¿Cuál es la línea que separa la rareza de la normalidad?. ¿Existe realmente “lo natural”?
Para explicar este concepto nada más apropiado que utilizar la estadística y el azar. Las matemáticas nos ayudan a entender lo subjetivo de la cuestión, y para ello disponemos de la denominada distribución normal (o curva normal): la distribución simétrica y de forma acampanada que nos indica que la mayoría de los sujetos (u objetos) de una población determinada no se aparta mucho de la media: en la medida en que los sujetos se van apartando más de la media (porque se pasan o porque no llegan) van siendo cada vez menos numerosos. Si se repite una experiencia un gran número de veces, los resultados tienden a agruparse simétricamente en torno a un valor medio. Cuantas más veces se repita la experiencia más se acercan los resultados a una curva ideal.
Si representamos esta distribución mediante un histograma simplificado, tendríamos algo así
Lo primero que debemos captar es que la distribución normal nos remite a nuestra propia experiencia. Si nos fijamos en la estatura de la gente que nos encontramos por la calle, vemos que la mayoría de la gente es de estatura normal, y aquí llamamos normal a lo más frecuente; de hecho si vemos a alguien que se aparta mucho de la media (de lo habitual) no pasa desapercibido y nos llama la atención. Cuando decimos que alguien es muy abierto y sociable, lo que queremos decir es que es más abierto y sociable de lo que es normal, de lo que solemos encontrar habitualmente, de la misma manera que decimos que una persona es muy callada cuando habla mucho menos que la mayoría de la gente.
Casi sin darnos cuenta estamos haciendo juicios relativos a lo que es normal encontrar en la generalidad de las personas: el mucho y el poco, o el muy, sobre todo aplicados a las características de las personas, dependen de lo que es más frecuente encontrar en nuestro medio. Si el muy abunda mucho, deja de ser muy para pasar a ser normal o frecuente y ya no merece el muy que solemos reservar para lo excepcional que viene a ser lo raro o infrecuente.
Estos juicios, y esta distribución normal, son relativos a cada población: un pigmeo de una estatura normal, cercana a la media de su población y muy frecuente en su propio grupo, pasa a ser muy bajito y excepcional si lo incluimos en una población de escandinavos: se aparta mucho de la media de esa población y será muy difícil encontrar un escandinavo con esa estatura. Sin embargo ese pigmeo tiene una estatura normal, que no se aparta mucho de la estatura media de su grupo. En ambos grupos, escandinavos y pigmeos, encontraremos una distribución normal en estatura, aunque las medias de los dos grupos sean muy distintas.
La distribución normal que representamos mediante la curva normal, es un modelo matemático teórico al que de hecho tienden a aproximarse las distribuciones que encontramos en la práctica: estadísticas biológicas, datos antropométricos, sociales y económicos, mediciones psicológicas y educacionales, errores de observación, etc. ¿Quién diría que una curva exponencial, simétrica, y con forma rara podría describir (siempre aproximadamente) casos tan variados como caracteres morfológicos, psicológicos, de consumo y distribuciones de probabilidades?
¿Dentro o fuera de la campana?
Tras ese primer enfoque puramente estadístico profundicemos algo más en la cuestión, ¿existe realmente “lo natural”? ¿lo natural es sólo una media estadística de procesos históricos exitosos? ¿si existiera “lo natural”, qué pasa entonces con lo que no es natural? ¿Quién podría juzgar a ciencia cierta sobre lo que es natural y lo que no?
Sobre el primer cuestionamiento de más arriba podemos interpretar a “lo normal” como una aproximación hacia lo natural, considerando lo normal como la media estadística del registro histórico de los sucesos. Esto implica una simetría alrededor de esa media y una campana de Gauss que descarta toda posibilidad de eventos no contemplados ni siquiera como raros. Un tsunami es un fenómeno raro pero además es un fenómeno fortuito que trae impredecibles consecuencias. Un tsunami es un fenómeno natural pese a no ser “normal” porque escapa a la campana de Gauss que es la que define las simetrías y la normalidad de los sucesos.
