lo largo de la evolución quienes se percataban de esos signos y se apareaban con sus portadores tenían más éxito reproductivo. Y todos nosotros, somos sus descendientes”. 

Ellas, se juegan mucho más, por lo que son más selectivas a la hora de escoger pareja y tratan de atraer a los mejores candidatos. Por regla general, en la naturaleza, los machos de la especie suelen hacer una menor inversión en la descendencia y son las hembras, sobre todo en el caso de los mamíferos, las que invierten más recursos. Empezando por las propias células reproductivas, el óvulo cuesta más de producir que los espermatozoides. Y siguiendo por que, por ejemplo en la especie humana, el embarazo dura nueve meses durante los cuales la mujer debe invertir una gran cantidad de energía y recursos; y una vez nace el niño, deberá cuidarlo al menos durante 18 años… si no más. De ahí que ellas evalúen a los hombres más lentamente y que no sólo tengan en cuenta el físico, sino también aspectos que tienen que ver con el carácter y, sobre todo, si el otro tiene los recursos necesarios para ayudarla en la cría de los hijos. La inteligencia, la imaginación, la amabilidad y la creatividad son algunas de las cualidades que más las atraen del otro, indican que la persona es capaz de desenvolverse en el mundo. Para ellas no se trata tanto de escoger un compañero fértil, porque los hombres lo son durante casi toda su vida, sino de encontrar alguien que sepa ayudarlas en la cría de los hijos. Y ellas compiten entre ellas por hacerse con las mejores presas, con todo su arsenal de belleza. Son sus armas evolutivas. Helen Cronin, filósofa de la ciencia en la London School of Economics y especializada en darwinismo y evolución humana. Ha estudiado la belleza y ha plasmado sus conclusiones en el libro The ant and the peacock (La hormiga y el pavo real). “A menudo solemos oír decir que en la variedad está el gusto, que la belleza es relativa, que es algo superficial, pero parece que no tanto. La belleza es un indicador del estado de salud y de fertilidad de la mujer y la selección natural ha dado al hombre el gusto por la belleza femenina porque indica todo tipo de cosas relativas a sus cualidades como pareja”. Ellos, en cambio, pueden fertilizar a tantas mujeres como quieran ser fertilizadas; su cuerpo produce continuamente esperma y su papel en la reproducción puede ser tan corto como lo que dura la cópula. Se centran mucho más en la apariencia física de sus compañeras, porque les da pistas de su fertilidad y salud, pero también de si está o no receptiva. Que para el sexo masculino la imagen sigue teniendo un peso importante es evidente.

Un radar distinto según el sexo

La percepción de lo atractivo varía mucho con el sexo del que la detecta. Según Helen Fisher, antropóloga de la Rutgers University (EE. UU.), el hombre se enamora —o, se excita— por los ojos. Y es que, durante millones de años, ha tenido que mirar bien a la mujer, tomarle la medida, para ver si ella le daría una progenie saludable. Por otro lado, en las mujeres el amor pasa por los circuitos cerebrales de la memoria, ya que la mujer busca un buen padre y un buen marido, y para ello debe procesar y recordar su comportamiento.

Y en todo caso, no debemos desesperar si no cumplimos con los cánones de belleza que nuestra especie nos asigna, ya que según el psicólogo Geoffrey Miller, de la Universidad de Nuevo México (EE. UU.), el órgano que más se ha adornado para resultar atractivo en el Homo sapiens sería el cerebro. La maestría musical, la variedad de las palabras y de las narraciones, la poesía, el arte y el humor quizás no sirvan demasiado para sobrevivir. Sin embargo, según Miller, la creatividad de la inteligencia humana no sería nada más que una enorme y variada cola de pavo. Así que siempre nos quedará nuestro intelecto para intentar encandilar a los otros, aunque a primera vista no seamos los más llamativos.

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viernes, 30 de julio de 2010

Enfermos de estatus

La administración pública británica es, sin duda, uno de los ambientes más sosegados que se puedan imaginar. Sin embargo, en los años 60, una serie de estudios reveló que ese entono no difería, en algunos aspectos, de la estructura social de una manada de primates.

La sorprendente conclusión era la siguiente; para los funcionarios del escalafón más bajo de la jerarquía administrativa, el riesgo de muerte era cuatro veces mayor que el de los de arriba del todo. Michael Marmot, el profesor de Salud Pública de la Universidad de Londres que condujo los estudios, no podía creer a sus ojos cuando vio estos resultados. El sueldo del más ínfimo de los funcionarios era más que suficiente para garantizar una espléndida cobertura médica y unas comodidades de lujo. ¿Por qué tenía mas probabilidades de caer enfermo y morir? Además, ¿no se suponía que eran los altos cargos los más vulnerables a la enfermedad, debido a sus estresantes responsabilidades?


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Marmott comprobó que el efecto se extrapolaba a toda la jerarquía administrativa, distribuyéndose de forma escalonada. No sólo las categorías inferiores tenían peor salud que las superiores, sino que los funcionarios de la segunda posición tenían peor salud que los de tercera, y así sucesivamente. Se descubrió que existía un verdadero “síndrome del estatus”, que vinculaba estrechamente salud y posición de poder.

Esta sorprendente correlación entre estatus y salud podría ser interpretada de dos maneras antagónicas, en principio. ¿Es el estatus el que determina la salud? ¿O sucede más bien lo contrario, es decir, que quien tiene de entrada los mejores genes y la mejor salud tiende a subir por los peldaños de la escalera social, mientras que quien tiene una tendencia innata a enfermar, se queda abajo, en los puestos inferiores?

No hace falta que le demos muchas vueltas a esta cuestión. Los científicos ya saben la respuesta. La segunda interpretación fue descartada hace tiempo gracias a una serie de experimentos con primates, muchos de ellos inspirados por el prestigioso investigador Robert Sapolsky, profesor de neurociencias de la Universidad de Stanfor. Esta conclusión se puede extrapolar a cualquier animal social. Entre ellos, naturalmente, los humanos.

¿Pero qué es o que hace que el estatus social influencie tanto en la salud? ¿Por qué los que están por encima son, en principio, más sanos? La respuesta más inmediata que nos viene a la cabeza, al menos en el caso de los humanos, es que “estatus” quiere decir “dinero”. Es decir, que sería la mayor o menor pobreza la que determinaría el bienestar. Pero esto es cierto sólo en parte. En los países más pobres, por ejemplo los de Africa Subsahariana, se ha comprobado que cualquier incremento de riqueza – por ejemplo, la subida del PIB per cápita- se refleja directamente en una mejora en las condiciones de salud del ciudadano promedio. Sin embargo, esta correlación desaparece en los países que están por encima del umbral de la miseria . Por ejemplo, en los últimos 50 años ha aumentado el PIB de la mayoría de los países occidentales, pero esto no siempre se ha convertido en una mejora de salud. Al contrario, hay países más ricos con condiciones de salud peores.



