En 1988 los psicólogos Shelley Taylor and Jonathon Brown publicaron un estudio afirmando que el autoengaño positivo es una parte vital y beneficiosa en la vida de casi todo el mundo. Resulta que las personas suelen mentirse sobre tres cosas: se ven a ellos mismos de forma desmesuradamente positiva, se creen que tienen mucho mayor control sobre sus vidas del que en realidad tienen y creen que el futuro será mucho mejor de lo que las evidencias del presente pueden justificar.
La neurociencia ha demostrado que el ser humano tiene un sentido optimista del yo y una tendencia generalizada a esperar lo mejor, incluso con los indicios en contra. Este fenómeno se denomina "sesgo optimista", y se trata de un truco del cerebro que nos ayuda a ganar confianza al realizar tareas complejas pero que a su vez puede llevarnos a infravalorar los riesgos a los que nos enfrentamos.
Diversos estudios confirman que las personas tendemos a vernos a nosotros mismos a través de "cristales teñidos de rosa", veamos algunos ejemplos:
- El 90% de los estudiantes se consideran a sí mismos más inteligentes que el estudiante promedio y consideran que sus aptitudes está por encima de la media (los más incompetentes son además los más propensos a sobreestimar sus habilidades).
- Si hablamos de capacidad de liderazgo, el 70% de los alumnos se ponen por encima de la media. En la capacidad de llevarse bien con los demás, el 85% cree estar por encima del promedio. El 25% piensa que forma parte del privilegiado 1% con mayores aptitudes.
- El 94% de los profesores considera que está por encima de la media de sus compañeros, y el 68% considera que es mejor que 3 de cada 4 compañeros de profesión.
- En la empresa privada la situación no varía: sólo por poner un ejemplo, el 32% de los empleados de una destacada compañía de software considera que su desempeño es mejor que el de 19 de cada 20 de sus colegas.
- El 93% de los conductores cree que sus habilidades para conducir son superiores a las del promedio, mientras el 88% opina que lo hace de forma más segura que la mayoría. Es un fenómeno internacional y que se da en todas las edades, tanto en conductores noveles como en conductores mayores de 65 años.
- Irónicamente, el 92% de la gente se ve a sí misma como menos susceptible a las distorsiones y sesgos cognitivos.
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Otro buen ejemplo es el estudio realizado por Neil Weinstein (“Optimismo irreal sobre el futuro”, 1980) en el que se pidió a una muestra de alumnos que contestasen qué probabilidades creían tener de que les ocurrieran 42 cosas en el futuro, desde encontrar trabajo o no engordar en 10 años a padecer cáncer o que les robaran el coche. Luego tenían que evaluar las posibilidades de que lo mismo les ocurriera a sus compañeros de clase. De los 18 acontecimientos positivos hubo 15 que los participantes pensaron que era más probable que les pasara a ellos; de los 24 negativos, sólo dos
Como podemos ver la gran mayoría de personas piensa de una manera sesgada, de forma que favorezca la propia imagen individual y social. Este es el "efecto de ser mejor que el promedio". Y es aplicable a una gran variedad de aspectos de la vida, incluyendo el desempeño académico (exámenes o inteligencia general), en ambientes de trabajo (por ejemplo, desempeño y productividad en el trabajo) o en los entornos sociales (estimación de popularidad personal, posesión o no de características deseables de personalidad -honestidad o confianza-). Se considera que más del 80% de la población mundial se ve afectada por este fenómeno. A efectos prácticos viene a significar que si nos autoeváluasemos en una hipotética escala del uno al diez, la mayoría de las personas se valoraría con un siete o más, mientras que por contra muy poca gente se consideraría un cinco o menos, lo cual no tiene ningún sentido estadístico.