¿Pero qué quiere decir ser raro? Según el criterio que adoptamos nadie se salva de la quema, lo que sucede es que unos ejercen y otros no. En nuestra vida privada podemos encontrar nuestro espacio en el que somos raros, o mejor dicho en el que "somos como somos". Ser raro, en definitiva, significa apartarse de una cierta norma establecida, escrita o no. Pero, ¿qué tiene esto que ver con la campana de Gauss? Pues mucho. En matemáticas este concepto de norma está muy bien definido y tiene relación directa con la distribución normal de la que hablábamos antes: cuanto más cerca te sitúas del centro de la campana, más normal eres. En el sentido matemático, literal y coloquial. Aquí la forma de la campana tiene su importancia: cuanto más estrecha, menos gente rara hay.
Por otro lado, también es cierto que sin campana no habría convivencia. Hay quien argumenta que ser normal, es sobre todo una forma de convivir con los demás. No significa solamente seguir la norma como un esclavo sin cerebro sino que significa adquirir un estatus frente a los demás y crear un sistema de confianza generalizada. La normalidad reduce considerablemente la presión cognitiva que ejercemos sobre los demás. Por eso el desfase cultural que muchas personas experimentan en entornos sociales nuevos o desconocidos es un fenómeno tan constante y bien documentado. En esencia, se trata de una acumulación de ansiedad y frustración causada por la pérdida de pautas sociales habituales. Una gran parte de esta tensión se debe a no saber distinguir lo “normal” de lo “anormal”. Saludar, ceder el paso, respetar las normas, usar los cubiertos para comer… Todos esos gestos son actos simbólicos que cumplen una función social importante: es la forma de ganarse la confianza de los demás.
La campana sirve para definir qué se considera normal y que no. En algunos casos dicha conducta puede ser síntoma de algún tipo de patología. Cuando alguien deja sus zapatos en el frigorífico de su casa podemos sospechar que aparecen los primeros signos de Alzheimer. Y aquí entraríamos en un asunto sumamente espinoso. Cuando hablamos de enfermedades, diagnósticos y tratamientos, una enorme campana de Gauss pende sobre nuestras cabezas. Las colas de esta campana están ocupadas por las enfermedades que actualmente se denominan “raras”. La medicina y especialmente la industria farmacéutica, no suelen emplear demasiados recursos en la investigación de este tipo de enfermedades.
Gente rara
Imaginemos, por ejemplo, a una persona seria, adulta de probada inteligencia y renombre social que en una reunión decide utilizar como atacapipas el dedo de la damisela que está sentada a su lado. Esto cuentan que hizo Isaac Newton en una reunión de sociedad. Y es que Sir Newton era un tipo mucho más raro de lo que la gente se piensa. Éste es un tipo de rareza un tanto escandalosa. Otras, como la de John Napier, creador de los logaritmos, son más de cara a la galería. Napier tenía fama de hechicero y recibía a la gente a las puertas de su castillo, vestido con una capa negra y un cuervo posado en su hombro derecho. Otras rarezas tienen un carácter más privado, como por ejemplo las de Ramanujan, uno de los matemáticos más importantes de su época y el más importante de la historia de India, que siempre hacía sus descubrimientos en sueños. Al despertar se levantaba precipitadamente de la cama y escribía un montón de fórmulas -la mayoría ciertas- que luego se veía incapaz de demostrar. Otra de sus rarezas era que siempre se preparaba él mismo la comida pero, curiosamente, no lo hacía nunca si antes no se había puesto el pijama. Algunas pueden ser más peligrosas y afectar directamente a la integridad física de las personas, como era el caso de Kurt Godel, famoso por su teorema de incompletitud. Godel estaba obsesionado con la idea de que querían envenenarle. Su mujer Adele le preparaba siempre las comidas y las probaba antes de que él las comiera. La cosa iba en serio porque, cuando ella murió, él ya no volvió a probar bocado y murió de inanición.
