En el camino hacia la realización de nuestros objetivos y deseos, intentamos darlo todo para lograr lo que, suponemos, nos hará dichosos. Mirando hacia el futuro con grandes expectativas, tratamos de imaginarnos cuáles serán las decisiones correctas a tomar para que todo salga bien.
Terminar una carrera, ejercer una determinada profesión, tener hijos, amasar una fortuna. Cualquiera de estos hechos supone haber alcanzado un objetivo preciado que, por consiguiente, creemos, nos hará felices. Pero, según Daniel Gilbert, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard en Cambridge, Massachusetts, la mente nos tiende trampas, no sólo al mirar hacia el pasado, sino también al imaginarnos cómo será el futuro.
De acuerdo con los estudios de Gilbert, toda predicción de cómo será nuestra vida si tomamos tal o cual decisión o seguimos este u otro camino se basan en sofismas, es decir, en conclusiones erróneas. El por qué de esta falla tan humana está en que el cerebro no es capaz de reconocer qué opción de futuro sería mejor que otra, ya que la elección realizada en el momento de planearlo se basa en un concepto de felicidad que es momentáneo. A pesar de ello, pensamos que controlamos nuestra vida.
¿Cómo saber entonces qué es lo que me hará feliz en otra situación? ¿Y si la carrera planeada me trae más problemas de los que pensaba? ¿Y si los hijos resultan más trabajo que alegrías? ¿Y si mi amor se transforma en hastío, o mi pareja me engaña? No importa, ya que los mecanismos de defensa de la mente vendrán entonces de todos modos a socorrernos si el panorama se pone oscuro. Como por arte de magia, lo que no salió bien será anulado y se pondrán de relieve los aspectos positivos, como en el caso de los hijos, o los negativos, en el caso de la relación frustrada, para olvidar y comenzar de nuevo.
Gilbert, condidera que el cerebro tiene un sistema inmunológico-psicológico (término metafórico) para auto engañarnos y hacernos cambiar fácilmente la forma de ver las cosas, con el objetivo de superar las decepciones y seguir adelante. Al cerebro no le interesa la verdad sino sobrevivir... lo que nos permite encontrar la felicidad en condiciones aparentemente adversas y, de la misma manera, continuar siendo infelices incluso... cuando nos vamos de vacaciones. Este sistema, dice Gilbert, nos ayuda a cambiar la perspectiva del mundo para poder sentirnos mejor en él, y conseguir así una felicidad a medida que él llama “felicidad sintética”. Distingue entre lo que llama felicidad natural (la que experimentamos al obtener lo que queremos) y la felicidad sintética, que es la que nosotros “nos fabricamos” al no conseguir lo que queremos. Esta felicidad sintética la conseguimos gracias a procesos psicológicos principalmente inconscientes que nos ayudan a cambiar nuestra visión del mundo para poder sentirnos mejor (“.. casi es mejor que no me haya ido de vacaciones porque si no me iba a esperar mucho trabajo a mi vuelta y además así puedo usar ese dinero que me ahorro para comprarme un coche nuevo..”, después de que tu jefe te niegue las vacaciones). Generalmente pensamos que la felicidad sintética no tiene la misma “calidad” que la felicidad natural, pero resulta que la primera es tan real y duradera como la segunda.
Todo el mundo que ha tratado el tema de la felicidad desde Aristóteles ha subrayado el hecho de que los seres humanos quieren ser felices y lo intentan, pero cuando no lo consiguen encuentran una manera alternativa de crear la felicidad. Esta observación sobre los humanos no es nada nuevo, somos increíblemente capaces de cambiar nuestro punto de vista sobre el mundo para que nos haga sentir mejor respecto al mundo en el que nos encontramos. Hay pocas personas que sean conscientes de hacerlo, muy pocos se dan cuenta de cuándo están modificando los hechos, alterando la realidad, para sentirse mejor; es como si tuviéramos un talento invisible, un escudo invisible, un sistema inmunológico psicológico que nos protege de “los golpes y dardos de la fortuna”, como decía Shakespeare. Creemos que nos enfrentamos al futuro sin contar con un aliado, y sin embargo todos tenemos en nuestro cerebro a un aliado, un amigo, un ayudante, que en caso de que algo negativo nos suceda en el futuro nos ayudará a sobrellevarlo.
Cuando experimentamos traumas verdaderos, que en realidad nos afectan, nos hieren, afectan nuestra autoestima o ponen en peligro la felicidad, es cuando se activa el sistema inmunológico psicológico; por ejemplo un divorcio, la muerte de los padres, la pérdida del trabajo… estos son sucesos muy importantes en la vida, y en cuanto suceden el sistema inmunológico psicológico se activa y ayuda a la persona a encontrar de nuevo la felicidad. Los traumas pequeños, lo que podemos denominar “contrariedades”, no tienen suficiente poder para activar el sistema inmunológico psicológico, o sea que aunque nos hacen sentirnos un poco mal, seguimos sintiéndonos un poco mal. Una forma de explicar esto es que la gente no racionaliza los traumas muy pequeños, pero si me abandona mi pareja yo diré: “nunca fue la persona adecuada para mi y soy más feliz sin ella”. Fabricamos nuevas historias que hacen que cambie la forma en que percibimos el mundo y la forma de sentirse.
