domingo, 18 de abril de 2010

Finlandia, así es el mejor sistema educativo del mundo


A las ocho de la mañana Marku Keijonen entra en la escuela. Tiene 42 años y es el director del colegio Porolahden Perus, de Helsinki. La primera actividad del día es encender el ordenador. "No es algo baladí, al abrir mi correo encuentro las cartas de los padres de alumnos que tengo que contestar". Las familias están en contacto permanente con el centro y es a los padres a quien debe rendir cuentas de su trabajo el colegio en primer lugar.



Finlandia. A este país de noches blancas y tinieblas eternas, según la estación que toque, las estadísticas le sonríen. El Forum Económico Mundial dice que es el país de la Europa de los Quince con una mayor difusión de periódicos por habitante (430 por cada 1.000); notable tasa de fecundidad, 1,7 hijos por mujer (la media de la UE es 1,4). Pero quizá son los resultados escolares de sus alumnos los que más alegrías les han dado en los últimos tiempos. ¿Por qué lo habitual en Finlandia es que un adolescente normalito termine Secundaria con notas excelentes, hablando un perfecto inglés y leyendo un libro a la semana, y aquí muy pocos consiguen algo remotamente parecido?

Es el sistema educativo más prestigioso del mundo, sistemáticamente situado en los primeros puestos del ranking por excelencia, el informe PISA que elabora la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico). Finlandia obtiene la mejor puntuación en las tres categorías que se evalúan, Lectura, Matemáticas y Ciencias. España, 12 puntos por debajo de la media de países de la OCDE, se ve superada por Polonia, República Checa o Hungría.



Hablamos de un país en el que más de la mitad de sus 5 millones de habitantes obtiene un título universitario, siendo sus licenciados especialmente prestigiosos en sectores como la ingeniería y la arquitectura, y que cuenta con un muy sólido sistema de formación profesional, que permite elegir entre 75 títulos básicos que pueden cursarse tanto en institutos como en centros de trabajo, mediante un contrato de aprendizaje, y que capacitan para entrar en estudios de grado superior. Quizá, como dice Eva Hannikainen, agregada cultural de la embajada de Finlandia, ya que su país carece de recursos naturales, sus habitantes saben mejor que nadie que la formación es la mejor riqueza del país.

El sistema educativo finlandés es público y gratuito desde que un niño nace hasta que hace el doctorado en la universidad. Pero además es obligatorio de los siete a los 16 años. En esta etapa todos estudian lo mismo y el Gobierno pretende además que lo hagan en el mismo edificio, o lo más cerca posible, para garantizar un seguimiento continuado del alumno. En ello están. Las ventajas que proporciona el modelo finlandés a sus estudiantes provienen de su gasto público, que representó en 1998 y en 2002 el 6,2% del PNB (el promedio de los países de la OCDE es del 5,3 %). Así, la enseñanza obligatoria es gratuita en todos sus conceptos (incluso en centros privados), desde el material hasta los gastos de comedor, e incluso el colegio ha de garantizar el transporte en el caso de que los niños deban desplazarse al centro desde una distancia superior a los 5 km.




También los estudios universitarios son gratuitos, incluidos aquellos destinados a los adultos que, contando con un trabajo, quieren reciclarse o simplemente mejorar su formación. “Aprender en Finlandia no es un problema de dinero”, afirma Hannikainen, ya que la gratuidad se ve apoyada con un sistema de elevadas ayudas a los estudiantes, adultos incluidos. Por otra parte, los padres pueden elegir con casi total libertad el colegio de sus hijos, aunque apenas existen diferencias significativas entre los diferentes centros. Las aulas disponen de un televisor con pantalla gigante de plasma, acuario de 200 litros con pececitos de colores, cocina con fregadero, medios audiovisuales, aire acondicionado, muchas plantas. Hay un ordenador por cada dos alumnos.Los libros de texto son gratis, el material escolar es gratis, la comida es gratis. Si un niño quiere estudiar, puede llegar a ser médico o juez o ingeniero, lo que se proponga, si se esfuerza, aunque su familia sea pobre. «La educación de cada finlandés le cuesta 200.000 euros al Estado, desde que entra en la guardería hasta que sale de la universidad con su título. Es el dinero mejor empleado de nuestros impuestos. La presidenta del país, Tarja Halonen, se licenció en Derecho y proviene de una humilde familia de clase obrera.




Pero estas ventajas económicas serían poco prácticas si no se apoyasen en una base sólida, como es un sistema pedagógico adecuado. Y cuentan con él, según afirma José Antonio Marina, escritor, filósofo y fundador de la Universidad de Padres, especialmente en lo que se refiere a “una estupenda enseñanza primaria y secundaria” que destaca por varios elementos novedosos.

La escolarización se produce a los 7 años, más tarde que en España. Según Hannikainen, “hay quienes lo atribuyen, y hay algo de verdad en ello, a que los finlandeses nos gusta dejar que los niños sigan siendo niños mientras puedan y que jueguen el máximo tiempo posible. Pero también es cierto que hasta los 7 años los niños no llegan a esa madurez intelectual que les permite asimilar y comprender la información que van recibiendo”. Antes de esto, en el jardín de niños (de 1 a 6 años) y en la educación preescolar (de 6 a 7 años) se pretende sobre todo despertar las aptitudes de los niños, sus habilidades, su curiosidad. Cada día es dedicado a una disciplina (música, deporte, actividades manuales o artísticas, lengua materna, matemáticas) pero los niños trabajan solamente durante la mañana, siempre de manera muy atractiva. La tarde es reservada al juego.

Otra gran característica del sistema finlandés es la atención personal que dedican a cada niño, y especialmente a los que van atrasados. Como afirma Eva Hannikainen, uno de los mayores aciertos de los colegios finlandeses es que prestan mucha atención a la evolución del alumno desde el comienzo, intentando atajar los problemas de orden académico en los primeros años de escolarización, ya que “es mucho más fácil solucionar las dificultades a los 7 años que a los 14”. Aun cuando sigan las clases junto con los demás, los chicos que van más atrasados tienen un tutor personal y clases de apoyo según los diferentes niveles de necesidad. En las clases finlandesas, a diferencia de las españolas, hay una generalizada ausencia de competitividad. Los alumnos practican la solidaridad con sus compañeros más retrasados en los estudios con absoluta normalidad y los profesores se aseguran de que ningún alumno se quede atrás.



“Así se consigue que no se alejen del nivel de la clase sin que ésta se retrase”. Para Marina, esta “es una de las bolsas de sabiduría” del sistema finlandés, toda vez que una gran parte de los trastornos de aprendizaje (si hablamos de los no relacionados con dificultades neuronales, como la dislexia, la hiperactividad o los problemas serios de lenguaje) tienen que ver con el simple hecho de que “los niños aprenden con distintas velocidades. Si ese ritmo se cuida al principio, se reincorporan a la marcha de la clase normalmente, mientras que si no se hace el problema toma mayores dimensiones. Y lo único que debemos tener en cuenta es que cada niño tiene una velocidad de aprendizaje”.

En la escuela de Saarnilaakson hay 400 alumnos y 40 profesores, médico, asistente social, psicólogo y hasta dentista. La relación con el profesor es fundamental y resulta muy cercana porque no hay más de 20 alumnos por clase (en Finlandia, por ley, no puede haber más de 24).

En Finlandia la metodología utilizada para abordar las clases en muy diferente a la española: los profesores finlandeses trabajan mucho en grupo con sus alumnos, buscando retroalimentación de los mismos y realizando clases participativas, donde el ambiente es relajado y tolerante. Este hecho contrasta con la filosofía clásica española, donde el profesor imparte una clase magistral.




Cada colegio tiene autonomía para organizar su programa de estudios. La planificación educativa es consensuada entre los profesores y los alumnos. Los adolescentes dan su opinión sobre las propuestas de los docentes, informan de sus intereses y participan en la organización del curso.

La metodología ha abandonado las memorizaciones típicas y hace énfasis en el desarrollo de la curiosidad, la creatividad, la experimentación. No es una cuestión de transmitir información. Para los finlandeses es más importante aprender a pensar que aprender a repetir. La participación de los estudiantes garantiza que se incluyan los temas y las herramientas educativas que les motivan. En las clases de Finlandia se proyectan vídeos de YouTube, se preparan temas investigando en Wikipedia o Facebook, utilizan cómics y escuchan música… No existe una vida dentro del aula diferente a la vida detrás de sus puertas, y la tecnología, igual que ocurre en sus casas, se utiliza a menudo en clase.

Hasta los 9 años los alumnos no son evaluados con notas. Sólo a esa edad los alumnos son evaluados por primera vez, pero sin emplear cifras. Después no hay nada nuevo hasta los 11 años. Es decir que en el período equivalente a nuestra escolaridad primaria los alumnos sólo pasan por una única evaluación. Así, la adquisición de los saberes fundamentales puede hacerse sin la tensión de las notas y controles y sin la estigmatización de los alumnos más lentos. Cada uno puede progresar a su ritmo sin interiorizar, si no sigue al ritmo requerido por la norma académica, ese sentimiento de deficiencia o incluso de "nulidad" que producirá tanto fracasos posteriores, esa imagen de sí tan deteriorada que, para muchos alumnos, hace que los primeros pasos sobre los caminos del conocimiento sean a menudo generadores de angustia y sufrimiento. Finlandia ha elegido confiar en la curiosidad de los niños y en su sed natural de aprender. Las notas en esta fase no serían más que un obstáculo. Ello, por supuesto, no excluye informar a las familias regularmente sobre los progresos de sus niños: en la escuela de Kanenvala boletines se envían dos veces (en diciembre y en mayo). Las notas expresadas en cifras aparecen en el sexto año, cuando los niños alcanzan la edad de 13 años.




El mismo ritmo de evaluación es mantenido en el colegio después de los 13 años empleando calificaciones en cifras que pueden ir de 4 a 10. La nota 4, que implica la obligación de retomar el aprendizaje no conseguido. Están proscritos el 0 infamante y las notas muy bajas. ¿Qué interés puede haber en construir una escala de la ignorancia? En cambio, se pueden distinguir niveles de perfección: Un conocimiento puede ser adquirido pero en diferentes niveles de logro: eso es lo que significan las notas entre 5 y 9

Gran valoración de la figura de profesor


Sin duda, el aspecto más relevante es la gran valoración que recibe la figura del profesor. Aun cuando su sueldo medio, alrededor de los 3.400 euros (el doble que en España), el prestigio que posee en la sociedad finlandesa hace que dicha profesión sea una de las más solicitadas por los estudiantes. Como relata Eva Hannikainen, son admitidos en las facultades menos del 10% de los aspirantes, “y eso que hablamos de una carrera de 6 años (en España son 3), que requiere de una formación muy exigente, y que no es nada fácil, ya que se les está preparando para que se conviertan, más que en profesores, en expertos en educación”. A pesar de los teóricos inconvenientes, señala Marina, “los alumnos más brillantes suelen dedicarse a la enseñanza infantil, a la que se considera la etapa decisiva para que el resto del proceso educativo sea bueno”. Lo que prueba que, “además de la vocación, influye mucho en la elección de las profesiones el prestigio social. Por eso es tan estúpido que en España hayamos sustraído todo prestigio de la figura del profesor”.