Es más, si se comparan países como Portugal o Grecia con EE. UU. Que tienen el doble de su renta nacional per cápita, resulta que , aunque parezca un hecho contradictorio, la esperanza de vida es superior en los primeros. Un afroamericano de EE.UU. tiene, en promedio, una renta superior a un español. Sin embargo , su esperanza de vida es casi de diez años menos. Y esto no afecta sólo a los pobres. Una persona de clase alta en EE. UU. Tiene condiciones de salud parecidas o incluso peores a las de una persona de clase baja de Suecia. Estos hechos se explican si el estado de salud y la esperanza de vida se ponen en relación no con la renta promedio de un país, sino con su desigualdad de renta. En este caso, la correlación es clarísima. Cuanto más desigual es un país, peores son sus indicadores de salud. Estamos a vueltas con el estatus: no cuenta lo que tienes, sino tu posición en la sociedad. En un país más igualitario, las diferencias de posición se acusan menos que en uno de mayor desigualdad social.

Por tanto, según las investigaciones más recientes, el estatus no está relacionado con la renta, sino con el estrés. Lo que verdaderamente mide el nivel social es cuánto control ejerce una persona sobre su vida, su grado de autonomía su capacidad de vida, su grado de autonomía, su capacidad de vivir una vida que sea satisfactoria. Para alguien que vivía hace cien años en una sociedad en la que nadie tenía un automóvil no tener uno no era importante. En cambio, en una sociedad que depende del automóvil para el transporte, carecer de uno te coloca en una situación desfavorecida. Y eso puede tener implicaciones en términos de salud, tal y como se indicaba anteriormente.

Esto explica también la longevidad de los ejecutivos respecto a los obreros. Una persona que trabaja en una cadena de montaje apenas tiene control sobre su trabajo, mientras que un alto directivo tiene la conducción de su vida mayoritariamente en sus manos. En otras palabras, no se trata de ser pobre sino de “sentirse pobre”. Sea lo que sea lo que tengo hoy, incluso si tengo dinero y recursos, ¿me lo pueden arrebatar mañana? ¿Acaso no tengo control sobre lo que sucede?. La pobreza no sólo tiene que ver con el dinero, sino con el estado psicológico de impotencia.

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martes, 27 de julio de 2010

Estudiar más, la clave del éxito académico de las chicas

La mitad de las adolescentes estudia más de dos horas, frente al 24% de los chicos

No hay recetas mágicas. No es una cuestión de inteligencia ni de predisposición genética. Que las chicas saquen mejores notas que sus compañeros de pupitre, que sean menos propensas a repetir cursos y que desde hace más de una década las mujeres sean mayoría en las universidades españolas se debe, básicamente, a que estudian más. Es decir, pasan más horas frente a los libros hincando los codos. Por el momento, esta es la única fórmula demostrada y efectiva para superar un examen.



Un estudio realizado por la Unidad de Psicología Preventiva de la Universidad Complutense de Madrid y dirigido por María José Díaz-Aguado ayuda a explicar las diferencias que suelen observarse en resultados y titulaciones. Sólo el 11,6% de las chicas dedica menos de una hora diaria a estudiar, mientras que en dicha situación se encuentra el 31% de los chicos. En el polo opuesto, el 49,6% de las adolescentes reconoce que estudia más de dos horas diarias, frente al 24,4% de sus compañeros varones.

En cuanto al tiempo dedicado a lecturas que no son propiamente de estudios, el informe muestra, de nuevo, un mayor interés de las chicas: mientras el 47,6% de los chicos no dedica ni un minuto al día a leer (27,4% en el caso de las chicas), el 26,3% de las féminas pasa más de dos horas frente a un libro (el 14,5% de los varones).

Por el contrario, "las chicas están sobrerrepresentadas entre quienes afirman no dedicar nada de tiempo al deporte (el 33,2%) o menos de una hora al día (32,25%), mientras que la gran mayoría de sus compañeros masculinos dedica más de una hora diaria a hacer ejercicio.

Estos son algunos de los resultados de un trabajo que tiene como principal fin diagnosticar la situación de los adolescentes para prevenir la violencia sexista. En dicho estudio han participado 335 centros educativos, 2.727 profesores y 11.020 estudiantes de 3.º y 4.º de ESO, bachillerato y formación profesional. La necesidad de saber a qué dedican su tiempo los adolescentes y cuáles son los papeles que cada sexo reproduce explica la inclusión en un estudio sobre violencia machista estas cuestiones relativas al estudio.

Y es que, según los expertos, la clave está en la meta que cada género se marca desde la adolescencia. Un trabajo realizado por la Universidad de Santiago de Compostela y publicado en el Spanish Journal of Psychology pone claramente de manifiesto que las chicas conceden una gran importancia a los logros académicos como paso imprescindible para la emancipación y la independencia, mientras que los varones difuminan sus objetivos y se marcan más logros deportivos y metas antisociales, entendiendo como tales participar en comportamientos a veces exentos de cierta ética que les permiten obtener un reconocimiento social. "Ser un malote en el instituto da puntos; aunque ni siquiera en el fondo quieran llevar la contraria o saltarse las normas, muchos lo hacen porque consideran que eso les hace ser populares", señala Belén Cid, tutora de un grupo 3.º de ESO de un instituto.

Todo ello tiene mucho que ver con que ellas destaquen por sus buenos expedientes académicos en cualquier etapa educativa. Además, en comparación con los chicos, repiten menos y alcanzan en mayor proporción los estudios superiores. Y no desde hace un año, sino desde hace muchos años. Atrás quedan aquellas campañas informativas de los años ochenta para promover la permanencia de la mujer en el sistema educativo dirigidas a las familias: "No limites su educación, es una mujer del siglo XXI".

El estudio dirigido por Díaz- Aguado profundiza en la imagen que los profesores tienen de los alumnos y las alumnas. Llama la atención que, en los puntos que tienen que ver con estudiar y rendir más y asistir con frecuencia a clase, el profesorado destaca el papel de las chicas, así como en todo aquello que tiene que ver con la comunicación, el debate, la empatía, el respeto y la ayuda a la resolución de conflictos. Por el contrario, conductas relacionadas con el uso de la violencia, el incumplimiento de las normas y comportamientos disruptivos en el aula se observan más en chicos, junto con las dificultades de comunicación interpersonal.

Los expertos constatan que las mujeres superan a los hombres en todos los indicadores educativos: repetición, permanencia, promoción... Sin embargo, las explicaciones profundas de esta "superioridad académica femenina" son todo menos unánimes y unidireccionales. Algunos de los expertos la vinculan a un ritmo de maduración más rápido por parte de las estudiantes; otros, a una mayor aptitud para la expresión verbal, a una capacidad más notoria de trabajo o a una actitud más acorde con la norma. También hay investigadores que la atribuyen a una mayor identificación con la escuela e incluso como una forma para obtener ventaja en el difícil mercado laboral.

El reciente informe de la Fundació La Caixa Fracaso y abandono escolar en España señala con preocupación el "retroceso" de los hombres, al aparecer "más desapegados de las exigencias de los estudios y más atraídos por el mercado de trabajo". Sin embargo, apunta esta investigación dirigida por el sociólogo Mariano Fernández Enguita, "nada permite saber si se trata de una causa, de un efecto o de ambas cosas".

Post relacionado: El fracaso escolar, ¿cuestión de género?

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El avance exponencial del conocimiento humano a lo largo de la historia

¿Cómo ha avanzado el conocimiento a lo largo de la historia? ¿Qué factores han influenciado en el progreso para llegar al punto que estamos?

