domingo, 23 de mayo de 2010

Las matemáticas son fáciles… si trabajas duro

Para muchos estudiantes son el coco, el enemigo público número uno, la mayor pesadilla. Sin embargo, una serie de estudios sobre el rendimiento matemático de los estudiantes de diversos países arrojan una curiosa conclusión (en apariencia obvia): las matemáticas son duras, pero basta un poco de tiempo extra para que dejen de serlo.

El TIMSS (Trends in International Mathematics and Science Study) es una prueba que se hace cada cuatro años por parte de un grupo internacional de educadores. Una prueba de ciencias y matemáticas dirigida a estudiantes de primaria y secundaria de todo el mundo.

Cuando los estudiantes se someten al TIMSS, también están obligados a rellenar un cuestionario que incluye preguntas sobre toda clase de cuestiones: nivel educativo de los padres, sus opiniones sobre las matemáticas, quiénes son sus amigos, etcétera. En total, 120 preguntas aparentemente triviales. Son tantas que muchos estudiantes dejan diez, veinte e incluso más preguntas en blanco.



Lo más llamativo del TIMSS es precisamente este último dato.

El número medio de preguntas contestadas en el cuestionario TIMSS varía de unos países a otros. Es posible, de hecho, clasificar a todos los países participantes según cuántos artículos del cuestionario contesten sus estudiantes.

Pero ¿por qué es tan importante el clasificar a los estudiantes según el número de preguntas que responden? Porque a la hora de comparar esta clasificación con la que resulta de evaluar los resultados generales en matemáticas… coinciden exactamente.

Es decir, en los países cuyos estudiantes están dispuestos a concentrarse y permanecer inmóviles el tiempo suficiente para enfocar la respuesta a cada pregunta de un cuestionario muy extenso son los mismos países cuyos estudiantes hacen el mejor trabajo a la hora de solucionar problemas de matemáticas.

Esta asombrosa correlación fue descubierta por un investigador educativo de la Universidad de Pensilvania llamado Erling Boe. A su juicio, no es una simple correlación. La capacidad de terminar un cuestionario y sobresalir en la prueba de matemáticas son la misma capacidad.

O dicho de otro modo: las culturas que son mejores en matemáticas son aquellas culturas que enfatizan el esfuerzo, el tesón y el trabajo duro. Como son Singapur, Corea del Sur, China, Hong Kong y Japón, las primeras de la lista del TIMSS.

Pensemos en esto desde otro ángulo: imaginemos que todos los años se celebraran unas olimpiadas de las matemáticas en alguna ciudad fabulosa del mundo. Y que cada país enviara su propio equipo de mil alumnos de octavo. Lo que dice Boe es que podríamos predecir con precisión el orden de cada país en el medallero sin hacerles ni una sola pregunta de matemáticas. Todo cuanto tendríamos que hacer es encomendarles alguna tarea que permitiera medir cuán duro estaban dispuestos a trabajar.

Vamos a profundizar un poco más en cómo la tenacidad, el tiempo invertido y el control sobre la herencia cultural pueden ser factores muy relevantes a la hora de dominar esta esquiva materia, pesadilla de la mayoría de estudiantes. Para ello nada mejor que hablar de una de las escuelas más sorprendentes del mundo: la Academia KIPP.

La Academia KIPP es una escuela pública experimental que abrió sus puertas en el cuarto piso de la escuela universitaria Lou Gehrig de Nueva York a mediados de la década de 1990. KIPP estaba ubicada en uno de los barrios más pobres de la ciudad. A los estudiantes se les elige por sorteo. Aproximadamente la mitad de ellos son afroamericanos; el resto, hispanos. El 90 % procede de familias tan pobres que el Gobierno federal les subvenciona el almuerzo.

KIPP es un centro que jamás llamaría la atención de las autoridades educativas, pero lo cierto es que lo hizo. Y mucho. Sobre todo por sus peculiares clases de matemáticas. Su nivel es anormalmente elevado, comparable a las escuelas más privilegiadas de EEUU. No sólo muchos estudiantes de KIPP acaban confesando que matemáticas es su asignatura favorita, sino que, además, hacia el final del octavo grado, el 84 % de los estudiantes está por encima de la media del país.

Pero ¿cuál es el secreto de la filosofía educativa de KIPP?

Se acostumbra a pensar que la vida de los niños debe consistir en algo más que asistir a clase, que los niños necesitan más experiencias ajenas a las aulas para formarse, que necesitan jugar y divertirse, que demasiadas horas de estudio podrían resultar contraproducentes para sus pequeñas mentes.