Curiosamente, al contrario de lo que solemos creer, tener más opciones generalmente disminuye nuestra felicidad. Esto es así porque, si tenemos muchas opciones, nos atascamos y seguimos rumiando si la opción que hemos elegido es la mejor o no. Pensamos que la libertad, la posibilidad de poder decidir y cambiar de opinión cuando nos parezca es lo mejor para ser felices, porque nos permite elegir entre todos los futuros posibles y decidirnos por el que más vamos a disfrutar. Pero resulta que la libertad de elección (entendida como poder tomar decisiones y poder cambiar de idea luego cuando queramos) es el enemigo de la felicidad sintética. Si no puedes elegir otra cosa, vas a encontrar una manera de estar feliz con lo que sucedió. Las emociones son una especie de brújula que orienta en una cierta dirección, pero una brújula que siempre marca el norte no sirve para nada. Si las emociones siempre están en “felicidad”, dejan de ser una guía útil para reaccionar ante los cambios o nuevas situaciones que nos encontremos. Por eso no se puede estar siempre en un único estado emocional, porque las emociones están hechas para fluctuar como la aguja de una brújula.
Para Gilbert los humanos tenemos la capacidad (y la usamos bastante a menudo) de simular experiencias. Es decir, podemos anticipar cómo nos vamos a sentir en el futuro, si pasara tal o cual cosa. Por ejemplo, puedo imaginarme que voy a ser muy feliz si me voy de vacaciones a Cancún... aunque nunca haya estado en Cancún. El problema es que este simulador de experiencias, como él lo llama, parece ser que tiene la tendencia a funcionar mal y los resultados que prevee no suelen concordar con lo que pasa en la realidad. Diferentes experimentos han demostrado que ganar o perder una pareja, un puesto de trabajo, un ascenso, aprobar o suspender un examen… tienen mucho menos impacto en nosotros (en intensidad y duración) de lo que la gente espera que tenga.
Las personas se equivocan con lo felices que serán y también recuerdan mal lo felices que fueron. La prospección – mirar hacia delante – y la retrospección – mirar al pasado – de la gente a menudo se corresponde bastante bien, pero lo que sucede es que ninguna de las dos se corresponde con la experiencia que tuvieron. Un ejemplo es que si un mes antes de unas elecciones se pregunta a las personas cómo se sentirán si pierde su candidato después de las elecciones, la respuesta es que será terrible. Un mes después de las elecciones se les pregunta cómo se sienten en realidad y la respuesta es: bien.
Todos hemos tenido la experiencia de hacer una gran comida en la que comemos y comemos y comemos... y al final de la comida decimos: nunca más voy a comer. Y si alguien pregunta: ¿qué te gustaría desayunar mañana? Dices: mañana no tendré hambre. Tu “yo” actual ha comido tanto que no puede concebir la idea de un “yo futuro” con hambre. Cuando nos encontramos en cualquier clase de estado emocional: hambre, excitación sexual, miedo, alegría, nos resulta muy difícil imaginar que nuestros “yos” futuros no se encontrarán exactamente en el mismo estado.
Hay que ser escépticos de lo que nos dice nuestra mente porque esta es muy susceptible de cometer errores. Esto tiene que ver con las ilusiones en su memoria y en la percepción del presente, y lo mismo ocurre con nuestra proyección al futuro. La memoria tiende a editar los recuerdos al almacenados. No sólo los fragmenta, sino que también favorece los aspectos más positivos, por eso, cuando proyectamos el futuro en relación a nuestro pasado, lo hacemos partiendo de una base incorrecta, idealizada. Además solemos sobreestimar nuestra individualidad y, tendemos a rechazar las lecciones que las experiencias emocionales de otros tienen para damos.
Hace 50.000 años, el futuro del ser humano se extendía hasta la hora siguiente, o quizá el día siguiente, pero nadie pensaba en términos de años o décadas. Es por esto que predecir nuestra emociones futuras resulta tan difícil: es algo que nuestra especie apenas ha empezado a hacer: considerarse a sí misma extendiéndose hacia largos periodos de tiempo. Y el resultado es que intentamos llevar a cabo esta tarea tan nueva y difícil con un cerebro muy viejo, y naturalmente cometemos errores.
¿El dinero asegura la felicidad?
Según Gilbert el dinero sí compra la felicidad cuando te permite pasar de la pobreza a un estatus de clase media. El dinero no compra la felicidad cuando te permite pasar de la clase media a la clase media alta. Un vaso de vino te hace sentir muy bien, dos te hace sentir maravilloso, pero 100 vasos de vino no te hacen sentir 100 veces mejor, te hacen sentir peor. Hay estudios realizados por economistas y psicólogos que revelan que el dinero sí puede comprar la felicidad, pero solo cuando no se tienen satisfechas las necesidades básicas. Obviamente, a una persona pobre un dólar la hará inmensamente feliz. Pero en otro nivel, una vez que se cubren estas necesidades la curva es decreciente, y a una persona rica más dinero no le reportará mayor felicidad. Es decir que una de las maldiciones de la riqueza es que decepciona, ya que no proporciona lo que se esperaba. Las relaciones sociales en todo el mundo son uno de los mejores índices de predicción de la felicidad humana… Una actitud inteligente sería intentar maximizar la felicidad utilizando la riqueza que se tiene para aumentar el tiempo disponible para las relaciones sociales.
Fuentes: ted.com, dw-world.de