Si algo caracteriza el perfecto funcionamiento del sistema escolar en Finlandia, es el profesor, piedra angular del éxito finlandés en materia educativa. La buena formación técnica y humana de los profesores garantiza unos excelentes resultados. Para dar clases se les exige una titulación universitaria de carácter superior. Ser maestro de Primaria requiere 6 años de carrera universitaria. Además, el hecho diferencial básico con respecto a otros países es que un profesor finlandés debe tener una formación dirigida, no sólo a poseer unos perfectos conocimientos de la materia que imparten, sino también a ser unos expertos en Pedagogía. De hecho, en Finlandia los profesores son considerados como los profesionales más importantes de la sociedad. La comunidad confía en los profesores porque saben que han sido muy bien preparados. Los alumnos con mejores resultados son los únicos que pueden acceder a la docencia. El profesorado que imparte las clases en las escuelas (de las que son responsables los ayuntamientos) es personal contratado, el hecho que el profesorado se vea sometido a las mismas presiones que el resto de sectores, mejora su competitividad.




Asombra el respeto reverencial que le tienen a los profesores. «Sí, nos sentimos respetados y valorados por la sociedad. Ser maestro es una profesión de prestigio a la que solo aspiran los mejores. Y no basta con ser muy bueno en tu materia. Debes destacar también a la hora de saber transmitir tus conocimientos. Pero el respeto de los alumnos te lo ganas día a día. En 20 segundos lo puedes perder», explica Mati Karkkainen, docente de ciencias, en la sala de profesores, muy acogedora: un piano, una bandeja con bombones, cafeteras humeantes.

El elemento final que asegura el éxito del sistema finlandés es que está imbuido de “un sentido de la responsabilidad y del esfuerzo que no tenemos nosotros. Se trata de algo que está mucho más presente en las culturas de origen protestante, más exigentes que las mediterráneo-católicas”. Los políticos, los pedagogos, los empresarios, los estudiantes. Todos saben que la educación es el principal recurso del país para competir en el mercado internacional y para construir una ciudadanía cívica

Los deberes son sagrados. Y está muy mal visto que alguien copie, incluso por los mismos alumnos. Que alguien saque una chuleta es impensable. «En nuestra cultura son muy importantes dos valores: la honradez y el trabajo», comenta Päivi Junkkari. Quizás algo deba influir que en Finlandia, si tu vecino se entera que evades impuestos, te denuncia, por muy amigo tuyo que sea, porque considera que le estás robando. Los alumnos depositan sin temor sus ropas en un vestuario de libre acceso en el vestíbulo de todo establecimiento, las bicicletas quedan sin claves antirrobos en los sitios previstos.

No es casualidad que Finlandia también encabece las estadísticas de transparencia y menos corrupción pública. Kari Kajainen apunta otra peculiaridad nórdica. No hay repetidores. Cuando se le comenta que en España el 43 por ciento de los alumnos de Secundaria ha repetido curso alguna vez, y que tienen incontables oportunidades para aprobar cada asignaturae. Kajainen pone cara de asombro. «Aquí sólo tienes una oportunidad para aprobar un examen por la misma razón que la vida sólo se vive una vez. Y hay que aprovecharla. Si no apruebas, te quedas una hora más en clase hasta que demuestres que te lo sabes y si no, estudias en verano, pero la promoción es automática».



¿Dónde aprietan más las tuercas? «Sin duda, en la enseñanza de la lengua materna. Somos los primeros del mundo en ciencias y los segundos en matemáticas, pero el mayor reto de enseñar matemáticas es conseguir que los alumnos comprendan lo que leen, el enunciado de los problemas. Por eso lo fundamental es que lean. Y también es muy importante la enseñanza de lenguas extranjeras. El finés es una lengua minoritaria. Los alumnos también estudian sueco e inglés obligatoriamente. Y alemán, francés o italiano como optativas. Pero tienen una gran ventaja. Las películas y series de televisión extranjeras no están dobladas. Todas se pasan con subtítulos. Los niños se acostumbran desde pequeños a escuchar otros idiomas y, además, adquieren destreza lectora. Hay que leer rápido los subtítulos para no perder el hilo del programa»

Por lo que respecta a los hábitos de los alumnos, tres de cada cuatro niños finlandeses de 15 años afirman leer todos los días por el mero placer de hacerlo. A diferencia de otros adolescentes europeos, prefieren hojear los periódicos, las revistas, los cómics a las obras de ficción. Además, la televisión apenas entra en sus hábitos diarios. Finlandia presume del mayor índice de lectura de libros y prensa de Europa.

Evidentemente no se puede desligar la implicación de los padres y la familia en el éxito educativo finlandés, en los hogares finlandeses, los hijos e hijas observan como sus padres son ávidos lectores de periódicos y libros y frecuentemente van con ellos a las accesibles bibliotecas en sus horarios libres. Las familias finlandesas tienen unas actitudes hacia el subsistema escolar y el aprendizaje que condicionan su funcionamiento. Los padres finlandeses creen que la familia es más responsable que la escuela de la educación de los hijos. La disciplina es alta y se potencia el esfuerzo. En Finlandia se da un enorme reconocimiento a la excelencia y a los buenos resultados de los alumnos.

Solidaridad vs competitividad


Otra de las peculiaridades, casi única en Europa en los tiempos que corren, es la extrema generosidad que caracteriza a los estudiantes finlandeses: Contra competitividad, generosidad. “Si alguna de nosotras no ha tenido tiempo de estudiar suficiente o hay algo que no entiende, las demás se lo explicamos. Cuidamos una de otra... Si algún compañero se siente cansado y no tiene ganas de seguir todos los demás le animamos y tratamos de ayudarle”, dice la misma alumna del estudio.



Se trata de una de las claves de la equidad del sistema educativo en Finlandia. Una labor conjunta de padres y profesores que se esmeran por enseñar a sus hijos y alumnos que lo más importante no son los resultados espectaculares, el éxito individual o el agravio comparativo, sino la solidaridad hacia sus compañeros y el éxito colectivo. De hecho, las diferencias en las puntuaciones son muy escasas entre los mejores y los peores alumnos finlandeses.

Finlandia es el país donde las desigualdades consiguen ser corregidas mejor por la educación; es un país donde las diferencias de capacidad entre los chicos y chicas son las más bajas y dónde los alumnos tienen una valoración muy positiva de ellos mismos con relación a los aprendizajes. Desde el jardín de niños, los alumnos son sometidos a una serie de pruebas y los que muestran mayores desventajas dispondrán de especializadas con 5 alumnos por clase, con profesores formados a tal efecto.

No dividimos a los alumnos entre los que van mejor y los que necesitan más tiempo. Aquí todo el mundo es igual. No hay repetidores. No dejamos que ninguno se quede atrás. Si se nos presenta un problema con algún estudiante, lo tratamos inmediatamente con los demás profesores, sus padres, el director del colegio y un psicólogo”, confirma una profesora que ha colaborado con el estudio.

Alumnos, profesores, padres y administraciones; todos a una para conseguir un sistema educativo que es la envidia de Europa y un buen espejo en el que España debe mirarse con detenimiento. El impresionante éxito de la educación finlandesa está ligada a una cultura y a un pueblo que ha hecho del desarrollo de la persona humana, en todos sus componentes, la finalidad fundamental de la educación. Es esto lo que hace que todo alumno experimente el sentimiento de tener un lugar, de poder ser él mismo y de desarrollarse libremente.

Fuentes: elconfidencial, xlsemanal, fluvium.org, yorokobu

¿Por qué los humanos perdimos el pelo?

Uno de los cambios evolutivos más distintivos de los humanos respecto al sus parientes los monos es el de la pérdida del pelo corporal. Pero ¿cuándo y por qué perdimos los humanos el vello? ¿cuándo empezamos a vestirnos con ropajes? Ambas cuestiones están más allá del alcance de la arqueología y la paleontología.

En el número de este mes de Investigación y Ciencia, Nina G. Jablonski, Directora del Departamento de Antropología de la Universidad Estatal de Pensylvania, presenta un interesante artículo sobre un tema que los biólogos llevan discutiendo durante decenios: ¿porqué somos el único primate sin apenas pelo corporal?. La autora repasa las distintas hipótesis ofrecidas hasta ahora para concluir que el sudor y la optimización de la regulación de temperatura puede ser la clave de nuestra desnudez.



Todos nuestros parientes cercanos, desde los monos aulladores hasta los orangutanes, presentan el cuerpo cubierto de un denso pelaje protector. Sin embargo, en algún momento tras nuestra separación del linaje del chimpancé, la línea evolutiva humana perdió el pelo. No sabemos exactamente en que momento, dado que el pelaje no fosiliza, resultando muy difícil saber si otras especies de Homo eran tan inusualmente lampiños como nosotros.

Todos los mamíferos presentan pelaje corporal en mayor o menor abundancia, aunque la mayoría poseen una densa capa en todo el cuerpo. Precisamente, lo primero que se preguna Jablonski es sobre la utilidad del mismo, clave para comprender su pérdida. El pelo representa una valiosísima protección ante rasguños, radiación solar, parásitos y microorganismos; y especialmente, constituye un aislante frente a la humedad, el calor y el frío.

Sin embargo, algunos mamíferos -además de nosotros mismos- han reducido su pelaje corporal en respuesta a determinadas condiciones del medio: ciertas especies endógeas han perdido el pelo como adaptación a la vida subterránea; algunos mamíferos marinos como ballenas y delfines presentan la piel desnuda para facilitar la natación y la fricción. Por otro lado, los grandes hervíboros como elefantes, rinocerontes e hipopótamos han perdido el pelo corporal debido a que presentan un riesgo constante de sobrecalentamientod, dada su masa corporal (y reducida superficie disipadora de calor) y su vida en climas cálidos.

Ninguno de estos es el caso del ser humano. No somos organismos subterráneos ni acuáticos, y no tenemos una gran masa corporal comparada con la superficie disipadora de calor. ¿Porqué compartimos entonces desnudez con ratas topo, ballenas y elefantes?. Algunos especialistan han visto como única explicación el que nuestra línea evolutiva haya atravesado en algún momento del pasado, por una forma de vida donde el pelo fuera una desventaja, y ese carácter se habría mantenido hasta la actualidad.

El doctor Mark Pagel de la Universidad de Reading en Inglaterra, y el doctor Walter Bodmer del Hospital John Radcliffe en Oxford, propusieron una solución diferente al misterio. Su idea, en caso de ser cierta, va más allá explicando actitudes contemporáneas frente al hirsutismo. Los humanos perdieron su pelo corporal, sostienen, para liberarse a si mismos de los parásitos externos que infestaban su pelaje: piojos chupa-sangre, pulgas y garrapatas… y por supuesto las enfermedades que transmitían.

Una vez que la calvicie corporal surgió a través de la selección natural, sugieren Pagel y Bodmer, se vio regulada por la selección sexual, es decir el desarrollo de rasgos en un sexo que atraían al otro. Entre los recién aparecidos humanos sin pelaje, la piel desnuda podría haber actuado (como la cola del pavo real) como una señal de salud. El mensaje: “No tengo pulgas, piojos ni garrapatas” podría encontrarse presumiblemente oculto en la mente consciente tanto del emisor como del receptor.