En los siguientes gráficos podemos ver representada la evolución del conocimiento humano, un interesante atlas que acumula los descubrimientos, teorías e invenciones producidas a lo largo de la historia …

La representación del avance en el conocimiento entendido como la acumulación de descubrimientos, teorías e invenciones a lo largo de la historia. A todos los avances se les ha asignado el mismo peso para no introducir valoraciones personales mas allá de la elección de cuales están incluidos.




Esta historia comienza hace 30000 años cuando ya teniamos 4 pilares básicos: la capacidad de comunicación, el control del fuego, la pintura y las armas básicas (como el cuchillo). Los avances representados en la parte superior son los siguientes (distribuidos en 4 categorías)

Herramientas: ábaco, brújula, arado, guadaña, rifle, espada, lentes oculares, sierra, reloj, reloj de péndulo, telar, aguja, vela, balanza, cuenco, telescopio, nivel, anzuelo, cincel, rueda, microscopio.

Transporte, comunicación y sociedad: dinero, mercado libre, domesticacion, agricultura, propiedad privada, democracia, internet, escritura, cine, contenedores, ferrocarril, telégrafo, teléfono, radio, televisión, Ley de Derechos Humanos, ateísmo, humanismo, filosofía, método científico, caravela, satélites, imprenta, sextante.

Ciencia: número 0, número pi, esfericidad de la Tierra, heliocentrismo, estructura del DNA, tratado de anatomía humana, selección natural, penicilina, leyes de la herencia, gravitacion universal, relatividad, teoría cuántica, teoría celular, secuenciación del genoma humano, Big Bang, tabla periódica de los elementos, fusión fisión nuclear, laser, semiconductores, anestesia, tectónica de placas, desarrollo embrionario, vacunación, leyes de la termodinámica, ley de conservación de la masa, descubrimiento de los microorganismos, radiactividad, Principio de Arquímedes.

Tecnología: coche, ordenador, electricidad, papel, microchip, acero, máquina de vapor, astrolabio, fermentación, pasteurización, carrera espacial, Alto Horno, uso del petróleo, bombilla, cámara fotográfica, fibra óptica, agua corriente, tecnología inalámbrica, la píldora, escáner, bomba atómica, caucho, aviación, potabilización del agua.

Aunque la forma del gráfico se ajusta muy bien a una exponencial no hay que dejar de lado algunas variaciones importantes como los grandes avances de la Grecia Clásica (en azul claro a la izquierda). Unos avances equiparables a los 5000 años anteriores y seguidos de un vacio considerablemente largo. No en vano debemos algunos de los mayores avances en todas las áreas a esta época: democracia, número pi, el primer cálculo de la esfericidad terrestre, filosofía, humanismo…

Los seres humanos adoran el tiempo en el que vivieron, considerándolo siempre el mejor. Es inevitable que se sesguen los datos al elegir muchos de los avances cercanos como los más influyentes de la Historia. Los 2 últimos siglos representan el 50% de todo el avance en esta representación pero sería difícil evitarlo: ¿eliminamos la radio, la aviación, la penicilina, la carrera espacial o internet?. Sin embargo aunque suele representarse el siglo XX como el más prolífico en esta representación lo hace de forma similar al XIX quizás porque la percepción de posteridad aun no ha cuajado en muchos de los avances. Este punto queda patente al observar que solo se ha incluido un evento del siglo XXI, la Secuenciación del Genoma Humano (SGH). A día de hoy solo los gurus y los expertos de cada área podrían estar cualificados para meterse en el pantanal de evaluar que avances de los actuales serán reconocidos dentro de unos siglos como verdaderamente relevantes. Me aventuro con la SGH ya que creo que nadie discutirá su paso a la posteridad.



Es interesante observar la distribución de las herramientas a lo largo de la Historia (y Prehistoria), a ellas debemos la mayor parte del avance antes de Cristo y su pequeña historia acaba en la época del Método Científico. Así con todas las herramientas dispuestas, gran parte de los avances sociales y las tablas de la Ciencia (gracias a Descartes) comienza la era de la ciencia y la tecnología.

Destaca el gran avance a comienzos del siglo XX, propiciado por los grandes descubrimientos de la física, una época de grandes científicos, Einstein, Curie o Plank, entre otros muchos... 

Por último destacar que no sólo se observa un avance exponencial a nivel de conocimientos, sino también en la adopción de las nuevas tecnologías desarrolladas. Como muestra el siguiente gráfico



La educación "protege de la demencia"

La gente que pasa más tiempo adquiriendo una educación parece estar más protegida de los efectos de la demencia en el cerebro, revela un estudio.

Un equipo de científicos del Reino Unido y Finlandia descubrió que los signos de la demencia en el cerebro aparecen tanto en personas con más educación como aquéllas con menos educación.

Sin embargo, las primeras tienen menos probabilidades de mostrar los síntomas de la enfermedad durante su vida.




Durante la década pasado, los estudios sobre demencia han demostrado de forma consistente que entre más tiempo pase una persona educándose, menor el riesgo de demencia. Pero hasta ahora las investigaciones no habían podido mostrar si la educación -que está vinculada a un nivel socioeconómico más alto y a estilos de vida más sanos- podría proteger al cerebro de la enfermedad.

En esta investigación los científicos examinaron en autopsias los cerebros de 872 personas que habían participado en tres grandes estudios sobre envejecimiento.

Los investigadores encontraron que las personas con mejor educación estaban mejor capacitadas para compensar los efectos del trastorno.

También descubrieron que por cada año que el individuo pasó educándose, había 11% menos riesgo de desarrollar la enfermedad.

Mejor preparados


La educación parece proteger a las personas de los síntomas de la demencia.

La doctora Hannah Keage de la Universidad de Cambridge, una de las autoras del estudio, afirma que "estudios previos habían demostrado que no existe un vínculo directo entre el diagnóstico de demencia durante la vida y los cambios que se ven en el cerebro al morir".



"Una persona puede mostrar mucha patología en su cerebro mientras que otra muestra muy poca, y sin embargo ambos pueden tener demencia".

"Nuestro estudio demuestra que la educación en las primeras etapas de la vida parece preparar a la gente para enfrentar mejor los cambios en el cerebro antes de que empiecen a mostrar los síntomas de demencia", dice la investigadora.

Por su parte, Ruth Sutherland, presidenta ejecutiva de la organización Alzheimer's Society afirma que "éste es el estudio más grande que confirma que estudiar puede ayudarnos a combatir los síntomas de demencia más tarde en la vida".

"Lo que no sabemos es por qué más años de educación son buenos para la persona".

"Quizás se debe que ciertas personas que estudian durante más tiempo tienen cerebros más grandes que pueden adaptarse mejor a los cambios asociados a la demencia".

"Otra razón podría ser que la gente educada encuentra formas de manejar o esconder sus síntomas".

La experta agrega que "ahora necesitamos más investigaciones para encontrar porqué la educación puede hacer al cerebro 'resistente a la demencia'. Hasta que lo sepamos el mensaje parecería ser: permanezca estudiando".

Los detalles del estudio aparecen publicados en la revista Brain.

