Uno de los cambios evolutivos más distintivos de los humanos respecto al sus parientes los monos es el de la pérdida del pelo corporal. Pero ¿cuándo y por qué perdimos los humanos el vello? ¿cuándo empezamos a vestirnos con ropajes? Ambas cuestiones están más allá del alcance de la arqueología y la paleontología.
En el número de este mes de Investigación y Ciencia, Nina G. Jablonski, Directora del Departamento de Antropología de la Universidad Estatal de Pensylvania, presenta un interesante artículo sobre un tema que los biólogos llevan discutiendo durante decenios: ¿porqué somos el único primate sin apenas pelo corporal?. La autora repasa las distintas hipótesis ofrecidas hasta ahora para concluir que el sudor y la optimización de la regulación de temperatura puede ser la clave de nuestra desnudez.
Todos nuestros parientes cercanos, desde los monos aulladores hasta los orangutanes, presentan el cuerpo cubierto de un denso pelaje protector. Sin embargo, en algún momento tras nuestra separación del linaje del chimpancé, la línea evolutiva humana perdió el pelo. No sabemos exactamente en que momento, dado que el pelaje no fosiliza, resultando muy difícil saber si otras especies de Homo eran tan inusualmente lampiños como nosotros.
Todos los mamíferos presentan pelaje corporal en mayor o menor abundancia, aunque la mayoría poseen una densa capa en todo el cuerpo. Precisamente, lo primero que se preguna Jablonski es sobre la utilidad del mismo, clave para comprender su pérdida. El pelo representa una valiosísima protección ante rasguños, radiación solar, parásitos y microorganismos; y especialmente, constituye un aislante frente a la humedad, el calor y el frío.
Sin embargo, algunos mamíferos -además de nosotros mismos- han reducido su pelaje corporal en respuesta a determinadas condiciones del medio: ciertas especies endógeas han perdido el pelo como adaptación a la vida subterránea; algunos mamíferos marinos como ballenas y delfines presentan la piel desnuda para facilitar la natación y la fricción. Por otro lado, los grandes hervíboros como elefantes, rinocerontes e hipopótamos han perdido el pelo corporal debido a que presentan un riesgo constante de sobrecalentamientod, dada su masa corporal (y reducida superficie disipadora de calor) y su vida en climas cálidos.
Ninguno de estos es el caso del ser humano. No somos organismos subterráneos ni acuáticos, y no tenemos una gran masa corporal comparada con la superficie disipadora de calor. ¿Porqué compartimos entonces desnudez con ratas topo, ballenas y elefantes?. Algunos especialistan han visto como única explicación el que nuestra línea evolutiva haya atravesado en algún momento del pasado, por una forma de vida donde el pelo fuera una desventaja, y ese carácter se habría mantenido hasta la actualidad.
El doctor Mark Pagel de la Universidad de Reading en Inglaterra, y el doctor Walter Bodmer del Hospital John Radcliffe en Oxford, propusieron una solución diferente al misterio. Su idea, en caso de ser cierta, va más allá explicando actitudes contemporáneas frente al hirsutismo. Los humanos perdieron su pelo corporal, sostienen, para liberarse a si mismos de los parásitos externos que infestaban su pelaje: piojos chupa-sangre, pulgas y garrapatas… y por supuesto las enfermedades que transmitían.
Una vez que la calvicie corporal surgió a través de la selección natural, sugieren Pagel y Bodmer, se vio regulada por la selección sexual, es decir el desarrollo de rasgos en un sexo que atraían al otro. Entre los recién aparecidos humanos sin pelaje, la piel desnuda podría haber actuado (como la cola del pavo real) como una señal de salud. El mensaje: “No tengo pulgas, piojos ni garrapatas” podría encontrarse presumiblemente oculto en la mente consciente tanto del emisor como del receptor.
Otro de los enigmas que permanece es el por qué tienen las mujeres menos vello corporal que los hombres. Aunque ambos sexos prefieren que el otro tenga menos pelo, la presión de la selección sexual en este caso, podría ser mayor en las mujeres, bien sea porque los hombres han poseído más poder de decisión en el pasado o porque tuvieran un mayor interés en los atributos físicos.
Sangre, sudor y lágrimas
Pero no solamente los grandes hervíboros deben preocuparse de mantener un equilibrio térmico; todos los animales deben hacerlo, y el ejercicio resulta una actividad peligrosa por el riesgo que supone de calentamiento. Muchos mamíferos de distinto tamaño han tenido que desarrollar estrategias para evitar el sobrecalentamiento: el jadeo de los perros o la poca actividad diurna de los felinos son dos remedios para el mismo problema.
En el caso de los primates, aunque lo compartimos con otros mamíferos, el mecanismo principal es la sudoración. Al sudar, la piel se recubre de un líquido que al evaporarse la refresca, incluyendo los numerosísimos capilares que la recorren por debajo a muy poca distancia. Todos los primates sudan, pero no de la misma manera. Existen tres tipos de glandulas productoras de sudor: sebáceas, sudoríparas apocrinas y sudoríparas ecrinas. La mayor parte de los animales presentan sobre todo glándulas sebáceas y apocrinas, situadas en la base de los folículos pilosos. Así, el sudor producido por estas -de naturaleza oleosa-
inpregna los pelos y al producirse la evaporación los refresca. El problema es que tras un tiempo, el pelo se enmaraña y empapa de sudor, perdiendo el sistema mucho de su eficacia.
Por el contrario, el ser humano presenta una gran cantidad de glándulas ecrinas, que producen una gran cantidad de sudor más acuoso (hasta 12 litros diarios). Además de no tener tanto pelo corporal, las glándulas ecrinas humanas no se sitúan en la base de los folículos, sino que vierten directamente en la superficie de la piel. De esta forma, la evaporación puede realizarse de forma constante y muchísimo más efectiva.
Evolucionar sudando
La clave de la pérdida del pelaje en el ser humano es una adaptación al ejercicio. Los cambios de hábitos que llevaron a nuestros antepasados a abandonar los bosques cerrados y colonizar la sabana les obligaron, por un lado, a enfrentarse a una mayor cantidad de radiación solar y, por otro, a adoptar un tipo de vida múcho más activo, donde la carrera -tanto de persecución como de huída- y el recorrido de grandes distancias, se convirtieron en factores determinantes de la supervivencia.
Esto favoreció varias de las adaptaciones que nos hacen humanos: el alargamiento de los miembros, el bipedalismo, y la pérdida del pelo corporal. Pero parece que la ausencia de pelo pudo conllevar profundas repercusiones en otras fases posteriores de la evolución humana. La capacidad de disipar una mayor cantidad de calor permitió el incremento del cerebro, que es el órgano más termosensible. De igual forma, la ausencia de pelo ha influenciado las relaciones sociales, especialmente desarrollando sistemas de comunicación puramente “epidérmicos”, como el rubor, las expresiones faciales o -entrando en el desarrollo cultural-
la pintura, los cosméticos y los tatuajes.
La piel desnuda no sólo nos refrescó, sino que también nos hizo humanos.
Fuentes: cnho.wordpress.com, maikelnai
¿Porqué al ser humano le cese el pelo y las uñas y a los simios no? Sin mencionar a los otros animales.
ResponderEliminarFe de errata: "crece" en lugar de "cese"
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