Y quizá eso sea cierto en la mayoría de niños. Pero no lo es en todo tipo de niños. A los niños que acuden a las exitosas academias KIPP, por ejemplo, no les conviene en absoluto tener tiempo libre, ni que ese tiempo se vea contaminado por entornos externos a la academia.



En una investigación llevada a cabo por el sociólogo Kart Alexander, de la Universidad John Hopkins, que analizó el progreso de 650 alumnos de primer curso del sistema de enseñanza pública de Baltimore, mediante unas pruebas de matemáticas y lectura, arrojó unos datos sorprendentes. El análisis decía que los niños de familias más acomodadas tenían más conocimiento y mayor capacidad que los niños de familias pobres. Sin embargo, los datos cambiaban si la prueba se realizaba en septiembre, justo después de que acabaran las vacaciones de verano. Entonces los datos eran extraños: los niños pobres tenían calificaciones muy, muy inferiores.

Es decir, durante el verano, los niños con mejor situación económica volvían en septiembre, por ejemplo, con mejores notas en lectura. Los pobres volvían de las vacaciones y sus calificaciones en lectura se habían desplomado.

O dicho de otra manera: fuera de la escuela, los niños pobres no aprenden nada extra relativo a la enseñanza académica. Los ricos, sí. De hecho, si entre pobres y ricos existen diferencias en el rendimiento escolar, estas diferencias se deben casi exclusivamente a las discrepancias que se producen durante el tiempo en que no hay colegio.

Lo que se puede inferir del éxito de las academias KIPP es que quizá no se enfoca correctamente el problema de la educación. Raramente se trata el tema del tiempo que el alumno pasa en el colegio, de cómo ese tiempo deja de estar contaminado por ambientes exteriores poco favorables y, por tanto, de lo importante que es la herencia cultural para que un alumno obtenga buenas calificaciones.

Los estudiantes de escuelas asiáticas no tienen largas vacaciones de verano. En Corea del Sur, un año escolar dura por término medio 220 días. El año japonés, 243 días. Pero en Estados Unidos, el año escolar dura por regla general… 180 días.

Parece que exista, pues, una correlación muy fuerte entre el tiempo que uno pasa en el colegio y la competencia en determinadas asignaturas.

Y ese es el secreto principal de las academias KIPP: allí un alumno se pasa de un 50 a un 60 % más tiempo aprendiendo que un alumno de una escuela pública tradicional. Al haber más tiempo disponible, ello también redunda en un ambiente más relajado. Por ejemplo, a la hora de resolver un problema de matemáticas entre todos en la pizarra, no es extraño que en KIPP se inviertan 20 minutos exclusivamente en ese problema, con meticulosidad, con tenacidad. Haciendo las cosas de un modo más lento, avanzaban más. Los alumnos pueden preguntar más. Los profesores no sienten el apremio del tiempo. Y los estudiantes acaban forjando una relación inconsciente entre esfuerzo y recompensa.

Y así es como KIPP situa al 84 % de los alumnos pobres en el nivel de matemáticas exigible para su edad o por encima de él. Y gracias a estos rendimientos, el 90 % de ellos consigue becas para prestigiosos centros privados. El 80 % pasará por la universidad, y en muchos casos serán los primeros de sus familias en hacerlo. Trascendiendo los límites de su legado cultural.

Se trata de una lección tan simple que resulta asombroso cuán a menudo se pasa por alto. Estamos tan seducidos por los mitos del mejor y el más brillante y el hombre hecho a sí mismo, que creemos que los fueras de serie brotan de la tierra tan naturalmente como los manantiales. Miramos a Bill Gates y nos maravillamos de vivir en un mundo que da a un chico de trece años la llave para convertirse en un empresario fabulosamente exitoso. Pero ésa es la lección incorrecta. En 1968 sólo había un chico de trece años al que nuestro mundo permitió acceder ilimitadamente a una terminal a tiempo compartido y ese chico era Bill Gates. Si un millón de adolescentes hubiera gozado de la misma oportunidad, ¿cuántos Microsofts más tendríamos hoy? Para construir un mundo mejor, es preciso que sustituyamos el patrón de los golpes de suerte y las ventajas arbitrarias que hoy determinan el éxito por una sociedad que ofrezca oportunidades a todos.

Fuente: Genciencia

1 comentario:

  1. Por suerte hay otras alternativas para aprender matemáticas de forma más lúdica y no sólo con arduo trabajo y horas de estudio....

    http://algoritmosabn.blogspot.com.es/
    aprendiendomatematicas.com
    www.actiludis.com



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