La Actividad Mental conserva la Vitalidad Cerebral

Otro estudio relacionado, desarrollado por Charles Hall, del Colegio de Medicina Albert Einstein - Nueva York - demuestra que es posible retrasar la pérdida de memoria mediante actividades estimulantes para nuestro cerebro.

Para demostrarlo, diversos investigadores realizaron un prolongado seguimiento de 5 años de duración a 488 adultos de 75 a 85 años de edad y que no sufrían ninguna perdida de memoria ni demencia al comenzar el estudio, y fueron registrando el número de actividades estimuladoras del cerebro en que participaban las personas cada semana.

Alrededor de la quinta parte de los participantes habían desarrollado pequeños síntomas de perdida de memoria para finales del estudio, pero el inicio del declive parecía variaba según la cantidad de ejercicio mental que hacían. En concreto, el punto de declive acelerado se retrasó 1.29 años para la persona que participaba en once actividades a la semana, frente a la persona que apenas participaba en cuatro.

El estudio encontró interesantes resultados en las pruebas, como que cada vez que un adulto mayor participaba en una actividad como leer, escribir, hacer crucigramas, los juegos de mesa o de cartas, tener conversaciones en grupo, tocar música, etc … , la persona parecía retrasar la pérdida rápida de memoria, ayudando así a mantener la vitalidad cerebral … y, por el contrario, los que solo realizaban una actividad, desarrollaban perdidas de memoria de una manera más acelerada.

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domingo, 25 de julio de 2010

¿Por qué nos engaña el cerebro?

Nuestro cerebro nos engaña muchas más veces de lo que imaginamos. Nos engaña cuando recordamos y cuando pensamos en nosotros mismos. Cuando soñamos y cuando percibimos la realidad que nos rodea.

Aunque si parezca, lo cierto es que la imagen previa no se mueve, es nuestro cerebro el que nos engaña ya que percibe este tipo de ilusiones ópticas como movimientos reales.

Nuestro cerebro finge, adultera, falsifica. Pero tiene buenas razones para hacerlo. Para nuestro cerebro es más importante contarnos una historia consistente que contarnos una historia verdadera. Tiene muy claro que el mundo real es menos importante que el mundo que necesitamos.

¿Qué parte es real y cual reinventada? Y la memoria, ¿qué papel juega? Los humanos, ¿somos producto de la memoria o de nuestra imaginación?

Eduardo Punset entrevista a Steven Rose (Neurobiólogo. Catedrático de biología y director del Centro de Investigaciones sobre el Cerebro y la Conducta de la Open University del Reino Unido) para indagar en determinados aspectos básicos del funcionamento neuronal.

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sábado, 24 de julio de 2010

Cincuenta años sin Nobel: la patética situación de la ciencia en España

Medio siglo. Ese es el tiempo que la ciencia española lleva sin conseguir un Premio Nobel.

E incluso esa cifra es muy discutible, pues el último fue el Dr. Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología o Medicina 1959. Pero el Dr. Ochoa era un exiliado político, discípulo del médico y Presidente del Gobierno de la República Juan Negrín. Y cuando el Instituto Karolinska de Estocolmo le concedió el galardón científico más prestigioso del mundo, D. Severo era ya ciudadano de los Estados Unidos desde tres años atrás.

Si no contáramos al Dr. Ochoa, hay que retroceder hasta 1906 para encontrarnos con el único Premio Nobel de las ciencias españolas: el Dr. Santiago Ramón y Cajal, descubridor entre otras cosas de las neuronas del cerebro. Más de un siglo: 103 años sin que la medalla de oro con el rostro de Alfred Nobel viaje a nuestro país.



Habrá quien piense, quizás, que nos tienen manía. Pero, honestamente, ¿hay alguna razón para que un científico español obtenga este reconocimiento? Incluso países presumiblemente menos desarrollados tienen sus premios Nobel científicos. Los argentinos Milsten y Leloir, en medicina. Chandrasekhar y Korana, de la India, en física y medicina respectivamente. El mexicano Mario Molina, en química. Si nos comparamos con cualquier país europeo, la perspectiva es descorazonadora. Por no hablar ya de los grandes.

Pongo el ejemplo del Premio Nobel de manera emblemática. No hace falta recurrir a él para darse cuenta de la lamentable realidad: estamos atrasados y vamos a remolque. Profundamente. España registra 71 patentes al año por cada millón de habitantes, más o menos como Croacia, Hungría o Ucrania. Y lo que es más grave: más de la mitad del dinero empleado en investigación y desarrollo corresponde al sector público, no a la empresa privada, una anomalía radical por comparación con todos los países desarrollados. El gasto privado en I+D fue apenas de un 46% del total, cuando la Agenda de Lisboa establece que debería ser al menos del 66%. Con frecuencia, andamos mendigando nuestra participación en cooperaciones científicas internacionales, cuando no tiene que comprarlas directamente el gobierno de turno con buen dinero. Público, por supuesto.



En realidad, basta con salir a la calle y hablar con la gente de cualquier edad o condición. Salvo el ínfimo porcentaje de población que está relacionado con los sectores de I+D, el progreso científico y tecnológico, simplemente, están fuera del discurso social, político y económico. Para los políticos, es una patata caliente que se pasan de unos a otros tratando de no hacer mucho ruido. Para la mayoría de los empresarios, es poco más que una forma de rebañar subvenciones extra. Las universidades crean generaciones de jóvenes científicos con dinero público que luego languidecen con sueldos mileuristas, cuando no aceptan ofertas en el exterior, en lo que es una constante fuga de cerebros. Y a nadie le importa demasiado.

En la prensa lo habitual durante muchos años ha sido incluir la Ciencia como un pequeño apéndice dentro de la sección de Sociedad. Y la realidad de la cobertura de la actualidad científica en los medios sigue siendo bastante triste: se dedican pocos recursos, se escribe poco y se escribe mal. Si reuniéramos a los periodistas que escriben sobre Ciencia de forma especializada en los medios generalistas de este país, cabrían en una habitación y aún les sobraría espacio para bailar.

¿Qué nos ocurre? ¿No nos damos cuenta de que vivimos en un mundo donde sólo los creadores de ciencia y tecnología tienen alguna posibilidad de pintar algo en el futuro?

Hay razones históricas para entender este estado lamentable de la ciencia y la tecnología en España, que se remontan a la Edad Media y la pervivencia en España de un a modo de Antiguo Régimen hasta tiempos bien recientes. Ya el Desastre de Cuba, donde el atraso secular español fue determinante en la derrota frente a la Armada Norteamericana, impulsó a toda una generación de regeneracionistas para tratar de compensar el estado catastrófico de la ciencia en España.

Sería muy fácil retrotraernos a nuestro pasado clerical y anti-intelectual, pero con la llegada la libertad, no llegó con ella una transformación profunda de las estructuras sociales y económicas de España; y aunque la mentalidad ha cambiado mucho por fortuna en otras cosas, no lo ha hecho en este ámbito esencial.