Como podemos ver la gran mayoría de personas piensa de una manera sesgada, de forma que favorezca la propia imagen individual y social. Este es el "efecto de ser mejor que el promedio". Y es aplicable a una gran variedad de aspectos de la vida, incluyendo el desempeño académico (exámenes o inteligencia general), en ambientes de trabajo (por ejemplo, desempeño y productividad en el trabajo) o en los entornos sociales (estimación de popularidad personal, posesión o no de características deseables de personalidad -honestidad o confianza-). Se considera que más del 80% de la población mundial se ve afectada por este fenómeno. A efectos prácticos viene a significar que si nos autoeváluasemos en una hipotética escala del uno al diez, la mayoría de las personas se valoraría con un siete o más, mientras que por contra muy poca gente se consideraría un cinco o menos, lo cual no tiene ningún sentido estadístico.
¿Una predisposición innata?
El ser humano tiene limitaciones al procesar la información, lo que en muchas ocasiones lleva a un análisis tendencioso de la misma. Por ejemplo, los humanos minimizamos el tiempo que empleamos para analizar información personal negativa y, cuando lo hacemos, pensamos que tiene fallos y restamos importancia a todo aquello que la fuente pueda decir. También se tiende a recordar que el rendimiento que se ha tenido al realizar una actividad en el pasado ha sido mucho mejor de lo que realmente fue. Atribuimos nuestros éxitos a nuestras características personales, mientras que tendemos a justificar los fracasos mediante causas externas. Quitamos importancia a los fallos, realzamos los éxitos y cuando todo sale mal tenemos una facilidad innata para echar la culpa a causas externas. Subestimamos la posibilidad de sufrir cáncer o de tener un accidente automovilístico. Sobreestimamos nuestra longevidad, nuestras posibilidades laborales. En resumen, somos más optimistas que realistas, pero olvidamos los hechos.
Este fenómeno que queda perfectamente explicado en la siguiente charla TED de la neurocientífica Tali Sharot, del Instituto de Neurología de la escuela universitaria de Londres, quien estudia desde hace tiempo este fenómeno.
Entre otras cosas Sharot nos explica que somos optimistas sobre nosotros mismos, somos optimistas acerca de nuestros hijos, somos optimistas sobre nuestras familias, pero no somos tan optimistas acerca del tipo de al lado, y somos algo más pesimistas sobre el destino de nuestros conciudadanos y de nuestro país. Pero el optimismo personal acerca de nuestro propio futuro permanece con insistencia. Y esto no quiere decir que pensemos que las cosas saldrán bien por arte de magia, sino que tenemos la habilidad única de hacer que así suceda.
Curiosamente ese visión polarizada de nuestra realidad no se limita a nuestras habilidades y aptitudes, sino que se también se extiende a nuestras pertenencias. Valoramos más lo que es nuestro, sea o no una realidad objetiva. No importa lo que sea: una prenda de ropa, un coche o incluso una casa. En el momento en que un objeto pasa a nuestra propiedad, sufre una transformación. El simple hecho de escogerlo y asociarlo a uno mismo hace que incremente subjetivamente su valor inmediatamente, y ese valor se incrementa cuanto más tiempo esté vinculado con nosotros.
La predisposición al optimismo ha sido observada en muchos países diferentes, en culturas occidentales, en culturas no occidentales, en mujeres y hombres, en niños, en personas mayores. Está bastante extendido. Pero la pregunta es, ¿es esto bueno para nosotros?. La realidad es que sin la predisposición al optimismo, estaríamos todos un poco deprimidos. Las personas con depresión leve, no tienen una predisposición optimista cuando miran al futuro, son relativamente precisas en la predicción de acontecimientos futuros. En realidad son más realistas que las sanas. Sin embargo, las que sufren depresión severa tienden a estar sesgadas hacia el pesimismo. Por lo que tienden a esperar que el futuro sea peor de lo que resulta ser al final.
Esto quiere decir que el único grupo humano que parece inmune a ese "auto-engrandecimiento" sería el compuesto por las personas que están deprimidas y que tienen alto grado de ansiedad. Cuanto más grave sea la depresión, más probabilidades hay de que se subestimen. En otras palabras, en ausencia de un mecanismo neural que genere optimismo realista, es posible todos los seres humanos estuviésemos ligeramente deprimidos. Esto sugiere que la ilusión de superioridad y el sesgo optimista pueden ser en realidad mecanismos de protección que protegen nuestra autoestima.