Otro de los enigmas que permanece es el por qué tienen las mujeres menos vello corporal que los hombres. Aunque ambos sexos prefieren que el otro tenga menos pelo, la presión de la selección sexual en este caso, podría ser mayor en las mujeres, bien sea porque los hombres han poseído más poder de decisión en el pasado o porque tuvieran un mayor interés en los atributos físicos.

Sangre, sudor y lágrimas

Pero no solamente los grandes hervíboros deben preocuparse de mantener un equilibrio térmico; todos los animales deben hacerlo, y el ejercicio resulta una actividad peligrosa por el riesgo que supone de calentamiento. Muchos mamíferos de distinto tamaño han tenido que desarrollar estrategias para evitar el sobrecalentamiento: el jadeo de los perros o la poca actividad diurna de los felinos son dos remedios para el mismo problema.

En el caso de los primates, aunque lo compartimos con otros mamíferos, el mecanismo principal es la sudoración. Al sudar, la piel se recubre de un líquido que al evaporarse la refresca, incluyendo los numerosísimos capilares que la recorren por debajo a muy poca distancia. Todos los primates sudan, pero no de la misma manera. Existen tres tipos de glandulas productoras de sudor: sebáceas, sudoríparas apocrinas y sudoríparas ecrinas. La mayor parte de los animales presentan sobre todo glándulas sebáceas y apocrinas, situadas en la base de los folículos pilosos. Así, el sudor producido por estas -de naturaleza oleosa-
inpregna los pelos y al producirse la evaporación los refresca. El problema es que tras un tiempo, el pelo se enmaraña y empapa de sudor, perdiendo el sistema mucho de su eficacia.

Por el contrario, el ser humano presenta una gran cantidad de glándulas ecrinas, que producen una gran cantidad de sudor más acuoso (hasta 12 litros diarios). Además de no tener tanto pelo corporal, las glándulas ecrinas humanas no se sitúan en la base de los folículos, sino que vierten directamente en la superficie de la piel. De esta forma, la evaporación puede realizarse de forma constante y muchísimo más efectiva.



Evolucionar sudando

La clave de la pérdida del pelaje en el ser humano es una adaptación al ejercicio. Los cambios de hábitos que llevaron a nuestros antepasados a abandonar los bosques cerrados y colonizar la sabana les obligaron, por un lado, a enfrentarse a una mayor cantidad de radiación solar y, por otro, a adoptar un tipo de vida múcho más activo, donde la carrera -tanto de persecución como de huída- y el recorrido de grandes distancias, se convirtieron en factores determinantes de la supervivencia.

Esto favoreció varias de las adaptaciones que nos hacen humanos: el alargamiento de los miembros, el bipedalismo, y la pérdida del pelo corporal. Pero parece que la ausencia de pelo pudo conllevar profundas repercusiones en otras fases posteriores de la evolución humana. La capacidad de disipar una mayor cantidad de calor permitió el incremento del cerebro, que es el órgano más termosensible. De igual forma, la ausencia de pelo ha influenciado las relaciones sociales, especialmente desarrollando sistemas de comunicación puramente “epidérmicos”, como el rubor, las expresiones faciales o -entrando en el desarrollo cultural-
la pintura, los cosméticos y los tatuajes.

La piel desnuda no sólo nos refrescó, sino que también nos hizo humanos.

Fuentes: cnho.wordpress.com, maikelnai

miércoles, 14 de abril de 2010

Estudiando a los genios, ¿de qué depende la genialidad?



Decía Thomas Alva Edison que «El genio consiste en un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de transpiración»




Pero, ¿qué hay del «uno por ciento de inspiración»? sin una dosis de talento natural, no merecido ni ganado, sino regalado como don por la antojadiza fortuna, el solo esfuerzo es insuficiente para hacer un fuera de serie. Pero hace falta que la suerte esté confabulada a tu favor para ser de verdad sobresaliente; la cuestión es hasta qué punto hace falta. No tanto como habitualmente se cree, Lewis Terman, un psicólogo de la Universidad de Stanford, se dedicó, tras la Primera Guerra Mundial, a seguir la pista a un grupo de superdotados, persuadido como estaba de que el cociente intelectual era indispensable y suficiente para alcanzar las más altas cotas de virtuosismo. Por superdotado Terman entendía un individuo con un CI superior a 140, y en la segunda década del siglo pasado había ya identificado y localizado a 1.470 niños con esta codiciable señal diacrítica, a los que se conocía popularmente como «las Termitas». Terman siguió con ahínco, y hasta el final de sus días, la evolución de sus «termitas», persuadido de que entre ellos se encontraba la futura élite intelectual, política y financiera de Estados Unidos.

Pero no fue así: cuando «las termitas» llegaron a la edad adulta, Terman se topo con una triste realidad: algunos de sus niños genios llegaron a publicar libros, de hecho dos fueron magistrados, dos legisladores estatales, un prominente servidor público estatal y varios funcionarios públicos. Sin embargo, ninguno de ellos, llego a ser una figura reconocida por sus logros. Ninguno fue premio Nobel, Pritzker, Pullitzer, o algo que se le pareciere.

Amén de que el CI es una medida rudimentaria de la inteligencia está el hecho de que, a partir de cierto nivel (un CI de 120, digamos) los puntos adicionales de inteligencia cuentan cada vez menos para predecir el éxito profesional. Malcolm Gladwell hace una instructiva comparación entre el papel de la inteligencia para ser un genio y el de la estatura para ser un as del baloncesto:

Un varón que mida 1,65, ¿tiene alguna probabilidad realista de jugar al baloncesto profesional? Es muy raro. Para jugar en aquel nivel hay que medir al menos 1,85; y, si no intervienen otros factores, probablemente sea mejor medir 1,90; y si se mide 1,95, mejor todavía. Pero a partir de cierto valor la estatura deja de importar tanto. Un jugador que mida 2,05 no es automáticamente mejor que otro cinco centímetros más bajo (después de todo, Michael Jordan, el mejor jugador de baloncesto de todos los tiempos, no llegaba a los dos metros).

Un cierto umbral mínimo de inteligencia hace falta para ser un fuera de serie, pero no basta con la inteligencia; más importante incluso que ella es la dedicación intensiva a la actividad durante un tiempo prolongado: el noventa y nueve por ciento de transpiración, las diez mil horas de esfuerzo.

Existe la creencia que a mayor nivel de coeficiente intelectual (I.Q.) y mejor nivel educativo, mejores ofertas laborales, mejores ingresos y – aún cuando parezca ilusorio – mayor esperanza de vida. Pero, no creas todo lo que piensas, la correlación entre éxito y nivel de I.Q. funciona hasta cierto punto. Una vez que se ha alcanzado un I.Q. de 120, tener mayor I.Q., no necesariamente se traduce en mayor éxito en la vida.

Resulta que hay cuatro tipos de conclusiones: a) gente que por su nivel general de habilidades no puede atender la escuela (un I.Q. aproximado de 50); b) un nivel donde uno puede o no puede tener éxito en la primaria (un I.Q. aproximado a 75); c) un nivel donde uno puede o no ser exitoso en la preparatoria (un I.Q. aproximado a 105); y d) otro nivel donde uno puede o no puede terminar exitosamente una licenciatura y ser aceptado a realizar estudios de maestría o doctorado (un I.Q. aproximado de 115). Después de un I.Q. de 115, el nivel se convierte en algo relativamente poco trascendente como criterio de éxito en la vida.

Ello no quiere decir que una persona con un I.Q. de 120 no sea menos brillante, para resolver un complejo problema analítico se necesita una persona con un I.Q. de 140; pero para ser un empresario, abogado, doctor o arquitecto exitoso se requiere – después de cierto punto – mucho más que un I.Q. elevado.

Se ha descubierto que la relación entre éxito y CI funciona sólo hasta cierto punto. Una vez se alcanza una puntuación de unos 120, el sumar puntos de CI adicionales no parece repercutir en una ventaja mesurable a la hora de desenvolverse en la vida real. Una persona con un CI de 150 tiene más posibilidades de pensar eficientemente que una persona con un CI de 90. Pero una vez cruzado el umbral de 120, entonces las posibilidades se diluyen. El premio Nobel tiene tantas posibilidades de recaer en un CI de 130 como en un CI de 180.

En fin, el tamaño sí importa, pero después de cierto puntaje son más transcendentes otros criterios como el grado de ambición, las circunstancias, las oportunidades, el carácter, el carisma y el nivel socio-económico para ser notable, que el tamaño de la brillantez intelectual.

Buscando la genialidad en el cerebro

Si la genialidad fuese simplemente dependiente de una medida de gran inteligencia, seríamos capaces de identificar fácilmente a un individuo genial en sociedades como Mensa -2% de la población con CI más alto-, pero no es así.  Hay algo que se escapa a los test de inteligencia que tiene gran peso para ser lo que ser considera un genio. Una gran capacidad creativa –entre otras cosas como por ejemplo la motivación- es una de estas características que forman parte de la genialidad y que normalmente no miden los test de inteligencia. Una de las maneras de medir la creatividad es el llamado “pensamiento divergente”. El “pensamiento divergente” consiste, por ejemplo, en pedirle a los participantes que piensen en todas los diferentes usos que puede tener un objeto común como puede ser un “tetrabrik”. Los participantes en el estudio pueden dar respuestas que van desde “para lanzar por una ventana” –poco creativa-, hasta “gemelos para la camisa de un gigante” –muy creativa-. Para usar una metáfora sencilla, a la hora de pensar, los individuos creativos, tienen el pie más tiempo en el acelerador y menos en el freno en virtud de su organización del lóbulo frontal. Ahora bien, también necesitan un lóbulo frontal lo suficientemente bien organizado para lograr llevar a cabo sus ideas –que no se quede en una mera creatividad infructuosa- en un mundo agresivo y competitivo, así que la "transitoriedad" de su "hipofrontalidad" es muy importante -porque si no estarían todo el tiempo "creando" peor nunca pondrían en orden esas ideas-. El Dr. Simonton ha hecho un trabajo increíble que establece que las personas altamente creativas, genios eminentes incluso, producen un gran número de ideas: son prolíficos, tienen su pie en el acelerador; son un poco estrafalarios; los creadores de campos menos disciplinados -como la poesía, las artes visuales o la psicología- son más propensos a los trastornos mentales, en promedio, que aquellos en los campos más disciplinado -como el periodismo, el diseño o la física; y que la característica derrotista que produce un gran poema o un riff de jazz podría estar asociado con la depresión y otros trastornos asociados con hipoactividad del lóbulo frontal.  Es muy probable que una combinación de inteligencia elevada -por ejemplo CI de 120-, capacidad creativa muy alta, y variables de personalidad -como persistencia/perseverancia, tenacidad, terquedad, motivación etc- sean características distintivas de un genio. Si la inteligencia es “demasiado” alta, quizás uno se comporte de la manera "correcta" y "sepa" responder con demasiada facilidad, sin explorar las innumerables, potencialmente estúpidas, ingenuas, respuestas alternativas que caracterizan a la capacidad creativa. Por otra parte, sin la suficiente inteligencia, uno no tiene las materias primas necesarias para poner ideas juntas de forma novedosa y útil. Y unido a todo esto, sin personalidad y tendencia a "luchar contra molinos de viento" todas las grandes ideas que pueda tener el cerebro genial no saldrán a la luz, permanecerán ocultas, el implacable paso del tiempo las disolverá en el olvido, y ya nunca se producirá el brote de genialidad.