El siguiente paso de la decadencia científica de España podría resumirse muy bien en la España de las Oportunidades o del Pelotazo, que viene a ser lo mismo. La perpetuación de un modelo económico basado en la propiedad de la tierra (antes en forma de fincas agrícolas, ahora en forma de fincas urbanas) y unos servicios de bajo nivel de tecnificación nos han dado la puntilla. Se ha enseñado a dos generaciones que la forma de hacer dinero era dejarse de pajaritos en la cabeza y concentrarse en sectores sin futuro, pero muy rentables en el corto plazo. La sombra del "que inventen ellos" cayendo de nuevo sobre las viejas tierras de Iberia.

La relación entre la inversión en ciencia y la riqueza de distintos países
Existe una fuerte correlación que entre la riqueza por persona de un país y su esfuerzo en I+D, entendiendo por esfuerzo el porcentaje de su riqueza que se dedica investigación. Los países más ricos dedican un porcentaje mayor de su riqueza a la ciencia. No más dinero, sino mucho más dinero.

La causalidad, de existir, podría darse en dos sentidos: o «la ciencia enriquece a los países» o «los países ricos invierten en ciencia». Se da en ambas direcciones: los países ricos invierten en ciencia porque creen, o saben, que eso los va a hacer a enriquecer.



Los países que dedican un porcentaje mayor de sus recursos a investigación son Suecia, Finlandia, Japón y Suiza, seguidos de EEUU y Alemania, Austria y Dinamarca. Sin sorpresas.

Más interesante es ver qué países hacen un esfuerzo superior a lo normal dado su producto interior bruto per cápita:

De los «ricos»: Japón, Suecia, Finlandia, EEUU y Alemania.
De los «pobres»: Rep. Checa, Estonia, Eslovenia, Hungría y Turquia.

Estos son países con una apuesta estratégica en ciencia e I+D. Los «ricos» son líderes en investigación; los «pobres» son países que parecen haber apostado por la industrialización como vía de convergencia a la Unión Europea.

España se ha enriquecido en las últimas décadas, pero la inversión en investigación no ha crecido al mismo ritmo. Nuestro modelo de crecimiento no la demandaba y nos falto visión para pensar en el futuro.

Hoy, ese modelo parece agotado, y se hace más evidente la necesidad de ganar en productividad vía formación, valor añadido, ciencia e innovación.

Y es que no tenemos futuro mientras la productividad sea sinónimo de abaratar costes y aumentar el número de horas de trabajo, en detrimento de la tecnificación, el mantenimiento de profesionales cualificados, la capitalización y la inversión en I+D.

No tenemos futuro mientras el ciudadano medio no comprenda que la ciencia y tecnología son aún más importantes que el paro o la seguridad ciudadana, y así se lo reclame a sus dirigentes. Pues el paro o la seguridad ciudadana pueden ser problemas coyunturales, mientras que la ciencia y la tecnología son las claves del mañana.

No tenemos futuro mientras sigamos concentrándonos en el pelotazo a corto plazo y el negociete de toda la vida, mientras nuestros mejores cerebros se van a trabajar al exterior porque en España no hay ni ha habido oportunidades para utilizar sus conocimientos viviendo a la vez una vida digna.

No tendremos futuro mientras conseguir un Premio Nobel en ciencias sea un sueño imposible, o un caso excepcional.

El atrevimiento de la ignorancia: el Efecto Dunning-Kruger

"Una persona inteligente es consciente de lo poco que sabe, un necio cree que lo sabe todo" (Lens Cejudo)


Qué mejor forma de comenzar este post que con estas fantásticas reflexiones del premio Nobel Richard Feynman (posiblemente uno de los mejores físicos teóricos de todos los tiempos) acerca de la incertidumbre del conocimiento humano, un interesante ejercicio de humildad y una lúcida puesta en perspectiva.

El mundo está gobernado por una especie de primates bípedos que se han bautizado a sí mismos como 'Homo sapiens sapiens' (del latín hombre sabio, sabio). Pero, ¿son realmente tan sabios? No, pero la mayoría cree que sí.

En 1995, McArthur Wheeler entró en dos bancos de la ciudad de Pittsburg y los asalto a plena luz a cara descubierta. Fue arrestado más tarde esa misma noche, a menos de una hora de la emisión en televisión de las grabaciones de las cámaras de seguridad de las entidades. Cuando la policía le mostró las grabaciones el señor Wheeler exclamó: "Pero si me había puesto el limón". Al parecer el atracador creía que embadurnarse la cara con zumo de limón lo haría invisible ante las cámaras de vigilancia.

Con este episodio comienza el artículo en el que J. Kruger y D. Dunning de la Universidad de Cornell exponen el denominado "Efecto Dunning-Kruger". Según este los individuos con menos conocimientos tienden a sobreestimar sus cualidades mientras que aquellos más preparados se consideran menos competentes que la media.




Los niveles de inteligencia y de competencia varían a veces de forma abismal entre un individuo y otro. Pero, lo más curioso —según una investigación realizada por un equipo de psicólogos sociales de la Universidad de Cornell , en Nueva York (EEUU)— es que los más ineptos son también los que menos habilidad tienen para reconocer su propia incapacidad.

El estudio se publicó en el 'Journal of Personality and Social Psychology' y, a través de los medios de comunicación, ha dado la vuelta al mundo.

En un principio, los autores sintieron cierto miedo de sacar el estudio a la luz. No es fácil decirle a la gente que no es tan buena como cree. «La cultura ha negado la habilidad de tener feed-back con los demás, especialmente con los menos capaces», dice el doctor David Dunning , catedrático de Psicología de la Universidad de Cornell, en Nueva York, y director del estudio.

Este especialista lleva una década investigando por qué mucha gente tiende a valorarse a sí misma muy por encima de la media, y mantiene una imagen de sus propias habilidades, talento y moral que no pueden defenderse de ninguna forma. En una de sus investigaciones, por ejemplo, desveló que el 98% de los catedráticos de Universidad está convencido de que trabaja mejor que la media, «aunque es estadísticamente imposible que casi todo el mundo esté por encima de ella», dice.

Los psicólogos llaman a este fenómeno el efecto por encima de la media. Numerosos estudios publicados en revistas de referencia han demostrado que estos mismos resultados se repiten en distintos ámbitos.


Los universitarios, también


Por ejemplo, se ha visto que buena parte de los estudiantes universitarios cree que tiene más capacidad de liderazgo, que se lleva mejor con sus compañeros y que tiene mayor dominio de la expresión escrita que la media.

Otro estudio, publicado en el 'Journal of Applied Psychology' , desveló que la mayoría de los directores de empresa se cree más capaz de dirigir que el típico director; y también muchos futbolistas piensan que son mejores jugadores que sus compañeros.

Volviendo al estudio de Dunning sobre la incompetencia, la idea de hacerlo surgió de varias personas que este psicólogo social había estado observando durante algunos años: ninguna de ellas parecía darse cuenta de que hacía las cosas mal.

Junto con la doctora Justin Kruger, de la Universidad de Illinois, diseñó un experimento en el que no se medía la fuerza o la habilidad manual, sino la intelectual y social. Los participantes —todos ellos universitarios que ganaron unos créditos extra por tomar parte en el estudio— pusieron a prueba su conocimiento, sabiduría y saber hacer en varias pruebas de razonamiento lógico, gramática inglesa y sentido del humor.

