sábado, 24 de julio de 2010

Cincuenta años sin Nobel: la patética situación de la ciencia en España

Medio siglo. Ese es el tiempo que la ciencia española lleva sin conseguir un Premio Nobel.

E incluso esa cifra es muy discutible, pues el último fue el Dr. Severo Ochoa, Premio Nobel de Fisiología o Medicina 1959. Pero el Dr. Ochoa era un exiliado político, discípulo del médico y Presidente del Gobierno de la República Juan Negrín. Y cuando el Instituto Karolinska de Estocolmo le concedió el galardón científico más prestigioso del mundo, D. Severo era ya ciudadano de los Estados Unidos desde tres años atrás.

Si no contáramos al Dr. Ochoa, hay que retroceder hasta 1906 para encontrarnos con el único Premio Nobel de las ciencias españolas: el Dr. Santiago Ramón y Cajal, descubridor entre otras cosas de las neuronas del cerebro. Más de un siglo: 103 años sin que la medalla de oro con el rostro de Alfred Nobel viaje a nuestro país.



Habrá quien piense, quizás, que nos tienen manía. Pero, honestamente, ¿hay alguna razón para que un científico español obtenga este reconocimiento? Incluso países presumiblemente menos desarrollados tienen sus premios Nobel científicos. Los argentinos Milsten y Leloir, en medicina. Chandrasekhar y Korana, de la India, en física y medicina respectivamente. El mexicano Mario Molina, en química. Si nos comparamos con cualquier país europeo, la perspectiva es descorazonadora. Por no hablar ya de los grandes.

Pongo el ejemplo del Premio Nobel de manera emblemática. No hace falta recurrir a él para darse cuenta de la lamentable realidad: estamos atrasados y vamos a remolque. Profundamente. España registra 71 patentes al año por cada millón de habitantes, más o menos como Croacia, Hungría o Ucrania. Y lo que es más grave: más de la mitad del dinero empleado en investigación y desarrollo corresponde al sector público, no a la empresa privada, una anomalía radical por comparación con todos los países desarrollados. El gasto privado en I+D fue apenas de un 46% del total, cuando la Agenda de Lisboa establece que debería ser al menos del 66%. Con frecuencia, andamos mendigando nuestra participación en cooperaciones científicas internacionales, cuando no tiene que comprarlas directamente el gobierno de turno con buen dinero. Público, por supuesto.



En realidad, basta con salir a la calle y hablar con la gente de cualquier edad o condición. Salvo el ínfimo porcentaje de población que está relacionado con los sectores de I+D, el progreso científico y tecnológico, simplemente, están fuera del discurso social, político y económico. Para los políticos, es una patata caliente que se pasan de unos a otros tratando de no hacer mucho ruido. Para la mayoría de los empresarios, es poco más que una forma de rebañar subvenciones extra. Las universidades crean generaciones de jóvenes científicos con dinero público que luego languidecen con sueldos mileuristas, cuando no aceptan ofertas en el exterior, en lo que es una constante fuga de cerebros. Y a nadie le importa demasiado.

En la prensa lo habitual durante muchos años ha sido incluir la Ciencia como un pequeño apéndice dentro de la sección de Sociedad. Y la realidad de la cobertura de la actualidad científica en los medios sigue siendo bastante triste: se dedican pocos recursos, se escribe poco y se escribe mal. Si reuniéramos a los periodistas que escriben sobre Ciencia de forma especializada en los medios generalistas de este país, cabrían en una habitación y aún les sobraría espacio para bailar.

¿Qué nos ocurre? ¿No nos damos cuenta de que vivimos en un mundo donde sólo los creadores de ciencia y tecnología tienen alguna posibilidad de pintar algo en el futuro?

Hay razones históricas para entender este estado lamentable de la ciencia y la tecnología en España, que se remontan a la Edad Media y la pervivencia en España de un a modo de Antiguo Régimen hasta tiempos bien recientes. Ya el Desastre de Cuba, donde el atraso secular español fue determinante en la derrota frente a la Armada Norteamericana, impulsó a toda una generación de regeneracionistas para tratar de compensar el estado catastrófico de la ciencia en España.