Estudiantes asiáticos y periodos vacacionales

El ensayista norteameticano Malcolm Gladwell nos recuerda que los estudiantes asiáticos de las universidades estadounidenses «tienen fama de quedarse estudiando en la biblioteca hasta mucho después de que todos los demás se hayan marchado». También tienen una reputación bien ganada de descollar en matemáticas. Esto obedece en cierta medida a que en las lenguas asiáticas, los números se nombran de forma que resultan más fáciles las operaciones aritméticas con ellos, pero también a que una parte esencial del secreto de ser bueno en matemáticas es la obstinación, la resistencia a la frustración, el no cejar en el empeño hasta dar con la respuesta acertada. Cada cuatro años se celebran los TIMSS, una olimpiada en que se examina a alumnos de primaria y secundaria de todo el mundo en matemáticas y ciencias. «Deberíamos ser capaces de predecir –asegura Gladwell– qué países son los mejores en matemáticas simplemente observando qué culturas nacionales enfatizan más el esfuerzo y el trabajo duro. La respuesta no debería de sorprenderle: Singapur, Corea del Sur, China (Taiwán), Hong Kong y Japón. Lo que los cinco tienen en común, por supuesto, es que todos pertenecen a culturas formadas por la tradición agrícola del húmedo arrozal y el trabajo significativo»



Si el trabajo terco y continuado hace mucho por el éxito académico, sería lógico pensar que la discontinuidad en los estudios aclararía en parte los motivos del fracaso escolar. Para Gladwell, la clave que mejor explica el fracaso escolar son los largos períodos de vacaciones, en los que no sólo se oxidan los conocimientos adquiridos, sino, lo que es más grave, sufren un grave deterioro los hábitos de estudio. La maestría en un arte o ciencia no se alcanza sólo con las diez mil horas famosas de dedicación; hay que recordar además que esa dedicación no debe estar cuarteada por discontinuidades temporales tan pronunciadas como las que suponen los prolongados lapsos vacacionales de nuestros estudiantes. Es más, lo que acentúa las diferencias entre los rendimientos escolares de los hijos de familias ricas y los de familias pobres –diferencias no muy significativas al comienzo de la vida académica– es que las familias ricas, pero no las pobres, se ocupan de llenar las vacaciones de sus retoños con tareas intelectuales que hagan que no pierdan la buena forma mental, mientras que los hijos de los menos acaudalados, que no pueden permitirse sufragar esta gimnasia intelectual de mantenimiento, acuden con una barriguita cervecera en sus cabezas a la reanudación de las clases.

Y es que parece ser que.. , la práctica no es algo que se hace una vez que se es bueno en algo. Es lo que se hace para volverse bueno en cualquier campo.

Fuente: Elaboración propia, laopiniondelanzarote, andresroemer.com, bitacorabeagle

domingo, 4 de abril de 2010

La mente y la pizarra en blanco

¿Nacemos con una serie de capacidades y cualidades, o somos criaturas en blanco, que adquirirán todo del exterior? ¿Qué tanto heredamos de nuestros padres y qué tanto aprendemos del entorno (familia, cultura, etcétera) en que crecemos?

La idea básica detrás de sistemas utilizados actualmente en educación y en organización política y social, es que al nacer somos pizarras en blanco, arcilla informe lista para ser moldeada de acuerdo a la voluntad de nuestros padres o de nuestras culturas. ¿Es correcta esta idea?



Esta conferencia que a continuación enlazo trata de responder a esta pregunta, y muestra que ideas que son formuladas en nuestra sociedad de forma implícita, no por ser políticamente correctas, son acertadas. Y sobre todo, que intentar comprender lo que somos, por desagradable que pueda resultar lo que aprendamos, es necesario.

De origen estadounidense-canadiense, Steven Arthur Pinker es un psicólogo evolucionista, estudioso de las ciencias cognitivas y divulgador científico. Es conocido por sus numerosas defensas de la psicología evolucionista y de la teoría computacional de la mente.

Pinker es autor de varios libros, de entre los cuales sus obras Como funciona la mente (en inglés: How the Mind Works), y La Tabla Rasa (en inglés: The Blank Slate: The Modern Denial of Human Nature) pertenecen a la escuela de la psicología evolucionista, que es llamada así porque intenta explicar el funcionamiento y la estructura de la mente a partir de la historia evolutiva del ser humano. Steven Pinker ha sido incluido por la revista Time en el club de los 100 personajes más influyentes de 2004.

Según Pinker nuestra habilidad para ver, para hablar, para enamorarnos, para temer las enfermedades, para orientarnos… entre otros muchos instintos que solemos obviar o asociar a conceptos como la razón o la cultura; también están relacionados con la configuración de nuestro cerebro que está perfectamente equipado para aprender, imitar y adquirir cultura. Nuestra mente no es sólo una pizarra en blanco donde la experiencia va dibujando lentamente todo su significado. La capacidad de amar, las emociones de la simpatía, la gratitud, la lealtad. Y todas estas emociones positivas son productos de la evolución, junto con el lado negativo de nuestra naturaleza.

La “Tabla Rasa” refuta la idea de que nuestro cerebro no es más que un libro en blanco que escribimos con las experiencias vividas. De esta forma, un sentimiento como el egoísmo deja de considerarse patrimonio de la humanidad, para convertirse en una conducta aprendida que se adopta al convivir con ella. Las diferencias entre comportamientos son entonces el simple resultado de las variantes que nos depara la vida.

La siguiente conferencia se refiere a temas desarrollados en el libro La Tabla Rasa, publicado en 2002.


Sobre Maslow y las necesidades humanas

Una vez escuché que una forma fácil de saber lo satisfecha que está una persona es valorar la diferencia que hay entre lo que ha logrado o tiene respecto a lo que espera o tiene como objetivo, cuanta más diferencia hay entre nuestra expectativa y nuestra realidad, entre lo que tenemos respecto a lo que esperamos como objetivo, más probable es que alguien se sienta insatisfecho. Parece lógico, es más fácil estar contento cuando lo que tenemos en nuestro día a día se corresponde con nuestras ilusiones.



Generalmente nuestras expectativas tienden a ser bastante altas. Si miramos a nuestro alrededor la gente por lo general lo que quiere es tener una pareja fantástica, un buen nivel de vida, si se da el caso hijos felices y bien adaptados, un trabajo en el que sentirse realizado y bien remunerado, vacaciones para disfrutar y se puede alargar la lista mucho más según la persona a la que le preguntes. Parece claro que sólo muy pocas personas tendrán o conseguirán todas esas cosas, ¿nuestra cultura nos ha impuesto unos ideales tan altos como modelo que cuando evaluamos nuestra vida siempre nos parece que falta algo?, ¿es bueno ponerse el listón demasiado alto?, ¿bajar el listón y reducir nuestras expectativas no es una forma de autoengañarse de manera que las frustraciones por no conseguir lo deseado sean menores?, ¿funciona de verdad la idea de reducir nuestras expectativas para evitar decepciones?, ¿es recomendable y sano bajar ese listón o es mejor perseverar por las ilusiones aunque el riesgo de fracaso y decepción sea mucho mayor?, las respuestas parecen complicadas.

Tal vez una buena aproximación sea aspirar a lo bueno en vez de aspirar a lo mejor u óptimo, rebajar razonablemente las expectativas y valorar que tener o ser lo mejor no siempre es necesario. Si sólo quieres lo mejor en todo tiendes a disfrutar menos, ya que es complicado vivir sintiendo la necesidad de que cada decisión que se toma deba ser la ideal. Y con ello no digo que se deba caer en el conformismo y perder las ilusiones más auténticas que todos tenemos, sino que me refiero que sólo compensa de verdad ser muy exigente en aspectos muy concretos que de verdad tengan o puedan tener influencia importante en nuestra vida y esas cosas de verdad son muy pocas. Hay infinidad de cosas prescindibles a las que otorgamos más valor del que tienen en realidad y muchas veces nos hacen vivir siendo esclavas de ellas.

Aun así hay aspectos de nuestra vida como nuestro grado de autoestima-satisfacción personal ó la calidad de nuestras relaciones personales que aunque pretendamos evitarlo siempre van a influir y a marcar nuestro día a día, se trata de necesidades casi básicas cuya importancia no podemos graduar a nuestro antojo como el dial de una radio. Hace unas cuantas décadas Abraham Maslow resumió de manera brillante la importancia y la prioridad de las necesidades humanas en su famosa pirámide, con diferentes jerarquías.



En la base de la pirámide situaba las necesidades FISIOLÓGICAS (respiración, alimentación...), más arriba desarrollaba el concepto de SEGURIDAD (recursos económicos suficientes para subsistir, seguridad física, salud). Por lo general en occidente afortunadamente casi todos tenemos esas parcelas cubiertas por lo que la siguiente categoría quizás sí empieza a ser la que más importancia tiene de cara a la satisfacción de una persona, me refiero a la jerarquía que él llamó "AFILIACIÓN" que incluye aspectos tan fundamentales como la amistad, el compañerismo, el afecto, el amor. Por lo general si alguien tiene carencias en esas facetas sentirá algún tipo de frustración ya que los humanos por naturaleza sentimos la necesidad de relacionarnos, crear vínculos con otras personas, formar parte de un grupo y sentirnos valorados y queridos dentro del mismo, incluso los caracteres menos dados a la socialización lo necesitan. Más arriba, en la cuarta categoría indicada por Maslow, estaría la jerarquía del "RECONOCIMIENTO" que nos habla acerca de la importancia de nuestra propia autoestima así como del trato y el respeto que los demás nos ofrecen, no tener bien cubierta esa parcela puede desembocar en una baja autoestima, frustración y quizás complejo de inferioridad. Finalmente en la parte alta de la pirámide aparece la jerarquía de menor importancia relativa, la de "AUTO-REALIZACIÓN".

La pirámide de Maslow y en concreto su tercer y cuarta jerarquía (doy por supuesto -y quizás es mucho suponer dado el periodo de crisis económica que vivimos- que las dos primeras las tenemos cubiertas) indica los aspectos sobre los cuales difícilmente podremos abstraernos y evitar que influyan en nuestro estado de ánimo. Son aspectos necesarios para el bienestar emocional del ser humano y si nuestras necesidades de "afiliación" o "reconocimiento" no están bien cubiertas y representadas, a corto, medio o largo plazo terminarán por reflejarse en nuestro temperamento y estado anímico.

Maslow llama a todos estos cuatro niveles anteriores necesidades de déficit o Necesidades-D. Si no tenemos demasiado de algo (tenemos un déficit), sentimos la necesidad. Pero si logramos todo lo que necesitamos, no sentimos nada. En otras palabras, dejan de ser motivantes. Como dice un viejo refrán latino: “No sientes nada a menos que lo pierdas”.