Según reconoce el propio Dunning, el test de humor era el más subjetivo. Consistió en puntuar una serie de chistes de «muy poco gracioso» a «muy gracioso» y comparar los resultados con las valoraciones que habían hecho previamente reconocidos humoristas de EEUU.

Finalizados los test, se les pidió a los participantes que dijeran cómo creían que los habían resuelto, sin darles a conocer los resultados. Tal y como era de esperar, los que estaban en la media pensaban que estaban ligeramente por encima de ella, algo que se ha calificado como una vanidad sana.

En cambio, los más brillantes, muy superiores a sus compañeros, estimaron que estaban por debajo. Pero lo más sorprendente de los resultados de este estudio, es que los que lo hicieron rematadamente mal eran los que tenían una imagen más distorsionada de sí mismos. De hecho, cuanto más inútil era el individuo, más seguro estaba de que hacía las cosas bien.

A lo largo de las 21 páginas que ocupa el trabajo, se describen detalladamente los métodos experimentales y el análisis estadístico empleado, con gráficos que muestran la diferencia entre los resultados reales de las pruebas y los de la autovaloración de los estudiantes. Los percentiles se refieren al porcentaje de personas que los participantes han superado en la prueba.

Es decir, un 50º percentil significa que se ha realizado la prueba mejor que el 50% de los participantes, y un 12º percentil, que se ha resuelto mejor que el 12%. Como muestra, en el test de razonamiento lógico del estudio, los participantes que en realidad estaban en el 12º percentil, se situaron a sí mismos en el 68º.

Los autores creen que este estudio explica, entre otras cosas, por qué algunas personas que son negadas para contar chistes, son incapaces de darse cuenta de que no son graciosos, y siguen contando los mismos chistes malos. También explica por qué algunos individuos se embarcan en empresas que fracasan una y otra vez. Incluso en las situaciones más evidentes, el incompetente es incapaz de darse cuenta de que lo está haciendo mal.

         

El sindrome del coyote

David Rakoff, un actor y escritor que vive en Nueva York y que colabora habitualmente con diversas publicaciones, escribió también sobre este estudio. Llamó a la incompetencia síndrome de Wile E. Coyote, el personaje de dibujos animados que persigue al Correcaminos y que siempre comete errores. «Coyote es el arquetipo del engaño persistente, saltando alegremente por los precipicios y cayendo al vacío», escribe Rakoff.

Sólo se da cuenta de su error momentos después, cuando cae en picado al cañón y aterriza en una nubecilla de polvo.

El doctor Dunning cree que la metáfora empleada por Rakoff es buena, pero el único problema es que Coyote recibía una información muy clara cada vez que se equivocaba (se desplomaba, por ejemplo, por un precipicio o le explotaba una bomba). «En los seres humanos, en la vida diaria, el feed-back que recibimos es mucho más vago, en los mejores casos», dice Dunning. «Si metemos la pata, puede que nunca nos enteremos de por qué alguien nos ha dejado de invitar a su casa; y, si lo averiguamos, puede que pensemos que el problema es de ellos y no nuestro».

Percepción distorsionada de los demás

Otra fase del estudio consistió en que los participantes evaluaran cómo lo habían hecho los demás. El resultado fue que los más incompetentes también eran los menos capaces de reconocer la superioridad de otros.

Ver los resultados de sus compañeros más brillantes no modificó en absoluto su exagerada imagen de sí mismos, al contrario, la reforzó. En cambio, paradójicamente, cuando los más sobresalientes tuvieron entre manos las pruebas de los menos hábiles, dudaron de sus propios resultados. Todo esto encaja con la vieja máxima de Charles Darwin: «La ignorancia engendra más confianza que el conocimiento».

En un último experimento, los autores trataron de averiguar si existía algún remedio para bajar la autoestima sobrevalorada de los más incapaces. Resultó que sí lo había: la educación. El entrenamiento y la enseñanza podían ayudar a estos individuos incompetentes a darse cuenta de lo poco que sabían en realidad. En las pruebas de razonamiento lógico, por ejemplo, unas cuantas lecciones ayudaron a los que sacaron peor puntuación a valorarse de una forma más realista.


La importancia de buscar otras opiniones


Pero, ¿cómo puede una persona darse cuenta de que está haciendo las cosas mal? «La lección que se desprende del estudio es que es muy difícil», dice Dunning. La recomendación de este especialista es que no se confíe en el propio juicio, sino que se busquen otras opiniones, sobre todo antes de tomar decisiones importantes. Por otro lado, «nadie debería dejar nunca de mejorar, de aprender, ya que es muy difícil saber cuándo hay que dejar de hacerlo», dice Dunning.

Habitualmente, las personas toman decisiones y contestan según lo que creen que es más razonable. Tienen sus propios argumentos para explicar por qué hacen las cosas como las hacen, y creen que lo hacen bien aunque no sea así. De hecho, según Dunning, algunos de los estudiantes que obtuvieron las puntuaciones más bajas, pasaron después varias horas en su despacho tratando de convencerle de que sus respuestas eran las correctas.

El propio autor se sometió también a las pruebas. «Lo hice bastante bien, pero tengo que admitir que cuando me ví ante una respuesta que había fallado, mi primera reacción fue pensar que los que habían diseñado el test estaban equivocados», dice. «Me enfadé un poco, hasta que decidí sentarme y pensar con calma cuál era la respuesta correcta».

La relación entre la competencia y la percepción adecuada

Dunning y Kruger tienen una explicación para los resultados de su estudio: que la habilidad requerida para ser competente es la misma que se necesita para poder reconocer que se es poco hábil. Según dice la doctora Kruger, «los incompetentes sufren un doble agravio, no sólo llegan a conclusiones erróneas y toman decisiones desafortunadas, sino que su incompetencia les impide darse cuenta de ello».

Las reacciones a este trabajo han sido múltiples y muy variadas. Entre los críticos figura el doctor David C. Funder, catedrático de psicología de la Universidad de California (EEUU).

El doctor Funder cree que la mayoría de la gente no sabe lo que significa el término estadístico estar por encima o por debajo de la media y que muchos pueden creer que estar por encima de la media significa, simplemente, estar bien.

¿Es conveniente conocer las propias limitaciones? «Es evidente que es una mala cosa tener un presidente, un padre o un jefe incompetente», dice. Lo que no está tan claro es si es beneficioso que ellos lo sepan. «Un ejemplo: la mitad de los padres, por definición, están por debajo de la media, ¿crees que realmente les gustaría saberlo?», concluye Kruger.

viernes, 23 de julio de 2010

Aquella vez en qué no fuimos muchos más de mil...


En el corazón de cada una de nuestras células, de lo que somos, acecha un misterio inquietante. El estudio del ADN mitocondrial –que se transfiere de madres a hijas desde el principio de la reproducción sexuada– ha establecido repetidamente que todos nosotros, tú y yo, estamos emparentados con una misma hembra homo sapiens que vivió en África hace entre 140.000 y 200.000 años: la llamada Eva mitocondrial. Esto se pudo determinar gracias a que el ADN mitocondrial acumula mutaciones capaces de transferirse a la siguiente generación una vez cada 3.264 años aproximadamente. Contando el número de mutaciones que separan a los humanos más distantes genéticamente entre sí, fue posible establecer esta datación.