Sería muy fácil retrotraernos a nuestro pasado clerical y anti-intelectual, pero con la llegada la libertad, no llegó con ella una transformación profunda de las estructuras sociales y económicas de España; y aunque la mentalidad ha cambiado mucho por fortuna en otras cosas, no lo ha hecho en este ámbito esencial.

El siguiente paso de la decadencia científica de España podría resumirse muy bien en la España de las Oportunidades o del Pelotazo, que viene a ser lo mismo. La perpetuación de un modelo económico basado en la propiedad de la tierra (antes en forma de fincas agrícolas, ahora en forma de fincas urbanas) y unos servicios de bajo nivel de tecnificación nos han dado la puntilla. Se ha enseñado a dos generaciones que la forma de hacer dinero era dejarse de pajaritos en la cabeza y concentrarse en sectores sin futuro, pero muy rentables en el corto plazo. La sombra del "que inventen ellos" cayendo de nuevo sobre las viejas tierras de Iberia.

La relación entre la inversión en ciencia y la riqueza de distintos países
Existe una fuerte correlación que entre la riqueza por persona de un país y su esfuerzo en I+D, entendiendo por esfuerzo el porcentaje de su riqueza que se dedica investigación. Los países más ricos dedican un porcentaje mayor de su riqueza a la ciencia. No más dinero, sino mucho más dinero.

La causalidad, de existir, podría darse en dos sentidos: o «la ciencia enriquece a los países» o «los países ricos invierten en ciencia». Se da en ambas direcciones: los países ricos invierten en ciencia porque creen, o saben, que eso los va a hacer a enriquecer.



Los países que dedican un porcentaje mayor de sus recursos a investigación son Suecia, Finlandia, Japón y Suiza, seguidos de EEUU y Alemania, Austria y Dinamarca. Sin sorpresas.

Más interesante es ver qué países hacen un esfuerzo superior a lo normal dado su producto interior bruto per cápita:

De los «ricos»: Japón, Suecia, Finlandia, EEUU y Alemania.
De los «pobres»: Rep. Checa, Estonia, Eslovenia, Hungría y Turquia.

Estos son países con una apuesta estratégica en ciencia e I+D. Los «ricos» son líderes en investigación; los «pobres» son países que parecen haber apostado por la industrialización como vía de convergencia a la Unión Europea.

España se ha enriquecido en las últimas décadas, pero la inversión en investigación no ha crecido al mismo ritmo. Nuestro modelo de crecimiento no la demandaba y nos falto visión para pensar en el futuro.

Hoy, ese modelo parece agotado, y se hace más evidente la necesidad de ganar en productividad vía formación, valor añadido, ciencia e innovación.

Y es que no tenemos futuro mientras la productividad sea sinónimo de abaratar costes y aumentar el número de horas de trabajo, en detrimento de la tecnificación, el mantenimiento de profesionales cualificados, la capitalización y la inversión en I+D.

No tenemos futuro mientras el ciudadano medio no comprenda que la ciencia y tecnología son aún más importantes que el paro o la seguridad ciudadana, y así se lo reclame a sus dirigentes. Pues el paro o la seguridad ciudadana pueden ser problemas coyunturales, mientras que la ciencia y la tecnología son las claves del mañana.

No tenemos futuro mientras sigamos concentrándonos en el pelotazo a corto plazo y el negociete de toda la vida, mientras nuestros mejores cerebros se van a trabajar al exterior porque en España no hay ni ha habido oportunidades para utilizar sus conocimientos viviendo a la vez una vida digna.

No tendremos futuro mientras conseguir un Premio Nobel en ciencias sea un sueño imposible, o un caso excepcional.

3 comentarios:

  1. estoy realmente fascinado por este blog, el resto de mis palabras sobran :)

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  2. en cuestion de diseño industrial tenemos buenos ingenieros y desconozco si trabajan en españa o se las piran.

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