¿Sabe más el diablo por viejo que por diablo?, ¿puede la mente mejorar con el tiempo?, ¿qué es lo que permite al cerebro envejecido realizar notables hazañas mentales y cómo podemos estimular esta actividad?
Cuando somos jóvenes nos empuja el deseo por lo desconocido, por lo inalcanzado. Con la edad buscamos la estabilidad. En el saber popular de todas las sociedades a lo largo de la historia la sabiduría siempre se ha asociado con los ancianos, la sabiduría es el bien más preciado de la vejez.
Con la edad disminuye el número de tareas de la vida real que precisan de la construcción de nuevas estructuras mentales. La resolución de problemas va adoptando con el tiempo la forma de reconocimiento de patrones, con la edad acumulamos moldes cognitivos por lo que cada vez es mayor la cantidad de desafíos mentales que pueden ser resueltos haciendo uso de esos moldes que contruimos en un pasado.
En el periodo comprendido entre los 18 y los 30 años de edad es cuando acaban de establecerse los aspectos críticos de nuestra madurez social. Nuestra mente se desarrolla en base a tres periodos, desarrollo, madurez y envejecimiento, en el primer periodo que comienza antes de nacer y termina en la tercera década de nuestra vida se forman las habilidades cognitivas, es el tiempo del aprendizaje, de adquirir conocimientos, de forjar nuestra propia identidad. En la madurez el énfasis se traslada en modelar el mundo con nuestras actividades profesionales y vocacionales. En la fase de envejecimiento disminuye la velocidad de las operaciones mentales, así como la capacidad memorística
Pese a ello es común que personas de edad avanzada asuman importantes responsabilidades (incluso cargos políticos de relevancia mundial). Esa misteriosa pericia se relaciona con la adquisición de competencia y sabiduría. Evolutivamente tendría su explicación en que favorecían a los más jóvenes su supervivencia mediante la transmisión del conocimiento a las nuevas generaciones. La historia rebosa de ejemplos de grandes genios creativos y líderes políticos que alcanzaron su cenit con 60-70 u 80 años (Goethe, Gaudí, Churchill, Reagan, Mandela, etc.)
El genio y el talento suelen asociarse a la juventud; la sabiduría y la competencia son frutos de la madurez. El semblante travieso de Mozart es el semblante del genio, el rostro arrugado de Tolstoi es el rostro de la sabiduría. Aunque existen excepciones a ambas direcciones, ambas ideas son ciertas al menos en un sentido estadístico amplio. Einstein el genio tenía 26 años cuando formuló la teoría de la relatividad, Einstein el sabio tenía 60 años cuando aconsejaba a Roosevelt en cuestiones de guerra, paz y energía nuclear.
Si nuestra memoria, concentración y velocidad mental decaen con la edad ¿cómo es posible que nuestra competencia y sabiduría crezcan? Por la capacidad de reconocer de patrones que ha desarrollado a lo largo de su vida y con su experiencia, sin esta habilidad encontraríamos de nuevo cada problema una y otra vez y seríamos incapaces de recurrir a la experiencia previa para enfrentarnos a ellos. La capacidad de reconocer patrones es un elemento fundamental en la sabiduría, el arsenal de esos recuerdos genéricos se acumula con la edad. Esto explica también por qué siempre nos cuesta más aprender una cosa desde cero, o hacer algo la primera vez que las veces posteriores.
La ciencia nos lo deja claro, el sabio no nace, se hace tras un periplo que dura... toda la vida
Fuente: Elaboración propia, Redes
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