No sólo eso. El estudio del cromosoma Y –que se transfiere de padres a hijos– ha permitido descubrir también que hace entre 60.000 y 90.000 años vivió también en África un cierto Adán cromosómico-Y, con el que todos estamos igualmente emparentados. La técnica del reloj molecular es determinante para conocer estas fechas.

Hay mucha gente que ha oído campanas sobre este asunto, pero con frecuencia de forma distorsionada. Por ejemplo: en contra de lo que muchos creen, esto no significa que Eva mitocondrial fuera la única hembra que vivió en su momento, como tampoco Adán cromosómico-Y fue el único macho de su tiempo; ni se puede afirmar que ambos coincidieran en el tiempo: les separan de 60.000 a 140.000 años . Lo que sí significa es que todos estamos emparentados al menos a través de ellos, y para que pudiera darse un caso así, tuvimos que ser muy pocos en esos momentos. Muy, muy pocos. Menos de quince mil.

Según algunos autores, poco más de mil, de los cuales la mayor parte serían niños. Eso quiere decir que al menos en dos ocasiones habríamos debido estar en la lista roja como especie en peligro de extinción. Si hubiera habido algún observador externo en esos momentos, es muy posible que la enorme dificultad de encontrar alguna pareja humana sobre la faz de este mundo le hubiese conducido a pensar que estábamos en peligro crítico o, simplemente, extinguidos.

Este fenómeno de coalescencia genética se puede observar muy bien en la actualidad gracias al estudio de especies que estuvieron recientemente en peligro de desaparecer, como el bisonte europeo, el elefante marino del norte, el guepardo o el hámster dorado. Incluso se puede estudiar en los animales domésticos de pura raza, a quienes los criadores inducen un cuello de botella genético artificial por el método de cruzarlos únicamente con otras parejas de similar pedigrí.

Quedan ahora unos 25.000 gorilas con capacidad reproductora y unos 21.000 chimpancés en la misma situación. A estos otros primates ya los consideramos en peligro de extinción, por tanto, nuestros antepasados de hace 1,2 millones de años también lo estarían.

Los humanos actuales se parecen muchísimo entre sí, al menos a nivel genético, en comparación con otros primates. Si se comparan dos personas cualesquiera de rincones opuestos del planeta sus genomas serán mucho más similares que los de cualquier par de chimpancés, gorilas u otro simio de poblaciones diferentes. Nuestros antepasados perdieron mucha de su diversidad genética en dos cuellos de botella dramáticos que diezmaron terriblemente la población de humanos en el momento en el que salía de África, hace entre 50.000 y 60.000 años.

Se sabe desde los años 90 del siglo pasado que los africanos son el grupo más diverso genéticamente del mundo. Los humanos no africanos carecen de muchas variantes genéticas que se encuentran sólo en africanos y, llamativamente, cuanto más lejos de África vive un grupo, menos diversidad tiene en sus genes y en sus rasgos morfológicos, incluyendo la forma del cráneo.

En resumen: que, según estos indicios y otros más, hubo dos veces en que fuimos muy poquitos: un grupo o algunos minúsculos grupos interconectados vagando por los bosques africanos en un intento desesperado de sobrevivir. Quien hubiera observado entonces a aquellas lamentables criaturas difícilmente habría podido imaginar que, unos milenios después, sus descendientes tendrían problemas de sobrepoblación en un mundo plagado de ellas por todas partes.

Eva mitocondrial nos es de utilidad –entre otras muchas cosas, bastantes de ellas con interesantes aplicaciones en medicina genética– para ubicar y poner fecha al momento y lugar aproximados en que el homo sapiens sapiens surgió en el planeta Tierra. Adán cromosómico-Y nos cuenta un relato distinto: el de aquella otra vez en que casi nos fuimos de aquí. Pero, ¿por qué?

La hipótesis Toba.


Hace entre 700 y 750 siglos, la Caldera de Toba (que actualmente se halla en la Isla de Sumatra, Indonesia) estalló en la erupción volcánica más poderosa de los últimos dos millones de años. Liberó un gigatón de energía (aproximadamente la mitad que todas las armas nucleares existentes en la actualidad, juntas) y propulsó a los cielos materia suficiente para cubrir toda Indonesia y partes de Malasia con seis metros de cenizas o más y el subcontinente indio entero, con quince centímetros. Entre otras cosas, emitió a la atmósfera cien millones de toneladas de ácido sulfúrico, provocando una lluvia ácida masiva.

Para que nos hagamos una idea, la erupción volcánica más potente de los tiempos históricos –la del Tambora, no muy lejos de allí, en 1815– fue unas diez veces más pequeña, y aún así provocó graves efectos climatológicos. Este fue el año sin verano debido a que los gases y cenizas taparon la radiación solar por todo el mundo, provocando pésimas cosechas y la muerte de mucho ganado por la pérdida de los pastos, lo que causó la peor hambruna del siglo XIX en Europa, Norteamérica, China y otros muchos lugares.

La hipótesis Toba vincula la explosión de este volcán con una gran mortandad de aquellos humanos primitivos que pudo empujarnos al borde de la extinción hace de 70.000 a 75.000 años, precisamente en los tiempos del Adán cromosómico-Y. Según este análisis, aquella erupción volcánica pudo dejarnos durante varios años compitiendo por unos escasos restos de comida con el resto de animales, con los corredores ecológicos dislocados, ateridos de frío entre la bruma y las tinieblas; una situación análoga a la que produciría una guerra termonuclear total a pequeña escala, aunque sin radiactividad. Cualquiera diría que, realmente, se pareció mucho a un evento ligado a la extinción.

El largo cuello de botella.

Otros autores, en cambio, opinan que el suceso de Toba no fue más que la puntilla en un largo proceso de alta presión evolutiva que afectó al homo sapiens sapiens y sus inmediatos ancestros durante una buena parte de su existencia. El número de fósiles humanos durante los primeros 100.000 años que pasamos aquí es francamente reducido, muy distinto de lo que cabría esperar en una especie que ha demostrado sobradamente su capacidad de reproducirse más allá de la sensatez. Los rápidos cambios que condujeron desde los primeros homo erectus al humano moderno nos hablan también de una evolución acelerada, lo que sería compatible con un entorno muy hostil que exigía constantes adaptaciones al medio.

Los estudios paleoclimáticos apuntan a que África sufrió una serie de sequías mayores durante un larguísimo periodo, desde hace 135.000 años hasta hace 90.000. Recientemente se ha apuntado que estos u otros fenómenos mantuvieron a las poblaciones humanas muy reducidas y aisladas entre sí, llegando incluso a estar a punto de dividirse en dos especies distintas. En todo caso, parece claro que hasta la Edad de Piedra Tardía, durante el Paleolítico Superior, no comenzamos a multiplicarnos y extendernos significativamente. O, dicho de otra manera, sólo comenzamos a abandonar el borde de la extinción cuando fuimos capaces de desarrollar las tecnologías de la revolución paleolítica.

Provistos de estas herramientas que nos facilitaban la supervivencia, pudimos abandonar África por segunda vez, como nuestros antepasados homínidos lo habían hecho algún millón de años antes. Así terminaríamos llegando a Eurasia, donde desplazamos al Neandertal.