Las necesidades más altas ocupan nuestra atención sólo una vez se han satisfecho necesidades inferiores de la pirámide. Yo puedo tener como expectativa o ilusión remota el hacerme millonario, comprarme un buen coche o irme de vacaciones a las Seychelles, pero si no se concreta raramente me afectará de verdad ya que es una expectativa que supone ser la guinda a otros aspectos de tu vida. No sucede lo mismo si no te sientes valorado en tu trabajo, sientes que los demás no te respetan como deberían.

En este punto es importante resaltar que si pensamos que nuestra vida estará libre de dificultades o momentos bajos nos equivocamos, eso es algo que formará parte de la vida de casi todos, en un momento u otro, las malas rachas ocurren y no queda más remedio que afrontarlas y aprender a convivir con ellas. Haciendo un balance nos encontraremos con que tenemos de vez en cuando algunos días excelentes, de vez en cuando algunos días malos, y luego una gran mayoría de días "promedio" o normales. La mente humana no está diseñada directamente para ser feliz, eso evolutivamente no importa mucho, lo que le importa a nuestro cerebro es que sepamos sobrevivir, y hasta hace pocas generaciones la gente no podía permitirse el lujo de quejarse porque no estaba contenta... ya que lo que estaba en peligro era su vida y "llegar a viejo".

Lo que a mí me hace feliz a otra persona es muy probable que a no le suponga una gran mejoría y es que las personas aunque compartamos rasgos comunes tenemos motivaciones e ilusiones diferentes, por eso es necesario buscar y saber que tipo de vida es buena y necesaria para uno, no todos somos iguales, muchos necesitan tranquilidad y pisar "suelo firme", en cambio otros necesitan inyectar a su vida constantemente gotas de adrenalina. Hay que saber que tipo de vida nos proporciona más bienestar y satisfacción. Incluso para una misma persona, sus prioridades pueden variar a lo largo de su vida. Cuanto más rica sea nuestra vida en ilusiones más lo agradecerá nuestro estado anímico, las ilusiones son los motores de nuestro estado de ánimo; pueden ilusionarnos seres humanos o relaciones humanas especialmente, pero también podemos entusiasmarnos con la investigación científica, la lectura, la música, el cine, el deporte, el trabajo cuando es vocacional, la buena mesa, el obsesivo placer de un hobby...

Pero la felicidad o infelicidad no se puede estirar hasta el infinito y más allá. Todos vivimos en una franja similar, acotada por nuestra realidad cotidiana, nuestra historia y las expectativas de cara al futuro. Estudios psicológicos han demostrado que tanto las personas que han tenido un golpe de suerte repentino (una herencia o el gordo de la Lotería) como quienes han sufrido una tragedia (quedarse parapléjico en un accidente) retornan al cabo de tres o cuatro años al mismo nivel de satisfacción vital en el que se encontraban antes del acontecimiento. En otras palabras, sus circunstancias externas han redibujado la regla de las expectativas pero su felicidad relativa se ha comportado como una goma elástica que, de pronto, recuperara su tamaño y forma original.

Fuente: Elaboración propia

sábado, 3 de abril de 2010

¿Cómo podemos comparar la cultura de dos países?

Tendemos a pensar que las personas en todo el mundo nos comportamos igual, pero esto en realidad no es así.

Se ha demostrado que ciertos rasgos culturales como, por ejemplo, las actitudes hacia la autoridad, o la igualdad, difieren de una localización a otra e influyen en el comportamiento empresarial y social. Las diferencias entre países se manifiestan también en aspectos tan relevantes para el funcionamiento de la economía y de las empresas como es el nivel de corrupción. ¿Cuál es el papel concreto que desempeña la cultura en el comportamiento ético de los países?



Países como Finlandia y Dinamarca, desarrollados y con altos niveles de renta y de competitividad, presentan niveles reducidos de corrupción; pero lo que resulta más significativo es que en las culturas de estos países predomina una actitud de rechazo a las desigualdades y de apoyo a la equidad.



Uno de los autores mas leídos al respecto y referente en este tema es el profesor Alemán de Maastricht University, Gerard Hendrik Hofstede que elaboro cinco índices culturales que se conocen como los índices culturales de Hofstede:

Índice individualismo – colectivismo (IDV)

Es el índice que se refiere al grado en que los individuos se relacionan con el grupo. Existen culturas que son mas individualistas, en el que los lazos mas cercanos se están perdiendo. Como también existen culturas donde son mas colectivistas (no se debe entender la palabra colectivista en el sentido político), en la que los lazos son mas estrechos, la lealtad con su grupo o en este caso su entorno familiar, abuelos, padres, primos, tíos, es muy fuerte así como también sus miembros, se ayudan mutuamente y se protegen.

Índice de distancia de poder económico y social (PDI)

En este caso se mide la tolerancia a la desigualdad. Cuando la calificación es mas elevada, es debido a que las sociedades son mas jerárquicas, existen privilegios. En el caso de la calificación baja, se trata de culturas en donde se valora la igualdad y consideran que el conocimiento y el respeto son la fuente de poder. Como premisa todas las sociedades son desiguales, pero hay algunas que son mas desiguales que otras.

Índice de incertidumbre (UAI)
Mide si las sociedades son tolerantes a la incertidumbre y a la ambigüedad de sus miembros. En la calificación elevada, esta sociedad esta preocupada por la seguridad y respeta las reglas. En la calificación mas baja la sociedad admite las desviaciones, lo diferente de lo usual, situaciones desconocidas, etc.

Índice masculinidad feminidad (MAS)
Se refiere a la distribución de los roles entre los géneros. El valor del rol de la mujer y del hombre en distintas sociedades difiere mucho. Las mujeres en estas culturas feministas, tienden a tender roles y valores en igual medida que los hombres. Por el contrario en sociedades masculinas el rol de la mujer es menor.

Índice orientación al largo plazo (LTO)
Las sociedades orientadas al largo plazo, se le vinculan con valores como la prudencia y la perseverancia en cambio las sociedades orientadas al corto plazo, se le vinculan con valores como el respeto a las tradiciones, cumplidores de las obligaciones sociales y culturas en las cuales se protegen unos a otros.


Estos cinco ejes culturales son considerados como las dimensiones nacionales de los programas mentales de una nación. Para cada dimensión Hofstede desarrolla una medida que permite cuantificarla, esto es, se expresa en un número, que indica la posición de un país en cada dimensión en relación a otros países. La cuantificación es una forma de simplificar la información compleja. En definitiva, el autor elaboró los números para más de 50 países definiendo diferentes regiones culturales.

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Simplemente como modo de ejemplo podemos comparar las diferencias significativas entre la cultura danesa y la española





Las sociedades más honestas se caracterizan por una reducida distancia al poder y una orientación individualista de su cultura. No se encuentran diferencias estadísticamente significativas, entre países honestos y aquellos que no lo son, en aversión a la incertidumbre y el carácter masculino o femenino de su sociedad.

La distancia al poder tiene su origen en el sistema de valores de los miembros de una sociedad. Son las personas las que aceptan que exista desigualdad. En los países con una elevada distancia al poder las personas valoran su estatus, y los que tienen distinto estatus se muestran socialmente separados. Por el contrario, cuando la distancia al poder es reducida las personas se sienten iguales; se pone el énfasis en el poder legítimo (en la autoridad) y no en el poder coercitivo que describe a las sociedades con una elevada distancia al poder. Suecia, Dinamarca,
Finlandia,…etc son sociedades con una reducida distancia al poder.

Combinando, en un solo gráfico, distancia al poder e individualismo, de acuerdo con la puntuación de Hofstede obtenemos un mapa de posicionamiento para los 49 países analizados. El eje vertical representa la distancia al poder (más distancia al poder se sitúa en la parte superior del eje y menos en la parte inferior) y el eje horizontal representa el nivel de individualismo (a la izquierda del eje menos individualismo y derecha más individualismo).



Cuando aumenta el individualismo se reduce la distancia al poder, es decir disminuye la aceptación social de la desigualdad. Las diferencias de comportamiento ético de los países tienen poco que ver con su posición geográfica (norte-sur, oriente occidente) y mucho con la mentalidad, con la forma de pensar de los ciudadanos.


Fuentes: Elaboración propia, redunirse.org, geert-hofstede.com

viernes, 2 de abril de 2010

Las experiencias nos hacen más felices que las cosas que compramos

Una investigación realizada por psicólogos de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, ha revelado las razones por las que la búsqueda de la felicidad se encuentra más en nuestras vivencias que en los objetos materiales que podamos adquirir. Según los científicos, los bienes adquiridos dejan de satisfacernos pronto por las comparaciones que se hacen con los bienes de otros y, también, por nuestra capacidad de adaptación, que hace que enseguida nos acostumbremos a lo nuevo. Por el contrario, la satisfacción de las experiencias permanece más fácilmente con nosotros.



La felicidad que obtenemos al disfrutar de unas vacaciones o hacer ejercicio físico, como montar en bicicleta, es inicialmente grande, y sigue creciendo cuando recordamos nuestras experiencias. Por el contrario, la felicidad que sentimos cuando compramos un coche nuevo, una televisión de pantalla plana o cualquier otro objeto tiende a desaparecer rápidamente. Esto es lo que sugiere un estudio realizado por dos psicólogos de la Universidad de Cornell, en Estados Unidos, que afirman que hay varias razones por las que los humanos obtenemos un placer mayor y más duradero de las experiencias que vivimos que de los objetos que adquirimos.

Thomas Gilovich y su colaborador, Travis J. Carter, publicarán pronto los resultados de la presente investigación en la revista especializada Journal of Personality and Social Psychology.

En un comunicado de la Universidad de Cornell, Gilovich adelanta que una de las razones para esta diferencia en la felicidad obtenida de experiencias o de objetos comprados radicaría en que “las experiencias son menos comparables que los objetos y, por tanto, están menos sometidas a las comparaciones sociales odiosas, ante las que no son tan vulnerables”.

Las vivencias nos resultarían, por tanto, más satisfactorias porque son más difíciles de comparar con las experiencias de otros, dado que pertenecen sólo a aquéllos que las han vivido.

Por el contrario, la gente puede sentirse menos satisfecha con sus adquisiciones materiales porque se tiende a pensar mucho en lo que “se podría tener” (un mejor modelo, un mejor precio…), una vez que se ha hecho una compra.

Nos adaptamos a los objetos

Según los científicos, los consumidores emplean más tiempo en pensar sobre los objetos materiales que no eligieron que el que dedican a comparar sus experiencias con las de otros.

Otra razón que marca la diferencia entre la satisfacción que obtenemos al comprarnos algo o la que obtenemos al disfrutar de una experiencia es, sorprendentemente, nuestra capacidad de adaptación.

Gilovich afirma que “existen muchas investigaciones sobre el bienestar y la felicidad que demuestran que nos adaptamos a la mayoría de las cosas”.



Por eso, cuando compramos algo nuevo, nuestra adquisición nos hace felices inicialmente, pero enseguida nos adaptamos a ella, lo que termina con la felicidad que nos proporcionaba.

En cambio, otro tipo de gastos, los que dedicamos a proporcionarnos ciertas experiencias –como un viaje-, no se ven sometidos a esta capacidad de adaptación.