Estos son sólo algunos ejemplos de matemáticos cogidos un tanto al azar, pero el abanico de gente rara se puede hacer extensivo a todas las ramas de la ciencia o las artes en las que se incluyan unos cuantos genios. Pero que nadie se lleve a engaño, no hace falta ser un genio para ser raro, y esa rareza no sólo se puede manifestar en el ámbito de una manía anecdótica, sino también, y más importante, en infinidad de rasgos humanos de todo tipo.
Quien se sale del promedio puede hacerlo por defecto y por exceso, y si nos centramos en estos últimos tenemos que los individuos más talentosos para una determinada actividad o más dotados en según qué rasgos serían una minoría excepcional desde el punto de vista estadístico, y por tanto difíciles de encontrar, es decir, estaríamos en un escenario en el que los más raros serían los mejores. Esos individuos que se salen del promedio son imprescindibles en la historia de nuestra humanidad y la evolución ha favorecido que sigan existiendo.
Curiosamente para salir del promedio, en realidad, no hace falta ser un genio o un loco, basta con ser simplemente un niño. De forma natural los niños se sitúan siempre en los extremos de la campana, motivo por el que tantas veces nos parecen tan geniales. Bertrand Russell dice en su biografía que su educación finalizó a los doce años, momento en que entró en la escuela. Y es que, entre otras cosas, una de las funciones de la educación infantil es la de meter al máximo número posible de niños dentro de la campana.
Es una jugada tan arriesgada como inevitable. Se suele hacer de manera sutil. Para ello, hay establecidos una serie de programas curriculares sobre los que hay un amplio consenso para enseñar a los niños una enorme cantidad de cosas con objetivo de tenerlos durante un montón de horas en recintos cerrados, paso previo imprescindible para arrastrarlos poco a poco hacia el centro de la curva de distribución normal.
Ser diferente, ser distinto, ¿qué significa ser distinto?
Ahora valoremos el tema en vez de desde una perspectiva estadística, desde un prisma más reflexivo o filosófico. Como anteriormente hemos explicado, podemos pensar que lo normal es lo que hace mayoritariamente la gente, al menos estadísticamente. La sociedad está acostumbrada a calificarlo todo. Una tendencia, una moda, un grupo de personas, una forma de vestir, una forma de vivir. Todos son categorías y subcategorías. Y si una categoría se sale de lo normal rápidamente se le pone nombre. Parece ser que todo tiene que estar catalogado. Y una vez archivado de tal forma, los seguidores de esta tendencia o de esa moda pasan a ser iguales a lo clasificado. Con lo cual dejan de ser distintos.
Con frecuencia se critican comportamientos, actitudes, opiniones, que no entran dentro de lo que se considera ‘normal’. Pero antes de opinar o criticar se debería preguntar: ¿qué es ser normal y qué ser diferente?. Los conceptos de normal y raro son muy relativos, si nos centramos en las conductas y los comportamientos, ¿lo que realiza una mayoría de gente tiene necesariamente que ser lo más apropiado o normal?, ¿quién está en disposición de definir qué es o qué no es raro?, ¿quién no se sale de los tópicos o se comporta de forma diferente a la mayoría en al menos una faceta de su personalidad?, ¿quién no se ha sentido alguna vez diferente al resto o "raro" en algo? Dentro de lo más profundo de nosotros, todos nos concebimos diferentes, todos nos vemos especiales, ni mejor que otros, diferentes. Solo que a veces lo ocultamos como un secreto bien guardado, con temor a que lo descubran y nos traten de forma “diferente”.