Según casi todo lo que sabemos en la actualidad, somos por dos veces africanos. La primera vez, cuando el homo habilis, el primer constructor de herramientas, evolucionó en la Cuenca de Olduvai (actualmente, Tanzania) a partir de los australopitecos precedentes. Estos homos y sus sucesores permanecieron en África, aunque algunos de ellos fueron saliendo lentamente hacia otras latitudes para ir transformándose en otras especies como, por ejemplo, el Neandertal. La segunda vez fue cuando homo sapiens sapiens evolucionó a su vez en algún punto del África subsahariana y, tras sobrevivir a estos cuellos de botella, se dotó de nuevas herramientas y conquistó el mundo.

La fila de nuestros antepasados

Imagina una fila detrás de ti. A tu espalda estaría tu padre, detrás de él tu abuelo y así sucesivamente. Generación tras generación, la fila se introduciría hacia el pasado formando una gigantesca hilera de seres humanos.


Si caminaras a lo largo de la fila, podrías apreciar grandes cambios en los primeros metros: gentes cuyas vestimentas irían variando rápidamente hasta quedar en apenas unas pieles. Después, el cambio sería mucho más lento. Tendríamos que caminar durante más de 5 kilómetros hasta encontrarnos con el primer individuo de nuestra especie, el primer homo sapiens, que vivió hace alrededor de 200.000 años. (Seguir leyendo)

Durante muchos kilómetros seguiríamos caminado sin apreciar grandes cambios entre los individuos. Dejaríamos atrás al Homo antecessor y tardaríamos algunas horas en llegar hasta el Homo ergaster. Para cuando nos topáramos con el primer Homo habilis, que vivió hace más de 2 millones de años, habríamos caminado durante 96 kilómetros.

Mucho tiempo después, suponiendo que nos aguantaran las piernas tras recorrer alrededor de 160 kilómetros, llegaríamos al principio de la fila. Allí, solitaria y curiosa, nos observaría la pequeña Lucy, la primera de una gigantesca familia que se extiende durante 3,2 millones de años.


Es bueno recordar de dónde venimos, entre otros motivos para hacernos una idea de a dónde vamos. Somos una especie delicada, que depende enormemente de la estabilidad medioambiental y de su ciencia y su tecnología para sobrevivir en la inmensa mayoría de los lugares que ocupamos, y no digamos ya para intentar vivir en otros. Hubo al menos una vez en que, siendo ya como somos tú y yo, estuvimos muy cerquita de extinguirnos. Y todos nosotros, todos los que sobrevivimos, somos mucho más parientes de lo que algunos quisieran saber. De todo esto no hace millones de años. Por aquel entonces, ya estábamos tallando diseños geométricos en las piedras de África del Sur, que treinta mil años después se convertirían en el en arte rupestre de Namibia, Francia y otros lugares; y, sesenta y pico mil después, en las pirámides de Egipto y los ziggurats de Mesopotamia. Quienes vivieron aquello ya eran como nosotros y vivían de manera muy parecida a la de algunas de las comunidades más primitivas del presente. Ya eran nosotros.

¿Cuántas personas han vivido en la Tierra hasta la actualidad?

No nos engañemos, realizar un cálculo de este tipo es del todo especulativo, aunque se puede aproximar empleando bases semi-científicas. Y es que, no existen datos ni información demográfica disponible para el 99 por ciento de la estancia del hombre en la Tierra.

Cualquier estimación del número total de personas que han nacido en nuestro planeta, depende básicamente de dos factores: el tiempo que se piensa que los humanos han estado poblando la Tierra y el promedio de la población humana en diferentes periodos.

En el nacimiento de la agricultura, sobre el año 8.000 a.C, la población mundial se aproximaba a los 5 millones de personas. El lento crecimiento de la población cerca del año 8.000 a.C. con unos 5 millones de personas, hasta los 300 millones en el año 1 d.C, nos da una cifra muy baja en el crecimiento de la población mundial, con un 0,0512 por ciento anual. Es realmente difícil estimar la población mundial que habitó en este periodo, ya que creció o se extinguió en consecuencia a varios factores, como hambrunas, la ganadería, conflictos, guerras, cambios en el tiempo meteorológico o condiciones climáticas.

En cualquier caso, la vida ha sido muy corta para nuestra especie. La expectativa de vida tras el nacimiento fue de sólo 10 años en la mayor parte de la historia humana. Por ejemplo, la esperanza de vida en la Edad de Hierro y el terreno que ahora es Francia, se estima que era de unos 10 ó 12 años. Bajo estas condiciones, el ritmo de nacimientos debería ser de 80 por cada 1.000 personas para que la especie sobreviviera. Hoy, un crecimiento alto sería de 45 a 50 personas por cada 1.000 personas, sólo observado en algunos países africanos y en ciertos países de Oriente Medio con poblaciones jóvenes.

La mortalidad infantil en los primeros días de nuestra especie se estima que fue muy alta, probablemente con 500 muertes de niños por cada 1.000 nacimientos, o incluso más. Los hijos eran seguramente una responsabilidad económica entre las sociedades de cazadores, un hecho que podría haber llevado a la práctica del infanticidio. Bajo estas circunstancias, se necesitaría un número desproporcionado de nacimientos para mantener el crecimiento de la población, y eso aumentaría el número de personas que nacieron en nuestro mundo a lo largo de la historia.

Sobre el año 1 d.C., se estima que en el mundo habían 300 millones de personas. Se cree que en el año 14 d.C., la población del Imperio Romano, desde España a Asía Menor, era de 45 millones. Aun así, ciertos historiadores fijan esta cifra en el doble, revelando lo imprecisas que pueden ser estas cantidades estimadas en los primeros periodos históricos.

En 1650, la población mundial rondaba los 500 millones, que no se puede considerar un gran incremento desde el año 1 d.C. La cantidad anual de nacimientos fue menor desde el año 1 d.C. al 1650, que la que podemos comprobar desde el 8.000 a.C al 1 d.C. Una razón para este crecimiento anormalmente más lento fue la peste negra. Dicha devastadora pandemia no se limitó a la Europa del siglo XIV, ya que se cree que pudo comenzar en el año 542 en la India o algún punto de Asia Occidental, causando la extinción de la mitad del Imperio Bizantino en el siglo VI, con un total de 100 millones de muertos. Estas grandes fluctuaciones en la población durante grandes periodos suponen un escollo en la estimación de personas que han poblado nuestro planeta.

Aun así, en 1800 la población mundial sobrepasó los mil millones de personas, y continuó creciendo hasta los actuales seis mil millones, o los siete mil millones esperados para el 2011.



Número de personas que han poblado la Tierra hasta el año 2002: 106,456,367,669
Número de personas que han poblado la Tierra hasta el año 2010 (aproximado): 107,890,000,000
Porcentaje de toda la gente que vivió en la Tierra, pero seguían viviendo en el año 2002: 5.8 %
Porcentaje de toda la gente que vivió en la Tierra, pero sigue viviendo en el año 2010 (aprox.): 6.3 %

En definitiva, aproximadamente ahora vivimos el 6.3 por ciento de toda la humanidad que ha pisado la Tierra.