Hace unos años, Givolich realizó diversos estudios en los que se demostró que la gente obtenía generalmente más felicidad de sus experiencias que de sus posesiones. En esta investigación reciente, el psicólogo y su colaborador han tratado de descubrir porqué.

Para ello, realizaron ocho estudios distintos, según explican los investigadores en el artículo del Journal of Personality and Social Psychology.

En uno de los estudios, constaron que los participantes se sentían menos satisfechos con sus adquisiciones materiales porque tendían más a pensar en las opciones que otros habían escogido, y que ellos mismos podrían haber escogido también.

Un segundo estudio reveló que los participantes buscaban el mayor rendimiento cuando elegían algo. Cuando seleccionaban sus experiencias, por el contrario, buscaban su propia satisfacción.

Por otra parte, en otro estudio se constató que los participantes examinaban más las adquisiciones materiales no escogidas que las experiencias que no habían seleccionado.

En el resto de los estudios, se demostró que la satisfacción de los participantes por sus adquisiciones materiales se reducía por las comparaciones con otras opciones disponibles, con las mismas opciones a precios distintos, y con otras opciones escogidas por otros participantes.


Políticas para la felicidad

En general, explica Gilovich, las comparaciones visibles reducen la satisfacción que nos producen los objetos materiales que compramos. Por el contrario, si comparamos experiencias, aunque sean similares –como un viaje a un mismo lugar- cada una de estas experiencias resultan únicas y, por tanto, el placer que producen no es fácilmente reducible por comparación.

Los resultados de la presente investigación sugieren que, dado que la gente obtiene más felicidad de sus experiencias que de sus posesiones, deberían llevarse a cabo políticas que desarrollen los recursos necesarios para asegurar que la población disfrute de diversas experiencias.

Por ejemplo, no se puede hacer senderismo si no hay rutas o no es fácil ir en bicicleta por la ciudad si no hay carril específico para bicicletas.

Según Gilovich, si este tipo de cosas es lo que hace que las personas disfruten más y durante más tiempo, se deben crear comunidades que cuenten con parques, senderos e instalaciones en los que las experiencias que nos hacen felices puedan desarrollarse.


Fuente: Tendencias21

lunes, 29 de marzo de 2010

Nuestro cerebro altruista

Creíamos que el ser humano era el único animal capaz de sentir empatía. Sin embargo, el altruismo existe en muchos otros animales. Estar conectado con los demás, entenderlos y sentir su dolor no es exclusivo del ser humano. El primatólogo Frans de Waal, gran estudiador de las emociones animales, habla sobre empatía y simpatía, capacidades clave para el éxito en la vida social.




Fuente

El cerebro no distingue entre dolor físico y emocional

Importa más el impacto de los sentimientos abstractos que los físicos y concretos de la sed o el hambre. Los dolores causados por motivos sociales –como un desamor– o los placeres de igual naturaleza –como aprobar una oposición– activan idénticos circuitos cerebrales que los estímulos fisiológicos, básicos para sobrevivir, como la práctica del sexo.

Se está confirmando, pues, una sospecha que teníamos en el sentido de que el cerebro trata con la misma deferencia o indiferencia, según se mire, experiencias sociales y abstractas como una falta de reconocimiento social y conductas físicas tan concretas como saciar el hambre o morir de sed.



Ya lo dicen las canciones y los poemas: el amor duele. Pero ahora, gracias a la nueva tecnología, los científicos están confirmando que el sufrimiento emocional realmente puede doler físicamente.

El cerebro procesa el dolor físico en la corteza cingular anterior, y también el dolor emocional. Las nuevas investigaciones cerebrales revelan que la misma parte del cerebro que procesa el dolor físico también se encarga de procesar el dolor emocional.

Y esto explica, afirman los expertos, que de la misma forma como una lesión física puede causar dolor crónico, mucha gente nunca se recupera de una herida emocional. El dolor emocional, sabemos, puede adquirir muchas formas. Puede ser la ruptura de una relación, la exclusión social, o la forma más extrema que es la pérdida de un ser querido.

Muchas personas que han experimentado este tipo de dolor extremo a menudo hablan de "un dolor en el pecho", "un vacío debajo del esternón", o de pensar que se están volviendo locos por tanto dolor.

"La gente que ha sufrido daños emocionales a menudo traduce ese dolor en algo físico", afirma el profesor David Alexander, director del Centro de Investigación de Trauma en Aberdeen, Escocia y quien ha ayudado a sobrevivientes de desastres, incluidos en tsunami en Asia y la guerra de Irak.

Se cree que el dolor físico y el dolor emocional están relacionados de esta forma porque las relaciones sociales son cruciales para nuestra supervivencia como especie.
Enfrentado a una situación de peligro, un hombre solo tiene menos posibilidades de sobrevivir que un grupo de humanos. "El sistema de uniones sociales está muy vinculado al sistema de dolor físico para asegurar que el ser humano permanece conectado de cerca a los otros", "Cuando se nos separa de una relación, o un grupo nos rechaza, es muy doloroso así que intentamos evitarlo".

El dolor físico es una advertencia de nuestro organismo para no hacer algo que nos hace daño, por ejemplo, caminar con un tobillo o una pierna rota.

El dolor emocional, afirman los expertos, también puede ser una advertencia, por ejemplo, para no volvernos a acercar a cierto tipo de hombre o de mujer que nos puede herir emocionalmente.

Y de la misma forma como el dolor físico puede volverse crónico, también ocurre los mismo con el dolor emocional.

"Una persona tiene mayor riesgo de morir en los seis meses después de que perdió a un ser querido" afirma el Martin Cowie profesor de cardiología del Hospital Brompton, en Londres. "Y esta tendencia ocurre más entre los hombres", agrega. Esto se debe a que la gente que sufre una muerte cercana tiene más probabilidad de tener un accidente o de sufrir un infarto o embolia. Porque las hormonas que están involucradas en el estrés de la pérdida de un ser querido aumentan las posibilidades de que ocurran estos eventos.

Lo que está sugiriendo la ciencia, ni más ni menos, es que el mundo de los sentimientos y la historia del pensamiento inciden en el corazón de la gente en no menor medida que una hambruna o el calentamiento global. ¿Entonces por qué nos ocupamos menos de los primeros que de los segundos?

Y, si eso es cierto, deberían matizarse muchas de nuestras convicciones o, cuando menos, alterar lo que yo llamo nuestra “estrategia de compromisos”. No es seguro, por ejemplo, que nuestra supervivencia dependa en mayor medida del famoso cambio climático que de nuestro reconocimiento individual por el resto de la sociedad; de saber, en definitiva, si me odian o me aman.

Una cría de chimpancé se aferra a su madre. El cuidado parental juega un papel esencial en el aprendizaje de los mamíferos. Esta característica, ha valido a los mamíferos (humanos incluidos) su éxito evolutivo.

El misterio no desvelado todavía es por qué el cerebro trata igual la necesidad afectiva que la física. Todo el mundo entiende que la falta de alimentos y de agua o las temperaturas extremas causan dolor. Pero ¿por qué utiliza el cerebro el mismo sistema neurológico para abordar privaciones y recompensas físicas que privaciones y recompensas morales?

Un equipo de científicos liderado por H. Takahashi de la Universidad de California, en Los Ángeles, sugiere que existen razones evolutivas de supervivencia de la especie que explicarían dicho comportamiento. En los mamíferos –y muy particularmente en los humanos– es muy elevada la dependencia de los recién nacidos, que llegan al mundo desprovistos de los mecanismos necesarios para sobrevivir por su cuenta. El precio pagado por disfrutar de una inteligencia mayor que el resto de los mamíferos cuando se es adulto implica dedicar los siete primeros años de la vida al aprendizaje y a formar la imaginación, en régimen de todo cubierto, por supuesto, incluidos los gastos sanitarios.

Sin la dedicación de un cuidado específico, ningún recién nacido podría sobrevivir. En este sentido, los sentimientos sociales preceden la cobertura de las necesidades físicas y concretas, como dar de comer, calmar la sed o proporcionar la temperatura adecuada. Es muy discutible que sin esos sentimientos sociales pudiera darse luego la compensación física necesaria para sobrevivir. El cerebro acierta en dar a los primeros la misma prioridad que a la segunda. Esta vez, la evolución optó por la alternativa adecuada. Ahora, sólo hace falta que todos nosotros nos comportemos de igual manera.

Fuentes: BBC, eduardpunset.es

sábado, 20 de marzo de 2010

La imperfección de la perfección



“If you want to ride the ultimate wave, you have to be willing to pay the ultimate price.” (“Si quieres surfear la mayor de las olas tienes que estar dispuesto a pagar el mayor de los precios”).

A los 19 años, Mark Foo era un surfista profesional, uno de los grandes del ISP World Tour; pero sólo tres años después decidió abandonar la competición para surfear olas gigantes en Waimea, Hawaii y dedicó su vida a perseguir la ola inalcanzable.

La física de coger olas tiene que ver con variables y principios básicos como: velocidad de la ola, velocidad del surfer, tamaño de la ola, longitud de la tabla, energía cinética, etc… Teniendo en cuenta estas variables dentro de las ecuaciones, se llega a deducir que a partir de un tamaño de entre 12 y 15 metros es imposible subir o entrar en la ola de la manera tradicional, o sea “remándola”. Con esa altura, las olas se mueven a una velocidad de mas de 40 kilómetros por hora, y tus pocas posibilidades son:

1.-No llegar a la ola y que te pase por debajo
2.- Caer a plomo, cuando ya ha roto, bajo toneladas de agua (con muchas posibilidades de romperte el cuello, no sería el primero al que le pasa)
3.- En el límite del tamaño de ola y dependiendo de la longitud de la tabla, aunque consiguieras hacer el “take-off”, la inercia que te proporciona tu remada no te proporciona energía suficiente para deslizarte a la velocidad necesaria por la ola, y esta acabaría atrapándote.

Los surfers de olas gigantes lo saben, y ahora surfean esas olas con la ayuda de motos de agua, lo que se llama “tow-in” surf, pero para Mark Foo ese era el reto: subirse en la ola imposible sin ayuda. Y es a eso a lo que dedicó su vida.

El 23 de diciembre de 1993, murió en un accidente surfeando una ola gigante en Mavericks, tal vez la ola mas famosa de la costa de California.

Ahora una historia mucho menos mítica:

En 1997, y tras muchos años de afición, me apunté a una escuela de ajedrez con el maestro Yan, donde estuve un par de años estudiando y compitiendo. Empecé a comprar montones de libros sobre aperturas, medio juego, problemas, defensas, sacrificios…Pasaba horas analizando finales y celadas, ensayando con el ordenador y resolviendo esos problemas del periódico que dicen “juegan blancas y ganan”. Tras dos años de intensísmo estudio y entrenamiento al límite, conseguí llegar a ser un jugador…lamentable

No exagero.