Quizás tengas la sensación de que si últimamente no has leído la trilogía Millenium, acudido a una actuación del Circo del Sol o bebido ginebra con tónica, estás muy cerca de ser un paria social para una gran mayoría. El nuevo paso es la obligación de hacerse con ese algo a riesgo de ser excluido de la adorada masa y su rango establecido de normalidad. Así, comprar un libro descatalogado, ir a ver una película con subtítulos o no tomar alcohol pasa por la bifurcación y etiqueta de lo esnob o el frikismo (se le califica como raro por el simple hecho de que le gusten cosas que no gustan a la mayoría).
Muchos optan, erróneamente a mi entender, por fingir ser quien no se es -realizando actividades y elecciones no les llenan- para así ganar aceptación social. Pero debemos tener en cuenta que las cosas que consideramos normales no existen. Al igual que no existen las cosas diferentes. Son creación nuestra o de nuestra sociedad. Son razonamientos completamente culturales, educacionales. Todo lo que alcanzamos a ver no es sino el principio de algo. El ejemplo del iceberg serviría, pero para muchas personas lo poco que se puede ver de ellas es lo que consideran importante. Las personas en general ven lo que quieren ver, oyen lo quieren oír y dicen lo que consideran oportuno decir.
Si abriéramos nuestra mente y viésemos las cosas desde varios puntos de vista romperíamos con ese paradigma de lo ‘normal’ y lo ‘diferente’. Nos daríamos cuenta de que lo normal son sólo líneas imaginarias impuestas por las personas. Estas líneas delimitan un rango y todo lo que está situado fuera de ellas o más allá de sus límites es diferente.
Quizás la mejor sugerencia que puede realizarse, es no preocuparse acerca de las rarezas o las normalidades, sino preocuparse en hacer lo que nos permite sentirnos mejor y vivir de acuerdo a nuestras convicciones y lo que mejor se amolde a nuestra forma de ser y objetivos personales. Si nos hace feliz una forma concreta de ser y no se daña a nadie con ello, aunque eso sea percibido como raro externamente porque se sale de la norma, es buena política conservar esa conducta.
Cuando lo normal es lo diferente
Pensemos que la palabra normal según la DRAE, se define como aquella “que no produce extrañeza, que es general, mayoritaria, que ocurre siempre o habitualmente”. Ya partiendo de esta premisa, se puede concluir que si normal es lo que ocurre habitualmente se puede considerar como “normal” la discriminación, la exclusión e incluso el mal uso del poder y así podríamos continuar con una lista interminable de rasgos y actitudes poco recomendables. En dicha definición también se equipara lo normal a lógico, es decir, se queda fuera la diferencia, “la cualidad o aspecto por el cual una persona se distingue de la otra, la variedad”. No podemos olvidar que el miedo que se siente hacia lo desconocido lleva al ser humano a apartarse, a parapetarse en lo propio y calificar lo de los demás como extraño, como raro, descartable, anormal. Se desprecia lo que se desconoce y se enroca en fuentes propias que ratifican sus creencias. Tiende a censurarse a cualquier persona que plantea ideas nuevas, que es capaz de dar nuevos usos a las cosas o que muestra esperanzas en proyectos que para la mayoría parecen absurdos. Es como si de algún modo no se nos permitiera soñar, luchar o innovar, como si salirse de “lo que todo el mundo hace, o piensa” fuera cuanto menos estúpido o una mera fantasía. La ambición y las ganas de pensar y, por qué no, la necesidad, nos hará ser diferentes. La autocomplacencia nos hunde en la normalidad, esa normalidad que para muchos significa refugio.
Pero el estar generando acciones sin abrir la mente y las expectativas, lo único que va a generar es que nos quedemos atrapados en este paradigma social. Siempre seguiremos haciendo lo mismo y eso no va a generar novedades que aportar a la sociedad. La diferencia aporta diversidad y la diversidad es necesaria e imprescindible en toda sociedad.
Por todo lo comentado con anterioridad querría dejar como ejercicio de reflexión acerca del post la siguiente pregunta. ¿Y si lo preferible fuese la normalidad de lo diferente, la variedad de lo inhabitual, la sorpresa y la más amplia gama posible de sabores, sonidos y formas de vida y ocio?