Pertenecen a la generación más preparada de la historia de España. Rondan la treintena, son universitarios y saben idiomas. Pero los bajos sueldos, la sobreabundancia de titulados y los cambios sociales les han impedido llegar a donde pensaban llegar. Ni tienen casa ni hijos y ya se han dado cuenta de que el futuro no estaba donde creían.
El 86,3% de los menores de treinta años españoles tiene graves problemas para acceder a su primera vivienda, ya que se ven obligados a dedicarle el 58% del sueldo. "El mileurista es aquel joven licenciado, con idiomas, posgrados, másters y cursillos que no gana más de 1.000 euros. Gasta más de un tercio de su sueldo en alquiler, porque le gusta la ciudad. No ahorra, no tiene casa, no tiene coche, no tiene hijos...".
El sociólogo francés y profesor de ciencias políticas Louis Chauvel aseguraba en el Nouvel Observateur que los pobres del siglo XIX y principios del XX (los obreros sin cualificación, los agricultores o los ancianos) pertenecen a una sociedad que desaparece. "Y los nuevos pobres de hoy en día son los jóvenes", añadía.
Los nacidos entre 1965 y 1985, esto es, los españoles que, en un extremo de la horquilla, van dejando atrás la juventud, disfrutaron de una niñez dorada, de unos padres abnegados y responsables y de un país moderno y optimista que navegaba viento en popa. Nadie dudó que esa generación plagada de universitarios, la más preparada de la historia de España, la más numerosa, la del baby boom, no fuera a vivir mejor que la precedente y que todas las precedentes.
Y no ha sido así, y en eso radica buena parte del problema, según apunta el sociólogo Enrique Gil Calvo. "Con estos jóvenes se crearon unas lógicas expectativas. La generación anterior, la mía y la de mis hermanos menores (yo nací en el 46), creció con las vacas gordas, pudo cumplir el sueño de matar al padre, esto es, de superarlo en todo: mejor casa que los padres, mejores trabajos... Pero para estos mileuristas, que han tenido, paradójicamente, mejores oportunidades en forma de estudio, el futuro no estaba donde debía de estar", explica.
Luis Garrido, catedrático de Sociología de la UNED, considera que una de las claves de este desánimo está en la sobreabundancia de universitarios. "Cuando yo, que nací en 1956, estudiaba, sólo el 10% de los jóvenes, la inmensa mayoría chicos, conseguía una licenciatura universitaria. Ese 10% copó los puestos de élite de la sociedad y de la generación. Mis coetáneos vieron que estudiando en la Universidad se llegaba lejos y se lo transmitieron a sus hijos".
Garrido continúa: "A partir de los ochenta, el porcentaje de estudiantes universitarios se multiplicó, sobrepasando el 30% y sumando a las mujeres, que se incorporaron de forma masiva. Se produjo un vuelco educativo tremendo, incomparable a cualquier otro país europeo. Y no ha habido puestos buenos para todos. Por mucho que queramos, no hay. Y se ha creado un número indeterminado de jóvenes frustrados, con una larga trayectoria estudiantil, que no ha rendido, que no ha ganado lo suficiente...".
Como Belén o como su amigo el ex teleoperador, que no encontraron trabajo al salir de la Universidad. Ellos, y muchos otros, siguieron estudiando en un intento de sobresalir: un máster, un doctorado, más cursillos... y cada vez más años, más necesidades y más exigencias para un puesto de trabajo especializado y bien pagado que no aparece.
De cualquier manera, tanto el sociólogo Garrido como Miguel Requena, otro profesor de sociología de la UNED, coinciden en no dramatizar demasiado: "Las condiciones de vida de los jóvenes de ahora, en su mayoría, son mucho mejores que las de la mayoría de los jóvenes de los años cincuenta o sesenta, y no digamos anteriores".
Con sus 1.000 euros al mes asisten estupefactos al meteórico aumento del precio de la vivienda: en 1993, un piso de 100 metros en una capital de provincia costaba en España, de media, 91.000 euros. Hoy, ese mismo piso vale 228.000. Los que compraron hace 10 años habrán hecho la inversión de su vida. Los que no pudieron, vivirán condenados a firmar una hipoteca a 30, 35 o 40 años que liquidarán a las puertas de la jubilación. Cuando los ahora mileuristas estudiaron EGB o BUP, cada aula contaba con 45 alumnos como mínimo. Cuando llegaron a la Universidad, se la encontraron repleta, y muchos no pudieron estudiar lo que desearon como primera opción. Después, no ha habido trabajo cualificado para todos, y los expertos vaticinan un colapso en las pensiones a no ser que trabajen mucho más de los 65 años. Sus padres crecieron deprisa y se cargaron de responsabilidades pronto, habían formado ya una familia y se habían comprado (o casi) una casa.
Un tercio de los españoles con edades comprendidas entre los 30 y 35 años vive aún con sus padres; si la estadística se ocupa de los que tienen entre 25 y 29 años, entonces la cifra se eleva hasta el 65%. Y hasta el 95% si se trata de jóvenes entre los 18 y los 25 años. Son datos del Instituto de la Juventud e indican el escasísimo grado de emancipación de la sociedad española, impensable en países del norte de Europa o Estados Unidos.
El catedrático de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid, Javier Ruiz Castillo, cita ciertos factores con los que se tiende a solventar el asunto: "Juventud acomodaticia, padres tolerantes; una cultura, la del sur de Europa, que propende a una familia grande...". Este catedrático hizo otro estudio a principios de los noventa, en el que quiso demostrar qué sector de la población vivía mejor. Un trabajador menor de 30 años con un hijo obtenía casi la media: 100. Un trabajador cualificado de cierta edad, soltero, obtenía un 184, el primer puesto. ¡Y un universitario viviendo en casa de sus padres, un 154! "Esto quiere decir que eran, y son, los reyes del mambo, e independizarse implica perder mucho", añade.
El sociólogo Enrique Gil Calvo explica lo mismo a su manera: "Cuando no resulta posible emanciparse adquiriendo una posición social equiparable a la que se disfruta con sus padres, entonces parece más racional aplazar la decisión de emanciparse. Es una pura estrategia familiar de ascensión social, y eso lo hacen tanto las familias acomodadas como las desfavorecidas, las de izquierda como las de derecha".
Juan Carlos Martínez, mileurista de 33 años, a la suya: "Trabajo desde hace nueve años como comercial. Gano alrededor de 1.100 euros brutos al mes. Y he intentado independizarme dos veces: la primera me fui con mi hermana; la segunda, con amigos. Las dos veces fracasé y he vuelto con mis padres. No es que no pueda. Pero con lo que gano, si pago unos 600 euros de alquiler de un piso, 200 de la letra del coche (lo necesito para trabajar) y 200 más para comida, no me queda nada. Y como yo estoy fuera de casa todo el día gasto, mínimo, seis euros al día, entre tabaco y tal; así que se acabó. Cuando vivía independiente (independiente es un decir, porque estaba con mi hermana o con compañeros de piso...) no podía salir, ni viajar, ni comprarme ropa, ni nada...; no vivía, sólo sobrevivía. Y yo quería cierta calidad de vida. La misma que tenía en casa de mis padres. Por eso volví. Por eso espero a que me vayan mejor las cosas para irme otra vez".
Fuente: elpais.com
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