Jugaba cientos de partidas de todo tipo al mes: “Blitz” (rápidas); sin límite de tiempo; contra el ordenador; en la escuela o en campeonatos… y acabé entrando en un bucle obsesivo intentando ganar partidas imposibles. Si jugaba una partida y la ganaba era porque, o bien había tenido suerte o bien era mejor jugador que mi contrario, y ambos casos hacían de la partida algo insatisfactorio. Por otro lado, si jugaba una partida y perdía me sentía fatal por no conseguir ganar a alguien mejor que yo. En resumen: si ganaba, perdía, y si perdía, perdía.

La diferencia entre el caso de Mark Foo y la del lamentable jugador de ajedrez es obvia. La primera es la historia de un ser único. La segunda es una versión exagerada de la de aquellos que se retan a ser los mejores y al no serlo se frustran por el camino. Ambas historias hablan de la búsqueda de la perfección, pero la primera habla de la perfección como viaje y la segunda habla de la perfección como meta. Ambas, aunque salvando las distancias, son historias tristes porque, por desgracia, la gran mayoría de las veces alcanzar ese objetivo imposible conlleva un peaje elevadísimo.

La cuestión, en términos generales, no es si debemos aspirar a la perfección o no, sino cómo buscarla. Cuando estás dedicado en cuerpo y alma a hacer algo, ya sea un cuadro, un diseño, una serie de televisión o una empresa, la búsqueda de la perfección suele ser un peligroso compañero. Si no se consigue tomar la suficiente distancia como para saber parar a tiempo y permitirse el fracaso, lo que aparentemente era una motivación para sacar lo mejor de tí, puede convertirse en el principio básico de muchas desilusiones.

La curva del proceso de creación es muy gratificante y avanza muy rápido en el corto plazo, pero a partir de ahí, las pequeñas mejoras generadas por la obsesión de la perfección suelen ser poco rentables en términos esfuerzo/resultado. Peor aún, si sigues profundizando más y más en llegar a esa inalcalzable perfección (inalcanzable porque cuando llegas a ella inmediatamente quieres ir más allá, y el proceso se reinicia), es probable que en un momento dado te “ilumines” y todo lo que has hecho se desmorone, porque de pronto, “de manera objetiva”, te parece que lo que has creado es basura y carece de sentido.

Intentar alcanzar la perfección es la historia de intentar llegar al horizonte, a un punto que se mueve, a un lugar que no existe. En términos generales lleva a la ineficiencia y al sufrimiento, salvo que seas muy consciente de que sólo es el “drive” que te mueve y no el destino que te espera. Una buena máxima sería mantenerse en la búsqueda de la perfección, pero sólo mientras el viaje merezca la pena.

Fuente

El secreto de la música de los centros comerciales

A nuestro alrededor suena música a todas horas. Si no es a través de los cascos de nuestro reproductor de mp3, entonces es en el ascensor. Sin embargo, hay un tipo de música, el hilo musical que suena mientras hacemos la compra, que no es tan insignificante como parece. La música que suena en los centros comerciales no sólo es relleno acústico para el silencio. Tampoco está orientada a hacernos más llevadera la estancia.



Los secretos de la música de los centros comerciales tienen fuertes componentes maquiavélicos. Porque afectan a la conducta. Y a las ventas.

La corporación Muzak empezó a comercializar bandas sonoras para tiendas y ambientes de trabajo en 1928, cuando el general de los Estados Unidos George Squire, fundador de la compañía, descubrió cómo transmitir música a través de la línea telefónica.

Desde entonces, Muzak se ha sofisticado enormemente tras acabalar toda clase de conocimientos acerca de cómo influye la música en nuestras emociones, conductas de compra, movimientos físicos, velocidad de masticación y capacidad de razonamiento. A día de hoy, pues, Muzak ya ofrece 16 canales musicales diferentes.

La filosofía directriz de la compañía es “vender productividad”.

Los clientes de las tiendas que hacen sonar música Muzak por si hilo musical dedican un 18 % más de tiempo a las compras y realizan un 17 % más de adquisiciones.

Una detallada investigación sobre el ritmo, el tono y el estilo de la música ha revelado que una selección cuidadosa de sonidos puede tener un impacto significativo sobre el consumo, la producción y otras conductas cuantificables. Las ventas de ultramarinos aumentan un 35 por ciento si los establecimientos emiten la música Muzak a ritmo más lento. Los restaurantes de comida rápida utilizan música Muzak con una cadencia mucho más rápida para incrementar la velocidad a la que los clientes mastican. La ropa de colores llamativos se vende mejor en tiendas con música de discoteca, y los artículos baratos se encuentran en los entornos más ruidosos para que los clientes dediquen menos tiempo a examinar la calidad de la mercancía.

Los efectos del hilo musical en el consumidor están tan asumidos que ya no se discuten ni siquiera si tienen efectos o no, sino qué efectos se deben potenciar o no para alcanzar las mejores ventas. El psicólogo David Hargreaves lo explica así:

Según la mayoría de la gente, el tiempo vuela cuando te estás divirtiendo… pero si te gusta la música y te concentras en ella, el tiempo pasa más lentamente. La música que no te gusta hace que el tiempo se contraiga y la música hace que la percepción del tiempo aumente. Al vendedor se le plantea un dilema: ¿es preferible utilizar la música para hacer más agradable la tienda o para hacer sentir a la gente que el tiempo pasa rápidamente?

"Hay estudios que ponen de manifiesto que hay una relación entre ciertos parámetros de la música y determinados hábitos del consumo", explica Benjamín Sierra, profesor del departamento de Psicología Básica de la Universidad Autónoma de Madrid.

Un estudio comprobó cómo en una tienda de vinos de Francia los clientes, si escuchaban música clásica de fondo, tendían a comprar vinos más caros. "También hay estudios que señalan que en los restaurantes, con una música más lenta y agradable, los comensales permanecen más tiempo y son proclives a dar propina", agrega Sierra. Aunque aclara que la influencia de la música en la incitación al consumo hay que ponerla en el contexto de lo que él llama "el ambiente físico del consumo": los colores del establecimiento, la decoración o la iluminación.

En algunas tiendas, además, los responsables tienen el aire acondicionado puesto alto para que la gente no se pare demasiado y circule. Todo está estudiado.

Más de 2.600 empresas de moda disponen de hilo musical en España para estimular las compras, las empresas usan música de ritmos suaves cuando hay pocos clientes en los establecimientos para invitarles a quedarse, mientras que los ritmos más rápidos sirven para momentos en que la afluencia de la clientela es masiva, para que la compra sea más dinámica y evitar así aglomeraciones.

"Hay una hipótesis que señala que no es la música la que ejerce un efecto directo sobre el consumo, sino que genera estados de ánimo positivos, como la euforia, o negativos, como la melancolía, y eso es lo que hace que el cliente consuma un producto u otro", afirma el profesor Benjamín Sierra. "También ocurre que una marca usa una música determinada en su campaña de publicidad y luego la reproduce en sus puntos de venta. Eso tiene varios efectos, como potenciar una actitud favorable al producto o activar la memoria", agreg

El sonido del silencio es una oportunidad de venta desaprovechada.

Fuente

domingo, 7 de marzo de 2010

Cualquier tiempo pasado..., ¿fue mejor?

No es poca la gente –incluso gente muy joven– que sustenta la idea de que existió un tiempo en el pasado donde la gente vivía felizmente, hasta libremente, en una especie de mundo bucólico y sencillo sin las preocupaciones, presiones y condicionantes del presente. Unos pocos (cada vez menos) siguen creyendo que todo tiempo pasado fue mejor, mientras otros consideran que en algún punto de nuestra historia existió una época dorada, un paraíso terrenal estropeado por nosotros mismos, por nuestra codicia, nuestra cerrazón o nuestra maldad.




Pero la realidad es que más allá de vanos idealismos, el pasado era un lugar donde ni tú ni yo querríamos permanecer más de una semana, en plan turista temporal, ni por asomo. El pasado era un lugar horrible para vivir, un tiempo de mugre, piojos, dolor de muelas, tiranía, superstición, ignorancia, plagas, niños muertos y mamás adolescentes muertas con ellos.

Vidas breves.

Hasta la llegada de la medicina moderna, la tasa de mortalidad infantil en todo el mundo oscilaba entre el 20% y el 30%, llegando al 40% en épocas de hambruna, guerra o plaga. Estas cifras se mantuvieron así hasta entrado el siglo XX en lugares de orden social tradicional donde la ciencia médica tardó en penetrar. Las causas más frecuentes eran las infecciones otorrinolarigológicas, la difteria, el sarampión, la viruela y la rubéola, con ayuda de la anemia. Uno de cada cinco niños nacidos vivos no llegaba a la adolescencia en el mejor de los casos, y normalmente uno de cada tres. Esta es una cifra peor que la del peor infierno del Tercer Mundo presente, donde al menos llega algo de penicilina y algunas vacunas de vez en cuando.

Vamos a expresarlo gráficamente. Toma una hoja de papel y escribe en ella los nombres de diez niños que conozcas. Ahora tacha dos. O tres. O hasta cuatro, en un año malo. Ese era el riesgo de nacer hasta aproximadamente la segunda mitad del siglo XIX en el mundo más desarrollado, y mediados del XX en el resto. Un motivo central de la tendencia a tener muchos hijos presente en todas las culturas es que al menos un porcentaje de ellos sobrevivieran para mantenerte cuando fueras viejo, antes de que existieran las pensiones de la Seguridad Social.

Si lograbas sobrevivir a estas tasas de mortalidad infantil, causadas por la poca diversidad y seguridad alimentaria, la falta de higiene y asepsia y la ausencia de antibióticos y vacunas, entonces era posible que llegaras a vivir hasta los 60 o 70 años; incluso, en algunos casos, hasta avanzada edad. Pero si eras chica, tus probabilidades de que tal cosa sucediera sufrían un nuevo hachazo: las probabilidades de morir en el parto oscilaban entre el 1% y el 40%, normalmente de hemorragia, obstrucción o fiebre puerperal, cuando no de aborto casero. Esto es, a partir de los 12 o 13 años, en cuanto llegaba la pubertad, porque eso de empezar a reproducirse con 18 o más años es otra invención de la era moderna, una excepción en la historia humana.

Si sobrevivías a la infancia y no te mataba la guerra o la peste o la fiebre puerperal o cualquier mal aire, es posible que vivieras un buen puñado de años. Cómo los vivirías es otra cuestión.


Piojos, malaria, tos sangrienta y dolor de muelas.

Se oye con frecuencia que la caries es una enfermedad de la civilización, vinculada a las dietas que asumimos cuando inventamos la agricultura y nos sedentarizamos. Es cierto que la agricultura y la sedentarización, aunque dieron lugar a las civilizaciones, fueron una muy mala idea para quienes las padecieron: la esperanza de vida media de 33 años que habíamos gozado cuando éramos nómadas, en el Paleolítico Superior, colapsó a menos de 30, más bien 25 o 28 y a veces 18, como en la Edad del Bronce. Es incluso probable que las poblaciones nómadas tuvieran que ser sometidas y sedentarizadas por la fuerza. Ocurriera como ocurriese, hacinarse en esas marismas insanas que llamamos tierras fértiles empeoró la mortalidad y la calidad de vida de casi todo el mundo, hasta aproximadamente el siglo XX. La caries, ciertamente, se multiplicó y agravó enormemente durante el Neolítico, con la agricultura y la sedentarización.Y nadie sabía cómo combatirlas, la única posibilidad era arrancar el diente, pero quedarse desdentado en aquellos tiempos tampoco era una idea muy buena, así que muchas veces se retrasaba hasta que dejaba de doler, conduciendo a infecciones maxilares mucho más severas. La historia de la humandidad es una historia de gente desdentada, con constantes dolores de muelas y graves abscesos faciales, a la que el aliento le olía peor que una alcantarilla. Sin analgésicos, ni antibióticos, ni nada parecido a la cirugía dental y maxilofacial contemporánea.