El análisis realista del entorno no es necesariamente una característica del funcionamiento psicológico “normal”, sino que lo normal sería, justamente, interpretar la información social de manera sesgada. En este sentido, y dadas las consecuencias positivas que tienen los sesgos para la construcción de la propia imagen, cabría esperar que también estuvieran vinculados con otras dimensiones del funcionamiento psicológico relacionadas con el bienestar individual, tales como la satisfacción con la propia vida o la propia felicidad. Así, por ejemplo, una persona que presente un marcado optimismo puede pensar que le ocurrirán más eventos positivos que negativos y mostrar con ello un mayor bienestar general; una persona con ilusión de invulnerabilidad puede llegar a tener la percepción de que le ocurrirán menor cantidad de eventos negativos, siendo posiblemente una persona más satisfecha con su vida.
Los peligros de no ser conscientes del sesgo
El optimismo cambia la realidad subjetiva. Las expectativas que tenemos del mundo hacen que cambie la forma en que lo vemos. Pero también cambia la realidad objetiva. Actúa como una profecía autocumplida. Experimentos controlados han demostrado que el optimismo no está solo relacionado con el éxito, sino que favorece el éxito. El optimismo nos lleva hacia el éxito en los estudios, los deportes o la política. Es tentador especular con que el optimismo ha sido seleccionado por la evolución, precisamente porque, las expectativas positivas mejoran nuestras probabilidades de supervivencia. Para avanzar tenemos que ser capaces de imaginar realidades alternativas: algunas de ellas mejores que nuestra realidad actual, y tenemos que creer que podemos lograr esas metas. La naturaleza optimista nos ha ayudado a progresar como especie, pues un punto de osadía es imprescindible en cualquier innovación. Sin optimismo, nuestros antepasados tal vez nunca se habrían aventurado lejos de sus tribus.
Pero por supuesto existen inconvenientes y sería estúpido de nuestra parte ignorarlos. Es de prever que un exceso de optimismo conduce a una extinción rápida de aquellos individuos que creen que podrán volar con un par de alas atadas a los brazos al lanzarse por un acantilado. El sesgo optimista nos ayuda a tomar riesgos y riesgos importantes de cara a la adversidad, pero también es responsable de convencernos de que fumar va a matar a otra persona y no nosotros. También podemos pensar que contratar un seguro de salud es una pérdida de dinero, ya que rara vez hemos estado enfermos, o justificaríamos el no llevar una dieta equilibrada a pesar de tener antecedentes familiares de problemas cardíacos.
Demasiados supuestos positivos pueden conducir a errores de cálculo desastrosos, por ejemplo hacen menos probable aplicar protector solar o abrir una cuenta de ahorros. Esos supuestos en exceso optimistas también nos hacen más propensos a apostar en una mala inversión. El optimismo no realista puede llevar a un comportamiento peligroso, al colapso financiero o a una planificación deficiente. Según los psicólogos, esta tendencia a infravalorar los riesgos podría estar detrás de fenómenos como las burbujas inmobiliarias o la falta de previsión ante las catástrofes naturales, de modo que conocer esta limitación de nuestro cerebro puede resultar muy útil.
La clave es el conocimiento. No nacemos con un entendimiento innato de nuestras predisposiciones. Deben ser identificadas a través de la investigación científica. Pero la buena noticia es que ser consciente de la predisposición al optimismo no destruye la ilusión. Es como las ilusiones visuales, entenderlas no las hace desaparecer. Y esto es bueno porque significa que podríamos encontrar un equilibrio, cumplir los planes y las reglas para protegernos del optimismo no realista, pero al mismo tiempo permanecer esperanzados. Y el primer paso es entender que el sesgo existe.
Fuentes: livescience, lifehacker, guardian, unirioja, noticias.lainformacion, spring.org.uk, elmundo, lavanguardia