Otra consecuencia perversa de la sedentarización fue el surgimiento de la tuberculosis, en este caso gracias a un bacilo frecuente en la ganadería. Probablemente se trate de la primera enfermedad de que tuvimos consciencia como un estado específico: en Egipto ya tenían hospitales especializados en su tratamiento allá por el 1.500 a.C. Con dudoso éxito, pues parece que tanto el faraón Akenatón como su esposa Nefertiti murieron por causa de la tisis, su nombre tradicional en castellano; si unos emperadores considerados como dioses morían así, puede imaginarse lo que esperaba al pueblo llano. En la India, los brahmanes tenían prohibido casarse con ninguna mujer cuya familia tuviera un historial de tuberculosis, lo que tampoco resultaba muy eficaz. Durante el siglo XIX, la llamada Peste Blanca se comía a las jovencitas y no pocos jovencitos y no tan jovencitos por millones, dando lugar a uno de los temas más característicos en el Romanticismo.

La malaria es otra vieja compañera, sólo recientemente erradicada en los países desarrollados, vinculada también a las aguas estancadas y sus mosquitos, los campos de cultivo y la sedentarización. En la Roma clásica, la malaria, la tuberculosis, el tifus y la gastroenteritis se ventilaba cada año a unos 30.000 ciudadanos en los meses enfermizos de julio a octubre.

Inseguridad alimentaria.

Por otra parte, ni nómadas ni sedentarizados tenían garantía alguna sobre la seguridad de su comida y su agua. Las comunidades nómadas eran pequeñas y dispersas porque dependían de lo que la tierra quisiera dar, imposibilitadas para evolucionar y desarrollarse. Las comunidades sedentarias no sólo produjeron durante largo tiempo comida abundante pero poco variada y de ínfima calidad, sino que estaban sometidos a toda clase de plagas y putrefacciones.

Hoy en día nos quejamos de que a la comida y al agua le echan cosas y de que es todo artificial. Lamentablemente, las alternativas son el cólera, la gastroenteritis, el carbunco (ántrax), la triquinosis, la salmonelosis, la listeriosis, el botulismo, el síndrome de Guillain-Barré, la gangrena gaseosa, la hepatitis, la diarrea mataniños y otras delicias por el estilo que en el pasado constituían una permanente ruleta rusa. Las epidemias de los cultivos y el ganado no sólo los mataban, provocando constantes hambrunas, sino que incluso cuando no los mataban podían contaminarlos de manera invisible para un mundo sin microscopios.

La potabilidad del agua merece párrafo aparte. Antes de que aprendiéramos a separarla de las aguas fecales y echarle cloro y otros productos químicos, beber agua era tan peligroso como una caja de bombas. De hecho, la gente, si podía evitarlo, no bebía agua. Ni tampoco mucha leche, excepto la materna, pues antes de que aprendiéramos a pasteurizarla provocaba masivamente tuberculosis bovina, neuropatía inflamatoria desmielinizante, enteritis, carbunco (ántrax) y demás. Así pues, hasta los niños bebían vino, cerveza o aguardientes si podían permitírselo, que no eran mucho más seguros pero un poquito sí, por la presencia de alcohol: el alcohol es un conocido antiséptico.

Para comer mínimamente bien había que ser rico. La comida era muy cara de producir, conservar, transportar y comercializar, y estaba sujeta a numerosos imprevistos. El precio del pan fue una cuestión de estado durante milenios, sabiendo que un aumento excesivo debido a la escasez o la especulación podía ocasionar revueltas y subversión, dado que la gente no tenía mucho más para comer. Libros revolucionarios clásicos como La Conquista del Pan del anarquista Pyotr Kropotkin, o incluso textos como el Lazarillo de Tormes, Rinconete y Cortadillo o el mismo Sancho Panza en el Quijote nos transmiten una idea de lo muy complicado que era alimentarse para la gente de a pie, y la miseria general en que vivían. Con frecuencia, una familia no podía pagarse las calorías necesarias para alimentar a todos sus miembros; hacerlo de forma saludable o al menos variada era una fantasía de aristócratas, arzobispos, reyes y papas. Estar gordo era la moda y el referente estético de belleza y éxito social, porque sólo los muy adinerados y poderosos podían permitírselo; las personas corrientes estaban flacas como espartos por simple desnutrición y exceso de trabajo físico. Estar flaco era cosa de pobres. Ahora son los pobres los que están gordos, al menos en el mundo desarrollado, debido a la mala nutrición pese al exceso de calorías; y los más acomodados pueden permitirse alimentos, cuidados y tratamientos que les permiten... estar delgados.

Mugre, ignorancia, superstición, tiranía.

El pasado era un sitio sucio y maloliente, con ratas y parásitos por todas partes. Donde había alcantarillado, solía estar abierto; sólo los ricos podían pagarse termas, baños y cosas por el estilo. En la mayor parte de lugares, la higiene era un concepto desconocido e innecesario, porque no sabíamos nada de microbios.





Éramos ignorantes como piedras: una turba vil y analfabeta presa de tiranos, demagogos, clérigos, santones y toda clase de supersticiones. La alfabetización era un secreto gremial de escribas, monjes y sabios; la mayor parte de la gente no sabía leer o escribir ni su propio nombre y no digamos ya cualquier rudimento de cultura general. Los niños no comenzaron a ir a la escuela sistemáticamente hasta mediados del siglo XIX. En un mundo así, toda clase de supercherías, miedos, religiones y tiranías calaban sin más en amplias masas sociales, desprovistas de las más tenues bases intelectuales para desafiarlos. La forma común de gobierno era garrotazo y tentetieso. No existía nada parecido a la justicia; la idea de que tuvieran que juzgarte con un juez imparcial y un abogado defensor bajo el imperio de la ley sólo se extiende al pueblo a partir de los procesos revolucionarios del siglo XVIII. La vendetta y la ordalía eran formas de justicia común, así como castigar hasta los delitos más leves con tormentos infames. Para los partidarios de volver al endurecimiento de las penas, recordaré que hubo un tiempo en que podían desmembrarte en la rueda hasta por robar gallinas, sobre todo si el dueño de la gallina pertenecía a las castas superiores, y nunca dejó de haber ladrones, violadores o asesinos. De hecho, había muchos más que ahora: la miseria, el hambre, la opresión y la incultura propulsaban constantemente a grupos de población hacia la delincuencia, desde el pequeño robo hasta el bandolerismo y la piratería. En realidad, no había justicia ninguna, en el sentido actual del término: sólo la voluntad de los poderosos.

Hay quienes, por absurda idealización, creen que estos mundos del pasado podían ser mejores que el mundo presente. No lo fueron, jamás lo fueron: para la inmensa mayoría de quienes vivieron allí, constituían un infierno sólo aceptable porque no conocían nada mejor y porque creían a machamartillo en paraísos religiosos. Pero si a cualquier padre o madre del 300.000 a.C., del 30.000 a.C., del 3.000 a.C., del 300 a.C., del 300 d.C., y hasta del 1.900 d.C., le hubiesen dicho que llegaría un tiempo en que podría llevar a su hijo enfermo a un hospital con médicos científicos, antibióticos, TACs, analgésicos, de todo, y que luego se lo podría llevar curado a casa para bañarlo con agua calentita que sale de un grifo a precio ridículo –sí, ridículo: la leña y el carbón costaban el sueldo de un mes–, meterlo en una cama sin piojos, chinches o pulgas y darle de comer toda clase de alimentos y agua que no lo pone más enfermo... si hubiera podido comprenderlo, si hubiera podido vislumbrarlo, habría pensado que éste debía ser el paraíso de los dioses benevolentes prometido en sus profecías. Y desde luego habría firmado cualquier cosa con tal de estar aquí, no allí. Aunque no podía. No sabía firmar.

Pese al fatalismo de los pesimistas, la humanidad ha demostrado constantemente su capacidad de mejorar, de evolucionar, de progresar hacia un futuro mejor. Para ello tuvimos que deshacernos de un montón de rémoras del pasado, estudiar profundamente y transformar la realidad de maneras radicales, a veces pacíficas y a veces violentas. Y tendremos que seguir haciéndolo si queremos ir aún a mejor. En todo caso, mereció la pena y sigue mereciendo la pena. Puestos a malas, yo prefiero morir con morfina en el más infame hospital de nuestro tiempo que sin morfina en cualquier palacio de aquella Arcadia infeliz. ¿Y tú?

¿Percibimos igual los colores hombres y mujeres ?

¿Todos vemos por igual los colores? o para ser más exactos ¿todos somos igual de susceptibles a las variaciones de cada una de sus gamas? Desde hace buen tiempo -y descontando a todos aquellos que sufren alguna deficiencia- se afirma que no, es más, se dice que las mujeres tienen mayor capacidad que los hombres para percibirlos. Un interesante artículo de Cognitive Daily explora este tema.

En los años 80 un grupo de investigadores encontraron una serie de evidencias fisiológicas que confirmaban importantes diferencias entre los sistemas visuales de hombres y mujeres, y la más relevante se encontraba en las características de los conos (las células que permiten percibir los colores). Como es sabido existen tres tipos de conos, cada uno de ellos es responsable de codificar una porción del espectro luminoso: rojo, verde y azul. Sin embargo el análisis que hicieron hace poco más de 20 años los llevó a la conclusión que la mitad de las mujeres poseía un cuarto tipo de cono.



Según los estudios realizados las mujeres son mejores (levemente) en la percepción del rojo. Pero la demostración de si perciben más colores es más compleja que lo que solemos pensar, pues si bien un color físicamente es una frecuencia de onda, es -sobre todo- un concepto y por lo tanto un signo cultural; diferenciamos los colores cuando los asociamos a un concepto: verde, verde esmeralda, azul ultramar, amarillo limón, amarillo cadmio, naranja, lila, azul cerúleo, celeste, etc. Por ejemplo; sin la categoría naranja es probable que sigamos llamando rojo o amarillo al color naranja. En todo caso lo que sí se demostró es que las mujeres manejaban más categorías de color que los hombres.

Kimberly Jameson, Susan Highnote, y Linda Wasserman hace unos pocos años realizaron una interesante experiencia entre diversos grupos: (1) mujeres con cuatro conos, (2) mujeres con tres conos, (3) hombres con tres conos y (4) hombres con dos conos. La idea era que cada participante trazara sobre el espectro las líneas divisorias entre colores que podía percibir. El primer grupo logró distinguir en promedio 10 colores, el segundo y tercero poco más de 7 colores y el último poco más de 5.

A continuación muestro una curiosa infografía que aglutina los resultados de diversos estudios realizados acerca de la preferencia y la percepción de los colores entre hombres y mujeres.